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LA SOMBRA DE UNA CABAÑA



En un atardecer, uno anaranjado, cuando el sol lucía como una esfera colorada que empezaba poco a poco a caer y esconderse tras las montañas verdes como el pastizal más verde de todo Unklan él siempre tenía ganas de prender la chimenea y ponerse a leer unas cuantas páginas de “El primer Hombre sobre la Tierra”, una novela de Augusto Trakes, un gran escritor danés, no vayan a creer que el mencionado escritor se ocupa de la vida de Adán (el de Eva), no para nada, es más Augusto Trakes es de una religión muy diferente a la Cristiana y como el confesó en una entrevista, nunca tuvo una Biblia entres sus manos. Augusto menciona en su obra a un hombre muy parecido al dueño de la cabaña, justo al mismo hombre que en estos instantes empieza a dar lectura a la pagina cincuenta de la mencionada obra que tiene entres sus manos, frente al fuego de su chimenea, mientras se relaja suave y calmadamente con el crujir de la madera incandescente que poco a poco se acaba. A veces se pregunta como llegó a ser un solitario ermitaño, lejos de la ciudad, comiendo frutas y vegetales de su huerta, cazando animales silvestres, liebres azadas y pescados a la leña, sin olvidar los huevos de codorniz que eran de fácil recolección en el bosque. Cubría siempre su cabeza con un sombrero de cuero de vaca en forma de hongo, su andar era pausado y siempre le gustaba tocar su armónica antes de acostarse, se preguntaba en aquellos instantes cuanto abría avanzado la civilización desde el día en que decidió dejar de pertenecer a ella, seguidamente humedeció su dedo índice y dio vuelta a la página, era un hombre que aprendió mucho de la soledad, a lo largo de su vida convivió con la naturaleza de manera mágica, la oscuridad le permitía apreciar en su total esplendor la belleza de los astros del firmamento, muchas noches había contemplado la luna cual fuese el rostro de una bella mujer, llegando a enamorarse de ella más de una vez. El cantar de las aves eran música celestial para sus oídos, y el susurrar de los riachuelos canciones de cuna que le ayudaban a conciliar el sueño, humedeció nuevamente su dedo índice y dio vuelta a otra pagina más, al principio no le fue fácil vivir así, le costó trabajo poder obtener sus propias provisiones, utilizar ropa cómoda que le permitiese mantenerse fresco la mayor parte del día, que le diese dinamicidad a sus pasos y a su actividad diaria, sobre todo cuando iba de cacería. En solo unos instantes de desató una tormenta, las gotas caían sobre las hojas de los árboles y unas cuantas se introducían por su chimenea, solo unas cuantas, las que caían diagonalmente, esto era señal de que llovía torcido.
“El primer hombre sobre la Tierra”, repetía, mientras imaginaba como éste sería, su imaginación no lo llevó muy lejos, ya que por mucho que hizo el esfuerzo no pudo colocarle otro rostro más que el suyo, lo vistió con pieles de animales, lo dotó de una especie de macana, y lo situó en un paisaje lleno de cavernas y dinosaurios, “¿Qué comería?” se preguntó e inmediatamente se lo imaginó chupando una gigantesca costilla de un dinosaurio, frente a su cueva. Prosiguió la lectura de su libro, pero de pronto quedó consternado cuando al humedecer su dedo índice para dar la vuelta a una página más, la siguiente y la siguiente a la siguiente, estaban completamente vacías, ni una sola letra más, las hojas demostraban completamente limpias, de tinta y paja, “vaya estas imprentas de quinta, ya no hacen los libros como lo hacían en mis tiempos de juventud, esto es una estafa”, se reprochó además no haber siquiera hojeado las paginas del libro antes de adquirirlo, “bueno hace tanto tiempo que lo compré, que ya no importa”, concluyó, lanzándolo al fuego de la chimenea.
La noche trascurría entre los aullidos de los lobos y el ulular de las lechuzas, de un momento a otro se quedó dormido recostado en su mecedora. Las llamas de fuego avanzaron carcomiendo la estructura de la leña, la ceniza era abundante, de pronto un poderoso viento entro dentro de la cabaña abriendo de par en par las ventanas logrando despertarlo, inmediatamente se levantó y las cerró retornando a su placida mecedora para continuar su sueño, sus ojos risueños de un momento a otro se tornaron saltones, la respiración, solo por unos instantes se le congeló, era imposible, las cenizas de la chimenea, abundantes, incandescentes y el libro intacto, no se había quemado por ninguna parte; lo levantó y constató lo aparente, efectivamente el libro no había sufrido ninguna quemadura, al abrirlo las hojas en blanco ahora rebosaban de palabras, frotó sus ojos en señal de incredulidad, humedeció su dedo índice y prosiguió animadamente con la lectura, el primer hombre sobre la tierra…

“… el primer hombre sobre la tierra, llegado el invierno, utilizando su sentido común y gracias al buen empleo de la leña de los árboles construiría la primera cabaña, donde, llegaría a trasformarse íntegramente en sedentario, vestiría con pieles y comería liebres, pescados y huevecillos de codorniz, el primer hombre sobre la tierra, pasado el tiempo, llegada la primavera, observaría a las aves en pareja, contemplaría a las liebres apareándose, a los lobos de igual manera, a todos los animales que lo rodeaban, siempre amándose en pareja, cuidando su especie, viviendo en grupo, el primer hombre sobre la tierra entonces descubriría lo que era la soledad, lo que era no tener una pareja, una compañera al igual que el resto de animales. El primer hombre sobre la tierra sufrió mucho al no poder encontrar en toda la selva alguien que se le pareciera…”

Humedeció su dedo índice para dar vuelta a la página, pero se detuvo, algo se lo impedía, quería continuar con la lectura del libro, pero recordó la última primavera que pasó junto con su esposa antes de que esta muriese, nunca habían tenido hijos y el amor de pareja era exclusivamente la única clase de amor que había conocido, siempre pensó que la tendría a su lado, tal vez fue por eso que hasta el día de hoy no llegaba a aceptar su ausencia, talvez hasta el día de hoy, esa actitud suya de apartarse del mundo, de volverse un ermitaño, era el no haberse podido perdonar el no haberle dedicado más tiempo a ella, trabajo, trabajo, dinero, dinero, pero al final para qué, el dinero no detiene la muerte, “tranquilo todo aquello ya pasó”, se dijo, tratando de ya no recordar, prosiguió con la lectura…

“…no encontraba en medio de la selva su pareja, todos tenían una, menos él, hasta que la Fuerza Creadora del Universo decidió finalmente después de tantas lágrimas y sufrimiento, dotarle de una pareja, con quien pudiese compartir sus ideas, a quien pudiese cuidar, con quien pudiese perpetuar su especie, fue un día de tormenta, cuando un poderoso rayo, estruendosamente devastador, aparentemente perforó la tierra, pero en realidad solo partió un árbol del cual emergió ella, completamente desnuda, exuberante, con poderosa belleza que llamaba a la procreación, al mismo tiempo tan delicada y fina, que de inmediato deseó unirse con ella tanto física como espiritualmente…”

Dejó la lectura, mientras un suspiro profundo le hizo recordar a su esposa, recordó lo hermoso que era estar enamorado, los inviernos en la plaza de Franchizer, cuando nevaba y ella le acomodaba los guantes, la chalina, y juntos se abrazaban mientras observaban a unos niños construir su muñeco de nieve, los veranos en la costa de Bartilon, cuando ella le prepara ese tan suculento potaje a base de Salmón, aquellas veladas interminables junto a la chimenea mientras bebían vino tinto, aquellas febriles noches de locura y pasión que gozó, vivió y siempre recordaría hasta el último día de su vida, humedeció su dedo índice y dio vuelta a una pagina más…

“…La Fuerza Creadora del Universo decidió dotarle con un nombre a tan especial criatura, *Mujer*, entonces así la llamaría por siempre y para siempre. Con el tiempo descubrieron que juntos las tareas cotidianas se les hacían mucho más fáciles, con ella desterró de su vida la sensación de soledad, y juntos procrearon y tuvieron familia, hijos. Al conocer el fruto de su amor, el primer hombre sobre la tierra, descubrió que jamás volvería a estar solo, y no solo eso, también descubrió una nueva forma de amor, una especial, dotada de cuidados extremos y protección hacía sus vástagos…”

Entonces, recordó que ella nunca pudo darle hijos, recordó también cuanto habían sufrido e intentado tenerlos, cuando al final gracias a un examen médico descubrieron que ella era estéril conocieron las fronteras de la felicidad y pasaron al otro lado, la infelicidad. Recordó cuanto quiso tener hijos, cuanto le hubiera gustado llevar a alguien al jardín, al colegio, verlo crecer, acompañarlo en sus mejores y peores momentos, verlo hacerse un hombre o una mujer, pero el destino quiso que eso nunca sucediera.

Cuando se disponía a proseguir con la lectura del libro, este de pronto éste empezó a incendiarse entre sus manos, el fuego quemó su camisa, se levantó de la mecedora con el pecho en llamas, mientras pedía auxilio a los cuatro vientos, al fin abrió los ojos. Una pequeña sacudida lo zarandeó en su mecedora, todo había sido un sueño, cuando observó la chimenea, no quedaban más que cenizas del libro que hacía más de dos horas había lanzado al fuego, con un pañuelo limpió el sudor de su frente, se levantó y fue hacia su cocina a beber un poco de agua, meditó un poco respecto a sus sueño, recordó a su esposa, a los hijos que nunca pudo tener, recordó los años felices, se observó en el espejo del baño, “¿qué me ha sucedido?, se preguntó tristemente, se recostó en su cama, se preguntó si aún era tarde, si ella (su esposa) se ofendería, había pasado tanto tiempo, no era justo vivir tan solo, recordó lo hermoso que era hacer el amor a una mujer, y el allí, en esa cabaña tan lejos del mundo, tan egoístamente resguardecido, negándose la oportunidad en su vida de poder conocer a otra mujer, pero los años no habían pasado en vano, el ya no era un chiquillo, lucía más canoso, y desgastado, “que me sucede, debo ser más realista, en que estoy pensando, creo que ese sueño que tuve me confundió un poco, lo mejor será que duerma, mañana todo estará mejor”, se dijo mientras se cubría la espalda con la manta.

La lluvia cayó aquella noche, como si el cielo se hubiera abierto o mejor dicho como si quisiera venirse abajo, los truenos, los relámpagos, de pronto la puerta sonó, sus oídos no se percataron de esto a las primera llamada, pero cuando vino una segunda y una tercera no tuvo más remedio que interrumpir su sueño. Siempre precavido se aproximó con su escopeta cargada, “¿quien esta allí?, ¿qué quiere?”, preguntó desconfiadamente.“Disculpe, me dirigía rumbo a Mertshimbon y mi camioneta se averió, creo que me encuentro perdida, y con esta lluvia, … lo único que pude hacer es seguirlo hasta su cabaña, …por favor necesito que me ayude”, dijo la voz sensible y amable de una mujer de mediana edad.
Abrió la puerta, era hermosa a pesar de los años, lucía mucho más joven que su voz, sus ojos brillaron después de tanto tiempo de estar acostumbrados a la rutina de su soledad, su corazón latía de prisa, “este…bueno pase, adelante, pero le diré que yo no he estado afuera desde la tarde”, dijo él en tono seco. “¿Así?, parecía más una mujer que un varón, seguro que era su esposa, replicó ella, un silencio se propagó en el ambiente, “No creo, yo vivo solo y mi esposa murió muchos años atrás”, “lo siento, disculpe, debo haberme confundido con la espesura del bosque y la tormenta”, dijo ella en tono muy amable y sereno mientras frotaba sus manos frente al fuego de la chimenea. Juntos conversaron hasta que amaneciese, el corazón de ella encontró paz.

Dos almas se encontraron aquella noche, ella había perdido a su esposo en un accidente años atrás, tenía dos pequeños hijos, y necesitaba mucho amor, necesitaba una compañía, una compañía imperfecta que le ayudara a hacer más perfecto su mundo y a no pederse en la trayecto de una a otra ciudad; él necesitaba una mujer, una familia, necesitaba olvidar la sombra de su esposa, la sombra que guió a aquella mujer tan solitaria, tan perdida hacía aquella cabaña, la misma sombra que borró la mitad de un libro y que fue tirado al fuego de una chimenea para nuca quemarse, la misma sombra que lo llevó a esa cabaña años atrás y que ahora lo llevaba de vuelta a la ciudad,… ¡descansa en paz mujer del primer hombre sobre la Tierra!

Texto agregado el 15-05-2008, y leído por 177 visitantes. (0 votos)


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