Era el verano del 97 y en los cruces de la vida te vi pasar por J B Justo, yo iba en bicicleta. Un saludo y un cariño para que me subiera a la vereda y no me pisaran los autos de la calle Roma. Ibas a la pileta del club donde años atrás practicábamos para bucear, el Ateneo Popular Versalles. Y te acompañé sin preguntarte nada íntimamente comprometido, vos también evitaste el tema. Al llegar sólo me saludaste con un beso y una palabra final: “Suerte” que me heló la sangre como la muerte días después, de ese entrañable amigo nuestro, Osvaldo Soriano. Hecho que me conmovió en lo más íntimo y que no pude compartir ni llorar con vos. Ya era demasiado tarde para lágrimas en conjunto. Era tiempo de un duelo solitario, con recuento de penas y dolores y un poema de despedida para el Gordo.
E.G.
28/08/99