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(ultra reposición... pero nunca está de más re leer lo que ninca más querés volver a escribir...)


“Puños de ira descargué contra el viento,
para herir al destino y tenerte de vuelta.

Encendí la casa, rito de despedida
y saber, en los ojos, que era el último beso.”

Pequeña Orquesta Reincidente - Bonito




Estuve ebrio, creo que por eso no puedo reconocer la simplicidad de las cosas pasando a mi lado, como una nube perdida que llena de vida un campo donde los pasos no tienen retorno. Y me pregunto a cada rato, en la noche, si estos temblores que llegan por la mañana a mis manos, que resecan mi piel, desaparecerán algún día. O se convertirán en algo más de lo cotidianamente sombrío.

De tanto ser el que desaparece en la nada, de tanto disecar alas de mariposas en mis paredes y discutir con las sombras, no quise ver que podría haber significado algo diferente a letras amargas.

Y ahora que los ecos se enhebran en mis ojos, como clavos de un ataúd de pino macizo, macilento y frío, entiendo que mi historia la vengo construyendo con “nunca”, sabiendo que los “siempre” son fundamento de futuros recuerdos que suelen no ocurrir.

Tal vez las copas que he bebido de más en estos años no fueron tan brillantes como esas luces de neón. Luces que estallaron en la madrugada, llenando de oscuridad la calle. Y quise que cada una de esas piedras que cortaron el aire negro para vengarte de mí, pudieran hacer algún ruido que te sacara esa mirada triste, dolida.

Y mis lágrimas, que embriagaron tantas sábanas, no encontraron lugar para esconderse de la vergüenza que produce una voz reseca y angustiada, en el medio de las vías, cantando quién sabe qué estribillo con aires de Mantra... Mantra... veo el vaso medio lleno, porque verlo medio vacío me pone aun más triste...

Y luego despertar con un tren que te pasa a un metro, o colgando bufandas de un puente, o en un banco de plaza, es como no despertar: es seguir discutiendo con voces internas que la pena y la tristeza empujan a vengarse de uno mismo. Y que tus lágrimas calladas se acercaron a olvidar las frases que improvisé en un escenario, en busca de resarcir tantos errores.

Gestos de borracho, otro idiota que dice “Lo siento, lo siento tanto, lo siento mucho”, y el eco de esas palabras da vergüenza, porque se ahoga en el primer vaso que nunca será el último. Y cómo dejar de pedir perdón, si la noche es la que me tiene tomado, la que me asfixia en bares que nunca cierran.

Los poemas de amor se perdieron en cuadernos que no puedo abrir, porque me crujen en el alma. ¿Por qué no pude amar cuando fui amado?

Nutrí un hermoso jardín de aves de cristal, ¿sabés? Donde vos fuiste mi estatua más delicada. Y una por una, una a una, las fui destrozando, o empeñando, cuando no había un trago que me hiciera olvidar los ojos claros de un bebé que ya no respiraría. O el llanto de una mujer que decía ser mi madre, mientras me levantaban del suelo envuelto en sangre.

Entre ruinas significa nada si desde las cenizas no puedo encontrar las formas de un cuerpo que todavía, por algún extraño motivo, puede apaciguarme y dejarme dormir.

Texto agregado el 10-05-2008, y leído por 157 visitantes. (7 votos)


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