Es cierto que me han instado, mediante votación, al suicidio. Reconozco que ahora debería estar muerto, con un epitafio que diga “nos visitó por última vez el: 28.04.2008.” Hubiese estado bien cumplir con mi palabra e irme a saltar desde un puente, o comprarme un arma y volarme la tapa de los sesos. Me gusta la idea de la muerte digna y elegante. Como en aquella película donde un hombre se mete el cañón de su pistola directo a la campanilla y dispara sin titubear un segundo.
Pero a mí quién me va a grabar. Lo único que se encontrarán allí será un viejo arrugado con los sesos repartidos como los años perdidos.
Ir al puente ya es más complicado, obviamente no puedo ir a pie. Ya no me permiten conducir y subir al autobús es una odisea. Tardó cuatro minutos con ochenta segundos en subir, pagar e irme a buscar un asiento libre. Y otros sesenta segundos en arrojarme en el mismo, es cierto, lo han cronometrado los afectados y gracias a ello han adelantado la hora del transporte en mi barrio. Así a todos nos da tiempo.
Mi tiempo ha sido relativamente largo, lo reconozco, aunque el espejo ya no lo haga. Ése viejo que veo todos los días en el reflejo del baño es lo poco que va quedando de mí. Iba a suicidarme a lo Tom Cruise en sus principios, con un Cóctel de Alprazolan, ibuprofeno de seiscientos, Atarax y Cardil, todo ello diluido en mi jarabe para la tos y una copa fría de vino blanco. Y lo hice. Me lo tomé todo vestido con el traje con el que suelo ir a los funerales, y tuve cuidado, incluso, de taparme la pechera con una servilleta, por si uno de los efectos era vomitar. No os vayáis a creer que no me gusta Jimi Hendrix pero también puse ojo en no estar boca arriba, después de todo yo no soy una estrella del rock.
El caso es que cuando ya me lo había tomado sonó el teléfono. Contesté y era la secretaría de mi doctor, me dijo que él había muerto y que llamaba para saber si yo deseaba que mi historial médico fuese enviado a otro.
Respondí que no, que yo era fiel a mi servicio de atención sanitaria y que si él doctor Julián había muerto pues que yo podría seguir muy bien sin el. He estado más de treinta años tratándome con el mismo matasanos y ya me sé todas las respuestas a mis dolencias. La invité a tomar un café ya que ahora tenía tiempo libre y ella se rió y colgó el aparato.
Me quedé esperando la muerte quince minutos más frente a la ventana hasta que me aburrí y sintonicé una emisora.
Una hora después seguía bien, y pensé:
“Mi médico se ha muerto, mi historia clínica está en espera de cajón y yo, claro está, no puedo morir sin que mi médico de cabecera firme la defunción”
Por ello he regresado, he sepultado a mi doctor, y ya no tengo que hacer caso a nadie.
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