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Vibraba con cada gota. Agitado. Expectante. Anhelando sentir una nueva lágrima de té ardiente sobre mi cuerpo desnudo. Y después, unos instantes más tarde, aquella lengua de colibrí que recorría toda mi geografía carnal en busca del dorado, que lamía cada pliegue, cada espacio de mi piel. Suave, delicada, me estremecía cuando descendía por mi vientre entre hipos, risas y aullidos. A ciegas en la locura buscaba asir aquel cuerpo aceitado que rezumaba placer.
Y, si aquella taza volcada dejó de gotear, nosotros, guarecidos bajo la mesa de la cocina, ya estábamos fundidos en un mar de saliva y sal.
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Texto agregado el 07-05-2008, y leído por 211
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