La estatua de cristal
Capitulo II
Hoy me desperté y armoniosamente salté al otro lado de la cama. La noche anterior la batalla consistió en resumir en breves dosis de armonía mis pensamientos más profundos oscureciendo en espirales de signos garabateados en el aire. El pensamiento es como un entretejido, que lo podemos estirar, y nunca se romperá. Lo podemos lavar y seguirá siendo el mismo siempre y cuando, un nuevo pensamiento no renueve y complemente el anterior. Cuando esto ocurre lo tiramos como un pullover viejo y nos vestimos con él nuevo pensamiento viejo y cansado que seguirá siendo en cierta forma el mismo pensamiento revestido de nuevo. Es muy difícil romper la paradoja, y el secreto está en vestirse con el pullover hasta que sea viejo, incluso usarlo cuando ya sea viejo, aún teniendo otro pullover, ya que un pullover es como la vida misma. Cuando se me cayó el lápiz se partió en dos. Se lo expliqué a mi tía y no me entendió. Aún disponía de diez minutos para terminar mi tesis sobre la aparición en Niza de extraños círculos concéntricos sobre el pasto, realizado por unos bromistas, mientras nadaba en pensamientos diversos. El descubrimiento de la extraña colosal ocurrió después. Yo miraba el paisaje, como suelo hacerlo cuando visito por primera vez algún lugar. La colosal ubicada precisamente en el centro y sobre césped deteriorado, rodeada de viviendas de techo bajo y de piedra en su mayoría. Me dirigí a la casa más próxima y toqué a la puerta con repetidos golpes de puño. Me recibió cordialmente un señor todo vestido de negro, bigote, y pelo negro, lo que combinaba perfectamente con el color de las paredes. El ambiente de estilo dark, me resultó harto reconfortante. Enseguida, le pregunté si me permitía usar su teléfono con la condición de irme pronto y no molestarlo demasiado. Se parecía a un hombre de esos que viven para su trabajo, ensimismado en su abstracción. Me lo brindó con toda buena voluntad y gestos amables, por alguna razón recordé el unipersonal de un actor de teatro que al representar el momento de morir levanta sus brazos, los baja y se lleva las manos al pecho en señal de luto. Su advertencia de que me apurara a usarlo antes que llegue el dueño de casa provocó mi velocidad. Así que telefoneé a la asociación de automovilismo del municipio para que envíen la grúa de remolque, y a la operadora para conseguir el número de un taller especializado en destruir autos. La primera llamada duró 3 minutos, en sus palabras apareció la vacilación entre que harían para resolver la situación y la espera en que llegaría la solución. La segunda llamada fue breve también y no obtuve la respuesta que esperaba. No había ningún sitio especializado en demoler autos cerca, ni nada que se le pareciera. Sin embargo, el problema se presentaba y desarrollaba para no encontrar una pronta solución. Mover la colosal demandaría tiempo, y la buena voluntad de los que se ofrecieran a tan ardua labor por algún dinero. El buen señor que escuchó las llamadas con sus perceptivas orejas, dijo que iba a presentarme a un amigo suyo de confianza que estaría dispuesto y a su vez el hombre tenía amigos que se encargarían personalmente de la difícil tarea. La tranquilidad hizo efecto en mí, me resultaría imposible mover la colosal con mis propias manos de un punto a otro en poco tiempo, y como la colosal no se hallaba sobre una pendiente a punto de caer desde lo alto, no me quedaba otra alternativa plausible que aceptar su propuesta. Además no quería que se rompa por una desgracia del destino. Acepté su ayuda, con la condición de que no me mencionase al hablar con su amigo, sino que ponga el acento en la vital importancia de la tarea a realizar; significaba no dejar pendiente lo que debía hacerse ahora mismo. Dichas palabras lo convencieron, de modo que se apresuró entusiasmado a hablar con su amigo. El buen señor no recibió ninguna indicación mía, simplemente los detalles que mencionaban que la exposición de la colosal en el centro no era lo más conveniente, y hasta peligroso para los que quisieran acercarse sin salir lastimados, porque todo no le conté, de enterarse correría el pánico de boca en boca, el bullicio y la alarma se convertirían en estado de alarma general en la aldea, y por mi parte no quería quebrar la tranquilidad y, las buenas costumbres de nadie con su sin pudor. Me quedé yo, esperándolo en su casa, así que me tomé el atrevimiento de beber un vaso de vino tinto y fumarme un cigarrillo, cosa a la que no estoy acostumbrado en tales circunstancias es a beber. Tenía un extraño presentimiento, ya habían pasado veinte minutos y no aparecía el buen señor cuando me desperté del trance por el sonido del teléfono. Lo saqué de mi bolsillo y dije Hola, ¿Quien habla? - Ten cuidado- dijo la extraña voz del otro lado, y se cortó la llamada. Comencé a ponerme nervioso cuando justo llegó el buen señor, con total parsimonia me dijo: -El asunto está arreglado, mi amigo y sus operarios arquitectos se vestirán de negro e irán a buscar la Colosal. Ellos se encargarán de quitarla de ahí y moverla a otra parte-. Le dije que podrían trasladarla hasta la pradera más cercana, o con un poco mas de esfuerzo hasta la montaña lindante aunque parecía lo más difícil de conseguir. Una piedra cae fácilmente por su movilidad, o en línea vertical, que la colosal suba hasta la cima de la montaña ya es otra cuestión. La hora estipulada para la acción: las 23 hs. El detalle de que nadie viera lo que hacían los hombres vestidos de negro se resolvió fácilmente, en otras palabras, ni siquiera hubo que resolverlo ya que a esa hora nadie había, ni en sus casas ni en las calles, la mayoría vacacionaban en un pueblo cercano, y así nadie se enteraba, total... ¿Quién extrañaría a la colosal? El buen señor me dijo que ningún museo sentía interés en comprarla o alojarla. Y los intentos de venderla en el pasado fueron inútiles, incluso se intentó vender a un escultor, pero el escultor se volvió insoportablemente idiota con su idea de convertirla en una estatua de Apolo y Minerva haciendo el amor con cinceladas surrealistas.
-Le contaré una historia, si tiene tiempo-. Dijo. - No mucho pero cuénteme- le dije.- ¿Conoce a Cecilia?- Me preguntó. –No-. Le respondí. -¿Y qué dice si lo invito a conocer la ciudad? Pero debo advertirle-. –cuénteme-. Dije.
-Todo allí era extraño. El circo ambulante y sus ferias. La vegetación, las personas. Un amigo me contó lo acontecido allí y, gracias a Dios, puedo contarle. Me dejó testimonio por escrito de lo que le contó su bisabuelo también por escrito. Estuvo en la gran guerra de 1914, de la que nunca volvió. El comandante escribió en el periódico local de su tiempo, en Transilvania, en su ciudad Cluj-Napoca, lo escribió en húngaro, veinte años después de combatir. Mi amigo, me lo contó cuando yo era más joven. El fue sobreviviente de ese temible lugar, quizás por huir a tiempo. Su primera impresión cuando llegó fue la normal de un turista, pensar que lindo lugar para pasar unas lindas vacaciones, buscar un hotel, y disfrutar su afición preferida que era la pesca con embarques a océano abierto. Se instaló rápido en el primer hotel vacío que encontró. El conserje del hotel le dio la llave de la habitación 15, y no dejaba de mirarlo. No intercambiaron muchas palabras: Quiero una habitación. Tengo disponible la 15. ¿Paga en efectivo? Si. Tome la llave, buena suerte. Si necesita algo puede telefonearme. La habitación 16 era ocupada por un rumano con el que mantuvo efusivas charlas. Ya en la habitación, cerró la persiana y se tiró a dormir sobre una catrera de piedra, después del largo viaje necesitaba reponer energías. Oscurecía y el frío se hacía insoportable.
Se despertó a las 7:00 am, era muy metódico en sus costumbres y cumplía los horarios al pie de la letra. Bajó por la escalera de caracol y no vio al conserje botones, se sintió alarmado y perturbado. Abrió la puerta y caminó por las calles extrañamente vacías. Es cierto que el terrible clima invitaba a no descuidarse. Llegó a un kiosco abierto y compró cigarrillos. ¿Es que no hay nadie en las calles un viernes por la noche? Se preguntó. Nadie señor, como verá. ¿Y eso por qué? Es que hoy llegó el circo a la ciudad, y además hoy es día de muertos. ¿No se celebra acaso el día de muertos? No señor, aquí no se celebra. Creemos que es una falta de respeto, o esas cosas raras de poner calabazas, acá ni siquiera las comemos. No tenemos las mismas costumbres que otros lugares. Hasta luego. En la esquina, se paró para disfrutar de unas suaves y profundas pitadas, y observó a ambos lados para cruzar la calle. Las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer. Hora de encontrar un sitio para refugiarse. Para su suerte de la mano de enfrente vio un cartel iluminado con letras rojo fluorescente. Se acercó y leyó: Bar Mundial, abierto las 24hs. El único bar en la zona. Entró y se sentó. Pidió un vodka doble en la barra. ¿Está usted de paseo? le preguntó un hombre vestido con una extraña túnica color salmón que llegaba hasta la hebilla de su cinturón, un pantalón azul marino y botas llamativas, lo que llamó poderosamente su atención, su rostro se dibujaba como un azulejo. -De vacaciones. -De vacaciones eh-. El barman sonrió.- Usted no sabe-. -¿Qué cosa no se? - El circo ha llegado a la ciudad-. -¿Un circo? -Estoy grande para circos. -Éste le gustará, Es el fenómeno atractivo del lugar me ofendería que no vaya por su edad, que raro que no lo hayan incluido en su paquete turístico. -La verdad es que he venido por mí cuenta. -Ha ya comprendo. ¿Y ya consiguió hospedaje? -Si, por supuesto. Y dígame: ¿Cómo puedo llegar hasta el circo? --Siga por la avenida principal y lo verá. -Muchas gracias. -Eso sí, le recomiendo que lleve dinero, no se arrepentirá, se lo aseguro. -Gracias. -Adiós.
Ya en la calle, las gotas de lluvia crearon un mar. A su lado pasaron corriendo unos chicos pateando una pelota, uno de ellos chocó contra él. Siguió caminando y la carpa se levantaba como un enorme bulto, las fauces de un león dándole la bienvenida. Hacían fila india para entrar. Un enrejado rodeaba el perímetro. La carpa medía seis metros de alto y ocupaba casi toda una manzana. Con que aquí están todos, pensó. ¿Dónde consigo la entrada? preguntó a alguien de la fila que a juzgar por sus labios morados, estuvo demasiado a la intemperie. Allá, le respondió señalando con su mano. Pero alguien que pasaba cerca lo llamó. Mire, quiere entrar ¿cierto? Me sobra una entrada, venga conmigo. Así que lo acompañó. Ingresaron rápido.
Continuará... |