¿Me quieres Amor?
Su trabajo era surtir de cambio a las cajeras y llevar recados por las secciones en el Súper y lo hacía patinando con gracia por el pasillo encerado. Celos, envidia y otras vanidades despertaban entre la clientela femenina y para mí, eran los minutos más preciosos del día.
A la salida de su trabajo la esperaba con Ulises, ella sabía que no era casualidad, pero igualmente se acercaba hacía mí para hacerle caricias al perro. En ocasiones se vestía como una monja y pensaba que diferentes son con su hermana que andaba con todos mis amigos. Me deprimía, observarme en el espejo del ascensor, viendo el retrato de un tipo con su interior repleto de demonios, sin futuro, sin trabajo, sin coche, tirado en el sofá tragando toda la basura de la tele y buscando monedas por los cajones para la droga. ¿Que futuro tendré así al lado de ella? Era el momento de tomar la decisión.
No soportaba más la indiferencia de Lola, y fui hablar con Sixto, ¿tal vez con dinero sea diferente?, Pensé. Estaba todo preparado, seguro que después de mañana reparará en mí.
Sixto esperaba en el estacionamiento, teníamos que arreglar los últimos detalles. Estaba con un amigo y le decía que le dolía desde la mañana la cabeza, y pensé, seguro que le entró champú en los ojos, lo veía muy nervioso y le aclaré algunas cosas, diciéndole: “Tiene que ser todo tranquilo, muy limpio. Porque cuando uno está nervioso hace cosas raras”.
Mencione hacerlo a cara descubierta y automáticamente trasfiguró su rostro, pero luego lo comprendió.
Revisando los clasificados, el auto para Lola, estaba ahí, en un aviso del diario. Todo iba a ser muy sencillo. Lo tenía muy ensayado; Ingresamos al banco y todo siguió tal cual lo planeado. Luego de unos minutos, salimos como si nada. Hicimos unos metros y escuchamos una voz diciendo:
“¡Alto o disparo!”
Quedamos inmóviles y Sixto se asustó, sin pensarlo arremetió como un jugador de rugby, entre la muchedumbre y se escabulló por ahí. Y yo en otra película; me vuelvo con tranquilidad y le dije
“¿Qué pasa? ¿Algún problema?”
“No te hagas el tonto y suelta ese dinero.”
Lo único que atine hacer fue tirar la bolsa por los aires, y la plata cayendo como en cámara lenta. Eché a correr, no escuche ni sentí nada, sólo una picadura de avispa en la espalda que me quemaba.
La sirena de la ambulancia con su sonido ensordecedor y el enfermero que me miraba perplejo porque sonreía.
Desde aquí puedo ver a través del cristal, mi nombre y el rótulo luminoso de Pompas fúnebres, con un cartel diciendo: “Se ruega hablen en tono moderado para beneficio de todos”.
Sixto, se asoma con lagrimas en los ojos diciéndome: “Lo siento, compañero la plata se la di a tu madre”, lo sabía... rompió la promesa que habíamos hecho antes del atraco, era para Lola.
Allí viene, hacia mí. Me abraza para darme el último adiós. Ahora podré descansar en Paz
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