Carlos despertó aquella madrugada del sábado sudoroso, sobresaltado, y la vio a su lado resplandeciendo su cabello rubio a la tenue luz de los primeros rayos del alba que se filtraban por la ventana del hotel, la palidez de sus mejillas la convertían casi en un hada maravillosa, una sirena voluptuosa envuelta en las sábanas de raso, su espalda desnuda aún mostraba las marcas de una noche de sexo extremo, unas finas medias de seda envolvían su cuello por un lado, el otro se encontraba atado a los barrotes de la cabecera de la cama, y en la mesita una botella de Macallan y los restos de dos o tres papelinas de coca evidenciaban la práctica del placer prohibido, de la nariz de la chica asomaba un pequeño hilo de sangre que desembocaba en una mancha en el edredón.
Se vistió atropelladamente mientras su vista no podía apartarse de ella, casi no podía sentir su respiración, el silencio era tan profundo que solo el leve susurro del aire acondicionado rompía la calma extrañamente plácida de la habitación, le dirigió una última mirada y salió corriendo preso del pánico por el pasillo, bajó en el ascensor hacía la planta tercera del parking y allí estaba su flamante BMW aparcado, subió, arranco el motor con una suave pulsación sobre la tecla electrónica y salió haciendo chirriar sus ruedas. Sentía que por momentos se ahogaba, sus ojos eran incapaces de fijar la vista en la carretera y a toda velocidad puso rumbo a su casa, era ya tarde, tan tarde...
El corto trayecto desde El Hotel Arts hasta su domicilio, una preciosa casa con jardín en una urbanización de lujo a las afueras de Alella se hizo eterno, el cuentakilómetros marcaba los 2o0 kmts/hora pero todas las imágenes transcurrían a cámara lenta, los árboles, los coches en sentido contrario parecían flotar en un mar de vacío. Carlos se dejaba llevar por los doscientos cincuenta caballos de su automóvil completamente desbocados, ni siquiera atendió la voz femenina de su navegador que le indicaba la presencia de un radar de control de velocidad en la autopista, no podía apartar de su mente la imagen de la chica desnuda y fría envuelta en una ligera sábana, ni de sus verdes ojos abiertos que miraban perdidos hacía la nada, ni del hilo de sangre que manchaba lévemente sus perfectos labios en forma de corazón.
Por fin ante su casa, pulsó el mando a distancia de la puerta y entró con el coche en el jardín, casi sin hacer ruido abrió la puerta para no despertar a Alicia ni a los niños, y temblando se acercó a la cocina, necesitaba un poco de agua, sus garganta estaba seca y su corazón parecía saltar sobre su pecho como saltaban sus hijos sobre la cama cada noche antes de acostarse. Fue en ese momento cuando vio la nota que Alicia le había dejado en la puerta del frigorífico, una lágrima empezó a deslizarse por su mejilla mientras caía de rodillas sollozando como un niño, y su recién adquirida locura golpeaba la cabeza una y otra vez contra el suelo.
“Carlos, he dejado a los niños en casa de mis padres, cuando llegues coge el coche y dirígete al Hotel Arts en Barcelona, he reservado una mesa para cenar y una habitación para los dos, una compañera del trabajo me ha proporcionado unas papelinas de aquellos polvos mágicos que tanto me gustan. Si, ya se que no lo apruebas, pero no es más que un pequeño vicio que una ejecutiva se puede permitir de vez en cuando ¿no? mañana es sábado y podremos descansar de la noche loca.
Por cierto, tu tendrás preparada una botella de Macallan en la mesita de noche (cada uno sus vicios) y me he permitido pasar por una tienda de lencería para comprarme un camisón de seda negro y unas medias con ligas para jugar…
Te voy a volver loco Carlos, hoy te volveré loco. Feliz cumpleaños
Alicia.” |