MEDITACIÓN
Volvía al lugar de costumbre: una oquedad en la roca en la que cabía bien, sentado en la posición del loto.
El lugar estaba alto, en la ladera de un monte cuya pared, en la que se encontraba la pequeña cueva, caía cortada a pico. Frente a ella se abría una panorámica de beldad incomparable: Montes bajos de cumbre redondeada totalmente cubiertos de vegetación, un río de plata serpenteando al pie de valle, el mar al fondo que ofrecía los más bellos amaneceres y las aves de rapiña que hacían círculos sobre el entorno en majestuoso vuelo.
Llegaba a ella con pasos cortos y tensos por lo abrupto del terreno, por una senda estrecha, más de perdiz que de hombre.
Aún con la respiración agitada, tomó asiento, dejando a su lado un pequeño manojo de hierbas aromáticas que había ido recogiendo por el camino.
El anciano aseguró la posición. Colocó la espalda bien vertical con el cuello y dejó reposar las manos sobre su regazo, vueltas hacia arriba y con los dedos índice y pulgar unidos por sus yemas, formando dos pequeños círculos.
Dejó reposar su mirada a lo largo del paisaje y acompasó la respiración. Al poco sus ojos ya no interrumpían su mirada interior. Los párpados, ya sin misión, cayeron despacio ocultando casi totalmente los globos oculares. No sentía el cuerpo.
Su concentración, acostumbrada por el larguísimo ejercicio, llegó en pocos minutos y su mente trabajaba con imágenes, sentimientos, emociones, pensamientos en abstracto, casi sin palabras que amordazasen ideas, más directos a su propósito.
Aquilatado el sentimiento frente a la visión de su nieto menor, buscó ayuda en planos superiores de conciencia, hizo acopio de humildad para presentarse ante Elm, lo invocó de todo corazón y le hizo saber de la enfermedad sin cura que padecía el último fruto de su árbol de vida. El chamán ya había probado todas sus medicinas e invocaciones y nada había conseguido.
Su concentración era tal que no se apercibía del vuelo cercano del águila, dejando su estela sonora como espada contra el viento. Las manchas calcáreas de la parte frontal de la oquedad recordaban a la reina de las aves, que allí hubo una vez un nido de los de su especie y ella estaba en vuelo de reconocimiento para instalar a su amada en uno de ellos y poder formar su familia.
Le previno el hombre sentado en medio de la cueva y siguió en su ruta aérea.
Elm, el gran espíritu de la tribu, apareció, ante los ojos del alma del anciano, envuelto en un haz de luz que no hería la visión sino que la arrobaba, haciendo que del pecho del viejo hindú brotaran sentimientos tan elevados que le anonadasen. Se quedó atento y sin expresión alguna hacia el bienhechor.
Cuando la visión llegó a tornarse más humana, pudo ver con claridad el amantísimo rostro de Elm que sonreía despacio y escuchar una voz como de susurro de agua y trueno lejano que le llegaba clara y comprensible.
-“Mi querido Raj, por la confianza que pongo en ti, insuflaré mi aliento en tu boca y tú lo retendrás hasta depositarlo en la de tu nieto. Eso le salvará y tú estarás más cerca de mí”
Recibió el anciano el aliento del Gran Espíritu, cohibido por tan excelso honor y temeroso de no poder contenerlo hasta llegar al poblado.
Sólo tuvo que desear estar junto a su nieto para estar allí. El pequeño dormía mostrando su lividez y, en sus labios entreabiertos dejó su abuelo un beso con el aliento del Protector.
El niño abrió súbitamente los ojos y llamó a su madre. La mujer corrió hacia la voz que hacía tiempo no escuchaba y le abrazó. El abuelo lo vio todo; una alegría indescriptible llenó su pecho y no dio importancia a que no le viese su hija, aún más, lo encontró natural.
La gran ala del águila empujó con fuerza al intruso que osó sentarse en su nido y que, por falta total de movimiento, no le pareció peligroso. Cayó el cuerpo del anciano en la misma postura que había mantenido en meditación, rígido, sin vida.
Raj se dirigió a Elm con un gran interrogante en la mirada y se sorprendió al verle sonreír con más fuerza de lo habitual. Este le recordó que fue tanto su amor por su nieto que permitió que su cuerpo no respirase para contener mejor el aliento salvador y dejó su envoltura carnal en la meditación pero, como le auguró, estaría más cerca de Él.
La pareja de águilas espera un polluelo mientras la madre da calor entre sus plumas a su único huevo. El cuerpo de Raj no molesta en un rincón de la cueva.
Dedicado a Claro de Luna, (Shou) en su cumple
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