LA VENGANZA
Por Gires
Las manos toscas con surcos de trabajo, tonalidades de tiempo y la fuerza del odio aprisionaban fuertemente el filoso machete, caminaba por el polvoriento camino con la vista fija y los dientes apretados, los pómulos salientes y la respiración agitada le daban un aspecto fiero, de animal herido, con quienes se encontraba en el camino lo veían temerosos y para él no existían , iba como sonámbulo, pero consciente, sabía qué quería y qué iba a hacer, a veces gesticulaba y sus ojos brillaban más, aumentando la fiereza de su aspecto, quizá de asesino. Caminaba y caminaba, parecía invulnerable, pues el sol quemante del mediodía no parecía afectarle, incansable también porque las largas horas de camino no habían disminuÍdo su energía al andar.
Finalmente llegó a un lugar en que un árbol proyectaba su vivificante sombra, se salió del camino, penetró en la maleza que casi lo cubría, llegó al tronco del árbol y en una gran piedra se sentó, parecía que estuviera sentado sobre la maleza, pues la piedra lo elevaba a esa altura sin verse esta, se sentó con el machete en la mano y con la vista fija hacia el punto visible más lejano del camino. Como hecho de piedra, como estatua, pasó horas sentado en la misma posición, solo el sube y baja de su vientre le delataba que estaba vivo. Anocheció y amaneció y seguía ahí.
¡Maldito!- pensaba- ya vendrás, tendrás que venir y ya verás maldito, sufrirás, sufrirás! .
Pasaban las horas, los días y ahí seguía, parecía que el machete era parte de su cuerpo, parecía un órgano inmóvil.
¡Pobrecito el Chano –pensaba- ¡ pobrecito!, y cuando pensaba sus ojos se humedecían, y a continuación agregaba, ¡ lo vengaré ¡, haré que sienta lo que él sintió. más, más sentirá, porque yo me encargaré de eso. Yo te vengaré, hijo, pensaba.
Su mirada permanentemente veía aquel punto del camino, y a veces se veía aparecer indios que venían con su carga de leña o bestias que regresaban solas a sus potreros. Él, imperturbable, inmovible, insensible . Ya vendrá, pensaba, ya vendrá , tiene que pasar por aquí y esa será la última vez, porque después irá derechito al infierno.
Una sola vez se movió, quitó el olote que tapaba el agujero de su tecomate y sorbió un poco de agua, tragó con rapidez y otra vez lo mismo, la espera continuaba.
El viento movía rítmicamente las ramas de los árboles, las flores del chacté descendían acompazadamente al ritmo del viento, despertando a veces a alguna mariposa que perezosamente descansaba emprendiendo el vuelo, asustada esperando la vuelta de la quietud.
Seguía esperando, ya iba a cumplir 16 años el Chano –recordaba-, tan contento que estaba porque le iba a regalar una bestia, con este pensamiento, una leve sonrisa apareció, para al poco rato volver a tornarse de piedra, con mirada de rabia, pero no de la que da los chuchos sino de otra peor, de la que no se cura, porque la que le da los chuchos, se muere este y se acabó la rabia, pero la de él solo se alivia con sangre.
El chano fue a calzar la milpa, contento se fue silbando, le dije que le regalaría la mula torda y trabajó con más ganas , de seguro era su forma de darme las gracias –cavilaba- , ah Chano este, tan bueno que era.
Por la tarde el cielo se llenaba de matices de oro formando un paisaje celestial, las brillantes nubes eran atravesadas por menudas figuras aladas que con su gracioso aleteo daban más hermosura al atardecer que se iba adormeciendo con miles de trinos que al unísono despedían el día.
Otra vez amaneció, la vigilia continuaba, su estatismo pétreo solo era interrumpido para dar unos tragos de agua o para verificar el filo del machete, el cual brillaba con agudeza terrorífica.
Se había familiarizado con el medio circundante, ya se lo conocía de memoria, la manera como los bejucos estaban enrollados en los troncos y las grotescas figuras que formaban, también ya se sabía la forma que tenían los caminitos que serpenteaban entre la hierba perdiéndose más adelante, quizá había sido hecho por algún batallón de zompopos que por ahí había marchado con su cargamento de víveres.
El Chano me había ayudado mucho, gracias a su insistencia fue a la escuela y aprendió, sabía leer y leyendo podía hacer lo que los papeles decían, hacía las mezclas para los abonos, herbicidas e insecticidas, por eso era que últimamente nos había ido tan bien en las cosechas, había salido bueno el Chano.
La espera se había prolongado, pero cuando su cuerpo empezaba a sentir cansancio solo se recordaba del Chano destrozado, tirado en el suelo partido por el filo de un machete, entonces en sus venas la temperatura aumentaba y la furia, y la sed de venganza le daban energías extras. Recordaba aquel día, llegó la hora que el Chano tenía que llegar… y nada, el almuerzo empezó a enfriarse, hubo que atizar el fuego para hacerle tiempo, pero no llegó, así que tomó su morral y caminó para donde el Chano trabajaba, quería encontrarlo en el camino, pero sentía una cosa fea en el estómago y eso lo hacía sentir miedo, conforme se iba acercando se oía el ladrido de los perros, gritaban su inquietud y él sentía las piernas flojas, sentía que no llegaba, cuando finalmente llegó, ahí estaba el Chano, como carne picada, la Juana Cuxil que había llegado primero, le había puesto una veladora cerca de la cabeza, y la llama ignorante de la tragedia bailaba amenazando con extinguirse, véngase, compadre – dijo la Juana – no lo vea, yo le voy a decir al José que lo entierre, fue el Julián –continuó – yo lo vi, le reclamó que su milpa tan grande que estaba, y en cambio la de él no prosperaba, como fuiste a la escuela – le dijo – algo le estás haciendo a mi milpa, y el Chano se rió, compadre, se rió a carcajadas, pero no terminó, el Julián empezó a darle y a darle, y a darle hasta que el chucho lo mordió, yo todavía le grité pero se fue corriendo.
En una estaca estaba el machete del Chano, colgado, él lo tomó, se arrodilló ante los despojos del Chano, tomándole su mano ensangrentada dejó que el líquido bañara la de él, luego cubrió el machete con la sangre y tomándolo vigorosamente de la empuñadura lo alzó señalando el cielo, así permaneció unos segundos, mientras que la Juana Cuxil con el espanto dibujado en el rostro rezaba un Padrenuestro, él se levantó y dando una postrer mirada a lo que de su hijo quedaba, se marchó.
Y ahí estaba, esperando, ansiosamente esperando, con sed, mucha sed, pero no de la que se quita con agua , sino de la que se alimenta de odio.
Su posición era la misma, la mirada dirigida al mismo lugar, cuando de repente, su mirada se tornó más dura, sus pómulos más salientes, las venas del brazo que sostenía el machete estaban dilatadas al máximo, su pecho se expandía con su respiración agitada, parecía que de un momento a otro lanzaría un feroz rugido.
Ahí venía, ¡por fin!, apareció, veía cómo gradualmente la figura del Julián se agrandaba conforme se acercaba, bajó de la piedra, se escurrió entre la maleza y se quedó a la orilla del camino, oculto, … cuando Julián estaba a una brazada su figura apareció de la nada y con un grito salvaje se le arrojó, se escuchó también el silbido metálico del filoso machete cortando el viento en su veloz carrera hacia su destino.
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