Paso la mano por la pared, noto la sensación placida de su tacto liso y tibio, el color cambia respecto a mi mirada y la luz que entra por la ventana,
Cierro los ojos y los abro, todo aparece más claro, el tiempo pasa y con el todo va cambiando, ya no estoy donde estaba, al contrario de mi, aquellas paredes habían rejuvenecido.
Si las paredes hablaran, pienso mientras mi mano las sigue recorriendo.
Las situaciones y las personas van caminando juntas mientras coexistan, mientras una de las dos sea lo suficientemente fuerte como para permanecer unidas.
Comienzo a perderme en mis interminables desvaríos y decido sentarme en el sofá.
Si el piso tuviera alma, esta debería estar en el sofá que me acoge abrazando mi fatigado cuerpo, un alma incorruptible, todos los cambio producidos a su alrededor no habían hecho mella en el. Como envidiaba la fortaleza de aquel sofá.
Dicen que con el tiempo la gente se va alejando, que cuando eres adolescente cualquier persona que simplemente conviva en el mismo espacio-tiempo, es tu amigo, una amistad de hermano de sangre aparentemente inquebrantable pero poco a poco todo se degrada a simples conocidos hasta desaparecer.
Pero como todo en la vida tiene su punto de vista según la luz que ilumine en ese momento de recuerdo.
En la lejanía resuena más fuerte el eco y ese sonido calienta las paredes tibias de mi vida. Me levanto del alma de mi hogar y me dirijo hacia la cocina para fumarme un cigarro, enciendo una cerilla y se desprende unas partículas negras que vuelan lentamente. Escucho que se aproxima un leve eco.
Vuelvo a cerrar los ojos.