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Juan Carlos Calle

Abran cancha... y no se atoren que hay pa' todos y tupido,
tome nota la gilada que hoy da cátedra un varón,
y aunque nunca doy consejos, porque no soy engrupido,
quiero batir mi prontuario... pa' que sepan cómo soy.

Boxeador de vocación y profesión, formó parte del paisaje local durante mucho tiempo.
Sus sombras llegaron al mítico Luna Park de Lectoure y hasta “El Grafico se acordó de nuestro Juan Carlos.
Manejó con destreza las poleas del afilador, pero su flauta plástica desafinaba más que Alberto Castillo.
Vendió mercaderías varias de forma ambulante; corto yuyos; repartió pan. Fue blanco fácil de burlas ajenas y hasta el Chacho lo honró con una canción en su “Pampa Caprichosa”.
Infinitamente más sabio de lo que muchos creían, supo salir con hidalguía de situaciones embarazosas.
Cierta vez pidió prestado 50 pesos a un conocido, bajo promesa de devolverlos en 2 o 3 días. Pasaron más de 10 y no había noticias ni de los 50, ni de Peligro. Una tarde, el acreedor se encontraba con un grupo de amigos en “Carol”, bar que por entonces era de mis padres y que en ese momento estaba lleno de gente. Al verlo venir en bicicleta por la Avenida Independencia, comenta entre los presentes su idea.
-En cuanto pase Peligro por acá, lo incendio delante de todo el mundo – dice mientras se frotaba las manos, reflejando su ansiada venganza.
Cuando faltaban unos pocos metros para la triunfal aparición del ciclista, una voz potente distrajo su atención.
- ¡¡¡Peligrooo…!!! ¿Qué hacemos con los 50 pesos?
El viejo púgil giró su cuello y visualizó una muchedumbre en carcajadas. Apuró la pedaleada y definió.
-“¡¡Dejalos… me los devolvés otro día!!”

Su faceta deportiva tampoco quedó al margen en su caudal de anécdotas. Su fugaz y poca exitosa carrera profesional, lo llevaron devuelta al pueblo al cuarto round.
Así, empezó a formar cartel en los festivales locales del deporte de los puños. Dantescos espectáculos deportivos que contaban con una o dos peleas interesantes y siete u ocho de relleno.
Sé que pasaron por Laboulaye grandes figuras del boxeo nacional y sudamericano. Incluso a algunos llegué a verlos. Un tal Francia; Pedrito Gutierrez, un pequeño demonio del cuadrilatero con serio parecido técnico al Gran Nicolino.
Hubieron clásicos zonales, como los disputados por el monstruo local Bachicha y un tal Ternera que representaba, si mal no recuerdo, a la ciudad de Villa Huidobro. Yo era pequeño y, por entonces, el Bachi era un súper héroe para mí.
A decir verdad, las peleas importantes eran lo de menos. La salsa de la fiesta la ponían los púgiles locales, casi siempre debutantes o con muy pocas peleas y menos técnica aún.
Bastaba con un poco de fama de camorrero para que, al próximo festival, tuviéramos a quien alentar.
Un tercer domingo de octubre de principio de los ochenta, se celebraba un Festival de Box en el Gimnasio Sporting Club.
Sin grandes nombres en los afiches, la pelea de fondo contaba con nuestro héroe: Peligro.
Le traían un fulano de Mendoza con un record de temer: ocho años menos que él; 15 peleas, 15 victorias, 12 por KO.
Con estos únicos datos se contaba. Nada más y nada menos. De si era alto, bajo, rubio o morocho, nadie tenía idea.
-¡¡De peores que estas he salido yo…!! – declaraba a LV 20 en los micrófonos del Colorado Giordanino, a pocos días de la pelea.
Emulando a los grandes festivales de Las Vegas, se enfrascó en grandilocuentes declaraciones radiales, llegando a preocupar a propios y extraños.
Arrancó suave, con comentarios del tipo “creo que puedo derrotarlo… que tengo chances”. Pero Laboulaye nunca fue Las Vegas, ni Peligro Mohamed Alí.
Al no tener a nadie que le responda, ni una mole enfrente que lo amedrente, se fue creciendo en sus palabras. El orgullo y la responsabilidad de ser la estrella en una fecha tan señalada, le hicieron perder el norte.
- No llegaremos a las tarjetas. Le gano por KO en el sexto round.
- ¿Cómo llegás físicamente al combate? – preguntó Giordanino
- Sobrado. Va a ser como pegarle a un chico de cinco años.
- ¿Puede la afición local esperar un buen espectáculo? – insistió el periodista
- ¡¡¿¿Un buen espectáculo??!! Que sepan los organizadores que están a tiempo de suspender la pelea si no quieren tener problemas, por que le pienso arrancar la cabeza de cuajo en el segundo round…
Finalmente, llegó la hora de la verdad.
Hasta el momento del llamado al ring, los luchadores no se habían visto las caras.
- “En el rincón rojo… de Laboulaye… Juan Carlos “Peligro” Valle!!!” – se escuchó por los altavoces del gimnasio completamente a oscuras.
Un haz de luz dibujó la silueta de nuestro campeón. Lanzó dos besos al cielo con sus puños en alto y un rugido ensordecedor se apoderó del recinto.
Esquives de golpes fantasmas y ganchos al aire del púgil ilustraban la calurosa bienvenida.
Otra vez a oscuras y otro haz de luz. Una mole de mármol, esculpida por el mismísimo Miguel Ángel, avanzó en silencio con el rostro más fiero que jamás pisara el pueblo.
Dejó a su paso olor a tragedia. La algarabía de aquel tercer domingo de octubre, dejó paso al nerviosismo… a la incertidumbre.
- “Segundos afuera… primer round”
Una tos seca, creo que del finado Rengo Alarcón, fue lo único que se escuchó en los siguientes tres minutos.
- El primer round siempre es para estudiarse, por eso no hay golpes – ilustraba el gordo Hernández desde el ring side.
Seguramente sea así. Aunque tengo la certeza que Juan, lo único que estudiaba aquel día, era escapismo a lo Huddini.
Durante el segundo asalto, su ojo izquierdo conoció la pólvora de los puños rivales. Tres veces cayó y otras tantas se levantó.
Al finalizar el tercero, dos hilos de sangre recorrían sus comisuras desde las fosas nasales.
Un gancho al hígado, combinado con un derechazo franco al maxilar, lo llevaron hasta la protección del 8.
- ¡¡Fue un refalón, árbitro… La lona está mojada!! – gritaba el Lolo Ochoa desde el gallinero.
El peso emocional de pasar a la historia, mantenía en pie al gladiador. Había jurado la hazaña y no podía defraudar.
Promediando el cuarto round, sus brazos pesaban como carretas. La brutal inflamación ocular le impedía esquivar un solo golpe.
Recostado sobre las cuerdas, una combinación letal de derechas e izquierdas se llevó por delante la historia, la bravura y hasta una prometida estatua en la Plazoleta de las Américas.
Al tiempo que besaba la lona, una deshilachada y tardía toalla volaba desde el rincón. Dio un brinco su segundo para reanimarlo, mientras Albertito Orlandini repasaba sus signos vitales.
Dio el OK para moverlo y, entre tres, lo llevaron al rincón. Una esponja húmeda repasó su sanguinolenta cara. Los flashes, robándole la historia que no fue, lo hicieron volver en sí.
Casi en cámara lenta, al verlo en ese estado, su segundo le puso el embudo en la boca. Temblequeando, con la voz quebrada por el esfuerzo, espetó:
- ¡¡Este triunfo se lo dedico a todas las madres de Laboulaye…!!
- ¡¡Escupí, la puta que te parió… que te han arrancado todos los dientes!! – sentenció su segundo, al tiempo que se apagaban los flashes para siempre.
Desde aquel fatídico 4º round, algún Festival contó con la presencia de Juan Carlos. Como árbitro.

Ya ves, Juan, hasta Nietzsche se equivoca. No siempre tenemos lo que merecemos.
La vida es lo que pasa mientras nosotros hacemos otros planes. A veces, poco importa lo mucho que luches por algo, lo mucho que te sacrifiques, lo mucho que lo desees, aunque sea con desesperación: la vida decidirá por vos. Te pondrá todas las trabas posibles, te lo hará tan difícil que será básicamente imposible

Texto agregado el 12-05-2008, y leído por 323 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-09-2008 Divertido y atrapante. El párrafo final no tiene desperdicio. Muy bueno pipimdem
 
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