La gente huyó cuando aquel ogro gigantesco se alzó en los cielos como una deidad espuria, que sin darse el tiempo para desperezarse, arrojaba bocanadas estruendosas. La bestia, que había despertado después de un sueño de milenios, amenazaba con devastar toda la región. Abuelitos legendarios fueron sacados en andas, una moderna arca de Noe recibió en su vientre cóncavo a hombres y bestias y huyó por las aguas temblorosas para proteger la estirpe.
Una pequeñita, oteaba todo desde la lejanía y pedía a Dios para que la bestia aquella no se desbocase y arruinara todos sus castillitos de naipe, ya que en ellos reposaban sus fantasías, sus muñecas y su inocencia. Aún así, el cielo era un enorme diapasón en el cual retumbaban los sones salvajes de ese gigante dormido que había despertado para hacer de aquellas tierras su dominio imperecedero.
La nube de cenizas se esparció por todos los rincones y cubrió casas, árboles y ríos, los que se transformaron en cursos de agua grisácea que confluían hacia un mar de perdición.
Vastas regiones desoladas fueron la patria de la incertidumbre, sólo crecieron hatijos de frustración y lagartijas ciegas que se deslizaban enloquecidas por ese terreno infértil. La niña de los ojos azules, derramaba lágrimas, no por lo que se había perdido, sino por la presencia omnipotente de ese monarca destructor que había cambiado el curso de miles de existencias.
Hasta que la naturaleza tuvo clemencia de los hombres y tras incruenta batalla con aquel tirano de humo y fuego, acalló sus sones de muerte y los reemplazó por trinos. Las aves tuvieron que re aprender a cantar, las lagartijas recuperaron su vista, y de nuevo se alzaron la espiga y los tréboles de cuatro hojas.
Cuando todo hubo cesado, la anciana de ojos azules aún añoraba esos cielos tan claros y tan azules como sus propios ojos. Y cuando escuchó un trino, pensó que la engañaba su mente y se sumió una vez más en la nostalgia...
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