Es medianoche, silencio de muerte transmuta los muros de la ciudad, cada habitante sumergido en total agonía de espera, cada minuto trasciende con lentitud pasmosa...
A lo lejos una luz encendida, dentro de un cobertizo se encuentra Juan un padre protector, María una madre amorosa, Andrés, Martín y Sofía sus retoños...
No median palabras solo gestos de dulzura, una cálida sonrisa, un reconfortante abrazo, una suave caricia, la paz lograda en medio de tanta miseria y dolor que ocasiona una guerra sin sentido.
Cuando los niños duermen María y Juan protegen sus sueños, cubren con su manto de amor las falencias, sus miradas imploran paz, sus manos jamás empuñaron un arma y hoy con las manos vacías estarían dispuestos de defender su casa con uñas y dientes si fuere necesario.
Miles de porques golpean a sus mentes, porques sin respuesta, porques sin palabras, porque...porque ....porque...
Amanece...un tibio rayo de sol filtra por la hendija de la gran puerta, el rostro de María es atravesado por la luz, Juan la mira con ternura y descubre la belleza de su mujer, pareciera que con el sol resplandece su alma, la toma de las manos acaricia sus cabellos
Y con su suave voz dice:
- A llegado un nuevo día, agradezco porque estés a mi lado, te bendigo por los hermosos hijos que me diste y ruego porque mañana vuelva el sol a iluminar nuestra vida. Si algo me ha enseñado esta guerra es a valorar que no hay tesoro más grande que el amor y la libertad de expresarlo....