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Siempre que recorro el camino de regreso a casa, encuentro cierta comodidad con la rutina. Las calles conocidas, los mismos semáforos y la textura del asfalto en las avenidas hacen que el conducir adquiera un ritmo mecánico que me permite desconectarme y soñar.

La rutina de esta tarde se rompió en la esquina que menos esperaba; los autos se detuvieron inusualmente y me quedé atorado en un tráfico absurdo de cuyo origen tardé un par de minutos en descubrir.

Unos ladrones decidieron hacerse de dinero fácil en una vinatería que se encontraba en plena avenida. Sorpresivamente la policía estaba cerca del atraco y se dieron a la tarea de perseguir a los ladrones; la corretiza ocurrió sobre la acera de esa calle y para escapar, los ladrones se internaron en la vecindad que quedaba a un costado de la vinatería.

Los agentes empezaron a trepar por el zaguán metálico que servía de entrada; pistolas en mano gritaban a los ladrones que se detuvieran o empezarían a disparar. Por un momento pensé que alguna patrulla estaba obstruyendo el paso de los vehículos y por eso estábamos atrapados; la realidad era que la gente simplemente se detuvo a observar en vivo y a todo color al largo brazo de la ley en acción.

No hace falta ser muy inteligente para deducir que si la policía empezaba a disparar, y los ladrones contestaban, todos los automovilistas que nos encontrábamos en primera fila estaríamos justo en la línea de fuego.

Mi primera reacción fue la de pegarme al claxon y gritar al auto que estaba frente a mí que se moviera. La primera detonación me hizo sumirme en el asiento y cerrar los ojos. A pesar de que esperaba un estruendoso disparo, el ruido de aquel sonó ahogado, tal y como yo imaginaba el sonido de un petardo en campo abierto. Un sudor frío me recorrió el cuerpo y sentí claramente el latir de mi corazón por encima de la camisa; empecé a parpadear insistentemente y a ladearme recargando la cabeza en uno de mis hombros, no pude evitar la sensación que me producían las bromas de mi hermano cuando éramos niños y él me asustaba estirando una liga y amenazándome con soltármela en la cara. Con los ojos entrecerrados y tomando una posición fetal en el asiento del coche, escuché gritos de la gente en la calle y a los policías vociferando:

-¡Párate o te quiebro cabrón!.

Escuché tres nuevas detonaciones muy cerca del auto; una de las ventanas laterales estalló y sentí los fragmentos cayéndome como granizo. Después se hizo el silencio y, todavía con los ojos cerrados, estiré las piernas y me recosté en el asiento. Todo había ocurrido y yo estaba ileso para contarlo.

El sudor desapareció, la ansiedad se había sofocado por completo y solamente quedaba en el ambiente un zumbido agudo que no me dejaba escuchar nada más.

Bajé del auto, sin oír el ruido de la portezuela, y de frente me encontré a uno de los policías avanzando hacia mí; corría y movía los labios pero no escuchaba nada.
Me ignoró totalmente, abrió la puerta de mi carro y me encontró recostado en el interior del auto, cubierto de vidrios en medio de un charco de sangre.
Finalmente estoy regresando a casa pero en esta ocasión por una ruta diferente.

Texto agregado el 31-03-2003, y leído por 251 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-06-2007 Gracias por el relato bookkeeper
31-03-2003 La idea y el final excelentes. creo que se puede pulir con algunas comas que faltan. Bueno, es mi punto de vista. Un saludo gammboa
31-03-2003 Dios que bueno está el final, me mantuviste con los ojos abiertos para reventarme al fin jajaja, muy bueno y además plausible, saludos, Ana C. AnaCecilia
 
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