Por la pequeña abertura de su parpado, todavía pegado, podía ver como la noche ya se fue dando paso a otro día mas. Mientras, medio dormido, se planteaba si iba a trabajar o no- ¿Quien se daría cuenta que en su escritorio no había nadie?. Su radio y su despertador se confabulaban para decirle que ya era hora. Como un autómata pre programado, se levanto, encendió la cafetera y se encerró en el baño. Con la ducha matutina su pensamiento estaba en la montaña de informes que le esperaban en la oficina, que tenía que supervisar y clasificar, sabiendo que si conseguía llegar a ver su escritorio vacio, al día siguiente volvería a estar lleno. Siguió con su higiene mecánica. Tomó el traje gris, que ya había dejado preparado la noche anterior antes de acostarse , y se lo enfundo.
Le sobraban diez minutos que siempre destinaba al café y las noticias exprés.
Kosovo es libre, pero no le quieren dejar volar.
Cae una banda de traficantes que escondían la cocaína en zumo. Se dieron cuenta cuando un hombre murió de sobredosis al beber un vaso.
Otra mujer muerta a manos de su pareja. Nos hemos acostumbrado, ya no es noticia.
Atasco en tal carretera y accidente en otra. Que importáncia tiene, va en metro.
El Barça no consigue pasar del empate ante un segunda.
Y, frio, cielo gris y lluvias ocasionales el resto de la semana.
Sale de casa con su paraguas medio roto, ¿que puedes esperar por tres euros?, camino del metro. Al acercarse a las escaleras ya se percibe el aire corrupto. Coge un periódico del ultimo montón que le queda por repartir a la chica, se introduce en el laberinto de túneles, rodeado de gente malcarada y sin duchar, treintaicinco minutos después ya esta enfrente de su oficina.
Al entrar saluda con su “buenos días” frio y distante y se sienta frete su escritorio.
Parece absorto con su trabajo, rara vez levanta los ojos. Se le considera una persona extremadamente responsable y eficiente, pero lo que la gente desconoce es que su trabajo lo ha mecanizado y poco se diferencia de su rutina matutina. La verdad es que su cabeza está en países exóticos, en islas sin nombre y ciudades perdidas. Pero siempre hay un pensamiento que le vuelve y le atormenta, “como a sus 34 años su vida ha terminado”.
No puede dejar de pensar que todo lo que está viviendo es un extra, que ya lo ha hecho todo y que además, le ha sobrado tiempo.
La jornada transcurre como es habitual, Informes (playa con cocoteros + que estoy haciendo aquí), desayuno en solitario, zumo (a ver si los traficantes perdieron un envase) y tostada, Informes (mercadillo de nómadas en una ciudad aislada + porque corrí tanto en hacerlo todo), comida en solitario, menú del día acompañado de zumo (a ver si esta vez hay suerte), Informes (Por que no me quede en casa?)
En una de las pocas veces que levantó la vista vio las 7. Solo le quedaban cuatro informes y su mesa estaría despejada, pero para qué quedarse a terminarlos si mañana seguirían ahí, junto a muchos otros. Tampoco le esperaba nada interesante fuera, pero nada por nada, mejor fuera que dentro.
De camino a casa, en el metro, miro la cartelera de cines. En una ciudad como es Barcelona la oferta es muy extensa. Pero nada le interesaba. Lo único que vio, es que en la filmoteca, dentro del ciclo dedicado a Berlanga, reponían “Bienvenido, míster Marshall”. Y en el barrio de Sarrià se sentía tranquilo, no sabía el porqué, pero la falta de aglomeración de gente y comercios le permitía pensar (última parada 34).
Justo a tiempo, pensó cuando se cerraban las cortinas tras de el. Se sentó en la butaca que se sentía más cómodo. Y en esa misma se había sentado un poeta conocido, que ya había fallecido. “Tuvo más suerte que yo” pensó.
La película era en castellano, y eso le gustaba, ya que odiaba tener que leer al mismo tiempo que mirar la película. Le era imposible sumergirse y dejarse llevar por todos los sentimientos que podían transmitir.
El final de esa película siempre terminaba dibujándole una suave sonrisa en su cara. Ya la había visto unas seis veces, no es que le apasionara pero siempre que veía que la reponían, no lo podía evitar e iba.
Una vez en la calle, decidió ir andando a casa. No había nadie esperándole y por lo tanto no tenia ninguna prisa.
Durante todo el trayecto no paraba de darle vueltas a la película y de cómo se les escapa el “sueño” al pueblo y lo ve alejarse por el camino polvoriento. Los sueños no se pueden esperar a que lleguen, tienes que ir hacia el y cogerlo. Si no solo ves como pasan. Que pena que ya no tenga sueños.
Estuvo dando vueltas a todo eso hasta que la lluvia volvió a aparecer , por suerte solo estaba a dos calles de casa. Al llegar al portal la lluvia apretó y, cerrando la puerta con vuelta, dejo la lluvia en la intemperie.
Espero unos segundos a que la luz de la escalera se encendiera, y se dispuso a subir los 5 pisos que le separaban de su piso, con calma y parsimonia, peldaño a peldaño empezó a subir. Al llegar al segundo algo le detuvo, como quien espera algo, pero nada sucedió y termino de subir los 3 pisos que le faltaban.
Ya en su piso, lo miro completamente a oscuras, solo iluminado por la luz tenue que llegaba desde la calle. Se puso el pijama, dejado otra vez el traje en el galán comprobando que estuviera en condiciones de poderse volver a utilizar mañana. Casi a oscuras, sin encender ninguna luz se dirigió a la cocina. Hoy para cenar pittza, su dieta básica de noche.
Ceno en apenas 10 minutos, por lo cual no encendió la tele. Casi nunca veía la tele encontraba mucho mas interesante leer algún libro de aventuras. Se acostó pronto, pero esa noche no leyó, prefirió hacer sus ejercicios de respiración. Justo terminados, cayo dormido sin tiempo de apagar la luz.
|