El viejo poeta llego a la isla por dichosa suerte. Único sobreviviente de un huracán asesino que hizo pedazos el barco que tripulaba.
Miro a su alrededor y observo las cosas como que si era la primera vez en su vida que abría los ojos. Se sentó y pensaba en lo que seria de su vida, pero de nada le servía pensar en el futuro ante una situación tan drástica. Al recorrer la isla no encontró agua dulce, ni árboles frutales, ni verduras, ni nada que pudiera ayudarle a sobrevivir. Cansado de caminar, se tiro al suelo y decidió que si la muerte vendría, cosa que era muy segura, la esperaría sentado, sin caminar, sin correr, sin parpadear, no quería parecer un cobarde y deseaba verle a la cara.
-Bueno – se dijo -Ya que estoy solo y sin nada, pues haré lo único que me queda hacer, oleré las cosas, escuchare atentamente cualquier ruido y tocare las cosas con mas cuidado, mi paladar es el único desafortunado, y por ultimo recitare, con la mejor entonación posible.
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Termino cansado de oler las cosas, de tocar cosas viejas, de escuchar la voz del viento y de mirar al sol. Después de no comer ni beber nada en cuatro días, tan solo le quedaba hacer lo que podía. Recitar. Comenzó a palabrear y se miraba absurdo, ridículo, loco, completamente loco, aunque no había perdido la cordura. Nunca estuvo mejor que en ese momento. Y con su gran imaginación de poeta, idealizo un gran publico y dijo en voz alta –Estos poemas son para ustedes mas que para mi, ustedes mis únicos herederos-
Y comenzó por Petrarca, luego Dante, Lope, Quevedo, cetina. Y así iba como caminando por el tiempo. Que Werther, que Byron, Espronceda, Verlaine, Baudelaire, Nerval. Y las horas clavaban sus segundos en cada parte viva de aquel viejo, para matarlo poco a poco. Después de largas horas de poesía, no se escuchaban aplausos, ni comentarios, ni siquiera reproches, y esto le pareció extremadamente aburrido y deseaba fervientemente que por lo menos estuvieran reunidos sus críticos más ponzoñosos.
Luego de unas horas estaba tan enfermo y loco que al levantar la vista dijo:
-Puta… recite tanto que los aburrí, con razón ya no hay nadie, si por lo menos hubiera hablado dos cosas que ellos querían escuchar no me hubieran dejado solo, ¡Soy un pendejo! ¡Soy un pendejo!...-
Y así iba de reproche en reproche. No me terminaron de contar su historia, pero me entristeció mucho que hasta el final de su vida pudiera saber quien había sido.
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