La estatua de cristal.
Escribo esta historia desde mi consultorio particular, en la calle Elevación 1200. Soy doctor, especialista de investigaciones en el campo de la biología molecular y también estudié profundamente psiquiatría a nivel experimental. Comencé estudiando biología, como todo estudiante que augura un buen porvenir, quise destacarme, y me especialicé en biología molecular, me contrató el instituto de Biología molecular Xinecti. Siempre me interesó la biología molecular, y mi entusiasmo se incrementó en febrero… hace 7 años, el 7 de febrero, día en que fui abducido por extraterrestres. Como toda experiencia traumática, aún dudo si lo que me ocurrió fue real, o producto de mi imaginación, ya que ese día andaba yo pasado de vino tinto corriendo por mis venas a velocidades insólitas. Heme aquí, con lo que puedo recordar, de una noche lúgubre. Estimo que la cordura aún no se fue, intentare contarles esta historia, con cuarenta grados de fiebre, puede evitar el suicidio de mi alma, si es capaz de contarse, por eso me decidí, a pesar de la fiebre, a contarla. La forma en que yo podía salvarme es, la sabía al menos, el árbol. El me aconsejó que en el bosque mejor andarse con cuidado. Caían de sus hojas gotas de un néctar negro, golpeando mi atención, que se distrae como cuando miro a una moza, marcando los segundos, de espera para el café. Venía con mi coche por la ruta ¿Y si apareciera una dama haciendo auto-stop? Pero mi coche se averió en medio de la nada. Me hallaba en Tandil, sentado debajo de una enredadera rebelde y recordé a Clarita, a la que conocí en un burdel de paso de mala muerte, ¿y si apareciera una dama que me pidiese su ayuda, completamente desesperada? no quería hacerme ilusiones que desaparecen antes de aparecer, mas porque el cielo se oscureció de pronto vaticinando lo peor, anunciando la temida noche. No me explico cómo se me clavaron sus espinas y me dejó caer moribundo bajo un árbol de ramas plateadas, dos de ellas pedían caer estrepitosamente sobre mí, al compás del frío helado. Su grueso tronco servía de respaldo a mi dolorida espalda, después de pasar dos horas meditando y observando el horizonte, provisto de colores y formas geométricas y concéntricas dudosamente ambiguas, difuminados por el alba, me decidí a escribir esta historia de lo ocurrido la noche anterior, en mi cuaderno de apuntes. Mis manos cansadas, al igual que mi cuerpo, y mi vista perdida, no impidieron que atenace el bolígrafo y me prepare a escribir. Sin embargo, cuando comenzaba el recordatorio, ocurrió lo que cambiaría el rumbo de mi difícil día. Sentí el tacto de fríos dedos tocando mi hombro. -Linda noche- dijo y añadió: permítame acompañarlo bajo el ciprés. Su voz se oía como una película lenta, hasta que se hizo audible del todo. -Por supuesto, siéntese-, le dije. El viejo Deninton, ese era su nombre, tenía el físico de un luchador. Según me contó, su predilección a camuflarse, lo había llevado a confundirse entre las cañas y arbustos, como uno más de su estirpe arbórea. Mi sorpresa de ver un rostro verde, se vio justificada por sus palabras. Enseguida quiso mantener un diálogo, se mostró afable y conversador. Le dije que acostumbraba reposar bajo el árbol y hacer anotaciones en mi cuaderno, a lo que me respondió que a él, le gusta esconderse. Poco a poco, nos volvíamos amigos de toda la vida. Hablando de libros se confesó aficionado por lecturas vanguardistas, y no quiso precisar nombres, y omitió algunos otros. Una de sus actividades preferidas era la escultura, con ahínco me dibujó la idea de una naturaleza devoradora de sí misma, y yo le repliqué, que la naturaleza está viva, remarcando que se procrea a si misma entre jaurías feroces de terrible instinto animal. Bajaba el sol cuando después de beber un rato de su petaca, se quedó dormido. Pasaron dos horas, se despertó y dijo: -Se acerca el momento-
- ¿De que esta usted hablando teniente?
- Debe ayudarme, acompáñeme- dijo
Fuimos hasta la maleza, había escondido un rifle, y lo entregó en mis manos. Retrocedió dos pasos y me dijo: -cuando diga ya, dispare al corazón-. Aquel hombre había perdido la razón, comprendí.
-¿Habla usted en serio? pregunté.
-Una vez no pude dispararle a un hombre, entiendo su temor, solo apunte y dispare sin pensar y no falle, exclamó.
-No puedo, no cabe en mis principios, teniente.
- No tiene alternativa, si no me mata, lo mataré yo.
No bromeaba porque ahora aferraba fuertemente una pistola entre los dedos de su mano derecha y un rostro imperturbable.
- ¿Por qué no se mata usted y ya? Atiné a decirle…
-Soy muy cobarde para hacerlo, pero en cuanto no me mate, estese seguro que a usted si lo mataré, fue su respuesta.
Debía pensar rápido, Deninton no bromeaba,
- ¿Por qué quiere suicidarse?
- Eso a usted no le incumbe.
-Ande, cuénteme y tal vez pueda ayudarlo de otro modo.
-¿Que pretende convencerme de que el suicidio no es lo contrario del Budismo?
-No soy budista, le aclaré. Creo que es una prueba muy efectiva lo que quiere demostrar, pero oculta otras razones, que no me está diciendo y así no puedo ayudarlo. Con estas palabras su lengua pareció aflojarse y dijo: Tengo un hijo y una hija, mi hija es dark y mi hijo protestante.
- Quiero creer que hay otras razones, insistí.
- Sí, mi vida, es patética.
-¿Por qué dice eso?
-¿Quiere disparar ya?
-Cuénteme Deninton, si no me da otras razones le dispararé, pero a su pie, y luego a una de sus piernas, y luego a su brazo, y así, hasta que me diga todas sus razones.
-No olvide que yo también estoy armado.
-Sí, pero no se ha dado cuenta de un detalle muy importante, quite todas las balas de su bolsillo cuando se durmió, en cambio, este rifle si tiene balas... desconfiaba de ud en un principio, al ver las balas de su pistola entre mis dedos, enarcó las cejas. -¡Eres un maldito!-, me gritó. -Tranquilo Deninton, y cuénteme con calma, una a una sus razones, antes que le dispare al dedo gordo de su pie derecho y sienta un dolor inaguantable. Su vida está en mis manos Deninton.
-Otra de las razones es la ausencia de Dios como problema filosófico en mi vida, de joven quise plantearme la posibilidad de vivir sin creer en él, lamentablemente recibí una señal, y quiero comprobar si existe.
-No me convence Deninton, continúe con sus razones.
-Verá, mi hija cree en mi, mi hijo también, pero no creen en su alteza padre del cielo, yo si pienso que puede existir y... no terminó la frase y se abalanzó contra mí humanidad con toda su furia, y tropecé con una raíz, me quitó el rifle de las manos y me apuntó, precisamente me encontraba indefenso.
- Ahora usted me dirá las razones, pero para que no lo mate. Tengo muchos deseos de oírlas. -Está bien Deninton, se las diré. ¿Qué quiere saber?
-¿Por qué motivos prefiere seguir viviendo? Es una pregunta con trampa, pensé.
-Mire, la verdad, es que nunca pensé en el suicidio como un escape lógico.
-¿Y eso por qué? ¿Es feliz en su vida?
- No soy casado, ni tengo hijos.
-¿Y qué?
- Y siempre pensé que la idea de una vida hedonista es una estupidez, se trasluce en lágrimas de placer y sonrisas, que las teorías nihilistas no me interesan, y, no soy tan feliz como quisiera, pero la vida hay que vivirla, aunque en cierto sentido, vivamos muriendo, sus hijos se equivocan, y su mujer: ¿Que piensa Deninton?
-Mi mujer lleva muerta diez años, y quien tiene el rifle y hace las preguntas soy yo, inexplicablemente bajó su rifle y rompió en llanto como un bebé. Me acerque a él y traté de consolarlo, se me ocurrió ofrecerle unos sorbos de su petaca y me arrodillé a su lado. -¡Deninton, arriba hombre! ¡No se sienta mal! ¡No llore! no es el único que ha querido suicidarse y no ha tenido el coraje de hacerlo! Ud no entiende, ud no entiende coronel, dijo, y balbuceó: ¡Mi mujer está muerta y mi hija en un psiquiátrico! Entiendo Deninton, pero ellos no quisieran verlo en estas pésimas condiciones. Hágame un favor, si, le dije. Vaya y compre una petaca para este pobre desdichado. ¿Otra Deninton? ¡Ya se tomo una! Está bien Deninton, espéreme ya vuelvo.
Fui hasta el almacén más cercano, cuatro kilómetros de distancia, no quería tardarme, por suerte, no había gente en el local, y no tarde casi nada. Cuando llegué no veía por ningún lado a Deninton. Pegue un grito, que fue respondido con un: ¡Estoy aca! Dése prisa. Fui corriendo en dirección al grito y al llegar, metros más adelante de la arboleda de pinos que circunda un risco, seguía sin ver su rostro. Estoy acá, volvió a gritar desesperadamente, el grito provenía de corta distancia y se confundía con el canto de los pájaros. Llegue al risco, y cuando volví la mirada hacia abajo Deninton me miró y dijo: -¡Empuje, empuje!-
- Ah pero si ahí está, Deninton, ¿Qué hace? ¿Qué empuje qué?
-¡La roca! empuje la roca! Usted se ha vuelto loco, terminará con su hija si sigue así.
- Empuje la roca, rápido, ¡no pierda tiempo!
-No puedo Deninton, no quiero y además no puedo. ¿Y por qué no cortar la cuerda?
-¿La cuerda?
-Sólo quiero hacerle ver que lo que hace es ilógico, se hubiera tirado directamente, pensé para mis adentros.
-¿Como sabe si ni siquiera lo ha intentado?
-Sí, mire estoy empujándola, y no se mueve. ¿Todavía quiere matarse Deninton?
-No, ¡si me colgué para sentir la sensación del vértigo y tener buena vista desde acà! A eso la cuerda se había enredado y quedó colgado de un pie, su cabeza apuntaba hacia el suelo, y se mantenía a cierta distancia.
- La roca se caerá cuando se tiene que caer. ¿Sabe que día es hoy Deninton?
-Sí, jueves 28 de febrero de 1912.
- Por eso Deninton, falta un día para que se desplome. La piedra se cae el jueves 29 de febrero de 1912. ¡Voy a subirlo!
- Ni se le ocurra intentar subirme, o cortare la cuerda.
-¿Pero porque no lo hace? ¡Está loco! usted no tiene un cuchillo.
-Sí que lo tengo, ¡empuje la roca! No se preocupe nos veremos en un futuro próximo. Comprendiendo que perdió su razón le dije: -¿Sabe que haré?-, iré a buscar ayuda, prométame por su hija que no cometerá ninguna locura.
-No soy bueno para las promesas, pero ya veremos, ¿A donde piensa ir?
- Iré a buscar ayuda.
-¡Cuando pase por al lado del árbol, salúdelo de mi parte!
-No haga locuras. Está bien, pero no haga ninguna locura Deninton. A todo esto, se venía una tempestad.
Continuará...
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