EL TIEMPO DE PEDIR PERDON
Que difícil es pedir perdón… y que fácil es ofender.
Esta es una de las muchas creencias que desde pequeños nos han inculcado. Creencias que nos acompañarán toda nuestra vida si no somos capaces de enfrentarnos a ellas.
¿Quién ofende?
No ofende quién puede sino quien no tiene alma, quien no tiene sentido del perdón y quien se cree estar en posesión de no sé qué cosa superior.
Aquél que no se mira en el espejo, nunca podrá perdonar. Aquél que no se ve reflejado en los demás, ofenderá siempre. Aquél… nunca pedirá perdón.
Y ahora la pregunta sobre el ofendido y el ofensor. Tarea espinosa, ¿no?.
Siempre he pensado que si alguien se siente incómodo, molesto, enfadado… ofendido, es porque hay algo que molesta, incomoda, enfada u ofende. Y será así. También he pensado, siempre, que si alguien se siente mal y no lo manifiesta, jamás se llegará a conocer el origen de su incomodidad. Y así , los implicados, divagarán por el pensamiento suyo y por el de los demás y puede, sólo puede, que al final el ofendido se convierta en ofensor. Y así será. Y no pedirá perdón.
Solución, la de siempre, es sencilla: hablar, conversar, manifestar nuestra inquietud, abrirse a los demás. Cierto es que en los tiempos que corren no es tarea ni fácil ni agradable, incluso peligrosa. Pero… al “hablar” las incomodidades serán eclipsadas por la verdadera amistad. Y si se es capaz de pedir perdón, pienso, que ya se borró el ofensor...
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