RECONCILIACIÓN
Jacinto no comprendía porqué su mujer se había empeñado en dormir en camas separadas; es más, sólo se dio cuenta de ello una mañana lluviosa cuando despertó y palpó la ausencia de su vacío. Después de todo, nunca había sido un mal marido, aunque también era cierto que le gustaba retraerse en las curvas de las otras, cuestión de estética según él, pero si había que cumplir como hombre, lo hacía con placer y únicamente con la suya, con su mujer, que para eso la amaba. Tal vez fuese el motivo de tan alarmante realidad su actual poca iniciativa para paliar la rutina o alguna ínfima fechoría que a los ojos de su mujer debía tener toda la trascendencia de un pecado capital. Últimamente, cuando la buscaba por la casa, no la hallaba. Al atardecer, en esa hora en que el sol dormita con sus rayos, la distinguía en la penumbra distraída en sus soliloquios. A veces, aparecía en su cuarto y lo despertaba, Jacinto intuía su presencia; sin embargo, ella, permanecía inmóvil en un rincón observándolo, hasta que lo abandonaba con las primeras luces.
Algo fallaba, Jacinto sabía de sobras que su matrimonio era como una Rosa, había que regarla y la suya, su rosa, se secaba por falta de cariño.
Mañana no iría al trabajo, lo más importante era de momento reconciliarse otra vez con su mujer; al final siempre lo lograba, la próxima noche ella volvería a acostarse en su lecho, entre el recuerdo y su soledad. Sólo tenía que acudir al cementerio y adornar de nuevo su sepultura con flores frescas.
|