Un día muy especial
Habíamos llegado a destino, hoy es 9 de noviembre de 1989, en Berlín Occidental. Es un día muy especial para toda la familia, son muchos los motivos personales, reencuentros, rememorar el pasado, pero no solamente por eso, sino también por el sueño del abuelo Christoff. Antes de morir hizo prometerle, que depositaría sus cenizas en su casa natal. Mi preocupación era encontrarlo, ya que los lugares no eran los mismos, todo había cambiado. En un lado lo moderno que contrastaba con edificaciones antiguas derruidas de color verdoso, que eludía todo efecto moderno. Mi primo Richard, nos vino a buscar al aeropuerto. Estaba organizada una pequeña ceremonia para cuando llegáramos. Desconocía los detalles, solo sabia que tenia que entregar en mano, la urna con las cenizas del abuelo a otros primos que vivían en Berlín del Este, del otro lado del Muro. Era una forma representativa de enlazar las distintas generaciones que se formaron en el nuevo continente tras la guerra y las que se habían quedado allí, separadas también por la inerte muralla . Arribamos al lugar y estaban todos los familiares. Abundaron las escenas llenas de emoción: saludos abrazos, besos y mucha alegría. Era una pequeña plazoleta, en la que habían montado un escenario cubierto con flores y banderas.
Ese mismo día se había anunciado oficialmente, que a partir de la medianoche, se podía cruzar por cualquiera de las fronteras de Alemania Democrática, incluido el Muro, sin necesidad de contar con permisos especiales. Entonces entendí todo. Del otro lado del muro se encontraba la casa natal de Christoff. La plazoleta el lugar de reunión y la apertura del Muro la posibilidad encontrarnos todos.
Recorrimos el lugar y veíamos el elevado y sólido muro de ladrillos y cemento con hierros oxidados envueltos en alambres de púas y trozos de vestimentas, como quien cuelga en el horizonte los trofeos de la guerra mostrándolo a su enemigo. Seguramente de muchos que habían querido escapar de la opresión del régimen Stalinista.
El orador de la ceremonia, ansioso, tenía las manos detrás de la espalda y las movía repetidamente mientras procedía con su alocución; pronunciaba ciertas palabras en alemán que no entendía. Para ese entonces el lugar se había comenzado a poblar, y costaba hallar rincones tranquilos.
Finalizado el discurso comenzamos a pasar por el puesto de control y el encuentro tan esperado, abrazos de familiares y amigos que habían estado separados por mucho tiempo, crisis de llanto, rostros que reflejaban incredulidad, brindis con Champagne, regalos de bienvenida a los familiares. En ese momento pude cumplir con la promesa al abuelo Christoff, de llevarlo a donde él quería.
En un instante, todo se mezcló, flores en los rifles de los soldados que custodiaban los puestos de vigilancia. Muchos escalaron el muro y armados de cuerdas, picos y cinceles, comenzaron a hacer realidad su sueño de muchos años, el derrumbamiento del muro de Berlín.
La alegría y felicidad parecía fundirse con la luz de la esperanza de recomenzar un |