Otro día más amanece la lluvia llorando en los cristales, y el gris es el color que cubre la mañana. Las casas que despiertan, los coches que encienden perezosos sus motores, el perro de la esquina que ni siquiera ladra, hasta los hombres se han convertido en ceniza gris.
Abandono la cama torpemente, mi cuerpo es una gran mole granítica que no obedece a mi cabeza, de hecho ni siquiera sé si tengo cabeza. Apenas puedo empujar las teclas del ordenador, las palabras salen densas, como una espesa niebla que llena la habitación.
El café ha perdido su olor, sólo huele a humedad. Deja el regusto amargo del desencanto en mi garganta, pero éste también desaparece como tragado por la nada. No me quema, ni su recuerdo permanece en mi boca. Sólo el insípido sabor del vacío.
Quiero salir al trabajo pero mi camino se ha borrado, tengo miedo, me encierro, oigo la lluvia aporreando la ventana, persistente, monótona. Orada los cristales sin prisa, abriendo un resquicio por donde inundarlo todo. Lloro. Un viento helado se cuela en la habitación, en mi cuerpo, en mi mente, en mi alma. Me seca las lágrimas. Todo es ceniza. Gris. Nada.
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