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Quiero contar una historia que me conmovió cuando la supe. Para quienes no viven en la Isla, es importante aclarar que aquí cada río es como un pequeño pueblito, donde todos nos conocemos y cuando un perro ladra, los efectos de ese ladrido llegan de un extremo a otro del río y de allí al infinito.
Voy a relatar lo que una vez sucedió: Que toda la población de un río se iluminó. Iluminarse es precisamente alcanzar la luz, pero no la de la luna sino la luz Divina. Todo el pueblo quedó en Estado de Gracia.
Parece ser, según cuentan los cristianos que un cargamento de agua bendita que navegaba por el Río Paraná se perdió a causa de un naufragio y que el derrame, que malogró un esperado viaje de su Santidad al Delta, se produjo frente al río que por respeto no voy a nombrar, esparciéndose el agua bendita por sus costas.
Los evangelistas, en cambio opinan que sus buenas obras y oraciones tienen efecto benéfico sobre todo lo que los rodea y que seguramente a ello se debió el prodigio.
Un judío que encontré en la Estación Fluvial por esos tiempos, me preguntó extrañado si yo no sabía que poco tiempo atrás se había mudado al río un anciano rabino muy respetado por sus conocimientos de la Tora y gran estudioso de la Cabala.
Como el río resplandecía y sus habitantes también, llegaron representantes de organizaciones conservacionistas que por cierto nunca habían pisado el Delta y extrajeron muestras de tierra, plantas, agua y hasta algunos cabellos de los nativos que se dejaron hacer por pura bonhomía. La teoría de estos grupos era la de algún derrame de sustancias radioactivas, unánimemente apoyada por los médicos más eminentes del país. Todos pensaban en el inmundo Río Reconquista pero no lo nombraban.
Un conocido vecino del Delta, estudioso de los fenómenos OVNI redobló su vigilancia con la esperanza de que los pequeños seres le dieran una respuesta, pero nada sucedió.
Entre tantas preguntas, los hechos se desarrollaban de la siguiente forma:
El río comenzó un día a resplandecer haciendo innecesario navegar con luces de posición o faros.
No podemos negar que antes de la iluminación algunos visionarios ya habían adoptado esta práctica. Al tiempo se descartaron las botas de lluvia pues naturalmente cuando había barro, las personas se desplazaban apenas rozando el pasto.
Luego los más intrépidos anduvieron de este modo sobre el agua, generando en el personal de prefectura la duda acerca de si debían o no, esta especie de peatones de río, exhibir su carnet de conductor náutico.
Un oficial, habitante de ese río, fue sancionando por su superior a causa de ésta práctica y trasladado a un destacamento de tierra, donde le asignaron un móvil (camioneta) donde cerraban su cinturón de seguridad con candado, evitando así que la Fuerza cayera en boca de todos por esnob o por alterar el orden.
Los desvelos del superior no dieron frutos, ya que el hombre en su evolución espiritual consiguió la bilocación (estar en dos lugares a la vez, como el Padre Pío) y mientras estaba vigilando desde la costa, patrullaba también los ríos a pie. Cuando llegó el momento de liquidar los sueldos, se vio que el joven oficial debía cobrar el doble, si se quería hacer justicia. Tal fue el revuelo por este tema que aún se discute la jurisdicción del problema y en tanto se le liquida por horas extra.
Los ladrones, que todo río que se precie debe tener, aunque en cantidad limitada por supuesto, no pudieron excluirse del clima reinante.
Sin saber por qué comenzaron a sufrir de arrepentimiento, pero no cambió su naturaleza. Se dedicaron a robar a unos para devolver a otros, lo que se transformó en un frenesí de corridas por el río, pues a cada robo seguía un arrepentimiento y entonces volvían a robar para reponer al anterior.
Los vecinos al verlos tan diligentes empezaron a ayudarlos dejando en sus muelles las cosas que podía ser robadas y con el paso del tiempo una que otra nota con algún encargo como un vestido de novia de tal talle para el mes que viene, o un ataúd porque el abuelo no anda bien. Así, gracias a los señores ladrones, todas las posesiones pasaron a ser compartidas según necesidad y todos fueron más felices. Prefectura y policía que no sabían qué hacer en ese río, terminaron ayudando en el tráfico desaforado de objetos y trabaron amistad duradera con sus ladrones.
Las gentes, que casi ya no necesitaban comer, pues les bastaba con el sol y el agua (como a Santa Clara de Siena) usaban sus redes, robadores y cañas para sacar basuras del agua y alimentar a los peces.
La naturaleza festejó también dando flores todo el año y los vecinos, en vez de robárselas se preparaban unos a otros hermosos arreglos que dejaban en los muelles junto con los objetos de intercambio.
Felicísima llamé a mi nieta Berta, antes que a nadie para contarle lo sucedido. Ella, que es una muchacha muy sensata, por lejos la más realista de la familia me dijo: Abuela, otra vez se quedó dormida y soñó, después de un atracón con chocolates, se lo aseguro.
Puede ser, pues no puedo decir a ciencia cierta quien me lo contó, pero de ser así, espero mis queridos que haya sido un sueño de premonición.

Texto agregado el 05-05-2008, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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