Era como una viuda negra que disfrutaba manejando al resto de los hombres. Primero les entregaba el alma y otras especies con métodos desconcertantes; después endulzaba sus egos hasta conseguirlo todo y abandonarlos. Solía cambiarse de nombres y fisonomías para no ser reconocida en esa oscuridad impune, dedicando horas al encuentro con el sexo opuesto. A veces lo hacía desde su vieja computadora, desenredando encantos que no le eran propios ante quien fuera, en lujuriosas noches solitarias. Como una gata en celo recorría los teclados cibernéticos tratando de hallar nuevas víctimas de sueños o desvelos, ofreciendo lo que nunca le habían dado. Entre maleficios y aquelarres su vida se teñía de sangres que recolectaba para seguir fagocitando el alimento de ese esmirriado cuerpo; donde su principal argumento era la lástima, al decir que poseía una enfermedad terminal, para continuar tejiendo esas infinitas telarañas. Hasta que las máscaras fueron arrancadas de su horrible rostro, mostrando esa pobre realidad que la habitaba. Demasiado tarde, el veneno de sus células ya se había esparcido por ese errante mundo que trocaba las almas por los cuerpos...

Tengan cuidado, quizás alguna madrugada, hasta ustedes mismos puedan encontrarla navegando esas irrealidades...

Ana Cecilia. ©