...Cortó una lámina de fuego. Lo dejó sobre la mesa.
Palpitaba como una rana de música de sangre hueca.
Cuando se enfrió un poco, se sirvió un vaso de música, y empezó a comer.
Yo lo miraba. Me ofreció. Sentí miedo. (Se abren y cierran puertas como desenredando espejos más allá de una mirada inconsciente.)
Accedí. Me extendió un trozo del trapo de fuego casi frío. Seguía latiendo como un caracol.
(Cuántas consignas no se comprenden. Cuántos lenguajes nos pasan por la presencia intestimonial.)
Sentí que podían haber pasado siglos. Mis símbolos numerales no tenían ritmo fuera del tiempo.
En la nada, no se lleva la cuenta, como en un desierto vacío sin costados.
Me llevé un pedazo (con miedo) a la boca. Me sorprendió no quemarme. El fuego es un animal, me dijo.
Pensé que había sido un necio en llevarme el trozo a la boca, si luego me causó sorpresa el no haberme quemado.
La razón, dijo, es un cuadrado. Dibujó con los dedos un cuadrado.
"Tiene puntas, y eso es un sitio determinado, y se puede saber dónde se está y medir.
"Pero con el mismo trazo, con la misma longitud, un círculo me da la libertad de no tener principio ni fin ni sitio ni cuenta."
Dibujó con los dedos una circunferencia.
"Esto, yo no lo entiendo, no lo pienso, no lo soy."
Después de un rato de silencio (él no sentía silencios), pensé que había imaginado o asimilado su esencia irracional.
Entonces pensé que lo que él hacía con el fuego no era comer, y que nunca (él no tiene cuandos) me había dicho el fuego es un animal.
Entonces creí hallar algo, anoté una palabra (".............."), vacío, una que fuera todas las de todos los lenguajes y todos los silencios.
Seguí caminando.
JORGE LEMOINE Y BOSSHARDT
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