Inicio / Cuenteros Locales / Hangyakusha / La risa
Me miraba con la furia contenida debido a su eventual superioridad; sabía que no podía dar rienda suelta a sus impulsos primarios; yo también lo sabía muy bien.
¿Qué más le quedaba? Gritar. Y así lo hizo, creyendo no estar perdiendo su rígida compostura japonesa que no era otra cosa más que un simulacro, ¡otra mentira!
Yo simplemente lo miraba; él, seguramente, se preguntaba desconcertado por qué no reaccionaba 'agresivamente' (como a él le gustaba siempre decir) ante tantas acusaciones. Quizás en su mente se hacía las mismas preguntas que yo me hacía: ¿y esté, quién se cree?, ¿sabe, acaso, lo de mi secreto tan escondido?, ¿está esperando a decirme algo de lo que no estoy informado?, ¿estás seguro de haber eliminado las pruebas?...
Salí de su oficina satisfecho; mi jefe no me pudo doblegar el brazo; me quedé sin trabajo, es verdad, pero me quedó mi dignidad y ese secreto que ahora, más que nunca, me da la posibilidad de comenzar a reír por adelantado. |
Texto agregado el 14-05-2008, y leído por 96
visitantes.
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Lectores Opinan |
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24-05-2008 |
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Me agrada constatar que pones la dignidad por encima del estómago. Después de todo, trabajos hay miles, dignidad solo una y cuando se pierde... es como la virginidad. Y en cuanto al secreto, sigue siendo secreto, no? ZEPOL |
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15-05-2008 |
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NO, NO ACABO DE CONSOLIDAR.
SALUDOS! EMIHDEZ |
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