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Todo el que ha tenido que apaciguar un remordimiento, que evocar un recuerdo, que ahogar un dolor, que hacer castillos en el aire, te ha invocado, misterioso dios, oculto en las fibras de la viña.


El humo se arremolina en torno de la débil luz de la ampolleta, formando estelas que la rondan como polillas. Cierro fuertemente los ojos y de nuevo aparecen las manchas. Varias tonalidades de violeta, bailan en mi mente su ritual secreto, ora agigantándose como una explosión, ora alejándose hasta casi desaparecer, ora formando siluetas y patrones, todo violeta...

Abro los ojos de nuevo...”Oop pap a da...”

-Esta es la única música que se ha hecho en gringolandia... el resto es pura mierda.
-En eso estamos de acuerdo.
-Oye, ¿Cómo se llamaban esas manchas moradas que se ven cuando cierras los ojos bien fuerte, y forman patrones, y se mueven?
-No me acuerdo- dice Marcel soltando un anillo de humo que se va a reunir con el resto, junto a la lucecita.
“...Oop pap a da...”

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-¿Sabe algo, doctor?, está perdiendo el tiempo. Mi viejo le va a pagar igual las sesiones, así que ¿por qué no hace otra cosa este rato y me deja en paz?. Se está bien en este lugar.
-No sería ético.
-No tiene nada que ver con la ética. Es tan solo un problema de mala comunicación. Usted cree que yo tengo un problema y que usted me puede ayudar, y yo creo que no lo tengo. O bien usted no puede ayudarme, nada personal, o bien mi problema no tiene vuelta.
-Pero estás consciente de que bebes demasiado.
-Si
-Y que eso afecta a las personas que te rodean.
-Si
-¿Y como te sientes respecto a eso?
-Supongo que... no me importa mucho.

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“...Driiop dip dip oop da da...”
Me levanto y abro la puerta.
-Pasen... Siéntense...

Carla y Lucía se sientan en el viejo sofá rojo. Javier pasa directamente al baño.

-¿Les ofrezco algo?, ¿un vaso de vino?
-No, gracias- responde Carla- No me gusta el vino, ¿no tienes otra cosa?
-Agua- dice Marcel- en el lavaplatos.
-Yo si quiero un vaso de vino- dice Lucía.
-Hace muchas edades, cuando Erú, que en Arda es llamado Ilúvatar, creó a los primeros nacidos, les dio muchas bendiciones- digo mientras alargo un vaso para Lucía-. Se dice que cuando ellos cantaban podían lograr que quienes los escuchaban pudiesen realmente ver lo que ellos cantaban, que esas maravillosas imágenes aparecían en sus mentes como por arte de magia y despertaban en ellos el amor por la poesía y la música... Mucho tiempo después llegaron los hombres y se maravillaron del hermoso don que poseían los Elfos, y mientras ellos existieron, siempre hubo hombres que los seguían para oírlos cantar y así sentir su corazón reconfortado. Pero ya hace mucho que el último de ellos navegó hacia el oeste, y ya no se escucha la voz de la Hermosa Gente en los círculos del mundo, y lo único que le quedo al hombre para reconfortar su corazón es el vino, con sus hermosas tonalidades, su aroma penetrante y su sabor... sobre todo su sabor.
-¿De que hablan?-pregunta Javier, volviendo del baño.
-Del vino, creo.- contesta Marcel- El vino es un regalo de los dioses. Es su propia sangre la que le ofrecen al hombre para entregarle un poco de la majestuosidad de su divina existencia.
-O sea que ahora el vino es la sangre de Dios- dice Carla.
-Y pasando el cáliz a sus discípulos les dijo “tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre...”- replica Javier.
-No seas sacrílego- le dice Carlita.
-El vino no es la sangre de los dioses- digo- sino que es la sangre del alma misma del hombre. El vino calienta el estómago y alegra el espíritu, ahoga las penas y hace que los hombres sientan apaciguados los deseos del alma. ¿Qué saben los dioses del deseo del alma de los hombres?, ¿cómo sabrían lo que es desear calentar el estómago cuando lo tienes entumecido por tu condición humana en una noche solitaria?
-Ya me aburrí.- le susurra Carlita a Javier- Aparte que ni siquiera hay vodka y estos güeones son muy lateros. Vamos a bailar.
-Nos vamos a bailar, ¿quién viene con nosotros?, ¿Lucía?
-Vayan no más, yo me quedo con los bohemios...


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-¿Pero por qué?, ¿dime que hemos hecho mal?, ¿no te dimos lo que quisiste?, ¿no te educamos en los mejores colegios?
-No se, Papá.
-Si no sabes, entonces no dejes la carrera.
-No, eso si lo se. No es lo que quiero.
-¿Y qué quieres?
-No lo se.
-Pero no entiendo entonces. ¿No quieres ser alguien en la vida?
-Eso no es tan importante para ser feliz.
-Pero si lo es. ¿Acaso quieres ser un fracasado?
-¿Acaso es más feliz el ejecutivo exitoso de la empresa, que le grita por teléfono al empleado porque no va a ganar todos los millones que querría y que no va a poder gastar en estupideces para suplir el cariño que le niega a su familia mientras se amarga la existencia tratando de ganar más dinero; que el vagabundo que dice “gracias patroncita” y corre a la botillería, babeando de la anticipación, a comprar una caja del vino tinto más barato y luego, bajo un puente en el Mapocho, sorprende a su novia que le sonríe con los dos dientes que le quedan, y no le importa la campaña “sonrisas de mujer” porque lo tiene a él y una caja de vino, y que cuando se acabe, siempre habrán mas patroncitas a quienes pedir unas monedas?

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A través de la ventana puedo ver como Javier y Carlita discuten mientras se acercan al auto, y Lucía y Marcel bailan lentamente mientras Ella dice cosas desde el alma y Satchmo le responde desde las tripas y el Carmenère nos tiñe los labios.
-¿Sabes que, Marcel?, en las únicas mujeres en las que se puede confiar es en las putas. Obtienes justo lo que pagas.
-No eres el primero en decirlo, y Chinaski lo dice de mas adentro- responde Lucía- Yo creo que lo dices sólo porque nunca te has enamorado.
-Nada más lejos de la realidad- dice Marcel- mi amigo, aquí presente, lo único que hace es enamorarse.
-¿Dónde tienes otra botella, Marcel?
-Ya no queda Carmenère. Creo que hay un par de Merlot en el closet, arriba, atrás de los libros.

Descorcho una botella y sirvo tres vasos...
-A “vosotros, bebedores melancólicos, bebedores alegres, todos cuantos buscáis en el vino el recuerdo y el olvido, y que, al no encontrarlo como os gustaría, ya no veis al cielo más que a través del fondo de la botella...”
-Salud- me repiten ambos...
-Bueno, amigos, los dejo... bon apetit...

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Santiago es una ciudad distinta tarde en la noche. El Mapocho no se ve tan sucio, el parque forestal es agradable. Si no fuese por este frío podría sentarme aquí a esperar el día. Me hace falta un trago.

Camino por Santo Domingo hacia el centro. Casi no hay gente en las calles. Hace frío.

-Socio, ¿un tople?, aquí a la vueltecita no mas. Las minas más ricas de Santiago.

No se por qué no le creo a su publicidad, pero creo que me vendrá bien un lugar más caliente. “Con ustedes, Yasna...”. Lo que faltaba, una gordita bailando en pelotas una canción de Luis Miguel. Y un vino tan malo que me deja el paladar rasposo.

-Tan solito q’está, mijito- me dice- ¿no quiere irse conmigo?
-¿Dónde?
-A mi departamento, como a una cuadra.
-¿Tienes vino?
-Si, pero entonces son veinte.

Es un departamento chico, de un ambiente. Hay un sofá y una persiana entreabierta con una cama desecha. Ella pone música. Otro güeón cantando güeás. Saca una botella de debajo el lavaplatos.
-Veinte lucas dijimos.
Le pago. Saca un par de vasos del lavaplatos y los enjuaga. Sirve el vino.
-¿Cómo te llamas?
-Henry Chinaski.
-Ay, ni se te nota el acento extranjero. Espérame un poquito, mijito.
Se mete el baño. Me sirvo más vino y ella sale con sostén y calzones negros.
-¿Te gusta?
No le respondo. Se sienta junto a mí. Me acaricia el pelo. Me sirvo más vino. Su mano baja por mi camisa y al tratar de apartarla me mancho.
-Ay, disculpa mijito, te limpio al tiro.
-Déjalo así.
Me trata de pasar la mano por el pecho y empieza a bajar. Me agarra el paquete. Le aparto la mano. Se acerca a mí, y puedo oler el cigarro y el sudor.
-Déjame, que te va a gustar.
Comienza a bajar la cabeza. Me agarra de nuevo el paquete y trata de abrir mi bragueta. La aparto bruscamente.
-¡QUE NO, TE DIGO!
-¿¡QUE TE PASA!? , ¿¡SOY MARICÓN ACASO!?
-Si, soy maricón...
-¿Ah, si?, entonces ¡ÁNDATE DE MI CASA MARICÓN!

Me sirvo otro vaso y me lo tomo de un trago. Al bajar la escalera voy escuchando a la puta de lejos, como de otra vida... ¡Maricón... Maricón... devuélveme la botella!...


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Hace frío y Santiago es una ciudad de mierda. Ya ni en las putas se puede confiar. Hay un momento en el que alcanzas un estado de lucidez cuando estás bebiendo, y es justo antes de empezar con todo lo malo de las borracheras, y tu conciencia es total en ese instante y sabes que hacer, sabes lo que quieres, y eso hace que lo malo de las borracheras valga la pena.

Camino por el Santiago de madrugada. Cuento los peldaños, pero pierdo la cuenta en el segundo piso. Me detengo frente a tu puerta y golpeo dos veces. Un minuto después tus ojos me miran con expresión ceñuda. Me veo en ellos y veo todo lo que el vino no me da. Se suavizan. Me dirijo hacia tu cama, me tumbo en ella y me pierdo en su tibieza. Me pierdo en la tibieza de tu olor y de tu abrazo. Cierro los ojos y vuelven las manchas, pero ya no importa cual es su nombre...

Texto agregado el 16-05-2008, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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