Hoy, la grulla ha podido salir a cantar. El sol ha pegado fuerte, tan fuerte, que la grulla, con el solazo en la cabeza, se ha rallado y se ha vuelto al nido. Con el sol que hacía, no ha tardado en arder el nido y con éste, la cantora grulla.
También le ha dado por cantar al sapo bermejo, que de gordo y viejo, puede presumir y presume de una cavernosa voz que, aun no siendo valorada entre los humanos, a las sapas las pone cachondísimas. Todo muy bien, muy bonito, hasta que el calorazo le reseca las cuerdas vocales al sapo en cuestión y “clic” ¡Se jodió la cuerda! El viril sapo se amaricona y las sapas vuelven a su frigidez habitual.
Un charco en medio del refrescante lodo es la morada de un renacuajillo que se descojona de los sudores que causa el calorazo en el exterior. Dos horas, sólo dos horas ha tardado el charco en secarse. El renacuajo ya no se descojona tanto. Dos horas, solo dos horas ha tardado el renacuajo en quedarse mas seco y tieso que un regaliz de palo.
Toda esta tragedia no es en vano, un grajo y su pico se aprovechar de la coyuntura y el tieso renacuajo se convierte ahora en un suculento bocado para la negra bola de plumas. El grajo, contento con su captura, se dirige al nido donde le espera su polluelo, que por tuerto y sordo, no es menos feliz. Entonces, Mama grajo, empieza a regurgitar al semideglutido renacuajo con el fin de alimentar a su polluelillo. Cuando parece que por fin algo bueno pasa en la historia es cuando mama grajo, en medio del vomito, se ahoga y entrega la cuchara bajo la bajo la atónita mirada del único ojo de su cachorro. De lo “malo-malo” como es sordo, no oye los estertores del ahogo. Lo que parecía un bonito día de febrero se ha convertido en una macabra broma estival. Paradojas de la vida.
Los animalillos se han reunido y han declarado el día de mañana día de luto en los parajes colindantes.
¡No te jode! Día de luto y nieva a machete. El polluelo sordo-tuerto con un frío de cortar y más hambre que el pelo de un ciego, decide no perder ni un segundo más en el nido, salta, revolotea y …………… parece que vuela……….. si, si…………. esta volando. El polluelo, eufórico, comienza a olvidar la tragedia del día previo y feliz revolotea en busca de algo que llevarse a la boca. Con un ojo no es que vea demasiado, pero se las apaña hasta que un inoportuno copo de nieve se le mete en su único ojo disponible y le ralla, tanto le ralla, que desconcentrado, pierde el control y se precipita en picado hasta que se estrella y se mata.
Una rana, casualmente la madre del renacuajo tieso, se acerca al desértico charco ahora cubierto de nieve y se huele descontenta lo acontecido. Sabe afrontarlo, ya le había pasado antes. Es consciente de que la única solución es poner más huevos y buscar un congénere dispuesto a fecundarlos. Se da la vuelta y salta, salta, salta en busca de dicho compañero. No tarda en dar con un robusto rano que, aunque retrasado mental y algo bizco es perfectamente válido para el apaño. El desdichado rano avisa a la rana de su precocidad y le dice que en dos segundos habrá terminado la tarea. La rana, poco contenta con su nuevo amante y consciente de que el tiempo apremia, le pone el culo y se disponen a empezar. Cuando llevan un segundo de polvete la rana oye un brusco ruido a sus espaldas, acompañado de una extraña sacudida, la insatisfecha batracia no se preocupa, sabe que ya falta poco y espera ese segundo, y otro segundo, y otro… La rana, extrañada, se vuelve para ver que pasa con su estrábico amigo, y cual es su sorpresa cuando se encuentra a un polluelo tuerto, clavado por el pico en la cabeza de su ya fiambre compañero.
El disgusto de la rana no fue pequeño, que no quiero decir con esto que insuperable, pronto comenzó a sentir que la menopausia se le venía encima y fue entonces cuando comenzó a llorar por la muerte del que había sido su último hijo.
Tiene mala leche él asunto, menos mal que mama rana no lo sabe, porque su hijo, culpable de la muerte de la mama grajo es responsable indirecto de que el polluelo saltase del nido para precipitarse después sobre el rano que iba a fecundar sus últimos huevos.
Moraleja: somos un títere de la naturaleza.
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