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El Doctor


Hacia mucho que no estaba en un hospital, desde que falleció mi esposa, creo. Las salas de espera repletas de personas, me miraban como pidiéndome, por favor, pero no podía hace nada por ellos. Veía tanto desconcierto en todos, que no entendía por qué estaban acá. Me senté al final de una hilera de sillas, para ver si lo veía. Una hora después, le pregunté a un joven de guardapolvo blanco, dónde atendía el doctor Spinelli. Me mando a que le preguntara a una secretaria que estaba al fondo, a la izquierda. Los pasillos eran fríos, muy iluminados, y por los altoparlantes una voz, tratando de ubicar a alguien. En ese momento me resulto familiar todo este lugar. Luego las enfermeras, algunas corriendo con cosas en las manos, que iban de un lugar a otro. Dentro de las habitaciones, grupos de residentes rodeando a su jefe que impartía todo tipo de ordenes con palabras que sólo ellos entienden. Y los enfermos observándolos tratando de recoger alguna señal de esperanza y mostrando ese dolor autentico que los medicos no veía o no querían ver. La homogeneidad del hospital me confundía, las paredes con azulejos y ese olor a medicamento que me hacía picar la nariz. Junto a cada puerta , carteles cuyas inscripciones indicaban el nombre del médico que atendía. Aturdido por el murmullo de las personas, pensaba, ¿No es que en los hospitales se debe hacer silencio?
Y seguí buscándolos, supuse que iba a ser demasiado fácil, pero fastidiado de deambular por todos lados, sólo veía puerta y puertas, todas iguales que me invitaban a probar suerte. Pensé: intento en esta... y de improviso, la abrí y entré.
Me atendió una secretaria, que esbozaba una sonrisa en la cara, le dije: Estoy buscando al Doctor Spinelli, y me contestó: Sí, pero tendrá que aguardar un momento, porque tuvimos el arribo imprevisto de un paciente con un accidente grave. Esperé, prudentemente, varias horas. Después me aburrí y tanto como para distraerme, comencé a ayudar a un hombre con un uniforme blanco, -estaba seguro de que era él- con un paciente muy excitado, que se movía para todos lados. No preguntó quien era y que hacia allí. Y dejó que lo ayudara. Luego se retiró por qué necesitaba estar a solas, creo que sabía a que venía. Al cabo de unos minutos volvió y nos pusimos a charlar largo tiempo, de distintas cosas y los recuerdos se deshacían sin prisa. Hicimos memoria de su niñez, de la feliz adolescencia y de las experiencias recogida en su trabajo. La cual consistía en salvar vidas y pensé: que paradoja y ahora yo aquí con mi misión. Sorpresivamente y sin poder evitarlo, me tocó el hombro y sintió frío y se estremeció. Por un instante no articulo palabra, intente restarle importancia, distrayendo su atención, pero se puso triste, y para que él no advirtiera que yo estaba muerto también, seguí hablándole. Y luego emprendimos el largo viaje sin retorno.

Texto agregado el 11-05-2008, y leído por 77 visitantes. (0 votos)


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