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“ Lo Invisible a los Ojos”

En la sala familiar, melancolía y desazón por el alejamiento; entre nosotros el recuerdo vivo de aquel que nos sirvió de guía, de enseñanza. El que nos inculcó, sin saberlo valores que llevaré hasta el fin. Imágenes como flashes de fotos de los sueños infantiles con mi hermano, el igual. Me fui de aquel lugar, de mi niñez, de mi infancia apenas mi adolescencia. Sin tristeza, esbozando algo de alegría, y convencido que era necesario. Recién empezaba a caminar solo algunos tropiezos y raspones en la piel, sin sangre y algo de dolor superficial. Nada que alguna medicación no curase. El cordón que me ligaba a todo se estrechaba cada vez más, solo era cuestión de tiempo. Recuerdos efímeros que el olvido se encargará de sepultarlos, sin penas ni glorias. Al partir llevé conmigo parte de esa pequeña historia, la que había vivido con intensidad y sin culpas. Las coloque en una mochila como los linyeras... el palo al hombro y en el extremo, un bollo de ropa apretujada. Era pequeña como mi experiencia, pero pesaba mucho, demasiado. La abrí y vi solo una y recordé el amor que me marcó el corazón, y que sangraba sin parar, supuse que nunca sanaría. Huí de todo, pensando que era la solución. Pero las imágenes me seguían por todas partes; Como castigándome por algo que había hecho mal, sí tal vez... él haber amado sin condición y con mucha sangre. Corría y corría y cada vez más rápido pero no podía separarme de mi propia sombra. Entendí que uno esta echo de su pasado, inmerso en el presente y con cosas por hacer en el futuro. La vida te pone a prueba constantemente, la fortaleza de espíritu, las convicciones, y los objetivos deben estar. Pero como saber todo esto, siendo tan joven y sin experiencias de vida. Una sonrisa brotó de mi cara como diciendo “No seas exagerado”. Y seguí por la vida haciendo caminos al andar y transitando otros, de otros. Mi mochila iba aumentado de peso y su tamaño importante, me decía “deberé detener mi marcha para revisar su interior”, para ir sacando lastre. Lo hice y en el fondo vi aquel rotulo que decía “ El amor de mi vida”. 20 años habían pasado y dude
¿Es necesario hacerlo?
¿Me servirá para algo?
Eran mis interrogantes. Al hacerlo, el pasado iba ha estar entre nosotros, tal vez un desafio, una incoherencia. El camino vivido hacía que la convicción de hacerlo, reforzará la idea. Los fantasmas volverían a rondar, como cual maleficio encerrados en criptas faraónicas listas para ser liberados y castigar a los ultrajadores. Veo algo nuestro, algo mío, el ayer que todavía presente, como antes, sin muchos cambios, vagan las imágenes por las calles viejas del barrio, del potrero, de la quinta. Timbres de las casas y las corridas. Timbres sonoros de los recreos en el colegio y los rezongos del maestro al entrar, el coro infantil que va cantando nuestra canción. Y el río marrón oscuro, el puente carretero de cemento y dos arcos en sus extremos. Debajo yo y mi piragua, veo la isla, el espinel, la fogarata y las noches frías contemplando la cruz del Sur, temblando de miedo por las historias de desparecidos y cementerios que nos contábamos.
Su cara delante de mí, la reconocí, me estremecí y erizó mis pelos; una sensación indescriptible casi igual al comienzo. Los recuerdos sepultados por el olvido no hicieron mella en los sentimientos atemporales que perduraron hasta hoy. Algún poeta inspirado ciertamente había dicho que “el amor es eterno y eterna la vida con él”. Había en mí todavía restos incipientes del amor de la adolescencia. Volví sobre mis pasos, la imagen de una puerta de hierro mohoso trabajada, y la llave en el mismo lugar donde la había dejado tiempo atrás, con agrio ruido, la abrí ingrese al interior y al cerrarse grave golpeó. Fue una de esas tardes del lento verano... Venias sola con pena, se te notaba en la cara, tus labios que ardían, decían la verdad, que yo no quería ver, ni escuchar.
- Adiós para siempre, esta es la despedida, terminemos en paz.
Nunca me olvidaré de sus palabras que penetraron en mi, sin permiso, recorriendo todos los confines de mi cuerpo. Y vi su monotonía, que era más amarga que la pena mía. Y ya no la volví a ver más.
Estoy sólo, en el patio silencioso, buscando una ilusión cándida y vieja o su silueta esbelta característica imposible de olvidar, sobre los muros coloridos o en el aire, algo donde aferrarme. En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia, y mi alma dice nunca... y mi corazón espera.
Repentinamente, rompe ese oscuro equilibro una voz que reconocí a lo lejos “ Hola papi, ya llegamos”.

Texto agregado el 11-05-2008, y leído por 74 visitantes. (0 votos)


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