Llevaba una hora sentado en aquel banco del parque del Retiro, esperando que llegara la inspiración. El sol brillaba con menosprecio en el horizonte y una bruma de herrumbre cubría el firmamento azul y los pájaros trinaban lisonjeros y las acacias en flor llenaban de sombra las caricias furtivas de los enamorados enardecidos que acariciaban las piernas jugosas y tiernas de las enamoradas por debajo de la tela dura de los vaqueros. Los pájaros piaban cancioneros y los árboles se agitaban serenos y un coro de ángeles celestiales tocaban con bandurrias empalagosas dulces fados estacionales. No sé que más esdrújulos poner, fanfarrias, esmeraldas, galas y festones, bueno, en fin, todo ese rollo de los cojones.

Sentado en aquella sombra, yo esperaba la inspiración del cuento que había de venir. Iba equipado como un escalador, pluma inoxcrom de seis euros, libreta Clairfontaine de ocho. Niquelado. Estaba todo listo para escribir el cuento, pero el cuento no venía. Algo tenía que fallar. Solté cuatro trazos y me di cuenta al instante. Era la puta pluma. A quien se le ocurre pretender escribir un buen cuento con aquella pluma. La culpa era de la pluma.

Me levanté con ella en la mano como un puñal y se la clavé con furia al castaño de indias que tenía enfrente. Sabía que ella tenía la culpa de todo, y me alegré al ver correr corteza abajo la sangre que salía del cartucho de dos euros que le había puesto.

Entonces me di cuenta de que mi homicidio había abierto un reguero igual que aquel en mi conciencia por donde iban saliendo atropelladas las ideas. Fui concatenando frases y adjetivos gloriosos hasta que tuve terminado un relato insuperable. Lo malo era que no tenía con que apuntarlo, pero es lo de menos porque ya lo escribiría al llegar a casa.

Al llegar a casa no me acordaba de nada, y además no tenía ganas de escribir porque ponían Crónicas Marcianas. Me hice un bocata de atún y me fui a la cama. Y el relato que le den por culo, mañana me compro una pluma buena y se van a enterar de lo que es bueno.