FLOR
Fue en la segunda mitad de su vida, cuando se percató de que iba deshojando calendarios sin encerrar fechas importantes. Por esos días se había dedicado a sembrar flores, solo por verlas germinar, mas una vez estirado el pequeño tallo y brotadas las primeras hojas, en vez de trasplantarlas a macetas o a las jardineras, simplemente las abandonaba a su suerte. Nada de agua, nada de amor.
Su nombre, que para nada le gustaba, la remitía a sus semilleros inconclusos, aunque nada hacía por cambiárselo o bautizarse con alguno elegido a gusto. Paradójicamente, estimulaba su pasatiempo comprando en el supermercado cuanta semilla de flor aparecía.
Con dos divorcios, una hija madre de gemelos a los que nunca veía por cuestiones de distancia, una herencia familiar de haciendas y tierras por toda la serranía, empleados y un contador que manejaba todo organizadamente, no tenía en que ocuparse más que en sus pensamientos voladores y sus insatisfacciones. De eso acababa de enterarse, en ese, su cumpleaños número cuarenta.
- Soy Flor. Flor de muerto, Flor de un día, Flor marchita. Dijo, frente al espejo enmarcado en hierro forjado.
- Floripondia, qué feo nombre. Dijo en un susurro y sabiéndose sola en la casa, fue subiendo el volumen de su voz…Flor, Florete, Floriche, Floripondia, FLORSINHAAAA!!, gritó al final.
Se desnudó despacio frente al espejo. Las clavículas sobresalidas, prominente pubis y rodillas onceañeras, la miraron desde el otro lado de la verdad. Levantó los hombros en señal de indiferencia. – Total, si sólo yo me miro… En ese instante su mente voladora regresó al calendario en el que se había olvidado de encerrar la fecha de su cumpleaños. Era media mañana y nadie la había llamado, ni ramo de rosas, ni tarjetas, nada. No hija, no gemelos, no ex maridos. Abrió su computador portátil con la esperanza caduca de un mensaje de felicitación, pero no había nada. La dejó encendida y bajó sin prisa los escalones alfombrados por el primer marido. No terminaba de llegar al descanso entre los dos tramos de escalones cuando escuchó la campanita de aviso de que entraba un mensaje. Corrió a su escritorio y apretando las ganas, se sentó pausadamente, casi masoquista se colocó lentamente los lentes y se dispuso a leer el mensaje. Empezó a leer los mensajes de abajo hacia arriba, como si no quisiera ver el mensaje nuevo, hasta que llegó a él.
De: Francisco de Melo / Asunto: Florsinha, quiero olerte / Fecha: 3 de mayo de 2008
Una pícara sonrisa levantó los pómulos, achinando sus ojos grises.
- Paquinho, Paco, Paquillo, Pacote, así que eras tú. Leyó entre risas y sonrisas, saboreándose los labios con la lengua mientras lo hacía. Escribió una corta respuesta y se echó un ligero vestido, sandalias y se tomó el cabello en una cola sobre la nuca. Bajó las gradas silbando, tomó el sombrero de paja que colgaba del gancho junto a la puerta, se lo puso, tomó las llaves del auto, cerró la puerta de la casa. Por un momento se quedó inmóvil en el hall de la entrada. Retrocedió sobre sus propios pasos, ingresó nuevamente a la casa y buscando en su cartera con que escribir, sacó su lápiz labial y encerró 3 de mayo.
Silbando “Chica de Ipanema”, bajó las graditas que daban al garaje, pateó una maceta con geranios secos y se alejó en su auto cumpliendo 40 años.
Para una buena amiga en su cumpleaños
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