ABOLENGO (TRAS VARIOS SIGLOS)
Tras varios siglos, me encuentro aquí de nuevo. Cuatro paredes encierran esta vieja sala en donde tantas veces creí soñar con un destino. Las imágenes que me rodean delatan el paso de tres generaciones; tres mujeres que han dibujado con trazos disparejos el doloroso recorrido de sus vidas. Mis ojos descomponen un universo de tonos y matices que van desde el rojo profundo de las paredes hasta el amarillo brillante de los muebles. Un arco, de dimensiones casi monumentales, devela la entrada a otra instancia; y es, para mí, una salida de emergencia hacia una realidad que en este momento poco me importa. Las paredes están cubiertas con una tenue capa de pintura que parece haberse deteriorado a lo largo de los años. Algunos hongos han dejado su marca entre los trozos de estuco que han ido desapareciendo. El cielo raso diagrama una cuadrícula blanca, con algunas manchas de tierra y algunas quemaduras causadas por la luz de una lámpara. Oh, sí... Una resplandeciente reliquia que cuelga del centro de aquel plano horizontal, como un péndulo que ha sido embarcado por el olvido. Dos sofás descansan contra las paredes, al igual que un pequeño estante que guarda una serie de objetos que evocan otras épocas. Un contraste de elementos antiguos, entrecruzados con otros más contemporáneos (como algunos juguetes de plástico producidos en serie bajo el marco de la postmodernidad). El suelo está cubierto por una alfombra color habano, muy deteriorada. Allí se pueden ver varias pisadas, la mayoría, hechas por hombres que soñaron con poder amar a estas tres musas. Ahí me encuentro yo... bajo ese mismo pretexto. Hay delgadas láminas verdes esparcidas a lo largo de la alfombra. Son pequeñas. Parecen ser el recuerdo de una Navidad pasada pues en realidad asemejan hojas muertas de un pino artificial.
Sólo hay una ventana. Nada puedo ver hacia fuera, pues una luz blanca, muy brillante esconde el paisaje. Sin embargo, puedo escuchar el sonido de camiones que rugen a lo largo de una avenida. Hay pájaros, hay perros; hay ladridos. Quizás haya una multitud, pues una masa estereofónica que entrecruza el sentido equívoco de miles de palabras se arrastra hasta mis oídos. Suena música dentro de la sala, es la señal distorsionada de una emisora de música electrónica que parece desentonar con toda la afinidad de mis sentidos. También hay voces... quienes las emiten están ausentes, son dulces, definitivamente femeninas. Exclaman a lo lejos, se quejan, ríen.
Huele a café. Un café que tal vez no se produzca en ningún lugar del mundo, sólo en esa sala. Hay un paraíso de fragancias que enriquecen la percepción del espacio. Es lógico pensar que cada cosa tiene su aroma, mas no en este lugar. El olor del café es sólo una idea para canalizar algo que no es identificable. Allí recorren los amargos perfumes de años pasados como fantasmas. Frutas, flores, comidas, humedad... rumores que se desvanecen en un todo.
Este espacio es, definitivamente, un banquete para la imaginación. Hoy me encuentro aquí. Tal vez no exista para mí un lugar más propicio para trazar las líneas del destino. He estado una infinidad de veces en este lugar, pero nunca lo he extrañado tanto como hoy, que en realidad no estoy...
©2005 David Escandón V. |