Apareció sin alardeos ni sombras grotescas. Golpeó la ventana con su puño raquítico y se zambulló sigilosamente a la alfombra del living. Pedro dormía con un ronquido agudo y daba vueltas en la cama como si intentara desatarse de una cuerda.
La figura permaneció inmóvil en el living por algunos segundos; sacó un papel del bolsillo del traje oscuro, miró el reloj y luego caminó en puntas de pie hasta la puerta de la habitación. La noche estaba quieta como una laguna, el viento zumbaba despacio y apenas movía las hojas de los árboles de la calle. Sólo algunos autos pasaban por aquél barrio periférico y un perro le aullaba a la luna llena aportándole el único signo de vida a la ciudad.
Pedro transpiraba gotas gruesas e hirvientes. Su mente proyectaba imágenes distorsionadas, donde aparecía su padre increpándolo con una voz imperativa y militar. Lo puteaba con desdén, lo condenaba a la muerte por tantos años de disgusto con una baba rabiosa en la comisura de los labios. Y él lo miraba acurrucado como un perro asustado por las pirotecnias festivas, mientras hacía un gesto de misericordia con las manos en forma de pirámide. No hablaba, sólo balbuceaba algunas sílabas que no lograban convertirse en una oración coherente. Un gangoso fraseo de disculpas, un trabalenguas con súplica y suspiros de llanto.
Con pasos de jirafa llegó al borde de la cama y se sentó a centímetros de la espalda sudorosa de Pedro. Lo miró con ternura algunos segundos, pero luego se decidió a actuar con ligereza. Su trabajo consistía en eso, no debía desanimarse por una simple cifra más de una cuenta gigantesca. Con su dedo índice que parecía un puntero de hielo, le recorrió los omóplatos de esquina a esquina.
Pedro continuaba en su afán de borrar la secuencia tétrica de imágenes donde aparecía su padre ofuscado, deseándole un sufrimiento perpetuo. Él volvió a refregarle el hueso helado de su mano por la espalda hasta que logró despabilarlo frenéticamente. Pedro tuvo un sacudon eléctrico cuando lo vio extendido en la punta de su cama, sintió ríos de sangre recorriéndole el cuerpo en milésimas, luego un mareo repentino con náuseas. Luego un gusto podrido en la boca que lo obligó a vomitar en los pies de su cama.
- Ya está Pedro, relájate que todo terminara como corresponde.- La figura sombría habló con pausas precisas y un tono contenedor de enfermera. Pedro giró el cuerpo, levantó el torso y quedó impávido mirándolo desde el centro de la cama aferrado a la almohada como si ésta fuera un oso de peluche. Frente a él había un sujeto oscuro, de cara huesuda y fulgurante, inmóvil en el borde de la cama.
- ¿Quién sos?... ¿decime que querés?- dijo Pedro con la voz carcomida por los nervios.
- Nada. Simplemente se te acabó el tiempo- La figura hablaba desde las penumbras, y Pedro paralizado con su almohada en el pecho, pestañeaba permanentemente- los trajines de tu vida Pedro, vos fuiste el idiota en no hacerte tratar.
- Pero, ¿vos me querés decir que… ya está?
- Sí, Pedro. Lamentablemente sí. Yo vengo a buscarte porque tu amado Rubén te cagó la vida…el hombre que durmió anteayer con vos en esta misma cama. El hombre que te hizo el amor cerca de cien veces jamás te contó su problema- tomó una bocanada de aire y bajó el volumen de la voz- te mató. Te mató antes que él se muera.
Intentó hablar, quiso pedirle más tiempo, y también quiso pedirle señales reales, pruebas empíricas para demostrar las certezas de ese discurso nupcial. Sin embargo cuando volvió a mirar el rincón de su cama ya la sombría figura no estaba. Prendió la lámpara amarilla que estaba encima de la mesa de luz y miró el cuarto con detenimiento. Todo estaba en la normalidad habitual, pero no se tranquilizaba, el corazón bombeaba vertiginosamente y sus pulmones atrofiados no lograban expulsar demasiado aire.
De repente sacó un anotador y escribió con una letra torcida pero legible: “Rubén, quizá esto no sea real, pero si lo es…nos vemos en el infierno hijo de puta” y firmó Pedro con letra mayúscula imprenta. Se estiró y lo dejó en la mesa de luz del otro rincón de la cama. Y ya tembloroso, con la mirada nublada, se dejó caer en el colchón como una bolsa de arena. La noche continuaba quieta como una laguna, y un perro callejero seguía aullándole a la luna como un lobo solitario.
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