Crónica de un asalto
En el habitáculo del auto, espero que llegue las 14:30 horas. Por mi mente aparecen sucesiones de imágenes y recuerdos muy vivos. El río, el puente con sus dos arcos, mi niñez con mis amigos, y la cruel realidad en mi familia, el alcoholismo, la violencia y grandes necesidades de afecto y amor de mis padres, ausentes en todo momento, tal vez la justificación de lo que soy actualmente. Me parecía que no era mi vida la que estaba recordando, había pasado tanto tiempo de aquello. Cerré los ojos y aspire profundo el humo del cigarrillo que acababa de terminar. Mire a mis compañeros, sonreí y no dije nada.
Descendí del vehículo, observé a mí alrededor, la quietud y el silencio me tranquilizaron. Ese olor de las ramas de Eucalipto y de los rosales que enseñan sus rosas blancas. Una leve brisa que arrastra por el asfalto de la avenida, las hojas amarillas otoñales de los Plátanos, me empuja y conduce hacia la incertidumbre, lo inesperado. Antes de entrar, veo a través de los húmedos cristales empañados de las ventanillas del auto, las imagen de los rostros iluminados por el sol de la tarde, de mis compañeros, alentándome con su mirada. Pero las siento frías y me da la impresión que revelan sus almas casi ausentes.
Presiento que hoy no es el día, intento escabullirme de esos pensamientos. Ingreso al Banco, avanzo con un andar resuelto; trato de no llamar la atención y me dirijo a un mostrador, me detengo,
-¿A cuál de todos los cajeros me dirijo?
Al final, pegado a una columna, un escritorio pequeño lleno de papeles, y un jovencito de ojos claros y flequillo. Me dirijo a él y pido un formulario para depósitos en Cuenta Corriente y gentilmente me lo proporciona. Me retiré hacia un mostrador en el centro del hall central a simular la confección de dicho papel, junto a otros clientes. Desde allí observé la ubicación de los empleados del Banco y de los pocos clientes que todavía quedaban, algunos haciendo cola en los mostradores para pago de impuesto y otros en depósitos.
La oficina del gerente esta enfrente de mí, y detrás de él la inmensa caja fuerte; es antigua pero de las buenas, una “Rémington”, sin la combinación no la podremos abrir – pensé -, Busqué alguna salida de escape alternativa, por si las cosas se descontrolaran, solo por las dudas. En el fondo del pasillo largo divisé varias puertas, pero no sé dónde van.
¿Quizás alguna de ellas sea?
No, no debo ser pesimista, hasta aquí todo está dentro de lo planeado.
Por fin... allí viene Paco, casi lo dejan afuera, se ubicó cerca de mí, en una cola. Mire mi reloj y lo coteje con él que estaba cerca de la entrada, había cuatro minutos de diferencia.
Tiene dos personas adelante para que luego lo atiendan, y ese momento será el comienzo de todo, la hora de la verdad. Repasé mentalmente los pasos a seguir, lo veo un poco nervioso y sudoroso, cuando Paco se toca mucho el pelo, es porque no se aguanta a sí mismo, espero que sepa hacer lo correcto. Ahora le toca a él, sé da vuelta y me mira, con un gesto indolente le doy la señal para que todo comience. Sacamos las armas y no falto aclarar que era un asalto, por un instante la monotonía y tranquilidad se perdió. Siguió un poco de desorden, sobre todo en las mujeres que soltaron un par de gritos. Me dirigí a reunir a todos en el hall para luego conducirlos a una habitación y encerrarlos allí. Paco como loco, subido entre los escritorios y a los gritos; Escuchaba que le decía a todos, que se callaran y no se movieran, haciendo gestos amenazantes con la escopeta. Era su técnica y le daba resultado.
Una vez controlada la situación, procedimos a terminar el trabajo, mientras Paco trataba de convencer al gerente que habrá la caja fuerte, yo estaba encargado de vigilar todos los movimientos. En un mostrador retirado, encendí un cigarrillo, y eché una mirada alrededor, la tensión acumulada a lo previo, había cedido. Me sentí relajado y satisfecho, aspiré el humo del cigarrillo tratando de disfrutar. Me llamó la atención la austeridad, los mármoles, la madera oscura y tuve la placentera sensación de haber llegado al centro de algo y que ese lugar me pertenecía, aunque sea breve; Fumar, darme un poco de tiempo, pasear bajo la bóveda de ese templo, dueño de la situación, develar la vulnerabilidad de esos muros y lo que representaba minutos atrás, la presencia de una sensación a revancha, de hacer lo que sea en un sitio prohibido.
Pero sé que es efímero, fugaz como la vida y que solo es cuestión de tiempo, ya que ese incipiente equilibrio, puede cambiar abruptamente. Reflexioné, y la razón dominó a los deseos, a pesar mío. La triste realidad es que pertenecemos a una legión de renegados sociales, y repudiados por todos, a pesar de que para nosotros es tan sólo un oficio y todo forma parte del mundo de quienes roban y son robados.
Ya es la hora de irnos y con la cabeza le di la señal a Paco, lo entendió y juntó los bolsos con el dinero y nos fuimos rápidamente.
Afuera, - otra historia – veo a Manuel que dentro del auto, nos hacia seña que entremos nuevamente, ¡nos habían descubierto! Demasiados interrogantes y poco tiempo para responder. Paco se puso muy nervioso y descontrolado, nunca lo había visto así, me alarme, intente tranquilizarlo pero no pude, hacia nosotros un policía caminando, amaga a desenfundar la pistola, pero Paco fuera de sí, le apunto con la escopeta y le tiro... cae herido en medio de la calle. Todo es confusión, no entendíamos porque estaba pasando esto.
Nos zambullimos en el vehículo y salimos rápidamente, en dirección al Norte y comienzan los tiros, llueven las balas.
Lamento mi juventud perdida, la blanca juventud nunca vivida, envuelta solo en saciar las necesidades de otros. Siempre busque mi camino, pero hoy ha concluido, todo fue estéril, como el mármol frío de mí lapida, sin flores, con pocas palabras que apenas distingo, mi nombre, el de un hombre que fue. Ahora transito por tierras amargas, llenas de oscuridad y dolor. Desde aquí los veo y atesoro aunque mal me pese, un mundo sin mañanas donde soy dueño de mi infortunio, solo pero dueño, dueño... de la nada
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