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Suena el despertador. Hace un rato que las ganas de mear me han despertado. Felicito a mi vejiga por ser más eficaz que ese trasto antipático.
-Suena, suena, todo lo que quieras, le digo con sorna, aunque sólo con sorna mental.
Espero a que se calle por sí mismo, el zumbido no va a obligarme a abandonar mi madriguera. Para demostrarle que no tengo la menor intención de ceder, me doy media vuelta, dándole la espalda y me arrebujo en las mantas. Al retorcerme se me ha escapado un pedete.
-Para tí, te lo dedico.
Con eso trato de derribar su moral y lo consigo. Se calla, humillado. La que no se amedrenta es mi vejiga, insiste con su cosquilleo. Trato de convencer a mi sistema nervioso de que no estoy en estado de vigilia, que inhiba las funciones excretoras. Me hago el dormido con todas mis fuerzas, pero nada, no hay forma de engañar al sistema parasimpático.
-Deberías mear, parece susurrarme.
Le doy la razón, debería mear, pero el frío que siento en las orejas me acobarda. El infierno es un lugar circunscrito al edredón, donde se te pone la piel de gallina y es necesario ponerse ropa. Se me escapa una gotita de pis y me incorporo como si fuera un acto reflejo. El cabrón del despertador suena festejando su victoria.
-Hijo de puta, calla.
Me parece mezquino que un ser que sólo sabe hacer ruido a una hora concreta se vanaglorie haciendo leña del árbol caído. Le pongo en off y le dejo patas arriba, para dejarle bien claro que es una criatura miserable. Además, no me he levantado por su procaz zumbido sino por que tengo que ir al baño. Bien, pero no puedo salir en calzoncillos al pasillo, debo ponerme un pantalón. Antes de hacerlo, aprovecho para rascarme un glúteo con deleite. Luego me rasco el otro con indiferencia, sólo por equilibrar, ni siquiera me picaba.

Hace mucho frío, no hay tiempo que perder. Los pantalones están en el armario. No encuentro las zapatillas, pero puedo aproximarme al armario pisando los calcetines tirados por el suelo. Todo antes que sentir el mordisco de las baldosas heladas. Me retuerzo un tobillo al confundir en la penumbra una bota con un calcetín. Duele mucho, pero con el susto ya no me meo. Escucho a mi vejiga atentamente. Nada, se me ha cortado el pis. Así pues, no tiene sentido seguir aguantando esta situación y me meto en la cama.

Vuelvo a entrar en calor, me quedo quieto, cierro los ojos. No puedo. Algo impide que me abandone al sueño. Quiero relajarme, pero siento algo, y una vez que reconozco esta sensación, sé que no hay marcha atrás. Una sensación dificil de describir, desagradable pero sutil. Creo que empiezo a sentirme culpable. Me veo a mí mismo como un amasijo amorfo de orina, legañas y sudor. Un trozo de carne sucio e inútil. Vago, despojo humano. No, mejor, cerdo retozando en su cenagal. O masa blanda y supurante. Calculo si puedo luchar contra mis escrúpulos morales -por supuesto que puedo- y me dispongo a resistir.

No hay culpabilidad que valga, todo consiste en controlar la respiración y la ansiedad se va. Respiro desde el diafragma. Ralentizo el ritmo. Retengo unos segundos el aire inspirado antes de expulsarlo. Poco a poco el asco por mí mismo desaparece. Todo consiste en desplazar el foco de mi atención a la respiración y a las formas y colores que hago desfilar dentro de los párpados. Una burbuja de gases se remueve en la tripa y destellea en mi mente el concepto "pedo". Una punzada de inquietud me golpea, pero no me saca de mi círculo de serenidad. Mis funciones vitales se reducen a la mínima expresión. Se me escapa un vibrante y solemne pedo.
-Mierda, pienso.
Y además me vuelvo a mear con más ganas que antes, apenas puedo contenerme.

Está bien, hay determinadas funciones que están ahí –razono-. Pero son eso, funciones y nada más. La carga negativa o positiva que yo les de es un constructo mental. El considerar a los pedos algo vergonzoso es un lastre cultural, una perversión. ¿Qué mal pueden causar unas ligeras moléculas de metano que acabarán diluidas en la vasta atmósfera? Y los orines eran usados por los clásicos para desinfectarse las manos, sin ir más lejos. No va a pasar nada por que una gotita de pis manche los calzoncillos. Como mucho morirán unas pocas colonias de bacterias.

Con estos pensamientos desprejuiciados me hago fuerte y considero mis funciones corporales desde otro prisma. Decido ser coherente y no hacer de esto un simple autoengaño para no levantarme. No es autoengaño, es una magnífica ocasión de ir al fondo del asunto. El pedo está ahí, eso es así. Me guste o no me guste, el pedo existe y habita bajo mis sábanas aunque pretenda ignorarlo respirando el aire externo. Así pues, me cubro la cabeza con las mantas hasta ver los pies y me lleno de mis propios efluvios. Ciertamente, el olor es fuerte, pero nadie puede asegurar que es un "mal" olor. Eso es un juicio de valor que para nada ayuda en esta exploración. Desde luego, el olor es muy fuerte, eso sí es cierto. Me concedo una bocanada de aire externo, pero sólo para comparar antes de sumergirme de nuevo. La sensación es, digamos embriagadora al principio, pero tras unos instantes de habituación, descubro nuevos matices antes insospechados. Siento que he aprendido mucho. La experiencia ha resultado enriquecedora.

No puedo por menos que felicitarme por expandir mis horizontes con el tema pedo, pero estoy a punto de explotar y ahora va en serio. La vejiga ha lanzado un ultimatum y ningún susto le hará capitular. Está claro que tengo dos opciones, o salgo de la cama ya, o me lo hago encima. O salgo, o me meo.

Pienso en todo lo que he conseguido. He vencido al despertador, a la culpabilidad y al asco. Hasta ahora mi espíritu se ha impuesto sobre las necesidades corporales y el pensamiento tiránico. ¿Es que debo desandar el camino? En todo caso, retener la orina estaba llegando a ser muy doloroso y la decisión ya está tomada. No he salido de la cama.

No es tan terrible como pueda suponerse. La temperatura de la orina es la misma que la corporal, así que al dejarla fluir apenas percibo un cosquilleo que me recorre. La concavidad que produce mi cadera en el colchón recoge el charco. Si me muevo, siento como el líquido se desplaza conmigo. No quiero que se desparrame por los bordes, así que prefiero conservar el charco justo en el centro, hasta que todo quede absorbido. No espero mucho tiempo antes de oir el goteo en las baldosas. Supongo que habrá que fregar. Unos minutos más y sólo queda un recuerdo al abrir y cerrar los muslos. Es frío y pegajoso, pero nunca asqueroso. Y mucho menos vergonzoso.

La euforia se adueña de mí. ¡Cuantas barreras se pueden superar en una mañana! Todo comenzó prolongando unos momentos de pereza matutina y ahora he trascendido a algo. Algo que no sé nombrar, pero lo siento, está ahí. Me parece que es algo inefable. El despertador, patas arriba, me está mirando con un brillo de envidia disimulado entre sus números luminiscentes.
-Mira, miserable, mira como crezco, le digo.
Y el despertador gruñe de impotencia. Me encanta.
-Apestas, parece contestarme.
-El olor a estas alturas me importa un rábano, digo suspirando mentalmente.
-Llegas tarde al trabajo, ¿Es que no me ves?

No tengo más remedio que reconocer que el despertador ha resultado ser un enemigo más astuto de lo que pensaba. Ha introducido una variante en el juego con la que no contaba. Un factor fuera de mí mismo, poderoso y objetivo. Por que vamos a ver, reflexiono, si no trabajo, no tengo dinero. Y sin dinero, me veré tirado por las calles, hambriento, y despreciado. Hasta que muera. No depende de mi percepción de las cosas, ni de cargas culturales adquiridas. La vida no será posible si no me visto de traje y corbata, me ducho y me presento sin demora en la oficina.
Pero un momento, ¿Acaso no hay hombres que viven sin vestir traje y corbata?, ¿Acaso los hombres vestidos de traje y corbata no mueren?.

Y tras esta aguda deducción, demuestro la falsedad del sofisma planteado por el sinuoso despertador.
-¿Acaso los hombres vestidos de traje y corbata no mueren?, le suelto al despertador mascando las palabras.
-Gilipollas, es lo único que acierta a objetar.

He hecho mal subestimando la capacidad de este granuja, pero él debe saber que sé estar a la altura. Creo que ni siquiera es capaz de seguir el rumbo de mis pensamientos y hace tiempo que se ha perdido. Sin embargo, me aplico la lección y sé ganar con la humildad de quién alcanza la sabiduría y vislumbra el lejano horizonte de lo que falta por aprender. Decido ser magnánimo con mi enemigo y le devuelvo a su posición natural con una sonrisa. Sus números discurren mecánica e invariablemente, como su pensamiento. Siento compasión por ese pobre objeto que no podrá trascender a lo inefable. Suelto un pedo. Qué diferente es tirarse un pedo ahora.

Debo hacer balance en este momento. Todo ha sucedido de manera casual y mis logros han sido improvisados. He ido encarando los monstruos a medida que se presentaban ante mí y he ido cortando sus cabezas inmisericordemente.
-Al principio te has levantado por una gotita de pis, me recuerda el despertador.

Y es cierto, admito, pero entonces era una persona dominada por su instinto y los hábitos aprendidos -la vejiga asiente, está de mi lado- . Ahora soy un ser humano en plenitud. Reconozco la vacuidad de mis esfuerzos y decido dejar de perseguir. Ni perseguiré ni huiré, ya no sólo de mis escrúpulos, sino del dolor. Hasta los seres más primitivos se acercan y huyen. Pero eso no es fruto de su conciencia, ni de su libertad, sino todo lo contrario. Yo aguardaré el final de la vida sin hacer nada por evitarlo ni por provocarlo.

Me llamarán del trabajo, varias veces, hasta que desistan y me despidan, tanto mejor. Mis familiares y amigos denunciarán mi desaparición y me localizarán, pero si me quieren, deberán comprenderme. La policía me encontrará aquí y tratará de hacerme entrar en razón, pero conozco mis derechos y no cederé. Más tarde la prensa se enterará y tratará de sonsacarme mis secretos, pero no hablaré. La podredumbre se encargará de consumirme entre terribles dolores, pero no dejaré que me traten los doctores y así moriré. Me llamarán loco, pero los sabios sabrán ver. Esta es mi decisión.

-Aguardaré el final de la vida sin hacer nada por evitarlo ni por provocarlo, le comunico al despertador para que quede constancia.
-Allá tú, confirma él.

Texto agregado el 20-04-2004, y leído por 640 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
21-03-2008 me hiciste reír, y mucho; además, considera que a mitad de la lectura te tuve que dejar un momento para ir al baño a pesar de que me estuve aguantando un rato; con las risas no pude más; es un placer leerte. _ednushka
29-10-2005 Lo suyo es sabiduría y no pavadas, mire vea. Merece estrellas, me ha hecho usté mear de la risa, y no me avergüenza decirlo luego de tan acabadas lecciones de la más pura lógica. torovoc
24-06-2005 Es un texto desopilante y muy bien escrito. Me he reído con ganas y lo disfruté mucho. negroviejo
12-06-2004 Y la verdad continúa tan relativa como la posición de la mente que la enuncia en respecto a la realidad. Saludos, Tejedor
 
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