UN DÍA DE PRIMAVERA
El rocío de la mañana descubre el horrendo crimen... el olor a carne putrefacta inunda la atmósfera primaveral, mezclándose con el aroma a flores recién cortadas esta mañana. Parece mentira que en un día tan alegre y soleado, el cadáver esté puesto adrede para fastidiar la vista y el olfato tan delicado.
Para la hiena hambrienta es un manjar de dioses. Sus cachorros comerán y ella misma saciará esa hambre atrasada, pidiendo con urgencia una solución.
Rebuscando con su poderoso y olfativo hocico entre las tiras de carne y vísceras de la infeliz... que nunca tuvo que desobedecer a mamá.
“¡¡Qué bueno!!” —pensaba nuestra amiga mientras su vientre se hinchaba de rica y nutriente carne de chica adolescente.
De repente, un olor que no es de cadáver la asusta, un ruido de pisadas la pone en guardia y la visión de un hombre le decide por fin a dejar su almuerzo. Al acecho, detrás de unos matorrales esperando con paciencia a que el intruso se vaya.
No entiende, no comprende, el humano se arrodilla, emite gemidos, golpes en el suelo, gritos de rabia... Le toma la cabeza al cadáver, hablándole.
Expectante y con la urgencia de llevar bocado a sus cachorros, espera con las orejas gachas, con la vista agudiza la escena que se le representa.
De repente, un fuerte sonido, como a trueno inmunda el claro del bosque. Una bandada de pájaros se cruza delante de la hiena, un humo espeso y negro sale de la cabeza del humano, mil partículas de cerebro lo mancha todo.
El olor a carne fresca despierta los sentidos del animal, cautelosa se acerca; como siempre, el hocico lo primero, investiga, no hay peligro. Con suma avidez, devora los restos del infeliz, pensando... gracias a la locura de estos humanos, mis cachorros no morirán de hambre...
FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS
Todas las obras están registradas.
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