En el fondo de la armadura estamos,
en el cañaveral de huesos nos cobijamos,
como una luna verde de palomas,
al acecho de esa fría piel que se nos viene,
al acecho de esas mordeduras de lobos tuertos
que van olfateando el sudor ,
como esas antrófogas maripocillas de carne
que desde la húmeda sombra que caen los muertos,
miserablemente se levantan.
Oh, muerte, con tu garra dura sujeta a los inviernos,
con tu ronco silbido como una lengua
rota bajo el agua, o un criminal roto bajo caballos ciegos,
con tu paso de acordeón, de costilla, de dedos,
con tu metro de tejido, tu palabrota honda,
y tu cordero gótico con que asomas a los ojos inchados para ser perforados por dos ocasos muertos.
¿Cuántas tumbas en tu copa morada
de tanto disparo de hiedra muy negra que sueltas
por la boca?,
Y tu llegas hasta en las flores, el beso, los dedos,
en el versículo del criminal y sus filos en la yerba,
como una ola roja, una amapola muriendo, y
quieres una oreja, un ojo,
un corazón para tu hueco, y todo
el hombre lleno de vegetales para tus herrerías,
con su sabor a lodo,
en los zapatos,y su boca amarga de uva muy verde.
Quieres la humedad, el hollín, los jinetes,
y el oro sangriento de la vida.
¿Quién llora en el follaje de los muertos y no en los suyos?,
quién clama pobre esos huesos y no los mios,
el invierno y tu garra rueda por la calle,
pero siempre anida en hospitales y colchones,
y hay una pierna amarilla en los días que nos tira
de unos párpados que atrosmente se levantan
de ese Dios que ya no baja a mirar nunca mas a sus muertos.
Así santo y criminal la tierra lleva
y al testigo que sin duda es olvido,
¿que traje morderá el alba cuando los ojos
hallan caido a la copa ardiente de tus mordescones?
donde bebes el mal vinagre de vernos vivos...
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