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Hacia la desembocadura de una larga y angosta senda de hormigón, se avista un edificio de ventanas festoneadas, rasgos enfáticamente góticos y ostentosas grietas que denotan antigüedad... Es la Facultad de Historia y Geografía, a la que Thierry se dirigía muy deprisa, puesto que llegaba con varios minutos de retraso. Mirando hacia la propia facultad se puede apreciar un inmenso descampado, cubierto de aislados pastizales, pedregullo, colonias raquíticas de girasoles y una rala franja carrasqueña. A la derecha, se impone la imagen de un hospital, un complejo de viviendas, y algo en lo que Thierry, pese a ir indignado y con gran desasosiego por una nueva tardanza, no había antes reparado. Era como un farol, una fuente luminosa que ofrecía sutiles lampos de color verdoso, como delicados flecos que entrañan analogías con idílicas reproducciones mentales. Ese día, Thierry. aunque azorado por haber captado aquel pormenor, hizo caso omiso y cumplió con su deber: ir a la facultad. Pero al día siguiente, con mayor tranquilidad, concentrado, obsesionado con la idea de ese sugerente foco de luz, desvió su rumbo; el enigma era muy tentador.
Surcando calles, avenidas, un puente bajo el que circulaba un río de aguas embelecadas por un efecto óptico de fúnebre anochecer, Thierry andaba, escapaba del hilo crónico de la cotidianeidad por al menos, una ocasión en su breve vida; corría, visualizaba la luz en cuestión con creciente nitidez y escindida en varias líneas delgadas, generando una manifiesta disonancia de color y brillo con el resto de la urbe; frente a tanta edificación, cemento, gentío, contaminación -ecológica y sonora- generada por vehículos, un estímulo, con monárquico poder de seducción, poetizaba el entorno. Y Thierry seguía corriendo, andaba, escapaba lleno de dubitaciones, con afán de indagación, la frente perlada de sudor y el cabello desgreñado, confiado en que no estaba siendo embaucado por alguna trampa sensorial; no se detenía, progresaba con terquedad, como si eso implicara para él una sórdida batalla contrarreloj, algo de índole vital.

Era como una gruta, poco profunda en apariencia, nimbada de un aura fulgurante, reclinada en un hierático silencio. Un sitio cuya solemnidad rozaba lo eclesiástico y sería capaz de causar un susto a un niño cándido... Un par de señores conversaban cerca de ahí; uno de ellos iba ataviado con un traje negro, de caballeresca elegancia, un hombre sumamente pulcro, con ciertos ademanes de afectación; el otro, calvo, de baja estatura y vientre prominente, ropa casual y barba poco acicalada. Su expresión dejaba entrever un ligero tinte burlesco, o apto para payasadas.
-Oye, ¿has oído hablar de puntos estratétigos del planeta? -le dijo de súbito el hombre pulcro al calvo y desaliñado.
-Eh... No, Charles. Pero, no comprendo. ¿A qué te refieres concretamente? -le inquirió el hombre calvo, con manifiesto aspecto de encontrarse despistado.
-Bien, Louis, escúchame atentamente. Se trata de ciertas zonas, en las que hay curiosos acontecimientos. Por ejemplo, muertes repentinas, de esas sin motivo aparente, visiones de seres que previamente habían fallecido, o reflejos fantasmales de la luna, y otros fenómenos raros.
-Me dejas perplejo, Charles -dijo Louis rascándose la ovalada cabeza-. Es como si fueran hechos paranormales, o así por el estilo.
-Mm... sí, es algo que sorprende a científicos, historiadores... He investigado, y en esta gruta, se cree que subyace uno de esos puntos estratégicos. Se dice que han fallecido tres personas, a la misma hora, por la misma causa, con precisión de relojero. Y a varios kilómetros de aquí, más o menos a la misma latitud, se han visto personas, que en realidad... -Charles hizo una pausa.
-¡¿Estaban muertas?! -prorrumpió Louis.
-Has atinado, compañero. Y, huelga decir que no me creo, casi nunca, lo que dicen parapsicólogos, ni en ovnis, ni... pero, esto me provocó avidez por indagar.
-Estás muy bien informado, Charles -dijo Louis, esta vez sobando su cuello-. Sinceramente, me pillas de improviso.
-Pues, son hechos, o circunstancias, de esas que se soslayan, a las que no se presta atención. Cosas que pasan, y que sólo unos pocos apresamos en nuestro prisma de intereses.
-¡Prisma de intereses!, ¡qué definición! Compañero, tenía entendido que a eso lo llamarías perspectiva, o memoria, interés, o algo semejante.
-Amigo Louis, nunca escatimemos conocimientos; no hay que privarse de jugar con las palabras pudiendo hacerlo. Opino eso modestamente -matizó el pulcro Charles, ajustando a sus ojos miopes sus finas gafas.
-Comprendido -sentenció el calvo Louis.
-Y, sobre esta gruta, sospechan algunos... que es uno de esos puntos, una vez más te lo digo.
-Oh, dices que este puede ser un cráter endiablado. No me lo digas más veces compañero, no quiero asustarme.
Cerca de donde estos dos hombres coloquiaban, lucía su sencillez un yermo, sobre el que se dibujaban sendas serpenteantes, que en lontananza semejan enrevesados garabatos. Ya el purpúreo crepúsculo renacía bañando de tranquilidad a la ciudad, y Charles y Louis se marcharon, estirando su coloquio, hurgando en la vorágine de incógnitas que bombardean a los humanos.

Valèrie se encontraba en su cuart, terminando de leer un nuevo libro; estaba absorta, sumida en una notable dimensión de aprendizaje y sabiduría. Físicamente estaba tumbada en su cama, sosteniendo su cabeza con ambas manos, mientras sus ojos bailoteaban con celeridad; sobre su mesilla, reposaba una taza de café, que se había preparado hacía largo rato, un café que se enfriaba sepultado en el abandono... Posteriormente, la joven Valèrie, de cabello ensortijado y ojos grises de prístina delicadeza, acabó su lectura y salió de su cama con grácil elasticidad. En su memoria se presentó la imagen de un material sobre el cual se había documentado meses atrás. Fenómenos extraños, llamativos, o tal vez, fenómenos a los que se les atribuye una impropia altisonancia, debates variopintos sobre regionese en el planeta que conturban el rigor rutinario de algunos, y, como todo lo que causa asombro, o bien, sucede un consecuente arrobamiento, o bien mueve a la búsqueda. Cabe destacar que, como es natural -o usual-, o probable entre las mentes razonantes, algunos continúan paseando en un incólume escepticismo, mientras que otros se muestran más receptivos o flexibles, así como hay gente que se sugestiona, llegando al borde de lo enfermizo, instaurando el génesis de nuevas supersticiones... No muy lejos de su casa, al final de un ancho trecho arenoso, hay un socavón, en el que según algunos curiosos e investigadores, se afirma que es una de esas zonas enigmáticas, donde pasan cosas que hacen titubear la psique humana, asestando un azote importante a una red de creencias arraigadas, o acríticas (y quizá, nacen supersticiones, esas antes mencionadas). Hubo dado numerosas vueltas en su habitación, haciéndose innumerables preguntas; bebió el café de un tirón -aun estando frío- y sin más dilaciones ni interrogantes, salió de casa y fue camino de ese sitio cuya mera mención la estaba tornando inquieta; un lugar que como ella se dijo a sí misma, tan sólo había estado una vez por allí, y que le interesaba contemplar concienzudamente, a ver que sensaciones tendría. Valèrie caminaba con cierto desasosiego, en paralelismo con el mediodía que gravitaba hacia la cumbre, y la bóveda celeste haciéndole honor a su color; la joven estaba determinada a arrojarse a un periplo, una aventura.

Thierry escapaba, desplazándose con ahínco, como si persiguiera una utopía esgrimiendo una defensa a ultranza de sus ideales. Tras un desgaste físico, como todo mortal se sintió extenuado, y por lo tanto, efectuó una parada reponedora; sentado sobre un banco satisfizo su amarga sed dando sorbos a su cantimplora llena de agua... Observaba de manera compulsiva el foco lumínico que tanto embeleso le hubiera concitado, y se veía más grande, lo cual para él era una señal inequívoca de que en efecto se estaba acercando a ese secreto que había obrado como una digresión en su vida; en aquel instante Thierry debería haber estado presente en la facultad, tomando apuntes sobre varios temas. Aunque, quizás, lo que se deba hacer -y me refiero a situaciones muy concretas- no siempre esté muy claro, quizás no hayan fronteras claramente establecidas entre lo que se quiere y lo que se debe, o quizás, por su espíritu de aprendiz de (y eventual) geógrafo, Thierry no podía saciar su visceral deseo de efectuar observaciones que le aportasen otras nociones, nuevas nociones hidrográficas y orográficas...
Los girasoles del descampado naufragaban en el remoto olvido; un hombre mastodóntico y rollizo pasó desternillándose cerca de Thierry, que, todavía presa de continuos jadeos, miraba el cielo encapotado. Fueron solamente unos minutos de solaz, menguó la fatiga, Thierry se levantó del banco, enérgicamente y continuó con su travesía personal. La miscelánea de bullicios urbanos adelgazaba a tal punto de parecer un zumbido de mosquito, de paupérrima amplitud sonora.

-Oye Louis... Iré a la gruta esta noche -dijo Charles a su camarada mientras acomodaba su excéntrica corbata.
-¿Qué?, ¿qué quieres? Bien, haz lo que quieras. Tú y tu temeridad.
-Como comprenderás, la curiosidad es aliada de este "cuerpo", amigo.
-Pensándolo bien, sin miedo, te acompañaré.
-Ah, tunante. También quieres tentar a la muerte. O al destino. O al miedo -esbozó Charles una sardónica mueca de humor.
-Vale ya. Por favor, no quiero aterrorizarme, soy muy sensible para estas lides.
-Venga, vamos...
Entonces el dío de singulares amigos partieron hacia la críptica gruta, vasta depresión terrestre de vidrioso historial.

-Ya estoy aquí -dijo Valèrie, enjugando el sudor de su seráfico rostro, y con gran satisfacción por haber llegado a la gruta.
Se situó en un sector, desde el cual podía ver la convergencia de una nube violácea con un frágil destello de un foco luminoso, tejiendo un galimatías de colores...
Thierry no claudicaba, seguía escapando de sus obligaciones, corriendo, hasta arribar a una turba de caminos serpenteantes; su crispación nerviosa iba en aumento, mas la calma lo envolvió de pronto... Thierry pudo contemplar ese foco de porte regio, titilando sobre el verde de sus primeras percepciones, y otros colores; era como un espectro móvil. Por otro lado, la facultad podía esperar, lo inusual era lo prioritario en aquel momento para el estudiante.

Desde un día concreto, el día en que dos jóvenes se conocieron en un sitio peculiar, en una inmensa gruta -la manida gruta del misterio-, se comenzó a forjar una historia de reduplicaciones surrealistas entre ellos, fue un flechazo, un estímulo mutuo e instantáneo... Dos cuerpos fueron tragados por una boca gigante, hacia un inframundo, simbolizado en sangre ardiente diseminada por aspersión... Todo aconteció bajo la impresionante calígine nocturna matizada por una mezcla egregia de colores, la luz de un foco que parecía un farol, y las miradas estupefactas de dos hombres, uno muy pulcro, el otro no tan pulcro, y además, temblando de susto...
Si alguien me demanda alguna explicación de los hechos, lo siento, pero me es imposible hallarla.

Texto agregado el 11-05-2008, y leído por 145 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-05-2008 Encantadora y bella forma descriptiva de lo que se observa camino a la Facultad de Historia. El foco de luz es un anzuelo enigmático que lanza el escritor para llamar la atención del lector; éste es un recurso que cautiva y que, obviamente, invita a leer. La trama se vuelve más enigmática con la conversación sostenida por los dos extraños (Louis y Charles) que se encontraban cerca de la gruta y hacen mención a las muertes “paranormales” que han sucedido en el sitio. La trama se refuerza con la introducción de otro personaje: Valerie, quien atraída por el contenido de una lectura que hacía, decide ir a un ¿sitio? que, también, se menciona en la lectura, pero que no se le asigna nombre tácitamente. El desenlace final, magistral: queda sobreentendido que Thierry y Valerie se encuentra en esa gruta y bajo la luz de los colores del foco que llamó la atención del primero, sucede algo extraordinario: ¿un flechazo?, ¿amor? Y dos testigos para contar la historia. Excelente narrativa, enigmática historia. ¿El vocabulario?, ni se diga: pulcro, relevante, cada palabra bien empleada. Nada queda al azar. El lector tiene, sin embargo, que leer entre líneas. Te felicito. Me encantó. Como siempre, señor, mis respetos. Eres bueno, no sólo en la poesía, sino en la narrativa. Un abrazo. Sofiama
 
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