"Sangrienta", respondía a su mujer el viajante. Desde hacia varios años, sintetizaba su semana de trabajo con la misma respuesta al regresar a su hogar los viernes por la tarde. Sentado en el sofá del salón, dilató cansino: "El lunes viajé a los Campos Cataláunicos... El martes, déjame recordar... ¡El martes fue el día que no funcionó la dichosa maquinita! Así que pensando que me quedaba por delate una larguísima semana romana, preparé sin mucho convencimiento una posible llegada al año 1066. Odio la edad media cariño y la mañana del jueves aún permanecía en ella: concretamente en el 1212 de las Navas de Tolosa. Sorprendentemente llegué el mismo martes por la noche a Husting. Ya ves, parece que las averías ya no se perpetuan como antes. Gracias a Dios, el jueves pernocté en Waterloo. Por si acaso no lo recuerdas, vengo de 1815. Quiero descansar. Prefiero no hablar sobre lo que he visto". Desde que el ejército francés inventara la máquina del tiempo, Philipe Gall trabajaba buscando a los guerreros más sanguinarios de la historia. Francia debía nutrir a su Legión extranjera.