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Los años nos vuelven reflexivos, cuánto más me puede pasar a mi, con tanto tiempo acumulado que ni yo puedo creer la edad que tengo, sólo por eso no la digo.
Pensando en estos relatos que escribo para todos ustedes, para que estas memorias no se pierdan, porque son parte de la historia de mis amadas Islas… pensando, me di cuenta de que cuando uno cuenta, dice algo de alguien, está en el corazón de los acontecimientos.
Quisiera hacer la prueba, si ustedes me lo permiten, de contarles una historia sin emitir ni una palabra mía, sin abrir ningún juicio. Sólo hablarán los personajes, según lo que yo recuerdo que me dijeron.
-Abuela, usted sabe que yo me deslomé desde que llegué a las Islas.
Allá en Corrientes la cosa estaba muy dura y pensé en venirme a Buenos Aires, pero claro, no me veía en el centro trabajando en una fábrica o algo así, además yo sé de caballos y soy hombre de río. Cuando mi primo me escribió diciendo que había un lugar cerca de la capital, donde había trabajo, agua y caballos yo ni lo pensé.
Fue duro dejar a la mama, yo tendría catorce o quince años y siete hermanos, que ella, la pobre no podía mantener. Yo me dije: si me va bien les doy una mano y si no, al menos es una boca menos para alimentar.
Así me vine y pasé un par de días con mi primo, que en ese tiempo trabajaba en el Teutonia, con los botes. El me quiso enganchar ahí que se ganaba bien, pero yo había soñado todo el viaje con los caballos de la Isla, así que le dije que el franco me tenía que llevar, y así fue.
Nos tomamos la colectiva y a mi se me volvió el alma al cuerpo cuando anduvimos por el río.
El Jilguero habrá tardado unas cuatro horas, por lo menos, pero entre el mate, la charla y el río se me pasaron volando. Así llegamos a lo del Francés, que le decían, aunque cuando él no escuchaba le decían Franchute. No puedo decir que fue como un padre, porque no tengo ni idea de lo que es tener uno, pero el Franchute me dio una mano en ese momento, aunque también me sacó el jugo.
Tenía un horno de ladrillos por allá por Carabelas, y no era el único.
El Franchute sólo hacía ladrillos, los demás fabricaban también tejas o baldosas. Había una veintena de caballos, mal cuidados, algunos abichados, sucios más allá de que su trabajo fuera pisar el barro.
El Franchute nos recibió con amabilidad, nos mostró parte de su finca, nos convidó mate y a mi primo cuando se fue, le dio un pan y un pedazo de queso para el viaje.
A mi me instaló con otros muchachos en un rancho que había detrás de la casa.
Tenía una cucheta y un clavo para colgar mis cosas, me dió también un jarro, cubiertos y un plato. Yo era pobre pero tenía mi ropa buena y la de trabajo y también un par de toallas, porque a mi siempre me gustó se limpito.
La tarea era cuidar de los caballos y si me sobraba el tiempo ayudar en la fábrica de ladrillos.
Con los caballos tuve mucho que hacer, menos mal que estábamos en diciembre, así que la noche de navidad recé como me había enseñado mi abuela y les hice caer todos los gusanos a los pobres animales. Fue la primera vez que probé solo y yo mismo no lo podía creer, pero al otro día cuando le mostré los gusanos al Franchute, se puso loco de alegría y me tiró unos pesos que yo le mandé a la mama.-
Por aquella época yo también charlaba con el Francés, que me contó:
-Me conseguí un correntino para cuidar los caballos, es un pibe pero hay que ver cómo los tiene. Me los lava y cepilla todas las tardes, los lleva a la costa y hasta que no les deja los vasos limpitos no se sosiega.
Hasta las crines les peina. Yo lo quería también para el horno, pero se le va el día con los animales. Fíjese Doña que me rinden más que antes y es un gusto verlos cabalgar con ganas pisoteando el barro para los ladrillos y el pibe en el medio manejándolos. Me los organiza en turnos, qué se yo lo que hace, pero tengo tanto barro amasado como necesito y más con la misma cantidad de caballos, además, tres yeguas preñadas. Ninguno lo hace tan bien como él. Si seguimos así lo voy a dejar a cargo de todo en poco tiempo y tengo ganas de darme una vueltita por Francia, uno nunca sabe cuánto va a vivir.-Cuando hablé con María, la chica que ayudaba en la casa me dijo: -¡No Doña! Qué va.
La que quedo encargada de todo soy yo. Yo soy la persona de confianza de los patrones, si ellos me tienen ayudando desde los diez años, calcule ya llevo catorce años con ellos, no va a comparar. El Correntino es bueno con los caballos pero qué sabe de la economía de la casa o de la fábrica. Yo sé un poco de todo porque los patrones hablan cuando yo estoy y a veces hasta me cuentan a mi los problemas, desde chiquita.-
El que calla otorga, así que decidí callar para no entrar en inútiles discusiones.
A los pocos días me encontré en la Fluvial con Justo, que muy servicial me sacó los paquetes de las manos y me dijo: -¿Vió Ña Ramona que el patroncito se va pa´la Francia?-
-Ajá-
-Bueno pues yo me quedo a cargo de todito, espero que no me dea problemas el Correntino porque lo conozco poco y no se si es hombre de fiar. Voy a manejar las ventas de la fábrica, a la María y a él tenerlo cortito.- Luego seguimos hablando de otros temas que no tienen que ver con esta historia. Antes de irse el Francés pasó a saludarnos, con su señora y su hijo. Tomamos mate con tortas fritas y respecto del tema que nos ocupa recuerdo muy bien que me comentó:
-Me trae preocupado el asunto de la fábrica y la casa tanto tiempo solas, serán como tres meses y los tres pibes son buenos pero cada uno se pelea con los otros por ser el mejor y no se si se llevarán bien. Yo les dije clarito: la María a la casa, el Correntino a los caballos y el Justo en la fábrica, pero parece que no me la entienden. El Justo con esto de que se queda al mando de la fábrica está muy agrandado y se da aires de patrón, la María ya parece la dueña de casa y al Correntinito lo van a tener zumbando y eso que él también es creidito, no se… a veces no iría, pero ya está todo arreglado. Los pibes no van a necesitar tocar ni un peso, la provista la arreglé y la dejé paga y la María a cargo de administrarla. Pagos y cobranzas de la fábrica se suspenden por el tiempo en que yo falte y si algo se ofrece para los caballos ya dejé hablado al veterinario que, llegado el caso también se haría cargo de problemas serios, si surgieran-.
Finalmente el Francés se embarcó en el “Conte Biancamano” rumbo a Europa y aquí quedaron sus tres jóvenes empleados. Eran tiempos en que el peso valía y hacer un viaje de esos no era privativo. Los extranjeros que podían, se tomaban unos mese cada tanto para ir a visitar a sus paisanos y contar cómo se “hacían La América”. Un poco por curiosidad, otro poco por buena vecindad y porque los isleños siempre terminamos cruzándonos en La Fluvial o en Cazón y también donde menos lo esperamos, fui siguiendo la historia de estos tres jóvenes encargados de la finca del Francés.
El Correntino, más de una vez me decía: -Yo no sé Doña, desde que el patrón se fue, no hacen más que salir ladrillos. Los pobres animalitos no dan más y me peleo con el Justo que no entiende que el animal se cansa como el humano. Mis compañeros, en el galpón, también se quejan porque amanecen armando y horneando y así hasta que anochece. Nos hace comer por turnos para que la producción no pare. Ni el Franchute era explotador como es el Justo.-
La María, que aprovechaba la ausencia de la patrona para hacerse alguna escapadita durante la semana, para ver a su mamá y sus hermanos que vivían en Talar, un día me dijo sin tapujos: - Ña Ramona, yo no sé en que le anda el Justo, pero para mi que nada bueno es. Se ha comprado pilchas y hasta botas de cuero, todas las tardecitas se va a los Ramos Generales y chupa y chupa y hasta anda convidando y hablando con patrones de igual a igual. Los domingos se aparece con unas damajuanas de vino pa'los muchachos del horno y ahí los contenta. Toda la semana de yugo y les compra la voluntá con las damajuanas. El Correntino y yo no chupamos sino mate, así que nos quedamos el pibe y yo, en la cocina de la casa. Calculelé Doña, soy la única mujer.
Cuando se maman no dejo que me vean ni el pelo. Yo hago la comida para todos, pero los domingos a la noche se la lleva el Correntino, porque a mí de la cocina no me sacan ni con la gendarmería. Duermo con una cuchilla debajo de la almohada y bien cerradita la casa de los patrones. Hay que ver las guarradas que se oye que dicen allá afuera. El domingo pasado le pedí al chico que se quedara en la casa conmigo, pero resultó que el Justo me acusó de atorranta. Si el pobre Correntinito se quedó a cuidarme y durmió en el sillón de la sala por si alguno quería entrar.-
Cuando escuchaba a María me apenaba su situación y una vez lo mandé a mi marido, que Dios lo tenga en su Gloria, para que hablara con el Justo. Cuando mi finadito volvió me dijo: - Mire mujer, dice el Justo que la china no hace más que andar provocando a la peonada y que él mismo le ordenó que no saliera de la casa de noche y que el Correntino sacara la cena.
También me contó que la María se metió al Correntino a la pieza y que los hombres andan celosos, que un día de estos o la echa a la María o a él, pero que la conducta deja mucho que desear. ¡Ah! Lo que le dijo la María de las pilchas del Justo, es cierto, anda todo vestido de negro, con sombrero aludo, bombachas, saco y una camisa blanca como la nieve. Mal paso dio el Francés cuando se fue para sus pagos.-
Un poco por curiosidad, otro poco por buena vecindad y porque los isleños siempre terminamos cruzándonos en La Fluvial o en Cazón y también donde menos lo esperamos, fui siguiendo la historia de estos tres jóvenes encargados de la finca del Francés.
El Correntino, más de una vez me decía: -Yo no sé Doña, desde que el patrón se fue, no hacen más que salir ladrillos. Los pobres animalitos no dan más y me peleo con el Justo que no entiende que el animal se cansa como el humano. Mis compañeros, en el galpón, también se quejan porque amanecen armando y horneando y así hasta que anochece. Nos hace comer por turnos para que la producción no pare. Ni el Franchute era explotador como es el Justo.-
La María, que aprovechaba la ausencia de la patrona para hacerse alguna escapadita durante la semana, para ver a su mamá y sus hermanos que vivían en Talar, un día me dijo sin tapujos: - Ña Ramona, yo no sé en que le anda el Justo, pero para mi que nada bueno es. Se ha comprado pilchas y hasta botas de cuero, todas las tardecitas se va a los Ramos Generales y chupa y chupa y hasta anda convidando y hablando con patrones de igual a igual. Los domingos se aparece con unas damajuanas de vino pa'los muchachos del horno y ahí los contenta. Toda la semana de yugo y les compra la voluntá con las damajuanas. El Correntino y yo no chupamos sino mate, así que nos quedamos el pibe y yo, en la cocina de la casa. Calculelé Doña, soy la única mujer.
Cuando se maman no dejo que me vean ni el pelo. Yo hago la comida para todos, pero los domingos a la noche se la lleva el Correntino, porque a mí de la cocina no me sacan ni con la gendarmería. Duermo con una cuchilla debajo de la almohada y bien cerradita la casa de los patrones. Hay que ver las guarradas que se oye que dicen allá afuera. El domingo pasado le pedí al chico que se quedara en la casa conmigo, pero resultó que el Justo me acusó de atorranta. Si el pobre Correntinito se quedó a cuidarme y durmió en el sillón de la sala por si alguno quería entrar.-
Cuando escuchaba a María me apenaba su situación y una vez lo mandé a mi marido, que Dios lo tenga en su Gloria, para que hablara con el Justo. Cuando mi finadito volvió me dijo: - Mire mujer, dice el Justo que la china no hace más que andar provocando a la peonada y que él mismo le ordenó que no saliera de la casa de noche y que el Correntino sacara la cena.
También me contó que la María se metió al Correntino a la pieza y que los hombres andan celosos, que un día de estos o la echa a la María o a él, pero que la conducta deja mucho que desear. ¡Ah! Lo que le dijo la María de las pilchas del Justo, es cierto, anda todo vestido de negro, con sombrero aludo, bombachas, saco y una camisa blanca como la nieve. Mal paso dio el Francés cuando se fue para sus pagos.-
La María era una linda moza, eso no lo digo yo, lo sabe todo el mundo y no tengo dudas de que sus quejas y miedos por los hombres eran bien fundados. Cuando llegaba a la Fluvial, todo el mundo se daba vuelta para mirarla. No era muy alta, pero su cuerpo, que tendía a ser delgado era bien proporcionado y elástico, sus dientes brillaban inmaculados, -porque mastico brea- sabía decir a quien preguntara. Usaba el pelo trenzado ya sea en dos o en una trenza alta, en la punta de la cabeza. Como jugando sabía llevar algún jazmín del país u otra florcita en la oreja, o ruda. Tenía por pretendientes a varios patrones de colectivas, al maletero de aquella época, finadito ya, y uno que otro ricacho la miraba con buenas intenciones. La chica era lista y bastante educadita y podía aspirar. Por otro lado acá nadie estudiaba demasiado, como que no viniera formado de antes, las distancias, la pereza que da abandonar las islas para irse al continente, todo hace que uno se vaya quedando.


El diálogo con la naturaleza termina siendo más interesante que nada de lo que nos prometan por allá y nuestro mundo se cierra sobre si mismo.


Ahora con esto de Internet, es otra cosa, estar en el parque de su casa y a la vez sabiendo lo que hay en el mundo, eso sí puede ser, pero el compromiso de salir todos los días, y menos entonces, no era para el isleño.


También el trabajo exigía más tiempo y sacrificios. Llegó la luz y cambió todo.


Disculpen mis divagaciones de vieja y sigamos con la historia.


Una mañanita me la encontré a la María tomando la leche con medialunas en el barcito, me dijo que iba para el hospital, que no andaba bien.


Yo la acompañé medio de prepo, tenía tiempo y si no, lo mismo daba, la pobrecita estaba tan sola que no hubiera podido hacer otra cosa que no fuera llevarla.
Así fue como me enteré, junto con ella de que esperaba familia y de que no quería ese hijo, porque cuando el doctor la felicitó, ella se puso a llorar como una condenada.
La saqué para el jardín del hospital con intención de calmarla y ver qué se podría hacer.
Todavía llorando me dijo: -Es que me agarró un tío de allá de Talar, a la hora de la siesta y yo no pude gritar porque estaban mi tía y los chicos y mi mamá y se hubiera armado un escándalo. Me la aguanté pero le dije que sea la última vez porque si se repite grito, pero mire como termino ahora. Voy a perder el empleo.-
Yo tengo que reconocer que soy de pocas pulgas, y entonces tendría como sesenta años menos, así que la agarré del brazo y me la llevé para Talar en mi forcito, por los caminos que eran de tierra.
Llegando a la puerta de la casa, se me echa a llorar otra vez, como una condenada y me dice: -No, Ña Ramona, pare el coche porque no podemos ir. Yo no puedo hacerle esto a mi tío porque es inocente. No le niego que le gustaría pero nunca hizo más que insinuarse y regalarme esta cadenita que llevo puesta.-
Entonces yo le pedí que me dijera la verdad, si acaso no era la que me había hecho creer.
La María me abrazó tan fuerte que me hizo perder el aire y dijo: -Fue el patrón-.
-Yo me lo sospechaba pero tomé unos tés que me dio la comadrona y pensé que se me había ido. Le juro Ña Ramona que vine ilusionada como si no pasara nada, estaba segura.
Cuando el patrón se fue yo le dije que fuera tranquilo que a la vuelta ya iba a estar todo resuelto y el me dijo más te vale o te pongo de patitas en la calle-. Conseguí calmarla un poco explicándole que tenía tiempo por delante y que en la calle no iba a quedar, que yo había criado tantos chicos que tenerla a ella y a su cría por el tiempo necesario podía darlo por descontado. Muchas veces a uno se le parte el corazón cuando se van, pero nos llenan la vida de lindos recuerdos y quizá algo les quede de lo poco que uno pudo dar, pero el corazón lo siente muy profundo.
Con la María más tranquila volvimos para las islas y en casa tuve una buena charla con mi finado, que era todo corazón y hasta se alegró, pues en ese momento teníamos el cuarto de huéspedes vacío, los nietos en el colegio y faltaba bullicio en la casa.
Así fue pasando el tiempo, esperando a ver si la María venía para la casa o quedaba en lo del francés.
Al poco se dio que me lo encontré al Justo, muy pituco y cuando le hice el cumplido, sólo me contestó: -Es que ando noviando y uno de estos días no se asombre si le digo que me caso, por iglesia y todo, ya lo hablé al cura, pero primero, antes de contar preciso el sí de la novia.- Para ser sincera, me acordé de las observaciones de la María y de mi finado:-
Para aparentar, hay que tener con qué-.
El dueño del bar de la fluvial, recuerdo que me comentó: -En malos pasos anda ese muchacho, cuando venga el franchute, vamos a ver la que se arma-. También debo decir que se lo veía alternar con gente que antes ni lo notaba, siempre hablando de negocios, pero el franchute lo había habilitado a vender. Que ocupara su lugar no era raro. Me voy un día para lo del francés, remando nomás para saber de la María y la encuentro llena de magullones y con la boca hinchada a golpes. Ahí nomás, como si no me diera cuenta le pido que me acompañe al almacén para cargar una mercadería y me la subo al bote. Una vez encima la encaro y le pregunto ¿Quién te pegó?- y me dice que la quiso agarrar un peón, pero que el Correntino y el Justo la defendieron y no pasó nada. No te creo-. Le contesté

Y encaré remando con furia para mi casa.


Mi finado estaba en el muelle y cuando llegamos, a mi ni me pidió explicaciones, porque se ve que para él caían por su peso. La encaró a María y le dijo: -Ya mismo me dice quién le pegó de esa manera, y no me mienta porque se lo hago jurar por Jesús,- agregó agitando la cruz de oro que desde que nos casamos colgaba de su cuello, como hoy por desgracia cuelga del mío, para que yo recuerde que tanta dicha junto a él no fue un sueño.


María rompió en llanto. El Justo, el Justo que anda queriendo casarse conmigo y yo que no quiero y no me puedo casar, ni con él ni con nadie.


Mujer explíqueme que le pasa a la gurisa que cada vez entiendo menos, aunque desde ya, acá se queda.


-Es que la chica está de encargue y dice el patrón que si se sabe la pone de patitas en la calle y el Justo no conforme con hacerse de los negocios del francés, ahora quiere volarle la paloma.


Mi viejo, se subió a la canoa, fue y lo molió a palos al Justo sin decir agua va, así me lo contó él y también el Correntino como testigo del hecho. Dicen que el Justo ni se defendió, tal vez la mala conciencia de cobarde y de ladrón.


A la vuelta, mi finado hizo unos mates y mientras cebaba dijo: -Ramona usted queda al mando, voy al pueblo y vuelvo antes de la noche. Si me tardo no se preocupe, voy a hablar con la gente que anda en negocios con ese tránsfuga y no paro hasta no hablarlos a todos. Por el Justo no se preocupen, tiene para un par de días de cama.-


Y mi finado se fue y no volvió hasta el otro día, bien entrada la tardecita.


Nosotras lo más tranquilas, el único que vino a vernos fue el Correntino, que nos dio cuenta del estado lamentable en que había quedado el Justo. Volados los cuatro dientes de arriba, un ojo en compota y doblado al medio de una patada en donde ustedes saben. No puedo decir qué habrá sentido María pero vi que se le dibujó una sonrisa.


Me costó trabajo convencerla de no renunciar a su hijo pero lo conseguí dándole seguridad de casa y trabajo y también le prometí que por la gente de mi casa nadie sabría de quién era o dejaba de ser hijo el que ella esperaba, además mi marido y yo, fuimos los padrinos.


En cuanto al Justo, suponíamos que ya no le quedaban muchas ganas de meterse con el Francés o con nosotros.


Al día siguiente, el Correntino vino otra vez, sonrientes, como si hubiera ganado la lotería y anunció que el Justo se había ido llevándose todas sus cosas.


Con el tiempo se fue sabiendo que no sólo dejó un tendal en deudas, sino que además había estado vendiendo al contado y a mitad de precio los ladrillos que producía el corralón.


El Francés fue convenientemente avisado pero tardó un par de mese más en volver al país.


Cuando volvió, solo sin mujer y sin hijo, nos contó que ella, deslumbrada por París convenció al chico y se quedaron allá.


Yo siempre digo a la gente desesperada que Dios no se olvida de nosotros, que simplemente hay que darle tiempo, para que El todo lo resuelva.


Cuando María supo que el hombre volvió solo, pidió permiso para ir a verlo.


Mi marido le dijo:-Ahora usted es nuestra protegida y no tiene nada que ir a hablar sin un hombre que la acompañe. Se cambió y sin más marchó con la chica a ver al Francés.


Los dos ya habíamos estado hablando y esperábamos que el Francés la recibiera como lo que era: la madre de su hijo.


Mi finado iba dispuesto a presionar, pero no hizo falta.


Cuando entraron el Francés corrió a abrazarla y dicen que sólo repetía:-María, chiquita perdonáme, soy un animal.


Y así fue, como después de una charla entre hombres, él puso a nombre de su hijo la mitad del horno de ladrillos y nos convertimos en casi suegros del Francés y en abuelos y padrinos de Tatabcio, su hijo.


Y aunque me comprometí a no hablar por boca de ganso, puedo decir, porque lo sé, que la abuela, que soy yo, ama a Tatabcito tanto o más que a los nietos de su propia sangre.





Texto agregado el 06-05-2008, y leído por 101 visitantes. (0 votos)


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