TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / jefpacheco38 / HISTORIA DE FUMANCHU

[C:350950]

RECOPILACIÓN DE CUENTOS


Mi Primer Perro: Ojito Un Terrier Pelo Duro



Por Jorge Eduardo
Argentina / 1948
Fecha de alta 20-12-2007

Ojito, era un perrito blanco, hijo de una perrita Fox Terrier, los llamados Fox Terrier recibieron ese nombre en Inglaterra por su bravura para cazar zorros, que son malos y peligrosos para un perro de su mismo tamaño, tienen la habilidad de meterse en las cuevas de los zorros y los sacan de ellas para que sus dueños armados de escopetas cacen a los zorros cuando salen.

Ojito desde cachorrito mostró su sangre, era bueno únicamente conmigo, dormía a los pies de mi cama y cuando mi mamá quería cerciorarse, en invierno que estábamos bien tapados o darnos un beso, Ojito sólo le permitía llegar hasta la puerta de la pieza, en caso de que ella tratara de cruzar el límite por él impuesto, la mordía sin ningún miramiento, razón por la cual ella no cruzaba de noche a nuestro dormitorio, de mi hermano y mío.

Ojito fue un juguete cuando chiquito, y un valiente compañero cuando grande. Cuando por alguna razón Yo salía de noche por el campo, él era mis oídos y mis ojos, también mi audacia y mi coraje. Yo con él me sentía valiente y me atrevía a andar por afuera, en esa época en el campo aún no había energía eléctrica y tampoco eran comunes las linternas que, en todo caso, no eran utilizadas para andar de noche por afuera jugando.

A Ojito me lo regaló el tío Anselmo, hermano de mi papá. En los veranos Yo siempre iba a las casas de los diferentes tíos y los primos venían a mi casa, cambiábamos ciudad por campo y campo por ciudad. El verano que nació Ojito, Yo estaba en la casa del tío Anselmo y ya le había pedido el año anterior que cuando nacieran perritos me diera uno, y el tío eligió el más grande, el más vivaracho, el más bonito, que aparentaba ser desde cachorrito tan malo como su madre.

Ojito me acompaño en varias correrías, pero las que más se destacaron fueron las cacerías de gatos. Los gatos eran mis enemigos, a los siete años yo no comprendía que se comieran mis conejitos o mis pichones de palomas.

Yo criaba conejos, palomas y pollitos bebé, todas ricas comidas para los gatos que venían de la bodega y que vivían en estado híper salvaje, comiendo también los pichones de las palomas salvajes de la bodega. Las palomas de la bodega de Pacífico Tittarelli estaban allí desde antes que yo naciera y los gatos no habían logrado eliminarlas de tantas que eran, y auque yo no lo supiera, cuando empecé a matar a los gatos, empecé a romper el equilibrio ecológico.

Pero aunque lo hubiese sabido, igual los hubiese matado, pues ellos se comían mis hermosos conejitos blancos, hijos de los conejos que me regaló Don Juan el caballerizo.

La forma de cazar gatos era una variante del uso que hacían los que desarrollaron la raza Fox Terrier. En lugar de cuevas, eran espacios entre palos de álamos depositados a lo largo, sobre palos atravesados donde se escondían los gatos; y en lugar de zorros eran gatos tan salvajes como los zorros.

Ojito se metía entre los palos donde se escondían los gatos y cuando salían, yo los cazaba de un tiro con una escopeta del 14 (calibre 14), que era de mi mamá. La forma de apuntarles era al Tun-Tun desde la cintura (al estilo de los pistoleros).

Una noche de verano caminábamos toda la familia por la calle Florida (ruta de campaña, recientemente asfaltada), íbamos hacia lo del tío Octavio (farmacéutico), dueño de la única farmacia en muchos kilómetros a la redonda.

No era común caminar por la noche en familia por la calle Florida, ya que los autos que pasaban lo hacían llevando muy poca luz, convirtiéndolos en un peligro...uno de esos autos...al que insulté mientras lloraba..., atropelló a Ojito, …dejándolo tirado en el suelo al lado de la acequia del agua.

Yo lo alcé y lo llevé para que el tío Octavio...el Negro...el sabio...lo curara,… mientras Yo, preso de una crisis de llanto,… era calmado con una inyección.

Al otro día cuando desperté en la casa del tío Octavio, la tía Teresa, su esposa, estaba a mi lado haciéndome comprender lo que aún no he comprendido:¿Por qué se tuvo que morir Ojito?

Mi largo llanto no era de bronca, tampoco de dolor...era el peor llanto que puede tener un chico... era el llanto de sentirse solo... Sin saberlo, Ojito me ayudó hasta el final,… me enseñó a perder lo que más se ama y a una edad en que esas cosas no son necesarias ni se comprenden.

Jorge Eduardo.CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA



La Finca, El Toro Y Mi Potrillo Chiquito


• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 42 abrazos, 38 sonrisas, 48 besos y 54 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1948
Fecha de alta 25-12-2007

La finca tenía un sector de potreros, estos empezaban después de pasar los corrales; nos juntábamos en el corral de los caballos y salíamos varios chicos de entre siete y diez años, todos montados a caballo, en los mejores caballos que habían en la finca.

Yo montaba al "Pico Chueco", un caballo pura sangre que de potrillo sufrió un accidente: otro caballo le dio una patada en la cabeza, cerca de la nariz y le quedó la cabeza, en el hueso de la nariz, con una deformación permanente que no le impedía respirar ni correr, sólo le quedó un aspecto feo que fue motivo del nombre ridículo para un fantástico caballo.

El Pico Chueco era sensacional, sus características sobresalientes eran: Era un caballo muy alto, y cuando digo muy alto es porque medía 1.70mts. a la cruz; era un caballo único de boca, con él se podía imitar al caballo del Noticiero Argentino y hacerlo levantar de manos quedando apoyado sólo en las patas traseras; era manso y magnífico para andar, respondía a la pierna para correr y doblar; saltaba cualquier tipo de arbusto con espinas y hasta una escalera apoyada horizontalmente entre dos árboles, pero lo mejor que tenía este excelente caballo era su galope y su paso a toda carrera y de nuevo al galope sin que por ello se excitara y en ambos aires de marcha tenía una suavidad en el andar jamás igualada por ningún caballo de la finca.

Los chicos montaban caballos que también tenían su historia, como El Noble, hermano del Pico Chueco, un caballo que fue corredor de cuadreras hasta los 12 años y que nosotros lo montábamos cuando tenía 20 y era un excelente caballo y muy rápido.

La madre de ambos era una yegua pura sangre que Yo anduve hasta que fue muy vieja y hasta antes de que se muriera, a los 31 años. Se llamaba La Sandunga (así la bautizo mi nono Lorenzo, que era italiano y esa yegua era su sillera).

El nono murió cuando Yo tenía un año, y por lo que cuenta mi mamá, me alzaba de la cuna, colgado de sus dedos.

La yegua quedó como una reliquia, siempre estaba en el mejor pastizal, no tuvo más crías y solamente la montaba mi papá o Yo y nadie más.

Recuerdo haberla hecho correr sin que importara su edad, pero fue sólo en alguna ocasión, siempre la usábamos al tranco o al trote inglés que lo hacía muy bien.

Los chicos íbamos al potrero donde estaba el Toro Negro a hacerlo enojar (tenía manchas blancas), era raro y malo, no parecía un toro con cruza de Holando, tenía cuernos grandes y afilados que misteriosamente no se los habían desmochado, tampoco se porqué duró tanto antes de que lo cambiaran por uno de mejor clase, ya que las terneras hijas del Toro Negro no eran buenas vacas lecheras.

Pero para entender por qué sucedían las cosas de ese modo, tengo que contarles que de las 20 vacas lecheras que había en ordeñe, no se vendía ni un solo litro de leche, era toda para el personal de la finca y no importaba mucho la producción individual de las vacas. Todas las familias eran numerosas por una estrategia de trabajo, los hijos trabajaban la viña y cuantos más eran, mejor.

Había tantas vacas en ordeñe como hicieran falta, cada vez fueron menos ya que se compraron vacas Holando puras y un toro Holando puro (esto incrementó notablemente la producción por animal, reduciendo el número de vacas para dar la leche necesaria), los animales de pura raza se compraron en una estación del INTA.

Un día el Toro Negro estaba en un potrero de pasto alto, era el potrero donde años atrás, el nono había matado unas víboras Yarará, era el potrero donde se armaban las parvas de pasto para llevarles a los animales que se quedaban en los corrales de las casas de los contratistas, porque estaban lejos del corral y perdían mucho tiempo si todos los días tenían que ir a buscarlos: las mulas o los caballos que usaban en las viñas o las quintas.

En el potrero junto al toro estaba mi potrillo Chiquito, al cual Yo le daba terrones de azúcar y por esa razón venía cuando lo llamaba o simplemente cuando me veía.

Todos los chicos íbamos a molestar al toro, le hacíamos mugidos, las imitaciones de los mugidos que hacen los toros cuando se enojan. Los bramidos ponían al toro en estado de exaltación y empezaba tirándose tierra por el lomo, eso era una señal de que pronto la emprendería contra nosotros.

El potrero tenía en su extremo más alejado, yendo hacia el fondo de la finca, una puerta de alambre que si se abre y no se acomoda queda tirada en el suelo. Nosotros habíamos abierto la puerta desde arriba de los caballos y la dejamos tirada atravesando el paso, para ir cerca de donde estaba el toro, al que seguimos provocando.

En un determinado momento el toro arrancó con furia contra los caballos y sin que nadie pudiera imaginarlo Chiquito salió corriendo detrás del toro y lo agarró a patadas, obligándolo a desviar su ataque y dirigirse contra el alambrado, lo que nos permitió por fortuna, salir por la puerta tirada con peligro de enredar las patas de nuestros caballos.

El toro llegó hasta el alambrado y paró allí de casualidad, pues ese toro estaba acostumbrado a romper los alambrados para ir a pelearse con el toro de la finca de enfrente de Don López.

El susto recién lo sentimos cuando de vuelta al corral, nos dimos cuenta que el toro pudo habernos alcanzado, de no tener la ayuda del potrillo Chiquito.

Jorge Eduardo. Campamentos- Rivadavia, Mendoza – Argentina.




Porqué Jorge Eduardo Pasó A Llamarse Fumanchú



• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 38 abrazos, 42 sonrisas, 39 besos y 51 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1946
Fecha de alta 26-12-2007

En esta primera pagina quiero que sepan porqué surgió el nombre de Fumanchú para Jorge Eduardo. Fumanchú fue un mago que trabajaba en la Capital Federal y mi tío Aldo, "el poeta" venía a verlo.

Yo tenía cuatro años cuando Aldo me bautizó por segunda vez con el sobrenombre de Fumanchú, por un poncho rojo que yo tenía y era igual al de Fumanchú el mago.

El poncho fue parte de mi vida, porque en aquellos tiempos no existían las famosas camperas de cuero "gamulan" y lo más protector era el poncho.

Corriendo a caballo, cazando patos con el agua hasta la rodilla, gritando: patos...patos...patos...cuando una bandada se aproximaba y como eran las reglas de caza les tirábamos al vuelo: Con el tío Hugo, el Negro Aguirre, Cacho mi hermano y Yo.

Cuando caían al agua, Tell, mi perro de caza, se metía a sacarlos nadando en las lagunas mas profundas, a veces con el agua a punto de congelarse. Tell era un perro de una mezcla fina de raza Pointer y Braco, un fenómeno.

El día en que mi tío Miguel Echegaray me lo regaló por “malo”, Yo ya me había repuesto del dolor de haber perdido mi otro perro compañero de correrías: Ojito...

Tell era un tipo de perro con habilidades que demostró hasta viejo y ya no podía hacer cosas como saltar el portón de madera de mi casa de Los Campamentos, para ir a recibirme.

Después de un año que Jorge volvía a casa desde Santa Fe, de la facultad de ingeniería química.

En un lugar especial hablaré de Tell, porqué me lo dieron y cómo lo adiestramos con mi tío Hugo, hasta llegar a convertirse en el perro más fantástico para cazar toda clase de bichos.

El poncho era la prenda universal, si bien se ensuciaba, rara vez se lavaba, era de una lana muy fina, y con honestidad, no supe quién me lo regaló. Por una deducción lógica diría que fue mi tío Aldo, pero mi mamá me aclaró las dudas y me dijo que fue el tío Alfredo, hermano de papá, de quien nunca hubiera pensado que fuese quien me regaló el poncho, que era igual al de Fumanchú y fue causa del sobrenombre.

El poncho permitía estar abrigado pero no perder los movimientos, por eso lo usaba para ir a jugar al futbol en una cancha (ubicada en el medio de la finca) de arena y sin un sólo refugio donde guarecerse del frío del invierno, o del sol en el verano.

En esa cancha nació el club de futbol "Finca Furlani" que jugaba en un campeonato entre otras fincas y algunos incipientes barrios.

Las más conocidas eran: La Finca Tomba, La Bodega Calzetti, La Bodega Tittarelli, el Barrio Unión, algunas fincas pasando el río Tunuyán por el viejo puente de madera que quedaba en Santa María De Oro, una vieja localidad donde nació mi mamá, en un pequeño poblado rodeado de viñedos, vecino a la ciudad de Rivadavia; la Finca Furlani estaba ubicada en Los Campamentos, un distrito de Rivadavia: Tierra de indios.

A jugar los partidos que se jugaban en Santa María De Oro, íbamos en un camión, cuyo dueño era el capataz de la Finca Furlani: El gringo Ricciardi. Los viajes no eran de puro placer, por un motivo u otro los chicos nos agarrábamos a trompadas dentro del camión en movimiento, pero al llegar a la cancha todo había terminado, y lo que importaba ahora era hacer barra y alentar al equipo de los grandes.

La distribución dentro de la cancha tenía reglas fijas, y no dependía del director técnico, la posición de los jugadores. Siempre se jugaba con: Un arquero, dos defensores, tres en el medio campo, y cinco delanteros.

El mejor jugador de la cancha tenía el Nº 5 y lo llamábamos "centrojas". Ese puesto requería atributos que difícilmente podían encontrarse en un sólo jugador: Primero debía ser rápido para quitar y encarar para el arco, cediendo la pelota si era necesario, de lo contrario la llevaba él mismo hasta la puerta del arco, donde muchas veces hacía un pase para el gol y otras tantas pateaba él, convirtiendo o errando.

Se jugaba con 5 delanteros, 3 en el medio y 2 defensores, ahora se ha invertido la forma de jugar. Los partidos se ganaban o perdían por goleadas y eran muy divertidos y nunca debió cambiarse el clásico 5 -3- 2- 1.

Los pibes a veces jugábamos de preliminar, no teníamos pantalones cortos, ni tampoco botines, jugábamos con alpargatas negras de suela de cáñamo, que eran de uso muy generalizado en el campo, todavía no estaban de moda las zapatillas de goma.

El futbol tenía una boca o tajo que se cerraba con tientos de cuero y era para sacar por allí, la cámara cuando se pinchaba. Las cámaras tenían un pico largo para inflar el futbol con boca y no se usaban picos o agujas como ahora para inflar el futbol sin boca.

El poncho perdió protagonismo cuando a los cinco años empecé a ir a la escuela. Fui un sólo año a la escuela rural Nº 20. Al año siguiente fui a la escuela Bernardino Rivadavia (tuvieron que operarme del poncho para que pudiera bañarme y fuera a la escuela por primera vez).

A los cinco años alguien me enseñó a leer (seguro que anduvo Aldo con mi mamá en ese menester)...Yo no quería ir a la escuela porque no sabía escribir.
A pesar de mis malos primeros días, que no quería ir a la escuela y era una pelea cotidiana, mi maestra de primer grado, la señorita Alicia, me sacó el miedo y salvo una o dos veces que pasé por la dirección, fui un alumno disciplinado y llegué a destacarme en el primer grado, siendo el abanderado de mi grado en mi escuela de campo en La Verde, escuela prefabricada de madera, muy humilde y con una cancha de fútbol donde pasábamos los recreos: Escuela Nº 20.

Durante un año estuvieron haciendo la casa nueva de mi papá y tuve que ir a la escuela Bernardino Rivadavia, cambiar de casa e ir a vivir al pueblo, y ya me quedé para siempre en la escuela primaria Bernardino Rivadavia.

Y justamente cuando el pueblo se convirtió en ciudad, terminé el 6to grado y por casualidad Yo también era el abanderado de la escuela y figuré en el libro de la historia del pueblo, junto con todas las personalidades (el intendente, el comisario, el director de la escuela primaria y el de la secundaria...), estaba también el abanderado Fumanchú.

En el pueblo no era fácil divertirse, no había televisión, no había caballos, pero siempre encontrábamos la manera de salir del aburrimiento.

Fue en esa época cuando me hice amigo de los amigos de mi hermano, que ya iba a esa escuela cuatro años antes que Yo. Él tenía diez años y Yo tenía seis, sus amigos a esa edad me doblaban en altura y peso, lo que no impedía que me tuviera que defender de ellos.

Eso me sirvió y mucho cuando volví a la finca, porque allí tuve que mantener mi liderazgo natural, no buscado, a las piñas.

Un pasatiempo favorito era ir por las vías del tren, allí juntábamos bulones de los que se cortan para unir las vías del tren a los durmientes y los usábamos con la onda como proyectiles para hacer guerra entre nosotros, esto era terrible y en más de una ocasión terminamos seriamente lastimados.
Quiero aclarar que Jorge fue Fumanchú hasta los 15 años, para no volver a ser Fumanchú y transformarse en Jorge para siempre.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS –RIVADAVIA-MENDOZA



Las Historias Que Me Contó Don José
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 138 abrazos, 96 sonrisas, 121 besos y 143 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1960 -Fecha de alta 27-12-2007

Aprendí de los Aguirre, que me gustaran los caballos de carrera. A la edad que los nenes aprenden a andar en bicicleta, Don José me enseñaba a andar a caballo, en caballos pura sangre de carrera.

Don José era árabe, tenía el desierto reflejado en su mirada y manadas de caballos árabes se reflejaban corriendo por las dunas. Les enseñó a sus hijos todo lo que sabía de caballos de carreras, y Yo, cuando tenía entre ocho y diez años me la pasaba en los boxees viendo lo que hacían con sus caballos.

Llegué a cuidar caballos para cuadreras, cuando tenía diez años, cuidé a mi caballo Chiquito, que era mi preferido.

Don José era muy amigo de mi nono Lorenzo, y le gustaba contarme historias del nono cuando éste ya había muerto. La Historia Del Viejo Cachimba era su preferida.

Cachimba era un viejo italiano igual que el nono, fue uno de los tantos italianos que vinieron cuando en Mendoza se empezaba a plantar grandes extensiones de viñedos, en particular en el valle del río Tunuyán y en Los Campamentos.

Fue el nono quien hizo las primeras grandes plantaciones para Gargantini, para Tomba, y para Giol. El nono y Don Cachimba solían encontrarse enfrente de la casa de la nona Luisa, a veces con testigos y a veces sin testigos, el encuentro monótono y pseudo cordial consistía en un intercambio de saludos que tenían un alto grado de agresividad para los actores.

Cuando pasaba Cachimba y el nono estaba en la puerta, Cachimba lo saludaba con rectitud:
-"Buenos días Don Lorenzo",
a lo que el nono le respondía:
- "Buenos días Cachimba"
...quien a su vez le contestaba mal por haberle dicho Cachimba:
- "Que lo suparito Don Lorenzo"...Así los días y los saludos.
Hasta que estando un día Don José (el nono siempre llevaba un Colt 38), cuando se cumplió el rito del saludo y los mutuos agravios, la cosa terminó así: El nono esperó que Cachimba se sacara la pipa de la boca cada vez que hablaba y al terminar la última frase, al ponerse la cachimba nuevamente en la boca (la pipa), se la cortó contra el mostacho (bigote italiano), sin siquiera rozarlo, de un certero balazo.

El saludo al otro día tuvo una frase menos.

El Gallego Raya era otro de los personajes que habían tenido historias con el nono, y Don José me las contaba. Raya era un comerciante de esos que se encuentran en el campo; llevaba una carreta de cuatro ruedas tirada por cuatro mulas, para pasar por el Callejón del Medio, que era de piso de arena. Debía pegarle a las mulas que arrastraban el pesado carromato, cargado de frutas exóticas (foráneas) como bananas, ananás, y verduras tempranas de otras regiones.

La escena de pegarles a las mulas lo ponía muy mal al nono Lorenzo, quien cada vez que lo veía hacer esto con las mulas, se ponía de muy mal humor y le decía:
- “¿no te he dicho que cuando pases por mi finca no le pegues a las mulas?”… A lo que El Gallego contestaba:
…“¡Las mula son mías y hago lo que quiero Don Lorenzo!”…

Don Lorenzo lo esperó un día donde el arenal era mas pesado y cuando empezó a pegarle a las mulas, sacó el Colt 38 y cuando levantó el látigo para pegar a las mulas, le cortó el palo de madera contra la mano…

Otra historia que me contó Don José, fue lo que sucedió una tarde calurosa de enero cuando se habían reunido -en un potrero donde estaban las yeguas-, varios peones de la finca que al ver dos inmensas yarará que se venían hacia donde ellos se encontraban, empezaron a gritar:
-- “Don Lorenzo... mire las víboras...”
El nono al ver que eran venenosas, salió al galope y desenfundó, y cuando las tuvo a tiro sin parar el caballo les cortó la cabeza a cada una de un balazo.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA



La Finca De Campamentos "Lorenzo Furlani"
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 50 abrazos, 53 sonrisas, 36 besos y 26 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1950
Fecha de alta 28-12-2007

La finca era lo que se llama una finca productora de uvas, pero junto con las vides se cultivaban muchas plantas frutales de diversas variedades, en grandes extensiones.

La finca tenía un trazado muy sencillo, como la mayoría de las fincas al costado y a lo largo de la calle Florida. Todas eran rectangulares con el frente más angosto sobre la calle, tenía un callejón al medio que la dividía a lo largo en dos mitades iguales, pero cada lado tenía una característica distinta.

Del lado izquierdo mirando de frente desde la calle Florida, estaba la casa que construyó mi tío Hugo para la nona Luisa y que cuando se repartió la finca entre los herederos de mi nono Lorenzo, pasó en propiedad de mi papá y de mi tía María que era soltera y mi madrina de bautismo, hermosa y buena, me trató como ninguna madrina lo haría con su ahijado; por último antes de morir le cedió a mi papá su parte de la casa , no así la parte de la finca que se la dio a sus sobrinos que tanto la querían y ella también los quiso como si fuera una madre.

Del lado derecho del callejón del medio y también a la entrada, estaba la casa nueva de mi papá, una casa sencilla pero bien construida, con revoques blancos a la cal.

Para construir la casa de mi nona, mi tío Hugo usó los planos de un chalet californiano, de esos que se venden los planos para construir sin errores con todos los detalles.

Era una hermosa casa para el campo, inmensa: 420m2, con las cosas que son vistosas en el campo, como galerías sobre las habitaciones, grandes ventanales y muchas puertas al exterior, chimenea de la estufa a leña; la casa estaba situada en medio de un bosque de pinos y un poco más lejos, estaba rodeada de plantaciones de diferentes frutales a las que le seguían las plantaciones de vid.

La casa tenía un living comedor que ocupaba la mayor parte de la casa, además tenía una amplia arcada que unía el living con el comedor, formando un espacio para vivir muy agradable con la estufa a leña, que al ser prendida en el invierno con maderas sulfatadas de troncos de vides, daban un juego de luces de colores, debido a la presencia de sales de sulfato de cobre y algún contaminante de magnesio y otros metales como zinc.

Esas llamas producían una fascinación en mí, que me quedaba de noche solo junto al fuego, pensando: qué habría más allá de los cerros, más allá del río...

Frente a la casa pasaba la acequia del agua que tenía sobre sus orillas, alverjillas salvajes pequeñas pero de intensas flores rojas, que habían aparecido debido a las semillas arrastradas por el agua. Sobre la acequia crecían variadas especies de árboles frutales y de adornos, aprovechando la humedad que siempre se mantenía, haciendo del lugar un verdadero oasis.

Para describir la finca hacia el interior hay que caminar por ese callejón de arena y la principal vía de comunicación: El Callejón Del Medio. A cada lado del callejón del medio se sucedían plantaciones, lagunas artificiales (aguadas), para los animales: Caballos, vacas, corrales, potreros, campos sin cultivar; cada lado era distinto.

El izquierdo empezaba con un viejo parral, una plantación que ya era vieja cuando Yo nací, estaba en la zona de los médanos, en la esquina del rectángulo por donde entraba la acequia del agua, daba mucha producción de uva a pesar de sus años y en el parral anidaban muchos pajaritos, entre ellos los jilgueros cabecitas negras, que eran cantores y muy bonitos.

Para entrar de la calle Florida al callejón del medio, lo primero que encontrábamos era un puente sobre dicha calle, y luego, otro puente sobre el callejón del medio; el primer puente cubría la acequia que regaba la calle y el segundo la acequia que regaba parte de la finca, entre ambos puentes se armaba una subida que, por suerte, los camiones cargados de uva en época de cosecha, lo tomaban en bajada al salir de la finca para la bodega.

Los puentes eran de palos largos apoyados sobre palos atravesados, estaban cubiertos de arena que se sacaba de las acequias cuando se limpiaban, esa arena era finita y la arrastraba el agua, era limpia aunque a veces traía "penepes", que son pequeñísimas espinitas de algunos cactus, se clavan en la piel como si fueran lana de vidrio, produciendo un intenso dolor y se salen cuando ellas, las espinitas, los "penepes", quieren.

En la parte central de la finca había una porción de terreno que estaba cubierta por un médano, como todo médano estaba formado de arena con alguna vegetación propia del desierto mendocino. Jarillas, retamos, algarrobos y pastos duros; todos muy resistentes a la sequía.

El médano era una colina de arena de gran belleza por su agreste salvajismo, donde los indios enterraban a sus muertos y hacían las tolderías. Mi papá hizo allí la primera plantación de duraznos y para ello debió sacar el médano.

Para sacar el médano debió rebajar con agua, esto quiere decir que utilizó la fuerza del agua para nivelar el médano que tenía una altura que impedía su regadío natural, para luego convertirse en una quinta de 12has de duraznos amarillos.

Los cultivos se hicieron junto al callejón del medio. De un lado había más viñas y parrales, y algo de frutales. Del otro lado había más plantaciones de diversos frutales, tales como ciruelos, almendros, damascos, variedades de durazneros, cerezos, membrillos; plantaciones de huerta con zapallitos y zapallos, tomates,
frutillas, potreros de pasto, potreros con maíces y avena.

La finca era hermosa para recorrerla y recoger toda clase de exquisitos frutos y verduras. El lado izquierdo estaba todo cultivado y en forma más ordenada; en cambio, el lado derecho estaba más desordenado y era más pintoresco; además de frutales, tenía fracciones de campo sin cultivar, potreros de alfalfa, donde se producían fardos de pasto.

También estaba el área del viejo secadero de frutas peladas, la mayoría de las viviendas de los peones y de algún contratista y también del capataz. La represa del agua y la cancha de futbol, el corral de las vacas y el corral de los caballos.

Entre los tesoros que escondían los médanos, estaban los cadáveres del cementerio indígena que se encontró. Junto a los muertos se encontraron utensilios de piedra que se utilizaban para moler semillas, probablemente de algarroba ya que estas, una vez fermentadas, servían para hacer la "chicha".

La "chicha" era un aguardiente, espirituosa bebida blanca, con la cual tomaban coraje para defender sus tierras de los soldados que se las robaron durante la conquista del desierto mandada por Roca, y ejecutada por Villegas, quien iría luego más al sur y construiría la famosa Zanja de Villegas, la primera defensa artificial contra los indios que luego debieron refugiarse en Chile.

Los indios de Mendoza respondían al mando de quien ha quedado el recuerdo de su nombre por el pueblo, hoy ciudad de Guaymallen (del cacique Guaymallen), por el canal de igual nombre que atraviesa la ciudad de Mendoza, y por los alfajores que llevan su nombre.

Los soldados de Mendoza cumplieron con su cometido, liberaron las tierras para la agricultura, pero de la rica cultura indígena sólo hay muestras en el museo que esta debajo de la plaza Independencia, museo armado por un amigo de papá, el señor Rusconi; y a quien papá le regaló para su museo los esqueletos, los arcos, las flechas y los morteros con manos de piedra, que se encontraron en la finca, y estaban depositados en la cocina de mi casa, produciendo susto y gran disgusto a mi mamá.

La acequia del agua era un lugar destacado por la arena y la sombra de los "carolinos" gigantes de frágiles ramas. En verano se convertía en el lugar preferido para jugar. Era como decir la acequia de la vida, porque sin agua todo se volvía desierto arenoso, como fue en la época que la finca estaba habitada por indios.

Allí en la acequia jugábamos durante horas cuando venía el "turno", es decir venía agua por la acequia, cosa que sucedía con regular periodicidad durante unos cuantos días. En el verano el agua traía "penepes", no obstante ello, igual nos metíamos bajo un sol radiante y un clima caluroso y seco de Mendoza.

Buscábamos la sombra de los gigantescos carolinos aun sabiendo del peligro que corríamos si se caía una de sus grandes ramas. Las ramas al caerse hacían un ruido inigualable y siempre servía de aviso. Los carolinos eran magníficos y ya desde el tronco eran inaccesibles, no se podían trepar de ninguna manera, ya que el primer horcón aparecía a cinco metros de altura.

Todos los veranos se desgajaban con los vientos o sólo por su peso, enormes ramas de carolino que caían al suelo, generando una reserva de madera que algunas pocas veces, se convirtieron en tablones, y la mayoría de las veces fueron leña para el fuego, que se usaba en la estufa y con otras maderas de diversos orígenes (viñas, quintas). Las maderas que más es usaban eran las que se obtenían de la poda de los árboles frutales y de los troncos de las vides que se sacaban o se renovaban.

Hablar de la acequia es hacerlo de todas las acequias que (como el hilo milagroso que Ariadna le puso a Teseo en el laberinto de Creta), recorrían sin solución de continuidad todos los rincones de la finca, regando cada planta de las miles que allí había, en las trecientas hectareas bajo riego.

Muchas veces la aventura era ir recorriendo las acequias sin salirse del agua,… así pasábamos de un lugar con uvas, a un lugar con ciruelas o cerezas o duraznos...Era de nunca acabar.

La acequia servía para cultivar toda clase de árboles a su costado, ya que era la única zona que siempre tenía humedad en el desierto mendocino, por eso las calles de Mendoza son un vergel con acequias bordeadas de arboledas que alcanzan grandes dimensiones

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS –RIVADAVIA-MENDOZA



El paraíso volando para conocer
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 21 abrazos, 19 sonrisas, 23 besos y 28 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1951
Fecha de alta 29-12-2007

La finca era un pedazo del paraíso, allí vivía Yo a los diez años, sin ser conciente de la belleza que encerraba ese lugar y todos los paisajes aledaños, con vistas de cerros, ríos, viñedos, plantaciones, potreros, animales sueltos.

Como mi tío Hugo era piloto de pequeños aviones y dueño de un avioncito Air Coupé, un poco más poderoso que los Pipper más pequeños. Salíamos en avión a recorrer los alrededores.

Lo primero que individualizábamos desde el aire, era un añoso eucalipto que habían plantado hacía muchos años atrás y junto al cual mi nono Lorenzo construyó la primera casa de la finca, donde vivió con mi nona Luisa .Desde el avión se podía ver todo el valle formado entre el río Tunuyán y las sierras de la Ventana (de Mendoza), al este de Rivadavia.

Esa fue tierra de indios y de allí salió el nombre de “Los Campamentos” para el lugar donde yo crecí y corrí cuando era niño, como un indio verdadero y del cual guardo un recuerdo muy especial.

Mi primer viaje en avión, de bautismo, ocurrió en un DC3, de la Fuerza Aérea Argentina, inauguraron el Aeroclub de Rivadavia, del cual fue el primer presidente mi tío Hugo. Sin embargo, recuerdo con más emoción los primeros vuelos que hicimos con Hugo en un Pipper pequeño y luego con el Air Coupé propiedad de mi tío Hugo, por encima de los viñedos y casi rozando las copas de los árboles. Y un día pasé por encima de mi casa manejando el Air Coupé, cerca de la copa del eucalipto, originando que mi nona y mi mamá se enojaran con mi tío Hugo.

El aeroclub está cerca del río Tunuyán en unos terrenos de poco valor agrícola, que el empresario Gargantini donó al club. La finca Gargantini, era en esa época la finca más grande del mundo en un solo paño y de un solo dueño.

Cuando salíamos en el Air Coupé, no podíamos descender en cualquier terreno parejo como sí lo hacíamos con el Pipper, por lo que usábamos el Air Coupé para pasear y el otro para descender en los ríos secos para ir a cazar martinetas copetonas.

El valle es hermoso y aunque lo que voy a contar pertenece a los recuerdos de mi infancia, creo que estarán allí todavía los inmensos olivares, los viñedos y las quintas de duraznos, formando las fincas Gargantini y Tittarrelli, como las más grandes.

Las plantaciones de ciruelas en la finca Furlani, también eran muy extensas; quizás ya no queden las inmensas plantaciones de tomates, ni chacras de ajos y cebollas; de la extensión que las hubo en mi infancia, puesto que las fincas empezaban siendo chacras para convertirse con los años en fincas de vides y frutales.

El avión levantaba vuelo enfrentando hacia el río Tunuyán, que en ese tiempo no tenía la represa formada por el dique El Carrizal, allí estaba un conjunto de compuertas y canales que le llamábamos dique: al dique de Medrano, que no era un embalse, y sí un derivador.

Del dique Medrano, salía el Canal De Los Andes, que era el que le daba vida a toda la región, y entre otros parajes a Los Campamentos, el agua se repartía por canales secundarios y acequias que llegaban a todas las plantaciones del valle.

Desde el avión todo parecía más ordenado de lo que se veía desde el suelo caminado o de a caballo como era la costumbre de mi papá y la mía. La perspectiva desde el aire cambiaba y aquel inmenso lugar para correr a caballo entre los árboles frutales o los viñedos, o los potreros, se veía como una postal donde todo estaba al alcance de la mano.

Pasar de un potrero a otro era muy fácil con el avión para asustar al toro negro y mirar mi potrillo Chiquito, que estaba a veces en un potrero y a veces en otro con los caballos de tiro.

Con el avión era un juego ir de un lugar a otro, todo se volvía cercano y posible, podíamos estar volando siguiendo el curso del río, corriente arriba o abajo y en los cinco minutos siguientes, podíamos llegar hasta el límite con los cerros.

El límite de los cerros no era caprichoso, más allá seguro no habían lugares planos para un aterrizaje forzoso; el Air Coupé eran un avioncito rápido, con las alas en la panza. Mi tío me enseñaba a conducir, era mitad auto y mitad avión, ya que para subir había que empujar el volante hacia adelante y para bajar había que tirarlo para atrás, para doblar se giraba el volante como si fuera un automóvil. La única diferencia era que el volante estaba cortado y era un semi volante.

Bajando desde los cerros hacia el río, se encontraban en forma sucesiva y en una longitud de unos 15km., los siguientes espacios o hitos naturales o artificiales que le conferían a mi valle su singularidad. Primero estaban los cerros que seguían más allá, separando el Valle del Río Tunuyán de la ciudad de San Rafael, por 400km y por seguridad nunca nos aventuramos en el avión.

Después de los cerros, bajando, venía un campo virgen, es decir sin haber sido cultivado con anterioridad, ya que en ese entonces no podía ser cultivado porque quedaba aguas arriba del canal Los Andes y no podía recibir el agua de riego del mismo canal. Ese campo era la fiel expresión del desierto mendocino, la representación de lo que esa tierra era en su estado natural, los árboles que crecían eran los que podían adaptarse y sobrevivir con el régimen de lluvias anuales.

No había muchos árboles, más bien eran arbustos, porque los que habían crecido grandes como los chañares, alguien los había cortado. Con ellos hacían los palos de viña y ello les costó la vida, dejando muda presencia de su existencia unos toscos raigones que se convertían en trampas para los caballos, cuando salíamos en alocadas carreras al volver a casa, buscando llegar primeros al canal Los Andes.

Después del canal empezaba la civilización o la barbarie, depende cómo se lo mire, todas las tierras que tenían derecho de agua, por el uso del canal, habían sido rozadas, es decir despojadas de todas sus plantas naturales, para plantar viñedos, frutales o chacras.

Luego de rozadas fueron niveladas, siguiendo curvas de nivel que permitían la circulación natural del agua por acción de la gravedad, buscando las pendientes que el hombre fue diseñando, adaptando la tierra a sus necesidades, haciendo desaparecer los médanos o colinas naturales que le conferían su hermoso aspecto agreste al paisaje, de otro modo no hubiese podido regarse en forma artificial, la tierra; y sin riego artificial no habría viñas, ni frutales, ni álamos, a la acera de los caminos, ni tampoco hubiese sido todo tan verde mi valle, como para llamarse La Verde, el lugar donde tenía el almacén el turco Ernesto.

Enfrente de la finca Furlani y desde el canal Los Andes, hasta la calle florida, habían viñedos que pertenecieron a diferentes dueños. Los que yo conocí fueron: El Gallego López; un hombre muy educado y con mucho dinero, y Pacífico Tittarelli, amigo de mi papá desde chicos y también de Mario el hermano mayor de Pacífico.

Pacífico era dueño de varias bodegas, la más conocida fue la última que hizo. “La Bodega del 900”, para que la gente conociera la historia del vino en Mendoza, a la que concurrían muchos turistas, atraídos por la vieja bodega y el buen comedor que allí atendía.

Tenía fábrica de aceite de oliva, con la figura que diseñó como marca y distintivo de sus aceitunas y aceite virgen de oliva, muy rico. Representaba una mujer desnuda sobre un caballo, con alas.

Don López había comprado la finca que le pertenecía al Banco de Mendoza, la tuvo algunos años y se la vendió a Pacífico Tittarelli, fue recién entonces que la finca se modernizó con la gran imaginación de su dueño; cultivó por primera vez en Mendoza viñedos con una única clase de uva, o sea varietales puros y fue él quien introdujo el Lambrusco, que aún muchos años después de su muerte se encuentra en las vinerías con su marca: Un caballo alado, Pegaso criollo, montado por una mujer desnuda, la Lady Godiva de Los Campamentos, que él mismo diseñó y dibujó, haciéndola luego en cemento en el frente de su bodega de Los Campamentos.

Enfrente de la bodega de Pacífico estaba la finca del nono, finca Furlani, cuya superficie era de 300 hectáreas cultivada con viñedos: Viña baja, espalderas y parrales, luego habían diferentes variedades de árboles frutales que aunque no estaban ordenados en un sólo paño, formaban plantaciones magníficas de diferentes frutas.

Empezaré por las que más me gustaban: Los cerezos, eran árboles magníficos inmensos para ser frutales, muy difíciles de sacar sus frutos debido a que tenían ramas muy altas y finas que no resistían que alguien se trepara a cosecharlas, había que usar escaleras muy largas hechas de álamos. Los frutos eran rojos y grandes para cerezas, de un sabor exquisito.

Otras frutas exóticas eran los almendros y las nueces, había una plantación de almendros con muchas variedades, las almendras de cáscara dura y frutos alargados, las almendras de cáscara blanda y frutos redondeados. Las nueces se limitaban a un grupo de árboles grandes que estaban al lado de la casa.

Las quintas más extensas eran las de duraznos amarillos, que eran para industrializarlos haciendo duraznos en almíbar en latas, otras variedades de duraznos que eran muy ricos eran: Los pelones, los chatos y los priscos.

También había ciruelos de varias clases: Los que daban ciruelas amarillas tempranas y rojas tardías, ciruelas negras pequeñas y rosadas grandes.
Había damascos y damascas, los primeros son chicos y los otros son grandes. Membrillos agrios (para dulces) y dulces para comer).

Alrededor de la casa habían plantas de higos y brevas, naranjas, mandarinas, también y aunque no eran frutales había un bosque de pinos viejos muy altos y frondosos, todo este conjunto de frutales y árboles atraía a toda clase de pájaros y hacían de la finca un lugar alegre con sus propios y cautivantes trinos.

Los pájaros hacían oír sus cantos por todos los árboles, había pájaros amigos y enemigos míos, así a los tordos renegridos y a los gorriones los cazaba en una jaula trampa, donde se criaban pollitos bebe. Los otros pájaros como palomas,
Jilgueros, etc., nunca caían en la trampa y no comían la comida de los pollitos.
JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS- RIVADAVIA-MENDOZA



LOS CAMPAMENTOS LA ESTAFETA POSTAL
El lugar donde Yo nací se llama aún Los Campamentos, y así figura el nombre de la estafeta postal, que en mi niñez fue cambiando en forma sucesiva de control o encargado, el primero que recuerdo era el turco Ernesto, quien era el dueño del edificio donde estaban ubicados por orden de aparición y del lado del frente , (en una disposición de antiguo edificio chorizo a dos aguas y con dos frentes, o adelante y atrás ), primero la peluquería, que como imaginaran atendía el turco Ernesto en persona , al lado de la peluquería estaba el salón de Ramos Generales y a su lado la Farmacia, que la atendía mi tío Octavio, el farmacéutico de Campamentos, todo un personaje.
En la misma peluquería, se atendía el correo o la estafeta, como la llamábamos de chicos. La estafeta tenia en el amplio salón de la peluquería, un espacio reservado para tal fin; lo que nos permitía tener uno de los pasatiempos favoritos, cuando Ernesto estaba de peluquero; los chicos, en un mueble formado por cajoncitos apilados, atendíamos el correo, que consistía en buscar por la letra del apellido, las cartas de los que venían a cortarse el pelo y de vez en cuando la barba, para luego convertirse en clientes del almacén de ramos generales, que estaba a salón seguido y lo atendía la mujer de Ernesto, que era una señora mucho mayor que Ernesto, realmente muy linda , con grandes ojos negros y el cabello largo, que a veces ataba con un rodete.
No tenia hijos y por esa razón a los chiquilines nos trataba con cariño (y caramelos), todos los queríamos y su almacén y despacho de pan, despacho de bebidas, cancha de bochas, estafeta, peluquería, era para nosotros,…en las vacaciones, el parque de diversiones…al lado estaba la farmacia del tío Octavio.

EL NEGRO, EL FARMACEUTICO: DON OCTAVIO
Era el hombre mas bueno y servicial, alto, morocho, hijo de alemanes, Kermen de apellido, era el alma buena a quien la gente muy pobre para pagar remedios y sin obras sociales ni sindicatos, acudían a él para que le diera los remedios sin cargo.
El tío Octavio siempre tenia muestras gratis y de cualquier manera los sacaba del paso, o los mandaba al hospital con su diagnostico y recomendación para el Director, que disponía sin falta su atención. Había ocasiones en que con su saber debía ocuparse de casos complicados, como partos para salvar vidas. Lo mas apreciado de toda esta situación de pobreza, era que el tío Octavio no les cobraba ni por los remedios, ni por llevarlos en su viejo Ford T al hospital.
Cuando el turco Ernesto se cansó de atender la estafeta, ésta paso a tener su lugar en la farmacia del tío Octavio y la atendía la empleada todo servicio, (farmacia, cocina, estafeta y cama adentro), llamada Elba.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS –RIVADAVIA-MENDOZA


Los Otros Pájaros.Peto Mi Tijereta
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 16 abrazos, 21 sonrisas, 19 besos y 12 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1953
Fecha de alta 01-01-2008

No todos los pájaros eran mis enemigos que competían por la comida de mis pollitos bebe. No obstante y por instinto cada vez que me veían se volaban lejos, ellos sabían que esa onda, que siempre colgaba de mi cuello, podía arrojarles una piedra por más inofensivos que ellos fueran.

Tuve un pájaro que fue mi amigo, se llamaba Peto. Lo crié desde que era apenas un bollito sin plumas que se cayó del nido, en un almendro de los muy altos. No era un pájaro cualquiera, era una tijereta y todo el mundo sabe que las tijeretas como las golondrinas no se crían en cautiverio. ¿Cómo fue que éste pájaro macho sobrevivió a su condición de huérfano y en manos extrañas?

Cuando lo tomé en mis manos supe que era una tijereta, porque arriba estaba el nido y yo conocía los nidos de todas las clases de pájaros que había en la finca. Era imposible devolverlo al nido, pues los almendros tienen tan finas y frágiles las ramas, que ni siquiera un niño se puede trepar por ellas, hasta el lugar donde las tijeretas anidaban.

Las tijeretas crían a sus hijos dándoles de comer bichitos que cazan en el aire, Yo sabía eso, pero no sabía como darle de comer a un pichón recién nacido y puse en practica mi pasada experiencia en criar canarios muy pequeños, le daba en la punta de un escarbadientes una comida en base a huevo duro, en la que le ponía pedacitos pequeñísimos de carne. El pichón pronto aprendió a comer de esa forma y fue sensacional ver como crecía.

No lo crié en cautiverio, siempre estuvo en una jaula con la puerta abierta y desde que pudo moverse por sus propios medios, podía entrar y salir a voluntad. Cuando fue emplumando dejé la jaula arriba de un árbol de “siempre- verde”, que estaba al lado de mi casa y donde mi mamá lo veía, sentada en la galería, cuando se ponía a coser con una máquina Singer, con correa de cuero y pedalera antigua.

Cuando Peto aprendió a volar, lo hizo hasta la máquina de coser pidiendo comida a mi mamá, costumbre que conservó por largo tiempo, hasta que fue capaz de cazar en el aire su comida.
Entraba y salía de la jaula cuando quería y como no podía ser de otro modo consideraba a la jaula como su propia casa y el lugar más seguro para pasar la noche.

Se hizo grande, tenía dos veranos con nosotros, había volado por entre los pinos y le gustaba posarse en un gran eucalipto con muchas abejas y moscas cerca; y cuando lo silbaba venía como si fuera un perro y nunca dejó de venir a mi llamado.

Una tarde había muchas tijeretas volando y cazando, cuando lo llamé no volvió como otras veces, él se sentía libre, era libre y se fue con la bandada.
El verano terminaba y las tijeretas como las golondrinas emigran al llegar el invierno, lo esperé hasta el verano siguiente, silbé a cuanta tijereta de enorme cola partida con dos largas plumas pasara volando.
El año que se fue y el siguiente, lo busqué yendo a caballo a todos los lugares dónde yo sabía que se juntaban las tijeretas.

Las tijeretas son pájaros extraños, no es común verlos volando y menos asentados en algún árbol, pero yo tengo un ojo acostumbrado a ver pájaros y siempre veía a Peto pasar por entre los pinos, los eucaliptos, o por sobre mi casa sin hacer caso de los llamados y yéndose con su bandada de la que quizás era el macho guía y por eso ya no volvería nunca más con su familia de crianza.
JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA


La Calle Florida
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 22 abrazos, 20 sonrisas, 17 besos y 23 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1951
Fecha de alta 02-01-2008

Calle Florida: Así como el Callejón Del Medio era la huella en la arena que permitía el paso de las personas, los caballos, las vacas, los carros, de los vendedores ambulantes, los camiones con uva de las cosechas y de toda cosa con rueda o con patas que quisiera circular por la finca; la calle Florida era la vía análoga que permitía comunicarse con las otras fincas que por 45km. se extendían con sus frentes a la calle Florida.

Por la calle Florida venía el colectivo que nos llevaba a la escuela, en el pueblo (luego ciudad), Bernardino Rivadavia. El viaje duraba media hora y el pueblo estaba a 20 Km. En el trayecto subían muchos chicos que iban a la primaria y algunos mayores que hacían el secundario.

En invierno esperábamos el colectivo al lado de un fuego de hojas, y cuando el chofer no nos veía nos tocaba bocina y esperaba que saliéramos de la casa pero no nos dejaba.

La calle Florida estaba bordeada por enormes árboles que los regaban una acequia por cada lado, en su mayoría eran: álamos, carolinos, siempre-verdes, sauces llorones, que hacían una sombra perfecta para los días del verano y en invierno perdían casi todos las hojas dejando pasar el sol, que en los días muy fríos ayudaba a calentarse, cuando íbamos a pie o a caballo: a lo del tío Octavio, a lo de Ernesto o cuando iba a la Escuela de La Verde.

La calle Florida cambió radicalmente cuando la asfaltaron. Los automóviles ya no andaban despacio y se convirtió en peligrosa, porque no era muy ancha y estaba rodeada de árboles y de ese peligro guardo un recuerdo muy triste el de mi amigo Cacho Aguirre.

Cacho era un amigo muy especial, casi de mi edad, fuimos creciendo juntos, fue un amigo del alma, de esos que no se pierden por nada. Fue el amigo de los paseos a caballo, en sus caballos pura sangre de carrera que él cuidaba para correr cuadreras o en el hipódromo.

Primero nombraré a los caballos más famosos que tenían cuando Yo contaba entre ocho y diez años: Rebusque y Radical, dos caballos muy ligeros en carreras cortas y cuadreras; Yuyumita, una yegua que junto con Rebusque ganaron carreras por muchas provincias.

Rebusque no era puro con papeles por un error en su anotación de nacimiento, pero era un caballo perfecto con toda la clase de un pura sangre. En Mendoza, en el hipódromo, corrió con los mestizos. Nunca perdió una carrera y ya el último año se tuvo que ir a correr cuadreras por Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires.

Ganó en todos lados, carreras muy bravas y por mucho dinero. Largando con partidas (en movimiento) les sacaba tres cuerpos en la largada.

Otro caballo fue Desalmado el padre de mi caballo Negro.

Mi caballo Negro era de sobrepaso, su marcha acompasada era más rápida que el galope y no cansaba. Yo iba a los cerros cruzando el canal Los Andes. Como a 20 Km. desde casa y en una hora estaba en el lugar de cacería.

Con Cacho mi amigo hicimos de todo, íbamos a cazar, a pescar, a las cuadreras y cuando se puso el primer gimnasio de box, hacíamos la pelea estelar para que los grandotes se divirtieran, nos bajábamos los pantalones a trompadas, nos rompíamos el alma, pero después de la pelea entre nosotros no había pasado nada, salíamos abrazados: Éramos profesionales.

Con Cacho nos hacíamos la rabona (faltar a clase) a la escuela, para ir a jugar al villar. Cacho fue el gran vago del colegio primario y secundario, pero se recibió de médico muy rápido y muy joven. Una vez recibido se volvió a vivir a sus pagos: La Verde.

Era un médico muy querido, y siendo muy joven se encontró con la muerte, chocó a toda velocidad contra un árbol en la calle Florida, en la ruta que va de Rivadavia a Gargantini y a La Verde. Un viejo sauce quedó con la cicatriz del choque, recordándonos cada vez que pasamos por el lugar.

Ese es el hito más trágico de la calle Florida. Ese fue el día más trágico que se vivió sobre la calle Florida.

JORGE EDUARDO, CAMPAMENTOS, RIVADAVIA, MENDOZA.


La Casa Del Nono Y Las Fiestas De Navidad
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 54 abrazos, 51 sonrisas, 67 besos y 56 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1952
Fecha de alta 02-01-2008

La casa del nono, quedó para su hijo mayor, se llama aun Villa Constanza y pasó en propiedad al tío Anselmo; luego a su hijo Cocó y de este a su esposa Porota.

El hermano de Cocó se llamaba Tito, el loco de las motos, metía miedo cuando andaba en su moto alemana de 500 cm3 HRD a una velocidad superior a los 200km/h. Tito sobrevivió a la moto, con la cual tuvo un accidente grande y la vendió cuando se casó con Ofelia y se compró un camión Mercedes Benz.

La casa del nono es espectacular, aun hoy conserva su viejo aire de castillo italiano, de morada romana. Veo sus escalinatas de mármol de Carrara y me parece que sube por ellas Julio Cesar. Aunque, en aquellos tiempos era sólo la casa más linda para jugar a las escondidas, para correr por sus bosques de árboles de flores como magnolias y de frutales, la casa estaba en la Finca Russell, así se llama el lugar.

Las frutas más ricas y exóticas que para mí habían, eran las limas que se parecen en forma y color a los limones, pero son de un verde más oscuro, su sabor es especial y son árboles muy grandes que producen gran cantidad de frutos.
Todos los años y hasta que tuve doce ó más, nos reuníamos todas las familias para navidad. Éramos un montón a partir de que los hermanos de papá son ocho, y nueve con mi papá.

Cenábamos en el inmenso comedor que tiene una mesa de unos veinte metros de largo, y en el único salón de la casa quedaba espacio para sillones donde las tías se ponían al día hablando de nuestras fechorías y otras novedades...los tíos hablaban de cacerías, de cuánta uva iban a producir las viñas ese año y de cuál sería el precio...los más chicos recibíamos una "enorme" cifra de dinero para la ocasión y festejar con juegos y fuegos de artificio la Nochebuena (un peso).

Comprábamos pirotecnia de la de antes, recontra peligrosa, para ejemplo sobran las cañitas voladoras, que al finalizar su recorrido tenían en la punta una bomba que explotaba, convirtiéndose en nuestras manos, en armas de guerra y de eso se trataba cuando hacíamos dos bandos entre los muchos primos que nos reuníamos cada Navidad, poniéndonos a tirar desde dos extremos del carril Ozamis, cañitas unos contra otros.
Dios sería mendocino y por lo general no había accidentados ni había bajas en el parte de guerra por esta causa.

Otras batallas debí librar por mi culpa con el tío Anselmo, quien como dueño de casa se encargaba de organizar todo para que no faltase nada en la fiesta.

Una Nochebuena, faltando minutos para las doce de la noche y aprovechando que el tío Anselmo estaba ocupado en mirar las mesas, algunos de los primos, con el Rulo, el Johnny y Yo a la cabeza, fuimos al sótano a robar comida: Lechones, pollos, pavos... El tío nos tenía estudiados desde los años anteriores; ese año se había preparado un rebenque: cola de víbora con un largo mango de madera, un pedazo de cuero de dos metros trenzado y una punta de cuero de potro sobado. Les pegaba a todos y al que fuera, no había rápido ni habilidoso que no fuese alcanzado por esta cola de víbora...

Esa noche alguien dio la voz de alerta: Venía el tío con chicote... todos subieron la escalera del sótano y encararon por donde el tío los esperaba con su chicote, no le erraba a ninguno. Yo fui quedando para el final y cuando me tocó el turno, en vez de encararlo me tiré al patio de la casa, que desde la baranda de la galería de la casa habían como tres metros hasta el suelo, no me fijé y tampoco se veía porque de ese lado la casa estaba a oscuras, el patio escondía una trampa fatal: Una rastra de discos de esos que se usan para labrar la tierra.

Eran una novedad y Yo no los conocía, cuando por la gracia divina mis piernas pasaron por entre los discos, sólo en la pierna izquierda penetró uno hasta el hueso; Yo sentí una extraña sensación y dolor, pero cuando llegué al comedor con luz y vi la carne levantada hasta el hueso, me di cuenta de lo que pasó...mi padrino;… el tío Severo, me llevó hasta Maipú a su consultorio donde me cosió con doce puntos.

Al volver a la casa del Tío Anselmo, la Nochebuena seguía siendo "mala", mi primo Rulo se había atravesado el pie con una enorme espina de palmera... de nuevo al consultorio... los brindis fueron a las dos de la mañana

JORGE EDUARDO-RUSSELL-MAIPÚ-MENDOZA


La Familia
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 38 abrazos, 22 sonrisas, 27 besos y 33 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1953
Fecha de alta 03-01-2008

Entre los italianos había un pibe que vino solo en un barco desde Italia, que lo dejó en el puerto de Buenos Aires, de allí se fue a Mendoza, provincia en la que mi nono Lorenzo Furlani, fundó una familia de típica raigambre italiana: nueve hijos; siete de una esposa y dos de otra.

La primera esposa fue Constanza de la que enviudó a poco de nacer mi papá, que era el más chico de Constanza. La segunda esposa fue María Luisa una rubia de ojos muy azules y muy bonita.

Mi hermano salía al centro en auto con ella y le preguntaban "¿Che, quién era esa mina que llevabas?" (Cuando tenía mas de 60 años).

La familia del nono estaba compuesta por él: Lorenzo Furlani, las dos esposas que tuvo: Constanza y María Luisa. Los hijos: Anselmo, María, Severo, Ana, Alfredo, Teresa, Américo (mi papá) y los otros medios hermanos: Hugo y Aldo, unos tíos muy queridos por mí, y con quienes tuve una gran relación.
Esta fue la familia por el lado de papá: Américo.

Por el lado de mamá era la familia Pacheco, el Abuelo se llamaba Ricardo Pacheco, la abuela Elisa Álvarez dos descendientes de españoles; los hermanos de mamá se llamaban Ángela, María Elena (mi mamá), Ricardo (Toto), Duillo y Pascua.

Cuando mi papá dejó el colegio secundario se fue a dirigir la finca del nono Lorenzo.

La finca tenía una organización muy particular y la cual no era sólo fruto del invento del dueño. Las viñas se cuidaban con contratistas que recibían una mensualidad por hectárea cultivada y además el 18% del total de la venta de la uva cosechada, podían recibir su parte de la uva y disponer de ella haciendo vino a maquila (un arreglo con la bodega) o venderla junto con el patrón y cobrar su porcentaje.

Los contratistas eran en su gran mayoría italianos que vinieron escapando de la primera guerra mundial de 1914. Las fincas más grandes que yo conocí la hicieron italianos como Gargantini, Giol, Tomba.

Todas las fincas tenían una gran plantación de viñedos y bodega para producir el vino, con el tiempo surgieron muchas empresas vitivinícolas a lo largo y ancho de la provincia de Mendoza.

Las más conocidas por mí, cuando era chico fueron: Tittarelli, López, Furlotti (tío mío), Bianchi (amigo de papá), Arizu, Calzetti y muchísimas otras empresas que hoy son famosísimas.

El nono tenía fincas en Russell y en Los Campamentos. La más grande en Campamentos de 300 hectáreas, la segunda de 200 hectáreas; la de Russell era sólo de viñas con olivos intercalados.

Mi papá vivió gran parte de su vida dedicado al cultivo de vides y frutales, fue gran amigo de Rasquin, quien era una especie de adivino del tiempo.

Esas inmensas fincas que le dejó mi abuelo, progresaron con su empeño y nosotros sus hijos ya nos dedicamos a profesiones diferentes, apartándonos de los viñedos para siempre, pero recordando todo aquello con amor y nostalgia.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS -RIVADAVIA- MENDOZA.



Las Peleas Con Los Chicos De La Finca
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 32 abrazos, 39 sonrisas, 41 besos y 37 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1950
Fecha de alta 03-01-2008

Por el liderazgo tuve muchas peleas. Las que más recuerdo fueron con un pibe mucho más alto, más grande de edad y parecía más malo; que junto con otro gordo eran los más pesados.

Las diferencias se saldaron primero con el más alto, en las peleas había primero una obligación: Ganar y ganar, agarrándolos por el cuello y pegándoles en la nariz, hasta que les salía sangre (peleas callejeras). Perder sería terrible, así que las empezaba Yo, después de eso los chicos se incorporaban al grupo como si no hubiese pasado nada.

El grupo tenía muchos miembros pero los más chicos éramos Carlitos y Yo, muchas veces jugábamos en su casa o en la mía, su papá era uno de los contratistas italianos que trajo el nono, y que ya estaba en la finca cuando Yo nací.

Carlitos montaba muy bien a caballo -cuerpo de jockey-, parecía un chico más fino, pero al igual que todos nosotros no era diferente (a pesar de ser rubio, ojos azules), y sobre todo en época de cosecha, estaba lleno de mosto por subirse al camión, a pisar la uva para hacer espacio y cargar más uvas.

Las manos y la cara enseguida tomaban el color de la tierra adherida al mosto que se pegaba en todo el cuerpo y en la ropa, lo único que no le cambiaban a Carlitos era sus enormes ojos azules.

Una pelea fue contra dos primos de nacionalidad italiana, hacía poco que iban a la escuela Bernardino Rivadavia, viajábamos en el colectivo a la escuela y con Carlitos Zagaglia los provocábamos, hasta que un día tomé la iniciativa y agarré a uno del cuello, en un baldío junto a la escuela y le empecé a pegar. Hasta que no lloró, no lo solté.

Después de eso fuimos amigos y nunca nos peleamos más.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA

Los Caballos: Sus Usos Y Sus Nombres
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 25 abrazos, 23 sonrisas, 18 besos y 31 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1953
Fecha de alta 04-01-2008

La finca siempre tuvo caballos, eran necesarios para arar las viñas, arar las quintas de frutas, arar los potreros de cebada y pasto, tirar la rastra, tirar la cegadora…

Necesarios para mover la enfardadora dando vueltas en círculos a la pieza que accionaba el tragador de pasto para hacer fardos, tirar el carro de sulfatar la viña, tirar el carro para cosechar los maíces, llevar los cajones con la fruta.

Decir caballos es una generalización, en realidad habían diferentes tipos de caballos: Caballos capones y padrillos (estos eran dos), caballos de pecho, caballos de andar montados. Había caballos y yeguas, aunque usábamos los caballos para tirar de las cosas más pesadas donde había que hacer mucha fuerza.

Para montar había unas pocas yeguas y también caballos; a los caballos grandes de pecho los comprábamos en Córdoba, los traían en camiones y eran siempre caballos mansos acostumbrados a tirar en grupos grandes los arados de discos, que luego fueron tirados por tractores.

Los caballos de andar eran hijos de las yeguas de andar que habían en la finca: La yegua Negra de mi mamá, la yegua Ruana, la yegua Alazana de don Juan, la yegua Mora de don Jorge. Muchas de ellas las cruzábamos con un caballo pura sangre de los Aguirre: Jirabel, un hermosísimo caballo alazán, que había ganado en Palermo y se había lesionado quedando para reproductor.

Los nombres de los caballos más conocidos tenían diversos motivos o razones y bien se los pudo haber puesto mi nono, como a la Sandunga, al Noble o al Pico Chueco. También mi papá como a la Ruana y la Negra, don Juan el Caballerizo con el Gaucho o Yo con Chiquito y el Negro. Todos esos que mencioné, eran caballos de montar.

Los de tiro tenían también su nombre como el Tigre, el Guindo y la yegua Ruana, que se usaba para las dos cosas. Cada uno tenía un uso preferencial y también eran destinado a un contratista según el periodo del año y lo que tuviera que hacer: Arar, pasar la rastra, desorillar, sulfatar con el carrito que tenía una bordelesa con los remedios y una bomba accionada a mano para curar las vides contra la peronóspora.

Las Mulas: Son híbridos, esto quiere decir que provienen de dos especies diferentes de équidos que se cruzan; como una yegua con un burro macho, llamado "hechor". Algunas de las mulas habían nacido en la finca, hijos de un burro hechor de la finca Gargantini, un lindo animal en su especie, era alto y corpulento. Una raza especial que Gargantini había traído para cultivar sus extensas tierras con viñedos y olivares.

Los burros cuando pequeños son bonitos y la literatura los recuerda en el libro de J. R. Jiménez: Platero y Yo.

Las mulas que se ataban al carro debían estar acostumbradas a tirar del mismo, las que se usaban habitualmente eran una mula vieja, tranquila floja, pero de confianza para cuidar de las varas del carro. La famosa mula "Parda" o "La Parda", era su único oficio; cuando no estaba atada al carro comía y engordaba y así estar fuerte para el tiempo de cosecha, que era cuando reunía el mayor cúmulo de trabajo.

Era petisa, gorda y, como su nombre lo indica, era parda. No era fácil de agarrar ni aún en el corral, y como todas las mulas si podía te pateaba. Los paisanos para no andar perdiendo tiempo con bozales o frenos, directamente la enlazaban y recién luego la embozalaban, la enfrenaban y le ponían todos los arreos que necesitaba para el carro, por último la ataban primera a las varas del carro y luego en una operación similar ataban a las dos compañeras que siempre tiraban del carro con ella: la Breva y la Chiquita.

La Breva era una mula negra, parecida a otra que se llamaba Golondrina. La Breva era gorda, alta y de relativamente buen carácter; la Golondrina era alta, fina (no flaca) y de muy mal carácter, pero era guapa y tiraba sin mañerear, en medio de los potreros, arados de yuntas de dos rejas, marca John Deere, que tenían asiento para el conductor, freno de mano, y regulador de penetración de profundidad de la reja. Tanto la Breva como la Golondrina tiraban los arados en yunta.

La Chiquita era una mula muy particular, sin ser mala tenía el temperamento de una mula hija de de una yegua pura sangre de carrera alazana, patas perfectas como la mayoría de las mulas, por ser de atar no la herrábamos. Hasta que un día con Johnny (mi primo), que de domar sabía como Yo de capar monos, decidimos hacerla mula de "andar", por puro joder, porque la mula tenía clase y tendría que ser buena por su aspecto y conducta.

La llevamos al medio de la viña que tenía camellones angostos y elegimos un palo de los que cada cuatro o cinco metros, tienen las viñas para pasar los alambres lisos, que se usan para soportar las plantas de viña y que permiten atar los sarmientos, para que luego cuelguen los racimos de uva. Pero esta no va a ser una clase de vitivinicultura, sino una clase de como domamos una mula que nunca se había usado para andar a caballo o mejor dicho en mula.

Trajimos un asiento de auto Ford modelo 1939, que mi tío Aldo había cambiado porque se le habían roto algunos elásticos. El asiento estaba tirado al lado del alambrado del corral que había en casa. Era ancho como un auto y entero, bastante rígido, aunque cuando nos colgábamos uno de cada lado algo flexionaba. Lo peor de todo era que algunos elásticos dejaban salir puntas de alambres de la manera más imprevista.

Con la mula fuertemente atada comenzó la sesión de "doma automovilística" de una mula. Le pusimos el asiento por el lomo y si bien se asustó más que se enojó, se lo “banco” y bastante tranquila. De todos modos no tenía nada de libertad para moverse, así que no le quedaba otra que entenderla, si no quería llevarse unos buenos tirones de la cabeza, y como en ese aspecto era mansa empezó cediendo a que le pusiéramos el asiento cuantas veces se nos antojara para ir perdiendo el susto gradualmente.

La doma era continuada y no pararíamos ese día hasta sacarla montada. La Chiquita comprendió que la estábamos preparando para "otra cosa", cuando le pusimos la montura inglesa de mamá se quedó tranquila y se dejó montar sin tirar un sólo corcovo.

Atada al palo le fuimos alargando el cabresto, lo que nos permitió moverla hacia los costados, hacia adelante y hacia atrás. La teníamos con un freno de mula muy fuerte, y a propósito para que no se fuera disparar, le aflojamos el cabresto y lo pusimos lo más largo posible pero siguió atada al palo de la viña. Eso nos permitía que diera unos pocos pasos con Fumanchú arriba, que la frenara e hiciera retroceder.

Cuando vimos que la mula respondía mansamente a las órdenes, se subió Johnny en ancas y así estuvimos un rato montados los dos con la mula atada al palo. Luego la desatamos desde la montura y fuimos al tranco hasta la otra punta de la viña, allí salíamos a un callejón interno que dividía el primer cuartel de viñas de una plantación de damascos.

La Chiquita, al paso con dos jinetes montados era la sillera más mansa de imaginar, tenía detrás de ella una historia de mula brava que siempre costó amansarla para todo, tenía mucha fibra, verdaderamente era briosa y respondía a sus ancestros, venía de una madre de sangre pura de carera, una yegua alazana que tuvo una cría del burro de Gargantini.

La Chiquita tenía aptitud para ser una mula de carrera, a los pocos días aprendió a galopar y correr y se sentía muy contenta cuando la hacíamos correr.

Los animales más inteligentes y mansos que tiraban del arado, se usaban para desorillar, que consistía en sacar la última "melga de tierra", entre los troncos de las vides o los frutales, permitiendo que el agua circulara bañando las plantas y llegando la humedad a la raíz principal que está en el centro de las raíces.

Este tipo de aradura es la última arada del año antes de la cosecha y permite que debajo de las plantas esté limpio y sin yuyos, fundamentalmente sin Chépica, pues al cosechar se caen granos de uva que serían muy difíciles de ver y recoger si no estuviera limpio.

Arar las viñas tiene su técnica y sus fechas.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS –RIVADAVIA -MENDOZA



El Vuelco De La Mariposa Y El Tigre
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 38 abrazos, 44 sonrisas, 38 besos y 47 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1953
Fecha de alta 04-01-2008

La mariposa era un Sulky que tenía dos alas de madera laterales, que le daban el nombre de fantasía: Mariposa, a ese carruaje que fue elemento muy ligado a más de una de nuestras travesuras.

Además tenía un "pescante" trasero bajo que permitía subir por atrás o bajar sin dificultad, lo que hacíamos con el coche en movimiento, subiendo y bajando del pescante a toda carrera del caballo, el asiento izquierdo mirado desde atrás se levantaba y permitía el acceso a la caja del Sulky.

La Mariposa era grande, pesaba el doble que un Sulky común y por eso para tirarla usábamos al Tigre un caballo especial. Percherón cruzado con pura sangre, colorado sangre de toro, alto, pesado y corpulento, cola pesada y larga y crines muy largas que le daban un aspecto de bello caballo.

El Tigre se usaba para tirar de todo, tenía una fuerza increíble y a pesar de su porte trotaba como un campeón. Tiraba la Mariposa con gran habilidad y alta velocidad, lo que lo convertía en un medio de transporte y diversión.

Un día con Alberto, el chico con el que encontramos a "Peto" el pichón de tijereta, íbamos al trote por un callejón interno de la finca donde estaban depositadas parvas de sarmientos (las ramas finas que se cortan al podar las vides). Al principio pasábamos subiendo una rueda apenas arriba de los montones de sarmientos y de a poco fuimos encarando los sarmientos más al medio, hasta que encaramos un montón justo al medio en su parte más alta.

La Mariposa que antes daba tumbos pero no se volcaba, esta vez se dio vuelta, se rompió una vara, y el Sulky quedó boca abajo y con las ruedas para arriba.

Nosotros volamos por el aire, nos caímos antes de quedar aprisionados bajo el Sulky. En la caída Alberto perdió una alpargata y no la encontramos nunca más. Quién sabe a dónde voló...ese día habíamos cubierto con creces la cuota diaria de inventar maldades.


JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA- MENDOZA




La Chépica y la víbora yarará
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 25 abrazos, 37 sonrisas, 29 besos y 29 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1953
Fecha de alta 05-01-2008

El año agrícola empezaba después de la cosecha. En el primer periodo se largaban los animales a las viñas, lo que permitía guardar pasto de los potreros para el invierno y que las viñas se vieran limpias de toda clase de yuyos que las vacas y los caballos se comían, fundamentalmente la Chépica, evitando que asemillara, pero lo que no impedía que igual se multiplicara, ya que lo hacía con sus raíces rastreras, que iban generando plantas en forma continua.

Los caballos, mejor la comían cuanto más corta quedaba y como eran terrenos arenosos muchas veces se arrancaba de raíz y esto sí contribuía al control de su diseminación, pero la única manera de erradicarla consistía en pasar la rastra para Chépica después de cada arada.

La Chépica es una gramínea salvaje que se reproduce con gran velocidad, crece por todos los lugares ya que su semilla se esparce con el agua de riego por toda la finca. Si no se la combate los potreros terminan cubiertos de Chépica y pierden la plantación de alfalfa, que se hace para cosechar pasto, quitándole calidad como alimento a los fardos que se hacen con Chépica.

El combate de la Chépica se inicia arando la tierra con arados de rejas, se pasa luego la rastra de hierro para Chépica, varias veces, luego se vuelve arar con el arado de discos para dejar la tierra más fina y luego sembrar el pasto o alfalfa.

La siembra se hace al comenzar el invierno, sembrándose en realidad una mezcla de avena con alfalfa y arena (la arena permite diluir las semillas y ayuda a su distribución), para que se entierren las semillas (en aquel tiempo sembradas a mano y al boleo), había que pasar una rastra de espinas de chañar con palos arriba haciendo peso y ayudando a nivelar el terreno y enterrar las semillas.

Yo tendría unos diez años cuando un día estaba con el primer tractor que se compró en la finca, pasando una rastra de espinas, en el potrero del fondo; después venía la extensión de campo virgen más grande que quedaba sin cultivar, en el cual habían algunas martinetas copetonas, liebres que comían a la noche en los potreros de alfalfa y no sé cuantas clases de víboras, pero seguro habían víboras yarará o de la cruz (la mas venenosa).

Estas víboras alcanzaban dimensiones considerables, ya que tenían lugares perfectos para esconderse y crecían hasta viejas y no sé porqué los hombres de la finca no eran amigos de matarlas si no era absolutamente necesario.

Ese día me iba a topar con una gran yarará. Yo iba en el tractor que tenía ruedas de gomas infladas, era un tractor Zetor, Checoslovaco, que Perón introdujo para mecanizar el campo. En esa época no se fabricaba ningún tractor en la Argentina, con el tiempo se fabricó el Pampa, un tractor chico, que no tuvo mucho éxito.

El Zetor pinchó la rueda delantera izquierda con una espina desprendida de la rastra de espinas, como Yo no tenía medios ni conocimientos para parchar la goma, dejé el tractor en el medio del potrero y me dirigí al alambrado de la finca vecina, de unos italianos. Allí estaban unos muchachos que eran mis amigos desde hacía tiempo, pues vivíamos a unos trecientos metros y eso en el campo es cerca.

Me preguntaron que me había pasado con el tractor, al ver que me bajé. Entonces les comenté que se había pinchado una goma y que lo iba a dejar allí hasta que le avisara a papá que lo mandara a arreglar, en eso que estábamos hablando veo una víbora muerta colgada de un palo del alambrado, estaba hecha un ocho y muy anudada, lo que impedía reconocer su verdadero tamaño y también mi inexperiencia para reconocer que no estaba muerta.

Al verla mi primera reacción fue de miedo, pero cuando encontré un palo con forma de “Y” en la punta, se las pedí para llevarla hasta casa, ¿para qué?... ¡para mostrarla quizás!

La colgué del palo y salí con la víbora enroscada y tiesa en la punta del palo, no se movía ni nada hacía prever que lo haría en los próximos años, pues para mí estaba muerta.

Dejé el tractor sólo en el potrero del fondo y me vine caminando con la víbora, pasé el potrero de al lado donde supo estar el Toro Negro que, para esa época, ya no estaba en la finca. Había ido a parar a la carnicería de Aguirre, dijeron algunos peones que por malo, porque todos le tenían miedo, nadie lo quería ni nadie se acordaba ya del Toro Negro.

Tomé por el Callejón Del Medio con la víbora siempre adelante de mí, encontré un trabajador, don Ripary, que era hombre de campo... vio la víbora… y había visto muchas víboras yarará... Se dio cuenta de que la víbora estaba viva, sólo que en su estado de enojo, permanecía retorcida en forma de ocho, que en cualquier momento se aflojaría y de allí a saltar al suelo y picarme quedaría un sólo paso.

Me pegó un grito que me dio miedo:… "¡Jorge, soltá esa víbora…que está viva!"... No terminaba de decirme eso y Yo de tirar el palo hacia adelante, cuando al sentirse caer al suelo se desenrolló y levantando la cabeza corrió por la arena del callejón del medio.

Ripary, que se había aproximado desde que me vio con la víbora en la punta del palo, en dos zancadas la alcanzó con la azada en la mano. Con la que cortaba los cardos rusos, de un certero golpe le cortó la cabeza. Primero para que no picara y luego de otro golpe le cortó la cola y me explicó que era absolutamente necesario para que se muriera y no pudiera curarse con la cola.

Yo voy a recordar lo que vi cuando la cargué en el palo: La víbora tenía la cabeza deformada a palos, sus ojos estaban rotos sanguinolentos y la boca partida, con pedazos de la lengua a la vista, que dejaban ver sus colmillos.

Cuando Ripary la mató, estaba sana. Con los ojos y la boca sin daños y él me explicó que se había curado con la cola.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA - MENDOZA




Mi Perro Tell Salió De La Cadena Y Aprendió...
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 163 abrazos, 158 sonrisas, 174 besos y 167 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1951
Fecha de alta 07-01-2008

Tell era un perro atado a la cadena y por ello se convirtió en un perro de apariencia "malo".

Como todos los Pointer, era inquieto y como todos los Braco, era inteligente y muy buen rastreador. Su cruza entre padres finos dio por resultado un raro pero excelente perro de caza.

Su aspecto era el de un perro bien desarrollado: alto por su herencia Pointer y con un buen stop; o forma de cabeza cuadrada, y corpulento por su sangre Braco.

Su magnífica cabeza la deslucía su boca con labios leporinos partidos al medio del lado superior, por entre los cuales se veían una fila de dientes dándole una cara de malo...pero no. Era sólo su aspecto y su persistente ladrido...nunca agredió a nadie y siempre estuvo suelto desde que Yo lo tuve conmigo y lo llevé a casa con un año de edad.

Cuando lo fuimos a buscar con el tío Hugo, lo hicimos en el Jeep guerrero que él tenía. Tell que conservó su nombre, cuando le desaté la cadena que lo retenía día y noche, atado a un palo en un patio cerrado, se dio cuenta que algo cambiaría en su vida y salió arrastrándome hasta la calle tirándome de la cadena, donde estaba Hugo arriba del Jeep.

Hugo lo llamó por su nombre y Tell se subió de un salto y se sentó junto al volante como si toda la vida lo hubieran llevado en Jeep.

Salimos todos contentos. Yo, porque me habían regalado el perro con el cual jugaba cuando iba a lo del tío Miguel, Hugo, por la clase que Tell evidenciaba y el perro, porque pasó a ser libre, a llamarse por su nombre y a no ser más un perro atado a una cadena.

Nunca había salido en Jeep, nunca había cazado, nunca había "traído" una perdiz, nunca había "marcado" un animal de caza. Nunca había sido libre.

Jamás había hecho nada más que estar atado a la cadena. Era un chico que iba al jardín de infantes, pero en poco tiempo pasó de grados y fue a la universidad y se recibió de "perro de caza".

Ese primer día fuimos a un campo con perdices. Tell al principio las hacía volar con su alocada carrera y cuando la perdiz caía muerta por un disparo de escopeta, Tell corría y la empezaba a masticar.

Primera lección: Enseñarle que no se mastican las perdices que se cazan
Segunda lección: Enseñarle a rastrear y marcar las perdices en vez de atropellarlas y espantarlas.

Fue aprendiendo, necesitó tiempo antes de dejar de masticar las perdices, también para "marcar" levantando su mano derecha y poniendo rígida la cola extendida, sin moverla. Cuando aprendió a traer a la mano se había convertido en el perro más hábil que Yo conocí.

No me importaba su cara de escopeta de dos caños por culpa de su nariz partida, ni que corriera las liebres ladrando como un loco, pues sabía hacer muchas cosas que otros perros no las harían, y por ser perdiguero demasiado se hacía respetar, cuando un extraño llegaba solo a casa.

Como lo sacábamos a cazar en diferentes lugares, aprendió y nos enseño que él marcaba a cada animal en forma distinta. Así si eran perdices iba despacio y las señalaba con una "parada" antes de avanzar a una orden y hacerlas volar.

Con las martinetas copetonas iba corriendo con la cola tiesa y las "levantaba" con una pequeña parada, porque se le escapaban y no le daban tiempo para marcarlas.

Las liebres las corría ladrando alocado tras de ellas...sin responder las voces de mando para que no las corriera.

Nos acompañó a cacerías en Mendoza, Córdoba y San Luis y cuando Fumanchú se fue a la Universidad de San Juan, él ya no salió más a cazar. Tell tenía ocho años y mi tío Hugo se había ido a vivir a la ciudad de Rivadavia, él tenía dos perros Pointer con los que salía de caza.

Tell se puso gordo, y se convirtió en un excelente perro guardián… En mi último año en Santa Fe, Tell tenía catorce años.

Tell murió, y mamá no me avisó. Cuando llegué a casa y no lo vi, se me corrió un lagrimón.

Los primeros años que me fui a San Juan cuando volvía a casa, Yo lo silbaba y Tell venía corriendo y saltaba un portón de madera con tablas terminadas en puntas y se lanzaba sobre mi humanidad.

Cuando ya no pudo hacerlo se quedaba del lado de adentro, ladrando hasta que Yo entraba y con su ternura me hacía comprender que nunca olvidó a quien de niño lo mimó y sacó de la cadena.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS, RIVADAVIA, MENDOZA.




Las cacerías de patos y más bichos en las lagunas
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 19 abrazos, 18 sonrisas, 21 besos y 25 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1950
Fecha de alta 08-01-2008

A las lagunas que se formaban aguas abajo del dique Medrano, venían los patos en invierno a dormir. Algunas eran profundas y cazábamos desde la orilla, llevábamos a mi perro Tell que se metía al agua y sacaba los patos muertos.

En las lagunas menos profundas nos metíamos con pantalones largos, que eran viejos para cazar. Si era invierno, nos moríamos de frío. En verano no cazábamos porque los patos hacían nidos y andaban con sus pichones.

Además de patos habían otras aves: Taguas, que no servían para comer y a veces las matábamos para hacer puntería con el rifle 22. Habían patos de diferentes especies; los llamábamos: Belichos, Sirirí, Zambullidores, Barcinos... También había garzas blancas y grises que no las matábamos.

En las lagunas había nutrias grises, que también las cazábamos en invierno; a las que cazábamos en verano, eran las ranas que las hacíamos fritas y eran muy ricas. Para cuerearlas les cortábamos la cabeza arriba de una tabla, luego le metíamos un palillo por la medula espinal y con eso se quedaban tiesas, les metíamos los dedos por entre el cuero y los huesos de la espalda tirando hacia abajo, lo que permitía que la rana se quedara sin nada de piel.

Las ranas peladas eran absolutamente blancas, les cortábamos las uñas y le sacábamos las tripas, les poníamos sal y las freíamos con aceite bien hirviendo, las sacábamos crocantes y las comíamos calientes, eran más ricas que el pollo y que los conejos.

En algunas de las lagunas los caballos se hundían hasta la panza y cazábamos desde la montura para no mojarnos y poder llegar hasta el centro de la laguna, que era donde se asentaban los patos cuando venían en las tardecitas de los campos donde comían.

Para juntar los patos llevábamos una bolsa de arpillera, de las que se usaban para embolsar cebada o maíz (de 50 Kg.), pero nunca las llenábamos.

Cuando regresábamos a casa ya era de noche y veníamos cruzando, campo traviesa, por unas huellas que están bordeadas de chañarales. Veníamos a todo galope y nos rozábamos con las espinas de los chañares que eran duras y agudas, entrábamos por el fondo de la finca pidiéndole la llave a don Juan el Caballerizo y soltábamos los caballos para que se fueran al potrero. Lo hacían corriendo, muertos de hambre por todo el día de cacería con sólo pastos duros de la laguna.

Durante una cacería de patos en el invierno, mi tío Toto llevaba una botella de coñac al café, un licor que no aparenta ser tan fuerte, le dio de beber a mi hermano, y le gustó y empezó a tomar en demasía. Se emborrachó de tal manera que apenas se tenía arriba del caballo; cuando llegó a casa le debieron ayudar para que se baje...nunca más quiso probar esa bebida.


JORGE EDUARDO FURLANI-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA




EL DIQUE DERIVADOR
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 29 abrazos, 33 sonrisas, 34 besos y 39 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1952
Fecha de alta 08-01-2008

Los días de verano nos íbamos al dique, un lugar donde se distribuía el agua para los diferentes cultivos: viñedos, durazneros, ciruelos, perales, olivares, chacras y otras quintas, que regaba el río Tunuyán; era un lugar muy peligroso porque se habían ahogado muchos nadadores en la olla del dique Medrano.

El camino lo recorríamos a caballo, quedaba distante de la finca y tardábamos unas cuantas horas en llegar, íbamos al galope y al paso en los caballos que usábamos todos los días.

Siempre teníamos cuidado de meternos al agua, en la olla no nos metíamos y a veces nos metíamos en el río después del dique. En los canales también era peligroso meterse por la correntada que llevaba el agua y lo profundo que eran los canales.

El dique Medrano era un dique derivador y no de acumulación, su diseño tenía compuertas que regulaban la salida del agua hacia canales que estaban a cada lado del río. Hacia la derecha salía el canal Los Andes, hacia la izquierda el canal San Martín, ambos canales eran muy grandes, y repartían el agua a cada lado del río, generando la superficie bajo riego más grande del país.

Actualmente han construido el dique El Carrizal que está aguas arriba del dique Medrano y es un dique de embalse con una gran superficie de agua. Sirve para acumular agua para los periodos de sequía

Allí han desarrollado muchos deportes náuticos y se ha generado un polo de turismo para todos los habitantes de la región (Rivadavia, San Martín y todas las ciudades de
Mendoza).



JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA







TRAVESURAS
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está muy bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 172 abrazos, 154 sonrisas, 193 besos y 143 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1951
Fecha de alta 08-01-2008

En la época de cosecha nos juntábamos muchos primos que se quedaban a vivir en casa o en lo de la nona Luisa, estos primos venían de la ciudad. Los que más tiempo se quedaban en la finca, eran el Johnny, el Vinci, el Rulo y el Bocho. A veces las primas venían pero con las madres y por pocos días.

Siempre que nos juntábamos los primos, estábamos tramando bromas; y un día le cayó al Bocho la suerte de salir elegido. Le inventamos una mentira para hacerle creer que había una chica muy bonita en el secadero que gustaba de él.

Le dijimos que la chica era rubiecita y una monada, que en general se quedaba en el secadero a cuidar los hermanitos y por eso no se la veía en la cosecha, que si él quería le arreglábamos una cita: Quedamos en que ella lo esperaría en la parte de atrás del secadero, al anochecer.

Con Agustín hicimos un arreglo de que él se disfrazaría de gaucho con un sombrero de ala ancha y con pañuelo al cuello que le cubriría la cara hasta los ojos, además llevaría un enorme cuchillo al cinto, el que usaría para asustar al Bocho.

Agustín se haría pasar por el padre de la chica y cuando el Bocho llegara al secadero le saldría al encuentro blandiendo el enorme cuchillo y preguntándole quién era y qué quería, pegando sobre los arbustos con el cuchillo.

Ante esa circunstancia el Bocho salió corriendo y Agustín detrás como si quisiera agarrarlo. El Bocho que era "gordito" corrió de un solo tirón la distancia que lo separaba de mi casa, allí estábamos los primos, que no dijimos nada salvo escuchar lo que Bocho asustado contaba; la luna llena se reflejaba como si ella pudiera reírse.

Siempre que podíamos salíamos todos a caballo, íbamos a diferentes lugares, algunos eran los preferidos, como el canal Los Andes, pues tenía agua y sombra que en los días de verano eran bienes muy preciados, los primos eran pocos expertos en cabalgar y siempre inventábamos un juego en que para salvarse había que correr.

El preferido era corrernos con una varilla larga y fina de sauce y pegarnos azotes a toda carrera, cuando quedábamos en la persecución, al alcance de nuestras ramas.

Para ello había que tener un caballo ligero y hábil para doblar, bueno de boca que permitiera también escapar. El juego terminaba cuando alguno se quejaba de que había recibido muchos azotes.

Cuando papá decidió construir su casa nueva de Campamentos, nos fuimos a vivir a Rivadavia. Allí conocimos nuevos amigos y amigas con costumbres que nosotros no teníamos, como hacer las fogatas para San Pedro y San Pablo.

Cortábamos pasto de todos los baldíos y juntábamos ramas y maderas de cualquier lado. Entre todos los chicos hacíamos una pila que a las doce de la noche le prendíamos fuego. Gritábamos y corríamos alrededor del fuego con una algarabía que nos generaba un estado de excitación singular.

En Rivadavia se construía una casa frente a la nuestra, era de un familiar de una tía que vivía al lado nuestro, esa casa servía de escondite para muchas de nuestras travesuras. Cuando estábamos muy en silencio venían a buscarnos las madres y nos llevaban a cada uno para su casa. Nunca nos encontraban transponiendo límites porque teníamos nuestra red de espías.
JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA


LOS GATOS DE LA BODEGA VIEJA Y LAS PALOMAS

• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 18 abrazos, 15 sonrisas, 18 besos y 24 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1950
Fecha de alta 09-01-2008

La bodega vieja estaba abandonada, servía como criadero de palomas y gatos. Los gatos tenían alimento en los pichones que nacían todas las primaveras y veranos en un equilibrio ecológico.

También las palomas adultas eran parte de su alimento cuando llegaba el otoño. A las palomas las cazaban, cuando dormían sobre las cabriadas de madera que sostenían el techo de chapa de zinc.

Los gatos eran salvajes y nómades, se pasaban de una finca a la otra, iban de la bodega a mi palomar y lo mismo que hacían en la bodega hacían en mi palomar: Se comían las palomas y los pichones, pero en mi palomar tenían un enemigo natural, que no entendía nada de ecología ni de equilibrio ecológico, ese era Yo con mi perro Ojito, un Fox Terrier chiquito, blanco y muy malo, salvo con su dueño.

Inventé un método de cacería de los gatos, que consistía en hacer que los gatos corrieran hasta meterse debajo de una pila de troncos, palos de álamos que estaban apoyados sobre palos atravesados y colocados a lo largo, entre los palos quedaba un hueco que formaban los palos al poner las filas a lo largo uno al lado del otro y a veces en dos pilas. Allí se metían los gatos y de allí los sacaba Ojito, para que Yo -con mi escopeta-, los cazara al salir a la carrera perseguidos por Ojito.

Los primeros tiempos muchos gatos se me escapaban y tuve que perfeccionar el método de cacería, hasta que llegué a un método instintivo, sin apuntar, desde la cintura por cálculo y prueba, me llevó unos gatos pero pronto empecé a pegarles todos los tiros y ya no necesité mejorarlo más.

Estos gatos eran especialistas en palomas por su origen en la bodega, pero había un gato que me comía los conejitos de Angora, no lo podía descubrir hasta que me quedé al lado del pozo de la conejera y vi salir de adentro al enorme gato negro de mi nona Luisa.

Esperé que Ojito lo hiciera meter debajo de los palos, y con Ojito lo asusté. Cuando salió tuvo una muerte piadosa: Un tiro en la cabeza.

Lo enterré bien profundo en el parque de pinos, hice un pozo redondo con una pala de punta en el piso blando de arena, le tiré cal de la que se usaba para curar la viña. Por último lo tapé y apisoné con el mango de la pala, sobre la tierra removida de la boca del pozo puse plantas de Chépica que traje de la acequia. El crimen perfecto se había consumado.

Cuando vinieron mi nona y Rita (la empleada que me crió de pequeño), preguntando por el gato, les mentí; les dije que no lo había visto. Sin embargo, no me creyeron y me dijeron que el Juan Domingo había muerto por andar entre mis conejos.

Rita sabía desde antes que el gato andaba por la conejera, pero igual se enojó mucho porque era su gato mimado.

Juan Domingo no debió comerse los conejitos de angora, peludos y de ojos rojos; porque le sobraba comida. Pero su instinto cazador pudo más.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS –RIBADAVIA-MENDOZA




LAS CACERÍAS EN LA SIERRA
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 39 abrazos, 38 sonrisas, 41 besos y 44 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1953
Fecha de alta 09-01-2008

Al comenzar el invierno, comenzaba la temporada de caza. Nos preparábamos para salir de excursiones y entre los lugares que elegíamos con frecuencia estaban los cerros que se extendían al otro lado del canal Los Andes.

Nuestras salidas eran de diferentes modos: O en sulky, o a caballo, o en jeep guerrero, llamado así por la sencilla razón de que eran jeeps que los habían vendido en el puerto de Buenos Aires y los traían como rezago de la segunda guerra mundial. Tenía techo de lona y podía desarmarse, quedando completamente descapotado.

Algunas veces salíamos sin el techo, lo que nos permitía cazar desde arriba del jeep y tirar en cualquier dirección, generalmente le tirábamos a las liebres criollas o Maras también llamadas patagónicas.

Un día salimos: mi tío Hugo, el negro Aguirre y yo, que tendría 12 años y salía a cazar desde los 8 con mi papá, mi mamá, o mi tío Hugo.

Esta cacería fue inicialmente y finalmente muy accidentada, al principio se nos cruzaron un grupo de liebres criollas y mi tío con una carabina 22 largo, mató a una de ellas.

Yo para mirar si la liebre había caído, me subí al paragolpe del jeep deslizándose una de mis piernas por entre el paragolpe y el radiador. Este raspón me causó un terrible dolor en la canilla como es de imaginar, me costó un rato largo que se me pasara el dolor y pudiera caminar.

Eso fue a la mañana. Al mediodía prendimos el fuego, para hacer el asado, el día no era un día cualquiera, corría mucho viento y esta fue la causa de que se nos arrebatara el asado, siendo esta la segunda desgracia que sufrí en el día.

Nos fuimos -sin comer- a recorrer el campo y tampoco encontramos cacería. Cuando habíamos cruzado unos cuantos cañadones decidimos volver, serían las cuatro de la tarde y al tratar de subir con el jeep un cañadón, que es un canal de paredes altas que hace el agua de lluvia, nos dimos cuenta que el embrague estaba roto.

Allí se quedó plantado el jeep, y nosotros maldiciendo a los cazadores que habíamos remolcado el día anterior por esos mismos caminos, sabiendo que podíamos romper nuestro jeep, ahora no teníamos quien nos auxiliara y teníamos 30 kilómetros para recorrer a pie.

Debimos dejar la liebre porque era mucho peso, si a ello le agregábamos el peso de las escopetas y el rifle; como tenía que ser la escopeta más pesada era la mía (de mi papá), una calibre 12 grande, marca Browning de la fábrica de armas de guerra de Bélgica, cargaba 5 tiros y era de repetición automática.

El camino empezó con la luz del día, pero cuando habíamos caminado dos horas se hizo de noche. Por suerte era una noche estrellada como la mayoría de las noches de invierno en los cerros.

Caminando se nos pasaba el frío pero el Negro tenía un terrible cansancio y pedía a gritos que lo dejáramos en el camino. Gritaba: Mátenme... mátenme; caminábamos una hora y parábamos 10 minutos.

A eso de las tres de la mañana llegamos al puesto del paisano Pérez, donde criaba cabras. Él nos conocía y nos prestó un sulky para ir hasta nuestra casa. Con el tío Hugo éramos vecinos y el Negro Aguirre vivía cerca de casa, así que fuimos a llevarlo y luego dejamos el sulky en casa y al caballo en el corral.

Al otro día buscamos el repuesto del embrague y en otro auto de la nona Luisa fuimos a buscar el jeep, que lo reparó el tío Hugo. Mi hermano manejó el auto de vuelta y Hugo el jeep. Unos peones fueron con caballos de tiro a llevar el sulky a lo del paisano

JORGE EDUARDO-SIERRAS DE RIVADAVIA-MENDOZA




LAS CACERÍAS EN SAN LUIS

• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 38 abrazos, 39 sonrisas, 45 besos y 46 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1951
Fecha de alta 09-01-2008

Las cacerías que hacíamos en San Luis, podían realizarse en diferentes lugares de la provincia. Íbamos al sur cerca de Buena Esperanza, tierra de caldenes y avestruces, donde el camino era un prolijo serrucho elaborado por la acción del viento persistente, llamado el Chorrillero, y que cuando transitábamos los caminos, nos hacía mover la cabeza al compás, los saltos del camino: Para arriba para abajo, y cuando viajábamos de noche yo me dormía y rebotaba de un lado para el otro.

A pesar de que había muchos avestruces, no los cazábamos porque no era un ave a la que le sacáramos provecho.

El lugar era muy lindo, los caldenes de gran porte formaban un hermoso bosque salvaje, los animales que habían eran martinetas copetonas y montaraces, estas últimas típicas del lugar, se encontraban en áreas muy limitadas, tenían una manera de volar muy peculiar, lo hacían pegadas contra los montes, con un vuelo entrecortado, lo que hacía muy difícil de verlas y oírlas cuando volaban. Además su vuelo lo hacían cambiando de dirección en forma permanente lo que hacía difícil cazarlas.

Otros animales que había en el bosque eran chanchos jabalíes, los cuales eran muy difíciles de encontrar. Para cazarlos había que esperarlos a la orilla de una represa, a donde venían a tomar agua y meterse en el barro.

No nos gustaba ese tipo de cacería al acecho, ni cazar jabalíes, porque los chanchos no tenían oportunidad de escapar. No obstante, una vez tuvimos que matar un enorme chancho jabalí que salió de entre los matorrales y atropelló hacia donde estaba el grupo de los cazadores, como se supone todos accionaron sus armas contra el chancho que cayó pesadamente, muerto, al suelo, después de recibir varios impactos.

También íbamos a la zona de diques: La Florida, San Felipe. Allí cazábamos vizcachas y pescábamos en el lago pejerreyes, y truchas en el río que se formaba a la salida del vertedero del dique La Florida.

Una noche fuimos a cazar vizcachas por el camino que va de la ciudad de San Luis hasta el dique San Felipe, era una noche fría de invierno que nos obligaba a ir muy abrigados, cazábamos vizcachas con un rifle 22 largo con munición "punta hueca", que las fabricaba mi tío. Las hacía con balas comunes a las que les agujereaba la punta con una mecha de medio milímetro de diámetro.

Esa noche fue un éxito la cacería, cazamos cuarenta y cuatro vizcachas y llenamos el jeep de modo que no había lugar para poner más vizcachas.

Una anécdota graciosa fue cuando habiéndole pegado un tiro a una vizcacha, ésta salió corriendo dando vueltas en círculos sin morir, hasta que chocó contra el palo de un alambrado y se mató del golpe.

A la madrugada las empezamos a destripar, fue la parte más fea de la cacería pero debíamos hacerlo porque de lo contrario se echarían a perder. Les poníamos sal y cuando llegábamos a casa las preparábamos en escabeche, luego las poníamos en un frasco con tapa y de ese modo las vizcachas duraban todo el año.

Las juntábamos con las liebres, las perdices y las martinetas, también en escabeche y las guardábamos al fresco de la despensa.

Otro lugar de San Luis que frecuentábamos era la orilla del río Desaguadero, límite con la provincia de Mendoza, allí cazábamos liebres criollas muy grandes ya que en esa zona no había muchos cazadores ni era fácil encontrarlas si no se metía por los pastizales que las ocultaban y dificultaban correrlas con el jeep, para dispararles a la carrera.

La tierra era salitrosa y los pastos muy escasos por lo cual no se comprendía muy bien que hubiesen muchas y hermosas liebres que justificaban un viaje de dos o tres días desde Rivadavia.

A las liebres era más fácil perseguirlas por los salitrales junto al río y allí dispararles desde el jeep. También al recorrer el campo salían martinetas copetonas, en grandes bandadas que demostraban que en esos campos nadie cazaba.

Al llegar la noche buscábamos un lugar donde repararnos del frío y era muy fácil encontrar ranchos abandonados.

Una vez nos quedamos en un rancho que tenía una pila de palos de algarrobo, retorcidos, que según el Negro Aguirre le servirían para hacer una protección para su colchón. La brillante idea le sirvió para que las deformaciones de los palos se le marcaran en las costillas y a la mitad de la noche estuviera loco de dolor.

JORGE EDUARDO-DESAGUADERO - -SAN LUIS



LAS CACERIAS EN CORDOBA
Un día de invierno y una semana antes de comenzar las vacaciones, de la escuela Normal a la cual yo iba desde los 11 años, mi tío me dijo que iríamos a cazar a Córdoba, esa semana fue de una excitación mayúscula, empezamos a preparar las cosas que llevaríamos para una semana de cacería y no eran solo cartuchos lo que necesitaríamos, habían una gran cantidad de elementos que llevar.
Lo más trabajoso fue preparar el carrito para llevar los tres perros, teníamos uno que lo agrandamos y dividimos en dos, llevábamos dos perros pointer y uno cruza de pointer con braco, los perros eran excelentes cazadores los pointer cazaban venteando y muy rápido, el otro era mas tranquilo.
El carrito era de piso de madera con una estructura de madera recubierta con una tela de alambre, con gomas de auto y un enganche. Tenía una puerta en la parte trasera y otra en la delantera. Al carrito le reforzamos el enganche que ya lo habíamos usado, para asegurarnos que ningún perro saldría volando al desprenderse del jeep. Una vez que estuvo listo salimos a probarlo por los potreros de la finca, con dos objetivos: probar que la lona que cubría el carrito no se volaba y que los perros soportaban ir cubiertos con una lona, esta lona era de las que usaban los camiones que transportaban la uva a la bodega y servía de reparo del viento y del frío.
El carrito tendría unos tres metros de largo, dividido en una parte delantera de un metro y una trasera de dos metros, la parte delantera la usamos para llevar las damajuanas con vino, pero fundamentalmente una gran cantidad de damajuanas de agua porque al lugar de Córdoba donde íbamos el agua era salada, y salvo el agua de los aljibes no había agua dulce disponible y estaba racionada.
Llevábamos agua para nosotros y los perros y toda era la misma, las damajuanas de vino eran en su mayor parte para regalar a Don Pascualin el dueño del hotel al que íbamos, y para los encargados de los campos donde entrábamos a cazar.
El carrito en la parte trasera, donde iban los perros, tenía un arreglo con pasto desmenuzado, bien mullido lo que permitía a los perros abrigarse e ir echados sin sufrir los golpes del viaje.
Otro sector de carga era la parte de los asientos traseros del jeep, que era muy cortito como todos los jeep auténticos y los primeros que salieron 4x4, allí llevábamos los cartuchos y las escopetas, la cantidad de cartuchos era sencillamente descomunal, en aquellos tiempos una cacería de perdices entre tres cazadores permitía tirar como mínimo 150 tiros al día, mas aun si llevábamos tres perros que barrían el campo a una velocidad asombrosa, levantando perdices, martinetas coloradas, liebres y cualquier animal que estuviese en el pastizal:mulitas, peludos, patos, zorros. A los zorros no los cazábamos, porque había que sacarles el cuero enseguida por el olor que echaban, y para lo único que servían era para curtir los cueros y hacer ropa de cuero lo cual requería cierta habilidad, si bien eran indumentarias valiosas si se las sabía confeccionar.
También llevábamos en el jeep unas frazadas, para usar en el viaje, para taparnos nosotros y también a los perros; el día que elegimos para salir era uno de los más frío del invierno en el mes de julio, el jeep no tenía calefacción y la cubierta era de lona, aunque estaba bien cerrada pero lo mismo era frío en su interior y mas cuando la temperatura exterior era de 8 grados centígrados bajo cero (menos 8 grados)
A la hora prevista salimos de viaje mi Tío, el Negro y Yo, los tres perros y el cargamento de cosas, al iniciar el viaje nos propusimos viajar dos horas y parar 15 minutos, darles agua a los perros y un poco de comida para que no les hiciera mal el viaje. Revisar el enganche y comer algo nosotros con un poco de agua y poco de vino, El día de la partida fue un viernes a las 7.00 de la tarde, la intención era viajar toda la noche y llegar de día a Córdoba. Llevábamos conservas en lata, pan, carne para el asado del día de llegada a lo de Pascualin, frutas en almíbar caceras y escabeches que el mismo Tío Hugo preparaba, una costumbre muy familiar, todos estos elementos eran consumidos durante el viaje y en las cacerías, pues de no llevarlos se nos dificultaba el aprovisionamiento en un lugar donde el campo que recorríamos, era campo abierto sin ninguna posibilidad de conseguir un almacén con alimentos. La expedición salía con la despensa bien provista para una semana de viaje, alimentos que al terminar el viaje se había consumido y le dejaban lugar a las piezas de caza, quedando un poco de agua y algunas latas para el camino de regreso.
El programa de viaje lo cumplíamos tal cual lo previsto, si bien no íbamos rápido íbamos a velocidad constante, cumpliendo las etapas con regularidad: Río Desaguadero, San Luís, Villa Mercedes, a las 4 de la mañana estábamos tomando café con leche en Villa Mercedes por el camino antiguo, que entraba por la ciudad, le dábamos leche caliente y comida a los perros para que soportaran el frío,
La parada en Villa Mercedes fue muy agradable, habíamos pasado 9 horas de viaje y mucho frío dentro del jeep, todavía nos quedaba un tirón pero ya habíamos hecho mas de la mitad del viaje.
En Córdoba íbamos a lo de Don Pascualín, un viejo italiano que tenía un hotel en la localidad de Mataldi, en esa época era un caserío con no muchos habitantes situados en la pampa cordobesa , que tenía como principal medio económico la producción agraria: trigo, maíz, cebada, centeno, en esa época no se cultivaba soja; estoy diciendo que esto sucedía en el año 1954 y la soja no se explotaba en el país, en la forma intensiva que se hizo después.Pascualin vino escapando de la segunda guerra mundial, como muchos italianos que vinieron después de 1940. Era flaquito, chiquito y como todo italiano del campo hablaba en cocoliche, mitad castellano y mitad italiano. La zona no tenía ningún hotel y Pascualín habilitó el primero de modesta construcción y para un tipo de usuario de bajos recursos: peones de campo, cosechadores de maíz, algún viajante; tenía la clientela mínima, justo para mantener el hotel, no hacía fortuna, le alcanzaba solo para vivir. No obstante a la poca calidad del hotel se imponía el buen trato de Pascualin y su señora y se hacía grato pasar allí una semana.
Las cacerías se realizaban durante el día, desde que salía el sol hasta el atardecer. Llevábamos agua en damajuanas y cantimploras, para todo el día y llevábamos comida en lata y algunas veces hacíamos asados, cosa que no era frecuente porque perdíamos tiempo y dejábamos de cazar.
Nuestro objetivo era cazar primero perdices y luego martinetas alas coloradas, y copetonas que son las martinetas más comunes, luego cazábamos con limitaciones liebres, mulitas y peludos. Las mulitas son los quirquinchos mas chiquitos, al igual que los peludos salen a comer de noche, pero también se los encuentra de día y escapan apenas sienten un ruido y se meten en la primer cueva que encuentran a su paso, para sacarlos de la cueva se los agarra de la cola y se les mete el dedo en el cul…de esa manera aflojan sus patas que agarran del costado de la cueva, se “arrugan” y así es posible sacarlos.
Las mulitas son más chiquitas que los peludos, pero más ricas, si se saben preparar y cocinar.Cocinados al horno parecen un lechón, pero más sabroso, es carne magra salvaje y es importante al prepararlos sacarles las glándulas que le dan mal sabor.
Una noche cuando volvíamos al jeep, encontramos un dormidero de martinetas coloradas, en una loma del campo que estaba con la vegetación salvaje, sin arar, era noche de luna y con la luz de la luna cazábamos al trasluz martinetas que volaban pesadas y ruidosas, fue una experiencia divertida
Otro día andando por los caminos internos de los campos encontramos una bandada de martinetas coloradas, contra el alambrado habían cardos rusos y las martinetas se escondían en ellos, mi tío Hugo que había visto una escondida y que no se volaba me llamó para que Yo la cazara, su intención era que Yo le tirara al vuelo cuando esta se volara, asustada por el pie de mi tío, pero no le di tiempo y la maté desde un metro, en el suelo, haciéndole un agujero en el lomo, quedando solo la pechuga sana. Esta fue mi primera martineta colorada y única que cacé en mis cacerías.
Una tarde, a la oración, cuando cruzábamos la lomada que no estaba arada ni había sido cultivada por muchos años, se apareció de pronto delante de nuestros ojos un hermoso puma que empezó a escapar del grupo de cazadores, la distancia inicial sería de 80 metros, pero el puma pronto ganó espacio y mientras corríamos al jeep a buscar el rifle 22, el puma se alejó internándose en los campos sembrados con trigo, que empezaba a crecer en mitad del invierno, haciendo infructuoso el intento de cazarlo, Yo sentí un alivio especial al ver que el puma se escapaba. A pesar de las muchas excursiones de caza que hicimos nunca cazamos un puma, tampoco había ánimo en el grupo de hacerlo, puesto que no los buscábamos ni nos interesaba cazar un animal tan bello.

JORGE EDUARDO-MATALDI-CORDOBA




LA CACERÍA CON RENATO, Y MI ÚLTIMA CACERÍA

• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 33 abrazos, 38 sonrisas, 49 besos y 43 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1955
Fecha de alta 10-01-2008

Renato era italiano, chofer de un camión que venía a buscar vino a la bodega de Pacífico Tittarelli, la bodega que estaba frente a casa, en Los Campamentos, Rivadavia, tenía un camión tanque de los grandes.

Él le llamaba a mi tío Hugo: Renato. Y, como no sabíamos su verdadero nombre nosotros a él le decíamos también Renato, hasta que un día descubrimos la verdadera historia de Renato.

Renato era su compañero de viaje durante la segunda guerra mundial, en un camión del ejército. Un día le habían dado como única ración un par de galletas. El falso Renato se comió apresurado sus galletas y le pidió al verdadero Renato las que le correspondían...¡¡me das la galleta!!… ¡¡no!! ¡¡No te la doy!!... ¡¡me das la galleta! ... ¡no te la doy!!... de nuevo el mismo parlamento.

En eso el maldito Renato tomó la ametralladora que llevaba junto al cuerpo y apuntando a su amigo lo partió por la mitad, el cuerpo sin vida quedó dentro del camión y él lo llevó por kilómetros hasta encontrar un lugar donde darle sepultura. Lo enterró pero nunca enterró el recuerdo, el recuerdo de su amigo. Nunca llegó a comprender aquel acto de locura, aquel instante que nunca borró y siempre buscaba un "Renato" que le hiciera sepultar a su amigo y borrar su amargo recuerdo.

La amistad con mi tío surgió un día que Hugo andaba cazando palomitas entre los árboles del parque de la bodega, se encontraron allí y empezaron a hablar, mi tío le contó que el domingo saldría a cazar martinetas al campo con unos amigos, Renato le pidió que lo llevara y él lo invitó.

Ese día fuimos un grupo que no era el habitual, entre ellos un muchacho mayor que Yo, y que estaba cambiando la voz. Se llamaba Corbacho, y le decíamos por ese motivo "coluta", por tener la voz aflautada.

Cuando llegamos al campo, que se llamaba El Tigre, nos fuimos a cazar y habían quedado en el campamento: el Coluta y Renato. Fue una situación explosiva pues cuando Renato escuchó al Coluta hablar con su voz aflautada, agarró la escopeta y le empezó a gritar: "Habla con voz de hombre cretino". Y, a renglón seguido le empezó a disparar con la escopeta que portaba, con tan buena suerte para el muchacho, que no lo tocó ni una sola munición y le dio tiempo para esconderse en la caja de madera del camioncito rastrojero, a la par que llegaban mi tío Hugo y el Negro Aguirre, al escuchar los tiros que provenían del campamento.

Lo menos que le dijeron a Renato fue que era un loco y por supuesto no lo dejaron arrimarse a ningún arma. La cacería, ese día terminó.

Antes de este incidente yo había ido hacia un cañadón. Al bajar al mismo por un corte que hizo la lluvia, un pequeño zorrito subía en sentido contrario al mío; en forma instintiva levanté mi escopeta Browning calibre 12/70, de 5 tiros a repetición. El zorrito cuando me vio se quedó petrificado y no tuvo tiempo para escapar, le pegué un tiro de frente en la cabeza desarmándolo, lo dejé tirado, en el mismo lugar que lo maté y ese fue el último animal que Fumanchú mató (maté). Ya tenía 14 años y al año entrante me iría a San Juan a estudiar Ingeniería Química, y allí terminaron para siempre mis cacerías con el tío Hugo y El Negro.

A través de los años y cuando Fumanchú era sólo un recuerdo, Jorge Eduardo (yo) fue cambiando de actitud hacia los pequeños animales y nunca volvió a cazar ningún animal: pájaros, perdices, martinetas, liebres o vizcachas. Nunca más volvió a disparar sobre animal alguno.

Por esa actitud, sus hijos no supieron de Fumanchú, de lo mucho que le gustaba cazar. Tampoco sus hijos aprendieron a usar armas. Jorge les enseñó las poesías que le enseñó el tío Aldo: de Neruda y Almafuerte, que con el tiempo le sirvieron de respaldo filosófico para vivir sin seguir matando.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS, RIVADAVIA – MENDOZA.






JUAN VILLEGAS EL LABRADOR

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1951
Fecha de alta 14-01-2008

• A Jorge Eduardo le han enviado 210 abrazos, 193 sonrisas, 209 buenos recuerdos
Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.

Poema dedicado a Juan Villegas, contratista que cultivó vides durante 50 años. Falleció en la década del 50.

Iba conmigo a arar, podar. A los siete años anduve entre vides acompañándolo. Su piel cetrina y sus ojos verdes sobresalían en la cara aindiada bondadosa.
.


Poema “El labrador”

Te levantas con los pájaros
Desayunas con el sol,
Que en la mañana cantan
Que ilumina y da calor

Tus caballos ya preparas
Para arar el camellón
Y pasar la rastra al medio
Del viñedo con amor

Las vides en invierno están secas
Y tú comienzas a podar
Juntando troncos y sarmientos
Que para hacer fuego servirán

A la mañana temprano
Haces fuego con cuidado
Para invitarme a comer
Siempre tu rico asado

No te creas, labrador
Que tu trabajo es menor
Es tan grande como el surco
Que vas haciendo con sudor

Tus conocimientos son muchos
Para cultivar y del viñedo cuidar
De día aras, podas, sulfatas, desbrotas,
Para con la luna llena, regar

Tu viñedo está ordenado
Siempre limpio y bien curado
Si llueve, sulfatas rápido
Si hay langostas, las espantas

Mandando todos tus caballos
Por el medio de las plantas
Con un nochero que no deje
Que las langostas se asienten

Labrador yo te designo
Por mi amor que a ti llega
El campeón de los viñedos
Juan Villegas.

(Jorge Eduardo, 2006)





MI TÍO HUGO, INGENIERO, CAZADOR Y PESCADOR

• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está muy bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 55 abrazos, 53 sonrisas, 58 besos y 59 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1947
Fecha de alta 27-01-2008

Parece mentira que hayan pasado 61 años desde el día que mi tío Hugo regresó de Córdoba con mi tía Blanca. Yo tenia seis años, recuerdo el momento que fuimos a encontrarlos en el fondo del primer cuartel de uvas frente a la casa de la nona Luisa.

Hugo me dijo con mucho cariño “te presento a tu tía Blanca”; desde que estudiaba ingeniería Civil en Córdoba viajaba a Mendoza una vez por año y para mí era una fiesta su llegada, ya que desde muy chiquito salía a cazar con él, toda clase de bichos y eso fue algo que formó parte de mi infancia: Ir a cazar. Volvimos en la Voituré que era un antiguo vehículo muy pintoresco y útil, se podía meter por cualquier huella de arena sin problemas.

La tía Blanca se sorprendió con mi actitud, y quiso ganarse mi confianza, Hugo se dio cuenta que algo no funcionaba y me preguntó -¿te gusta la tía? -¡No, no me gusta! -¿Por qué?
Y Yo le contesté -¡Es tan compadrita, y habla tan finito!

La tía fue mi tía preferida, era muy compañera de mi Tío Hugo y salía con nosotros de viajes de cacería, aunque ella no cazaba se integraba perfectamente a las excursiones que hacíamos a la provincia de San Luis, donde si se dedicaba a pescar pejerreyes en los lagos artificiales.

Tuvieron un bebe, una nena que heredó los ojos y el pelo de la nona Luisa, era rubia con dos ojazos azules que le significó ser cuando grande una hermosa mujer igual que la nona Luisa, su abuela.

Hugo me enseñó todo lo que aprendí de cacerías, aprendí a cazar palomitas torcazas de noche en los dormideros, íbamos con un rifle 22 largo; con una linterna buscábamos entre las ramas de los siempre verdes, cuando encontrábamos un dormidero de una bandada, cazábamos cuatro ó cinco palomitas de un sólo saque, al final de la noche cazábamos quince ó veinte y las comíamos como “polenta con pajaritos”.

También aprendí a cazar patos en las lagunas, martinetas y perdices en el campo.

Hugo era tirador profesional, había ganado el campeonato argentino de tiro al platillo, y el campeonato vendimia de platillo. La copa que ganó en ese campeonato vendimia la conservo Yo como un imborrable recuerdo de este tío que tanto amé.

Hugo ganó en su trayectoria de tirador deportivo, infinidad de trofeos, sobresaliendo los campeonatos vendimia ya que eran en Mendoza y siempre se presentaba a concursar, también ganó en San Juan, Córdoba, Buenos Aires. Fue campeón Argentino de tiro con fusil, su destreza con las armas fue heredada del nono Lorenzo quien tiraba muy bien con pistola y escopeta y era un hombre grande y todavía tiraba muy bien.

Nunca aprendí a cazar al nivel del profesor que tuve, pero si bien fui un mal tirador tenía mucho entusiasmo y no me perdía ningún viaje a las provincias vecinas como Córdoba y San Luis.

Hugo estudió ingeniería Civil y se recibió primero de Agrimensor, quedándole dos materias para terminar su carrera de Ingeniería Civil, trabajó haciendo mensuras de los campos desérticos y salvajes de Mendoza, para eso le sirvió su jeep, para meterse por las huellas de arena, aprovechó esas excursiones también para cazar martinetas copetonas típicas de los campos de Mendoza.

Hugo, además de un excelente cazador fue un destacado pescador y cuando en la Argentina no se pescaba con mosca él construía sus propias moscas y pescaba truchas en La Laguna Del Diamante en plena cordillera de los Andes. Las moscas las construía con plumas de colas de gallos, con hilos de cobre y anzuelos pata larga. Además construía sus propias cucharas, cuando los señuelos no eran comercializados, las cucharitas eran de bronce pulido y luego marcado. Hugo cocinaba los animales que capturaba y las truchas arco iris de la montaña eran riquísimas, preparadas “ahumadas”.

A pesar que era un cazador empedernido, habían especies que decía que no se debían cazar, así por ejemplo él no cazaba guanacos puesto que decía que eran animales muy bellos y si se los cazaba se extinguirían. En sus viajes a La Laguna Del Diamante encontraba rebaños de hasta 500 animales; en los valles de la alta montaña, también encontró cientos de guanacos muertos en el faldeo de los cerros, hizo averiguaciones y los habían matado unos militares desde un helicóptero. Fue al Diario, y los denunció, apareciendo una nota con fotos de los guanacos muertos, generando replicas airadas de la población y debiendo el ejército pedir disculpas por matar animales salvajes en riesgo de extinción.

Paisanos del lugar fueron testigos de la matanza y aprovecharon algo del mucho daño que hicieron, pero sin embargo muchos guanacos se perdieron, tanto su carne como su cuero.

Hugo hacía accesorios para sus propias escopetas y así a una escopeta de caños superpuestos muy valiosa, le construyó una hermosa culata de raíz de nogal, la talló a mano y le dio la forma y el “debíase” apropiado a su cuerpo, cuando la colocó en el arma no se sabía si era la original o la hecha a mano. Estaba lustrada a muñeca y brillaba de una manera increíble resaltando las vetas de la raíz de nogal.

Hasta los quince años anduve cazando y pescando con él, cuando me fui a la universidad dejé de cazar para siempre, pero cuando venía de San Juan o Santa Fe, a mi casa de campamentos, iba a Rivadavia a visitarlo, me recibí de ingeniero Químico y me fui a trabajar a Campana y seguí yendo cada tanto. Me casé, nacieron mis hijos y allí estábamos con mi tío que poco a poco se ponía más viejo.

Hubiese querido que mis nietos lo conocieran, pero cuando nacieron él ya estaba mal y los nietos se cambiaron a otros países (Uruguay y Costa Rica).

Yo ahora les cuento algunas de las anécdotas del tío Hugo, las que me divertían cuando era chico: Colgábamos botellas llenas de arena con un piolín de esos blancos que se usaban para atar paquetes, a una altura de 3m y 10cmts una de otra, mi tío empezaba por la de la izquierda cortando el piolín y cuando la botella caía rompiéndola, para seguir en serie haciendo lo mismo con las otras dos botellas, todo a una velocidad increíble, con su rifle 22 de repetición.

Otra de las demostraciones de habilidad y destreza, consistía en tirar una moneda para arriba y él le pegaba en el aire, con la repetición de varias series sin errar un sólo tiro. Esto lo hacía con su rifle 22.

Profesionalmente tiraba con revolver en un polígono lo que se conoce “tiro a la silueta” esta era una destreza para la que se usaba una pistola automática.
Cuando grande perdió la vista a un nivel que apenas si le permitía deambular, pero él siguió cazando tan bien como cuando era más joven. Cuando ya no pudo cazar más, iba al campo con su perro para oír el vuelo de las martinetas o de las perdices, aunque ya no cazara.

Un día se fue, dejó a su única hija cañas de diferentes épocas, fusiles, escopetas, botes de pesca, pistolas y revólveres, y trofeos.
Su último perro se le adelantó a ver si adonde iban habían perdices.

Hugo tu sobrino jorge recuerda las cacerías, los viajes en el avioncito y tu destreza
POR TODO EL CARIÑO QUE ME DISTES NUNCA TE OLVIDARÉ

Jorge Eduardo-Campamentos- Rivadavia- Mendoza.


LORENZO, MI NONO EL FUNDADOR
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 58 abrazos, 56 sonrisas, 48 besos y 65 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1996
Fecha de alta 30-01-2008

Mi nono Lorenzo
Carta al nono en un barco
I
Te viniste cual un pájaro pequeño se cae de su nido
No tenías nada, ni dinero, ni casa, ni abrigo, ni amigos,
Sólo tu fuerza interior y tu dignidad vinieron contigo,
Dejando mucho en Italia: los familiares queridos.
II
Eras alto (1.95metros), pelirrojo y barba roja, ojos azules,
Tus iniciales LF. Caminaste por el camino del esfuerzo.
De tus nueve hijos lograste al menos que te amaran,
No todos supieron a su tiempo, por lo que fuiste: valorarte
III
Sólo sé que Yo, siendo un niño en tus dedos me columpié
Yo tenía un año, cuando partiste de aquí
Por tus rasgos varoniles, por tu barba,
Por tu Colt. Por tus caballos,
Por tu bodega. Por tus fincas
Por lo que me contó Don José
Sé lo mucho que te amé… y no te olvidaré.
IV
Querido Nono, esta carta es para ti.
La escribí esta tarde
Cuando sentí la tristeza
Porque no estuviste conmigo cuando crecí.
Quiero que sepas que te amo…y nunca te lo dije así
Jef 1996
La plata



Jorge y Fumanchú al nono:
Fumanchu sintió la presencia de su nono en muchos de los momentos que vivió rodeado de las cosas que él construyó o dirigió. Jorge no vivió ya tan cerca de las cosas del nono, pero con los recuerdos de Fumanchú ha elaborado una escala de los valores del nono y se encuentra con que muchas de sus actitudes coinciden con lo que le contaron de él. Jorge tiene carácter que lo heredó del nono, que le hacía frente a una turba en la bodega de Giol, que eran anarquistas.

Cuando Giol se fue Italia. El nono quedó a cargo de la administración de todos los bienes de Giol. En ese momento Giol era la bodega más grande con la vasija de roble de Nancy más grande del mundo.

El nono Lorenzo llegó a la Argentina procedente de Vigo Lovataro, en Italia. Vino solo, tenía 14 años; aquí se radicó en Mendoza donde empezó a trabajar con mucho esfuerzo. A pesar de su corta edad sabía mucho sobre viñedos y empezó a hacer plantaciones de viñedos para terceros, primero pequeños y luego plantó los viñedos más grandes de Mendoza, como los de Giol, Gargantini y Tomba. Los viñedos de Gargantini fueron los más grandes del mundo de un sólo dueño en un sólo paño.

Se casó joven con la nona Constanza, le construyó una casa tipo palacio italiano, enclavada en una elevación artificial como lo hacían los aztecas, de más de un metro de altura, esa altura servía para proteger la casa de las terribles crecientes que en Russell bajaban de los cerros de la precordillera mendocina.

Primero plantó su finca de Russell de 200 hectáreas. Y luego años más tarde cuando la nona Constanza falleció plantó la finca de Campamentos, cuando se casó con la nona Luisa. Allí tenía 300 hectáreas. que junto con mi papá Américo, fueron plantando hasta que cuando mi papá falleció estaba todo plantado de viñas y frutales.

El nono fue un gran admirador del progreso, el primer auto que circuló por las calles de Russell, fue el suyo un Ford T. La nona Constanza le decía: “Lorenzo por favor no vayas tan rápido”, y circulaban a 30 Km/h.

Trajo varietales de uvas de Italia, utilizó criterios nuevos para plantar las viñas que recién se utilizarían masivamente cuando se utilizaron pequeños tractores, de anchos más angostos que los primeros viñedos.

Fundó la rama de la Asociación Agraria Argentina de Mendoza, construyó el primer gran secadero de frutas de Rivadavia en su finca de Campamentos, tenía caballos pura sangre para sus movimientos por la finca y el campo, compró los mejores arados de la época para arar la finca (las viñas y los potreros), todos los descubrimientos que hicieron con mi papá, de restos indígenas los guardaron prolijamente y se los entregaron al Señor Rusconi, que construyó el museo de Mendoza. Ubicado, al menos cuando yo lo visité, debajo de la plaza Independencia en Mendoza.

Tanto mi Nono, como mi papá fueron personas sumamente consideradas con sus buenos trabajadores, así en la finca de campamento se les pagaba buenos salarios y se les otorgaba algunos beneficios que no estaban contemplados que los tuvieran por obligación del patrón.

Podemos empezar por la vivienda: Todos los peones y contratistas tenían su vivienda cerca del predio que trabajaban, las construían nuevas cuando allí no las había, y no dependía de la jerarquía del empleado para que le hicieran vivienda, por esa razón había un empleado albañil quien era el constructor durante muchos años de todas las viviendas que Yo conocí nuevas.

También todas las familias que lo deseaban recibían una cantidad de leche, obtenida de las vacas de la finca, por supuesto esta leche era un derecho gratuito que tenían todos los empleados y algunos de ellos, hábiles, hacían productos derivados muy ricos como quesos y dulce.

Los contratistas recolectaban los pocos racimos que quedaban después de la cosecha, hacían la “melesca” y producían su propio vino patero que era exquisito, sobre todo para comer con fiambres caseros antes del medio día como hacía mi papá con un amigo que lo visitaba por tal motivo.

Los empleados lo reverenciaban a mi nono porque sabían que tenían en él un aliado para sus peores momentos, ese trato y cariño pasó luego a mi papá que siguió con la conducta de mi nono.

Los nueve hijos lo quisieron, a sus modos, algunos siguiendo sus consejos estudiaron, otros no. De los varones, el mayor se dedicó a la política y fue diputado provincial durante muchos periodos. El segundo hijo varón se fue a estudiar a Europa, estuvo en Francia y en Suiza, no se recibió de ninguna profesión importante, cuando volvió trajo un diploma de mecanógrafo (sabía escribir a maquina).

El tercero de los varones se recibió de Doctor en Medicina, fue Medico Cirujano y en Maipú donde ejerció y vivió le pusieron su nombre a la sala de cirugía del Hospital Diego Paroissien, el cuarto fue mi papa y construyó con mi nono la finca de campamentos que después heredaron todos los hijos y la nona Luisa...
El quinto de los varones Estudió Ingeniería Civil, se recibió de Agrimensor y le faltaron dos materias para ingeniero civil.

El último terminó el secundario y se dedico a escribir poesías, cuentos y novelas; fue escritor en la Revista Para Ti de Buenos Aires, se dedicó durante un tiempo a la noche porteña, vivió frente al teatro Maipo y allí hizo amigos para nada de la noche.

De las mujeres, ninguna estudió una carrera universitaria, no se usaba mucho, salvo una, todas se casaron y tuvieron hijos que le dieron a mi nono un montón de nietos.

Lorenzo Furlani fue querido y admirado por sus amigos y vecinos más cercanos, fue reconocido como un profesional serio en la industria vitivinícola, pero le faltó el reconocimiento de los gobernantes por lo que hizo por el desarrollo de la vitivinicultura y la industria del vino en Mendoza.

Jorge Eduardo-Campamentos-Rivadavia.Mendoza




DON FARINA EL RADOMANTE
Cuando llegó la electricidad a Los Campamentos, muchas cosas se hicieron posibles, entre ellas la construcción de pozos surgentes para extraer agua de las napas subterráneas. Los motores eléctricos fáciles de operar, permitieron la expansión del riego con agua extraída por bombas eléctricas.
Hasta ese entonces la única forma de regar consistía en usar el agua que venía por el canal Los Andes, y a medida que las extensiones plantadas crecían, los cupos de agua eran cada vez más escasos y se hacía necesario un riego complementario.
Por ese motivo mi papá trazó un plan para construir cuatro pozos, para riego artificial, como se le decía al agua extraída con bombas.
Dado que el costo de implantación de un pozo exitoso, que produjera un elevado caudal de agua, era sumamente costoso, había que asegurarse que no fallara la elección del lugar donde se hacía la perforación.
Para esta elección era primordial contar con los conocimientos de una persona que tenía la habilidad, de encontrar los lugares donde había agua subterránea. Este señor era lo que se conoce como un radomante, ejercía su profesión en forma gratuita y por ser amigo de mi papá participó en la elección de los lugares de implantación de los pozos.
En cierto modo había una predefinición donde deberían estar los pozos, y este lugar era junto a la acequia principal que corría a lo largo de la finca en el límite con la finca vecina La Compañía, de ese modo se utilizaría la misma acequia que para el turno, pudiendo regarse junto con el turno o en forma independiente, el radomante ejercía su función con una horqueta de “siempre verde”, este tipo de planta era propensa a producir lindas horquetas que se utilizarían para encontrar agua. Farina cortaba una horqueta grande con las ramas que se abrían en la horqueta de unos 50 cm. de largo cada una y el tronco más grueso de unos 20 cm.
Tomaba la horqueta por cada una de las ramas mas finas y las apretaba fuertemente con sus manos, en determinado momento el conjunto de ramas empezaba a girar y se rompía la corteza, las ramas giraban con mas fuerza en los lugares que había agua, de ese modo fue a los lugares donde mi papá quería hacer los pozos sobre la acequia y a unos 500 m. uno del otro cubriendo toda la finca. Reconoció el lugar y en todos surgía la evidencia que allí se podrían hacer buenos pozos.
La puntada final para un pozo exitoso la da el “pocero”, quien determina si a cierta profundidad salen arenas con agua y en que cantidad, entonces el determina el alto del acuífero y coloca caños perforados para bombear el agua, en una longitud de unos 15 m. ,allí por acción de la bomba se hace una caverna saliendo la arena mezclada con agua y los primeros días de bombeo arrastra un poco de arena junto con el agua, hasta que termina saliendo agua pura y cristalina y si el pozo es bueno, en gran cantidad. Los pozos de la finca, gracias a la participación del “radomante” fueron todos exitosos.
La profundidad la determinó el pocero con su gran experiencia, todos estaban entre los 100 y 110 m, ese nivel hacía pensar que el acuífero estaba formado por agua de deshielo que bajaba de la montaña, permitiendo año tras año la recarga y el mantenimiento activo de los pozos.
El radomante goza de un prestigio inusitado entre las personas del campo, que se basan en sus conocimientos para hacer grandes inversiones.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA




LOS ANIMALES DOMÉSTICOS, SILVESTRES Y DEL ZOO
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está muy bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 49 abrazos, 46 sonrisas, 56 besos y 63 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1955
Fecha de alta 02-02-2008

Nací y me crié en el campo, hasta los 15 años estuve rodeado de animales domésticos de distintas especies, cerca de mi casa habían gallineros, en ese lugar se criaban pollitos bebe, que los compraba mi papá en un criadero de un señor amigo. Compraba pollitos de diferentes razas: Leghorn para postura, Red Island para carne.

Los Leghorn son totalmente blancos y en realidad lo que compraba de esta raza eran pollitas sexadas, pues los machos son chiquitos, cuando gallinas son precoces ponedoras y en mi casa habían potreros alambrados con tela para criar los pollitos, estos tenían pasto de alfalfa que servía para que comieran toda clase de animales; vacas, caballos, conejos cerdos, que teníamos en casa.

Las gallinas se encerraban en jaulas y se les daba de comer maíz que se cosechaba en la finca además de las sobras de la casa. Los huevos se recogían dos veces por día y eran tan numerosos que mi papá les regalaba a todas las personas de la finca que los necesitaran. Los pollos de carne se encerraban en jaulas y se los alimentaba diferente, además se les daba maíz afrechillo, que es un subproducto del trigo. Cuando se consumían, los pollos estaban gordos y grandes; desde entonces conservo mi hábito de comer pollo.

Tenía conejos y era Yo el encargado de criarlos, había de dos clases: Unos grandes de Angora para carne, eran grises y se criaban muy bien, otros blancos, lanudos ojos rojos que no los usábamos nada más que para vista, ya que tenían mucho pelo pero nada de carne. Eran otra variedad de Angora.

Había un palomar que estaba sobre el techo de la jaula grande que cubría las conejeras, allí Yo les ponía nidos de latas de 20 litros, donde anidaban las palomas. Los pichones de palomas los consumíamos cuando tenían ya las plumas y estaban por abandonar el nido.

Un día traje un palomo” buchón”, que es una raza de palomas que tiene por característica que los machos atraen a cualquier paloma ajena al palomar y la unen para siempre a la bandada, de ese modo mi palomar fue creciendo y producía una gran cantidad de pichones, las palomas salían a comer a los campos pero también comían maíz que yo les tiraba en el palomar.

Entre las palomas que capturó el “buchón”, había palomas mensajeras de las cuales no podía conocer su origen, se unieron a la bandada y se cruzaron con las palomas del palomar. Muchas de las palomas que vinieron con el Buchón provenían de las palomas salvajes de la bodega ya que ellas salían a volar por encima del palomar y el Buchón las hacía bajar.

El criadero de cerdos era algo muy importante para mí, había un sector que tenía pequeños corrales individuales que daban a un corral muy grande adonde podía soltarse los cerdos que estaban en engorde, y también allí había un sector para las chanchas con crías o en espera. Los chanchitos chiquitos son muy lindos y simpáticos.

Como caso especial había un cerdo de raza Duroc Jersey que estaba solo debajo de un árbol de aguaribay, era un cerdo desmesuradamente grande y gordo, le pusimos de nombre “gordinflón”, comía de todo además del típico maíz y afrechillo, le dábamos zapallos que plantábamos y se traían a casa por camiones, para todos los chanchos. A los dos años cuando lo carneamos debimos utilizar un tractor para levantarlo y colgarlo al sereno y frío del invierno.

También criábamos pavos que estaban en el potrero de alfalfa y hacían sus nidos entre yuyos a la sombra de los árboles que allí crecían, los pavitos eran siempre camadas muy numerosas y las pavas se juntaban porque les dábamos de comer una comida a base de un yuyo que se llama “paico”, ese preparado tenía maíz finamente molido, huevo duro, pasto picado y paico. Cuando los pavitos se asustaban, se escondían en el pasto y no los encontrábamos.

En los potreros de la casa se mantenían, además de la yegua negra que usaba mi papá, los potrillos Chiquito y después el Negro. La vaca estaba en un corral y comía allí junto con su ternero, a pesar que había numerosas vacas en la finca, las que traíamos a casa eran siempre las mismas.

Otros animales domésticos que me rodearon en mi niñez fueron de un modo muy especial todos los caballos a quienes conocía a cada uno por su nombre. En esa época los caballos eran muy importantes porque no se usaban tractores, además de chico estuve en contacto con ellos y eran la base de mi diversión. Chiquito fue mi primer potrillo y crecimos juntos.

Merece recordarse como animal “no doméstico” al Toro Negro, era un hermoso animal, pero malo con todos; su principal enemigo era el toro de la finca del frente, un toro muy fino de raza Holando Argentino. Para pelearse el Toro Negro rompía los alambrados y se cruzaba, siempre de noche, al potrero donde estaba el otro toro, esta situación se repetía a pesar de las precauciones que se tomaban de dejar al toro en un potrero con buenos alambrados, los cuales sistemáticamente eran rotos o saltados, para ir a pelear con su vecino.
Don López había comprado el toro de raza Holando Argentino en una exposición que se hizo en Mendoza, el toro era manso y para mostrarme esta cualidad del toro, un día me subió sobre el lomo del mismo, Yo estaba muerto de miedo y le decía: … ¡bájeme compadre!…pero él no me bajaba…por lo que le dije… ¡la p…q…l…p…compadre!... ¡Y allí me bajo rápidamente!
Los animales silvestres estaban en la finca, en los campos, en las lagunas.
Mi relación con los animales silvestres estaba dada mayormente por mi dedicación a la caza, iba a cazar con mi tío Hugo, con mi mamá o mi papá. Con mi tío Hugo, en la finca cazábamos palomitas de noche, también cazábamos perdices chicas en los potreros, las perdices hay que cazarlas al vuelo, aunque sé que en Entre Ríos las cazan de noche con un farol. Entre las viñas cazábamos liebres europeas, las parecidas a los conejos pero con patas más largas y orejas más grandes de color amarronado.

Cuando íbamos al campo cazábamos liebres Maras o patagónicas, andan en grupos y para cazarlas hay que hacerlo con carabinas 22 largo, tirándoles a cien ó más metros. También cazábamos martinetas copetonas, estas andan en bandadas de hasta cien ejemplares, y cuando se encuentra una bandada tan grande es un festival de tiros, ya que ellas no se vuelan todas juntas, sino que se esconden y van volando de a una.

Otros animales que cazábamos en el campo eran las mulitas o quirquinchos y también los peludos que son más grandes. A los zorros no los cazábamos, ni tampoco a los guanacos, ni los pumas; no eran animales que les fuéramos a sacar provecho. En el campo habían unas palomas negras muy grandes que venían a comer aceitunas, dormían en unas plantas de algarrobos que estaban en forma de montecito, allí las cazábamos con linterna, de noche.

En las cacerías que hacíamos en la provincia de San Luis o Córdoba cazábamos o veíamos otros animales silvestres, en San Luis cazábamos vizcachas, éstas se cazan de noche, generalmente habitan en grupos en lugares llamados vizcacheras, éstas se encuentran rodeadas de huesos de animales que las vizcachas dejan en la boca de la vizcachera, no sé por que motivo llevan los huesos, pero es significativo que vizcachas de distintos lugares tengan la misma costumbre.

En San Luis veíamos avestruces o ñandúes, a veces andan de a uno y otras veces en pequeños grupos. También cazábamos una especie muy rara de martinetas llamadas “montaraz”, que tienen una manera particular de volar, que consiste en cambiar de dirección permanentemente.

En Córdoba las martinetas más raras y lindas eran las alas coloradas, son muy grandes y pesadas para volar, son muy perseguidas y probablemente en algunos lugares se hayan extinguido.

Los animales silvestres de las lagunas son principalmente los patos; éstos se distribuyen en diversas especies, todos sirven para comer y por ello son cazados, los más lindos para cazar a mi gusto son los “bélichos”, pero hay muchos más como los sirirí, los barcinos. También en las lagunas hay nutrias que sirven para comer y utilizar su piel, por ello son muy buscadas y hay quienes las cazan para vender sus cueros.

Los pájaros son animales silvestres característicos de cada lugar, en Campamentos habían muchos pájaros, no sé el nombre de muchos de ellos pero los más conocidos son: Las palomas, los gorriones, los tordos (negros), los que vienen en el verano y se van en el invierno, como las tijeretas y las golondrinas, los jilgueros, los benteveo, los correcaminos, los caranchos, los aguiluchos, las calandrias, el martín pescador, los picaflores, los chingolitos…

En el zoológico habitan animales exóticos, para los niños es sumamente interesante concurrir a él; puesto que de no ser por el zoológico posiblemente nunca verían estos animales silvestres.

Mi primera visita al zoológico fue deslumbrante, a mí que naturalmente me atraían los animales, me sorprendió ver animales tan extraños para mí como un oso blanco polar, una hiena, un león, un gran mono chimpancé, una jirafa, diversos ciervos y astados de África, una cebra, grandes víboras, tortugas, caimanes…

A pesar de que cacé hasta los 15 años, mis hijos no aprendieron a cazar y les enseñé que hay que proteger a los animales.

Jorge Eduardo-Campamentos- Rivadavia- Mendoza.




LA DOMA DE CHANCHOS Y TERNEROS

En la finca de campamentos, éramos adeptos los chiquilines, a domar los animales que no debían ser domados. Para la ocasión utilizábamos una pequeña montura inglesa para niños que era la que Yo utilizaba para montar a caballo en forma habitual.
Los animales mas exóticos que domamos era los chanchos, estos estaban en corrales individuales y se podían soltar a un corral grande donde podían correr a gusto. La forma que procedíamos era: Ponerles la pequeña montura después de haberlos atados con un lazo, subir a la montura y abrir la puerta del pequeño corral, permitiendo que salieran a correr en el corral grande, casi siempre la aventura terminaba con el jinete revolcado en el suelo en forma muy rápida, pero una de las veces terminó en forma peor para mi, ya que un chancho pasó contra los palos de la puerta y me enganchó en unos palos que sobresalían produciéndome una gran lastimadura en la pierna, como no queríamos que papá se enterara de lo que hacíamos y dado que estábamos habituados a curarnos las heridas que nos producíamos, trajimos vendas de casa y agua oxigenada y me curé la herida, por supuesto con esto terminaron las domas de chanchos.
Las otras domas insólitas eran las de terneros, con estos no usábamos monturas, solamente los amarrábamos contra un palo que había en el potrero, un palenque para atar animales mansos, allí le ayudábamos a subir al que lo iba a domar que se agarraba de un cuero puesto por el cogote del ternero, una vez arriba soltábamos el ternero que salía corriendo y corcoveando, los pibes que los subían eran jinetes y duraban un poco pero indefectiblemente terminaban en el suelo.
Obviamente que no fueron en estos usos, que aprendimos a jinetear, pero hacía falta coraje para intentar estas domas desquiciadas.

JORGE EDUARDO-CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA




01/02/2008



LA PODA DE LOS VIÑEDOS Y LOS FRUTALES



La poda de los viñedos comenzaba después de las primeras heladas, había que esperar que bajara la sabia y que no hubiera brotes en las plantas, que todas las hojas se hubiesen caído, que las viñas tuviesen un aspecto de “secas”.Las viñas podían ser de tipo parral, espalderas o viñas bajas.
Para empezar la poda hacía falta tener los elementos que se utilizaban en condiciones: Para podar los Parrales, que eran los primeros en podarse hacían falta escaleras de dos hojas, que tenían mayor estabilidad y permitían trabajar libremente arriba de ellas, cortando los sarmientos y dándole forma a las plantas.
Las tijeras para la poda generalmente eran de origen español por su buen acero, lo mismo los pequeños serruchos “para viñas” con dientes trabados. Tanto las tijeras como los serruchos tenían elementos específicos para afilarlos, las tijeras se afilaban con una piedra negra de “asentar” y agua, los serruchos con unas pequeñas limas triangulares y una pinza para trabar los dientes cuando se enderezaban

Los Parrales están construidos con palos altos que permiten caminar parado por debajo de ellos y también circular con los animales arando o desinfectando con el carrito, que está construido con una bordelesa de doscientos litros, y lleva la solución de sulfato de cobre y agua de cal. Arriba de los palos se colocan alambres lisos en forma cruzada donde cuelgan los racimos de uva.En época de cosecha los cosechadores discrepan si son mejores los Parrales o las espalderas o las viñas bajas para cosechar. Los primeros permiten recolectar la uva de manera muy fácil, ya que todos los racimos cuelgan permitiendo ir con el tacho por abajo y llenarlo con facilidad. En cambio es más difícil sacar el tacho lleno, ya que si se lo pone al hombro se engancha con los sarmientos que van para abajo y si el parral no es muy alto como los antiguos, también se engancha en los alambres debiendo llevar el tacho con veinte kilogramos de uva colgando de la manija.
Las espalderas son viñas muy altas pero con el formato clásico de los viñedos, nada más que se construyen con palos más altos que los viñedos comunes y se utilizan preferentemente para algunas variedades de uvas, sobre todo, para uvas blancas que necesitan más sol y en las espalderas están más extendidas permitiendo que los racimos queden más expuestos al sol. La poda de las espalderas se hace de forma diferente a la de las viñas bajas, es mas común tener que serruchar troncos para rejuvenecer las plantas y los sarmientos se dejan en forma de escalera para ambos lados de la rama central, dan mayor producción por hectárea pero son más altas las inversiones necesarias para plantar una hectárea.
Para cosechar las espalderas en algunos casos hace falta una escalera, más baja que la de los Parrales pero es incómoda, esto se compensa con que las espalderas tienen más uva por hectárea y permite recolectar cantidades mayores, no siempre, que en las viñas bajas.
Las llamadas viñas bajas son las más tradicionales y las de ejecución más común, se las planta con vides tintas o blancas no teniendo limitaciones por variedades. Para construir un viñedo hacen falta palos y alambres lisos, los palos se colocan en hileras, a una distancia de unos 4 a 5 metros unos de otros y luego se pasan los alambres, los palos de un largo de 2.20 a 2.50 metros se entierran entre 50 y 60 centímetros, eligiendo el largo de palo según la altura que se le quiera dar al viñedo y esto varía de acuerdo a la región que se trate.
En todo los casos el subproducto de la poda son las ramas o sarmientos, estos se recogen de a uno a medida que se poda, se hacen pequeños montoncitos, que es posible llevarlos a la punta del viñedo, con una horqueta, para allí hacer montones más grandes que luego se pasan a recoger con un carro y se los lleva a un playón donde se juntan los sarmientos de la finca, estos conforman inmensos depósitos originando que algunas veces estos sarmientos se vendan a bajo precio. Los contratistas y peones hacen una reserva importante de sarmientos , como leña para el fuego, aparte de los sarmientos se juntan los troncos gruesos que son utilizados para las estufas y cocinas a leña tipo salamandra, que son muy utilizadas en el campo.
La poda en si tiene una técnica bien conocida y un buen podador hace la poda pensando en el próximo año, en las condiciones que está cada planta y en darle forma para seguir produciendo la mayor cantidad de uva. Cuando las plantas adquieren troncos muy viejos y toda la planta se soporta sobre esa estructura se dejan brotes de abajo para que el próximo año se pueda cortar el tronco viejo y dar origen a un rejuvenecimiento de la planta.
De todas las labores que se realizan en un viñedo la poda es la que requiere mayor conocimiento y la más técnica, debiéndosele enseñar a los podadores con “profesores” a cada uno y para cada tipo de viñedo.
En la época de la poda el viñedo esta sin arar todavía, y es muy común encontrar debajo de las plantas de uva, pequeños pichones de liebres europeas, normalmente los podadores no les hacen nada porque es muy difícil criarlos en cautiverio.
Para las mismas fechas se ejecutan la podas de los frutales, estos son de diversos tipos y dentro de una misma especie hay diversas variedades, como los durazneros: Amarillos, pelones, chatos. También las ciruelas donde algunas se podan y otras no. Los frutales producen gran cantidad de troncos y ramas finas, que en forma diferenciada se almacenan en los playones de depósito de la leña.

Cada planta debe ser podada de acuerdo a su especie, edad y tamaño. La tendencia es podarlos poco, solo para darles forma y conservar la altura, aunque hay plantas como los damascos, los cerezos, los almendros, los membrillos algunos ciruelos, que no se podan y algunos alcanzan grandes tamaños como los cerezos, que cuando están en flor son muy lindos.
Yo iba con Don Juan Villegas, el mas viejo de los contratistas a podar con él y a pesar de mis cortos años aprendí los fundamentos principales de cómo se podan todas las plantas, aun las que no eran frutales y debían podarse, dado que normalmente en el jardín pocas plantas se podan.
Juan Villegas fue mi profesor y el de muchos empleados de la finca.

JORGE EDUARDO -CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA

01/02/2008





LA CRÍA DE ANIMALES EN LA FINCA.
En una finca grande para Mendoza, criar animales es algo común.
Hay animales de granja: Gallinas, pavos, patos, conejos, palomas, y hay animales grandes: Vacas, caballos,
Cada uno de los animales tiene una característica de reproducción y cría diferente, las aves de corral como las gallinas son fáciles de reproducir y más fácil aun de criar, aunque todas tienen una particularidad.
Las gallinas las teníamos en dos categorías las que estaban con un gallo, y las que estaban solas en jaulas de gallinas sin gallo.
Las primeras eran las que utilizábamos para reproducción, los huevos que ellas ponían los enviábamos a la incubadora y a los 21 días nacían los pollitos. Las otras no tenían galladura, y usábamos los huevos para consumo.
La reproducción y cría de pollos era importante en la economía familiar y dado que en la finca se cultivaba y cosechaba maíz, era muy barata su alimentación; debido a que la producción de huevos era mayor que la requerida para el consumo familiar, mi papá les regalaba huevos a los empleados de la finca que lo necesitaran.
Los pavos tenían un régimen de cría muy particular, ellos vivían en el potrero en estado libre, no se recogían sus huevos y ellos hacían sus nidos escondidos entre los yuyos altos que había a la orilla del potrero, cada pava ponía una nidada que luego empollaba y criaba, las pavas sacaban sus crías para la misma época, y nosotros les preparábamos una comida especial para los pavitos chiquitos; en el momento de darles de comer esa comida todos los pavitos se reunían en una gran bandada.
Los pavos a pesar de su nombre tienen una cierta gracia y elegancia, los machos hacen alarde de su fuerza y mando sobre las hembras y pavitos más chicos. Se hinchan como los pavos reales desarrollando y mostrando su amplia cola, lo que intimida a las hembras y cuando ellos quieren “pisarlas”, hacen que estas se tiren al suelo y ellos se suben sobre el lomo.
Los patos vivían en una un sector con una pequeña charca artificial, que llenábamos de agua cuando regábamos el potrero, alrededor de la charca había cañaverales que servían para refugio y lugar donde los patos hacían sus nidos, estos nidos eran tapizados de finas plumas y abrigaban a los patitos cuando nacían. Todos los patitos blancos, al nacer son amarillos y por ello muy bonitos, desde que son chiquitos se tiran al agua y nadan sin contratiempos.
Los conejos estaban divididos en dos grupos: un grupo de conejos angora, de lana o pelo largo y otro grupo de conejos angora para carne. Estos últimos crecían y se reproducían muy fáciles, los utilizábamos para comer.
Las palomas se reproducían sin que se les diera ninguna atención, lo único que hacía era ponerles latas para que hicieran nidos y tirarles maíz alrededor del palomar, las protegía de los gatos salvajes y cocinaba los pichones cada tanto.
En la finca los animales grandes eran las vacas y los caballos. Las vacas no gozaban de mucho aprecio de mi parte pero cuando nacía un ternerito siempre lo iba a ver y cuando Don Juan El Caballerizo los llevaba al corral de los terneros para encerrarlos, y después sacarle leche a la madre Yo sabía de qué vaca era cada ternero. Los terneros no ofrecían la misma oportunidad que los potrillos de ser mansos, pero en muchas ocasiones hubo terneras guachas que se criaron en la casa de Juan, que se volvieron absolutamente mansas hasta después que fueron vacas lecheras.
Los caballos eran los animales preferidos por mí, en casa crié dos potrillos ambos hijos de la yegua negra, al que primero crié: Chiquito, le enseñe a venir cuando lo silbaba, los potrillos aprenden a comer azúcar y dándoles azúcar y silbándolos cuando se les va a dar, relacionan el silbido con la comida que les gusta y vienen.
La diferencia entre los caballos y los otros animales es que los caballos igual que los perros se relacionan de una manera directa y visible con su dueño, generándose una corriente de afecto entre ambos, demostrado por gestos de los animales, como por ejemplo un caballo que está atado y ve que se aproxima su dueño empieza a saltar en dos manos y a relinchar.




Que lindo que es vivir en el campo, cerca de los animales, ver las estrellas porque no hay luces que las oculten y aprender que en la vida no es solo el dinero lo que más vale.
Jorge Eduardo-Campamentos-Rivadavia-Mendoza











LOS AÑOS DE LA ESCUELA
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es sumamente bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 23 abrazos, 21 sonrisas, 19 besos y 21 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1946
Fecha de alta 11-01-2008

Fumanchú fue a la escuela primaria Nº 20, hasta "superior", mientras que en otras escuelas había segundo grado y no había superior. La Nº 20 estaba en el paraje de La Verde, en el límite con Los Campamentos.

A segundo grado fue a la escuela Bernardino Rivadavia, que estaba en el pueblo de Rivadavia, allí fue hasta sexto grado.

Al secundario fue a la escuela Normal República De Chile, que también estaba en Rivadavia, donde se recibió de maestro.










LA ESCUELA Nº 20:MI PRIMER GRADO
Voy a contar como fueron mis años de escuela: Los chicos no me decían Fumanchú en la escuela porque ese sobrenombre era un sobrenombre familiar que me decía mi tío Aldo y rara vez mi tío Hugo. Si bien en mi familia conocían el sobrenombre, nadie me decía por el mismo, solamente Aldo que fue el que lo inventó.

En la escuela los chicos no me decían Fumanchú.

La Nº 20 estaba como a un kilómetro de mi casa. Empecé a ir por las mañanas y eso no me gustaba mucho, sobre todo en invierno, que hacía mucho, pero mucho frío. En esa época los sabañones hinchaban los dedos de las manos y de los pies, algunas veces usaba guantes, pero no siempre porque los perdía. Los guantes de lana eran tejidos a mano por mi mamá.

El modo de llegar a la escuela, era a pie o a caballo. Al primer grado iba solo porque Coca, mi hermana, empezó al año siguiente, ya que es un año menor que yo. En realidad fui poco tiempo con Coca a la Nº 20, porque nos fuimos a vivir a Rivadavia, mientras construían la casa nueva de mi papá.

La Nº 20 era una típica escuela de campo, de madera machihembrada, que en los días crudos de invierno, era muy fría. No tenía estufas en las aulas, salvo en la dirección. Estábamos acostumbrados al frío, ya que en las mañanas jugábamos con la escarcha que había en las acequias, nos tirábamos con hielo duro y nos pegábamos, eso ayudaba a que nos salieran sabañones en las manos.

La escuela tenía un patio de tierra y no era fácil mantener limpios los guardapolvos blancos, también era de tierra la cancha de futbol donde pasábamos los recreos los varones.

Las maestras venían del pueblo, en esa época Rivadavia no era ciudad, recién lo fue cuando yo estaba en sexto grado. Las maestras viajaban en el ómnibus que recorría el camino de Rivadavia al Mirador.

Las clases eran muy entretenidas y todos aprendíamos con sumo interés. De la escuela N°20, de la única que me acuerdo su nombre, es de mi compañera de grado Cacha, que vivía frente a la escuela y con la que jugaba en las vacaciones. Su apellido es Munibe y tenía hermanos y hermanas que también eran mis amigos.
Los juegos en la escuela eran en la cancha de fútbol, el campo de deportes que era, como ya lo dije, de tierra, con dos arcos pequeños de palos retorcidos; las maestras nos dejaban jugar más tiempo que el reglamentario de recreo, porque allí corríamos y entrábamos en calor y aguantábamos luego el frío del aula.

En los partidos participaban todos los chicos varones y no eran 11 contra 11, sino la mitad de la escuela contra la otra mitad. Eran partidos intensos, jugados con fuerza pero sin mala intención, no había patadas arteras ni “fules” mal intencionados, aunque a veces salíamos con un tobillo hinchado.

La escuela tenía forma de “U”, en el medio quedaba el patio, en ese patio hacíamos la formación de la mañana, izábamos la bandera, cantábamos el himno y la canción de la bandera; también era el patio donde jugaban las chicas en el recreo. Allí se hacía sentir el invierno los días de temperatura bajo cero, cuando estábamos formados, días que eran muchos entre mayo y agosto. Por suerte en julio había vacaciones y no teníamos que soportar el invierno esos días en la escuela.

En esa época no había electricidad ni gas en Los Campamentos, ni tampoco estaba pavimentada la calle Florida, razón por la cual no era fácil calefaccionar la escuela y los inviernos crudos de Mendoza eran muy difíciles de soportar. Los chicos nos enfermábamos con frecuencia y teníamos que quedarnos en cama, cosa que nos gustaba por no ir a la escuela, pero que nos impedía ir a jugar o hacer otras actividades.

Nos ponían ventosas y talegas calientes de afrechillo cuando nos engripábamos y teníamos fiebre. Las talegas eran medias rellenas de afrechillo que se calentaban al horno y se ponían en el pecho, las ventosas se ponían en la espalda, eran de vidrio (parecidas a un vaso) y se las calentaba con alcohol, cuando se apagaba el alcohol se las ponía contra la piel de la espalda y al enfriarse se chupaban pegándose en la espalda, hacían succión que según los eruditos de aquel tiempo era lo que hacía bien, ahora nadie se pone ventosas y no se nota su ausencia curativa, por lo que deduzco que no servían realmente para nada.

Estuve poco tiempo en la escuela Nº 20, un año y un poco más, pero nunca me olvidé de ella, ni de mi maestra de 1er. grado y aun ahora cuando paso y la veo a mi escuela vieja y abandonada, me parece que voy a entrar corriendo por el patio, a cantar el himno, porque ya llego tarde como era mi costumbre.

Cuando iba con Coca ella tenía cinco años y yo seis. Yo era un “guardabosque” de aquellos, que nadie le fuera a decir nada porque lo agarraba a piñas.

Cuando nos fuimos a Rivadavia ella se fue al colegio de monjas, mientras vivíamos en el pueblo ella iba desde casa y volvía, pero cuando volvimos a Los Campamentos ella se quedó pupila en el colegio de la Congregación De María. Cuando terminó el primario se fue pupila al secundario en Mendoza en la misma congregación.

Esas monjas muchos años después la alojaron en Italia cuando ella viajó a sacar la ciudadanía italiana, reconociéndola como una de sus pupilas argentinas y luego cuando viajo a Europa volvió a visitarlas por el afecto que les tenía. Coca tiene una hija en España, otra hija en Alemania y también un hijo allí, sólo tiene un hijo con ella en Mendoza.






LA ESCUELA BERNARDINO RIVADAVIA:
Mi cambio de escuela se debió a que nos fuimos a vivir a Rivadavia, porque papá empezó a construir una casa nueva en Los Campamentos.

En la Bernardino entré en segundo grado ya que no había superior, que era donde Yo estaba. Al principio me costó adaptarme, pues el contenido de la enseñanza era diferente para segundo grado, pero al poco tiempo ya había alcanzado los conocimientos que me permitía desenvolverme con el nivel del grado, tenía una maestra buena que me supo llevar y pasé de grado sin dificultad, con un buen nivel para el año siguiente.

En el 3er grado tuve un maestro que le decíamos Chicho, era alto, tenía una edad aproximada a los cincuenta años, siempre había sido maestro y ya tenía poca paciencia para aguantar a los alumnos que se portaban mal.

Su manera favorita de reprimir a los que se portaban mal o no estudiaban era agarrarlos de la oreja, retorcérselas hasta hacer girar la cabeza en 90 grados y pegarles muy fuerte en la nuca un cachetazo. Por un motivo u otro, él venía hasta donde estabas y te castigaba sin que pudieras predecir esa situación.

Esa manera de educar era antipedagógica pero efectiva para mantener la disciplina y la atención. A pesar de que no se hacía querer lo recuerdo con cariño, ninguno de sus alumnos repitió el grado, gracias al empeño que Chicho ponía en sus clases, pero todos probaron el método de educar de Chicho.

En 4to grado tuve una maestra muy linda y dulce, la señorita Victoria. Los chicos estábamos todos prendados de la maestra y ella correspondía ese cariño con más afecto y trato especial, sin retarnos lograba de nosotros lo mejor. Nos enseñó muy bien y nos preparó para el exigente 5to grado, de la señorita Graciela, que era brava con los que no aprendían las reglas de tres.

El 5to grado definía quien iba a ser el año siguiente el abanderado de la escuela. Yo salí abanderado y por eso figuraba en el libro que se editó para conmemorar la fecha cuando el pueblo cambió su denominación a Ciudad de Rivadavia. Allí se publicó el nombre de los alumnos que eran abanderados de las escuelas del distrito y Yo era el abanderado de la única escuela primaria de la ciudad, la otra escuela era la Normal.

La escuela Bernardino Rivadavia era relativamente nueva, hacía pocos años que la habían construido. Era de ladrillos a la vista y tenía media manzana de extensión. Era una escuela con aulas a lo largo de una cuadra de cien metros, otras aulas estaban en la media cuadra del fondo y algunas al frente.

En el frente además de la entrada a la escuela estaban los salones de actos y la sala de música, también había una sala, museo de piedras y animales disecados en vitrinas, la biblioteca ocupaba su espacio también al frente. Al costado y a la entrada estaba la dirección y la secretaría. Los patios estaban divididos en dos por una fila de aulas que estaban en la mitad de la escuela.

Podemos decir que la escuela tenía aulas a lo largo de una cuadra y en el fondo y en la mitad de la escuela una hilera de aulas paralelas a las del fondo, tenía un jardín contra las calles que rodeaban la escuela, contra el jardín daban los edificios, luego había una galería que recorría todos los frentes de las aulas y luego venían los patios, el de adelante y el de atrás.

Los patios tenían baldosas rojas y estaban siempre limpios. Teníamos una portera y un empleado que se pasaban limpiando la escuela. La escuela funcionaba mañana y tarde con grados A Y B.

Los bancos eran de un cuerpo, tenían el pupitre de un alumno y el asiento de otro, se ponían en filas de a dos, con una fila pegada contra la pared. Entre las filas había un espacio para caminar y en total había cuarenta asientos. Muchas de las aulas tenían menos alumnos, pero cuando la ciudad creció, la escuela quedó chica y debieron poner turno noche.

Para las fiestas patrias Yo era el encargado de izar la bandera, junto con los otros alumnos que pasaban a la bandera. Los días de clases normales, Yo pasaba pero no izaba todos los días la bandera, sólo algunas veces me correspondía ya que era grado por grado un día cada uno.




LA ESCUELA NORMAL:
Cuando empezamos el secundario, empezaron a viajar en el colectivo que nos traía a la ciudad, compañeros nuevos que venían de otras escuelas de Gargantini, La Central y el Mirador; y entre ellos empezó una chica que con el tiempo fue la esposa de mi hermano. Nos hicimos muy amigos ya que fuimos compañeros de aula hasta el último año, el 5to año, cuando nos recibimos de maestros.

Chicha, que de ella se trata, fue una alumna aplicada y de las pocas que ejerció de maestra en su vida diaria. Era calladita, rubiecita y muy buena compañera, todos la queríamos y fue muy triste cuando supe del accidente que le costó la vida, en su auto nuevo junto con su mamá. Sus hijos pequeños, mis sobrinos, salvaron su vida milagrosamente en ese accidente, por suerte y gracias a Dios ahora puedo disfrutar de ellos y de mis sobrinos nietos hijos de Gisela y Fabián.

Si bien esta pretende ser una historia de la época de la escuela de Fumanchú, haré aquí un aparte para contar cuando bautizamos a Gisela, ya que yo soy el padrino de bautismo. Gisela es mi primera sobrina.

Gisela era una cosita rubiecita, gordita y muy hermosa, además de ser mi sobrina era desde ese día mi ahijada y como tal la siento, además hemos tenido siempre una relación muy buena.

La iglesia donde la bautizamos pertenecía a una pequeña parroquia privada, propiedad de la Bodega Catena. En esa época vivía el fundador de la bodega, don Emilio, que era muy amigo de papá, ya que éste le vendía la uva todos los años. La parroquia estaba entre medio de los viñedos y tenía un aspecto de paz y sencillez como correspondía a una parroquia en el campo.

Como dije, con Chicha fuimos todo el secundario junto. En tercer año tuvimos un profesor de física y química que fue el orientador de mi carrera de ingeniería química, este profesor era el preferido de Chicha a quien le tenía gran admiración y respeto. El profesor, Palacios de apellido, había venido junto con otros dos profesores del Instituto del Profesorado de Catamarca, allí enseñaban todas las materias del secundario y emitían títulos por materias. Así vino un profesor de matemáticas el señor Pintos, otro de literatura el señor Tolosa y el señor Palacios. Todos ellos le dieron una gran jerarquía a nuestra escuela.

Cuando decidí estudiar ingeniería química, me preparé en matemática, trigonometría, física y química, con el profesor Pintos, empecé el año antes de terminar la escuela, iba a su casa los días sábado toda la mañana. Terminé el secundario con conocimientos que no eran parte de la enseñanza que tenía como maestro, así aprendí trigonometría en un gran nivel que me sirvió junto con matemáticas, física y química en la universidad.

Los años del secundario fueron muy divertidos, fueron los años donde aprendimos a bailar, íbamos a casa de los amigos y organizábamos bailes. Con algunos de ellos llegamos a hacer hasta un baile por semana.

También en esa época del secundario empezamos con las noviecitas, la que fue más en serio de todas ellas fue Mirtha, una chica morocha, alta, muy enérgica y decidida, preciosa reina de la nieve de la ciudad, la quise mucho por ser mi novia de aquellos años juveniles, mi primera novia, la primera que se enteraron en casa, pero no la conocieron a pesar de los dos años que estuvimos juntos.

Le di mi primer beso apasionado, en una calle arbolada, una tarde de primavera. También pasé con ella mi última fiesta del estudiante, del secundario, la del 21 de septiembre de 1958. Fuimos a un parque que era un bosque salvaje de pinos y eucaliptos de grandes dimensiones. Allí pasamos el día con un grupo de amigos. Recuerdo a una amiga muy querida y especial, ella era Susana.

Cuando la tarde caía nos habíamos dado “cincuenta” besos ya que no los pudimos contar. Nos separamos cuando Yo me fui a San Juan, entonces empecé a verla cada vez menos hasta que nos dejamos.

La fiesta más linda que hicimos fue en mi casa, con todos los compañeros de 5to año, los dos quintos, los varones y las chicas, fue la fiesta de despedida, poco antes de recibirnos de maestros. La fiesta consistió en un asado campestre.

Mi casa era enorme y quedaba en el medio de quintas y viñedos. Hicimos el asado en el parque de la casa, luego de comer y de tomar salimos a recorrer la finca. Entre los amigos estaban algunos que luego irían a San Juan: El Turco y Barullo. También estaba el Loco, que se puso a correr con un caballo pura sangre, por el pavimento nuevo de la calle Florida, fue muy peligroso.

La fiesta terminó muy bebida, todos alegres y algunos borrachos que no podían caminar, pero también terminó bailada, aunque éramos menos varones, casi por la mitad que las chicas, todos se divirtieron, hasta que llegó la hora de irse y nadie quería hacer punta.

Cuando nos recibimos hicimos una gran fiesta en un salón, el Club Social Agustín Álvarez. Durante el año juntamos plata para el viaje que hicimos a Córdoba, de egresados, y esa fue la última actividad que realizamos juntos los alumnos del 5to año de la escuela Normal República De Chile, año 1957.




Mi tío Aldo
• Los lectores consideran que el recuerdo en sí es muy bueno. Además, les parece que está bien contado.
• A Jorge Eduardo le han enviado 14 abrazos, 13 sonrisas, 12 besos y 15 buenos recuerdos.

Por Jorge Eduardo
Argentina / 1955
Fecha de alta 02-05-2008 /Fecha De Comentario 02/05/2008

Mi tío Aldo; el vago pero filósofo y poeta. Voy a contar pasajes de la vida de mi tío Aldo, más con el corazón que con el conocimiento; era una persona muy especial, sabía que no necesitaría trabajar duro para ganarse el sustento pues heredó de su padre una porción de finca con vides y plantaciones de duraznos y ciruelas, en mayor medida, que producían una gran cantidad de frutas y uvas que bien vendidas daban un ingreso anual, muy considerable.

Mientras fue soltero hizo un gran despilfarro de sus ingresos pero no llegó a desprenderse de sus bienes por herencia, y esta finca fue posteriormente la base económica para la manutención y educación de su familia. Cuentan que de chico, Aldo ya era un gran lector. Leía los clásicos y novelas propias de su época con escritores consagrados; no sólo leía literatura sino a pensadores universales de economía y política. El fue quien me habló de escritores como Smith, Neruda, Almafuerte, Juana de Ibarbourou, Omar Khayyam Rubén Darío… a una edad en que yo no mostraba interés ni por la poesía ni por la prosa.

Sin embargo Aldo de a poco fue despertando mi interés en las poesías de poetas conocidos por la elite de los poetas. Alma Fuerte fue el que primero entendí, su poesía es directa, con una rima agradable al oído y que permite memorizarlas. Aldo tenía la rara habilidad de leer o memorizar cada poesía con el tono de voz que correspondía con el pensamiento del autor.

La vida de Aldo osciló entre lo intelectual y la mundana vagancia, de repente se rodeaba de escritores de su época, como cuando escribió para la revista Para ti. Por aquella época, tenía un departamento justo enfrente del Teatro Maipo, donde iba en forma asidua a sus funciones, llegando a conocer las chicas por sus nombres y apodos. Las chicas le decían “El Maharajá de Kapurthala” por que Aldo tenía un traje para cada día de la semana, ya fuera invierno o verano, y eso lo hacía aparentar como un acaudalado maharajá de la India.

Con los sobrinos Aldo fue un tío bueno y nos enseñaba poesías que le gustaban a él. Yo recuerdo de memorias las de Almafuerte, gracias a que Aldo me las enseñó. Sonetos Medicinales y muchas más, casi como el Martín Fierro, releí infinitas veces estas poesías, como releí el Quijote De La Mancha. Con el Johnny, un primo que venía para el verano, época de uvas maduras y cosecha, solíamos hacerle a Aldo bromas pesadas, pero Aldo se las bancaba como un señor.

Un día Aldo manejaba el tractor que tiraba los camiones en la cosecha, Johnny y yo íbamos con él, cuando en eso se nos ocurrió una maldad: Tirarle granos de uvas negras por atrás del asiento en la espalda y el pantalón. Cuando Aldo se dio cuenta, ya le habíamos tirado un racimo cada uno, manchándole la camisa y el pantalón, que siempre Aldo los tenía impecables. ¡Ya van a ver!... fue todo lo que dijo. Pasaron los días y nosotros nos habíamos olvidado del asunto, cuando Aldo nos invitó una tarde a ir a los cuarteles del fondo de la finca.

Estos estaban retirados de nuestra casa, y fuimos en un Ford modelo 1946 color verde como eran la mayoría de ese tiempo, siguiendo el dicho de Ford: “Usted puede elegir el color que quiera; que había en ese cuartel, tendríamos que buscarla; salimos para el centro del cuartel donde estaba la uva moscatel, después de media hora de búsqueda a pié, encontramos una hilera de moscatel rosada, juntamos varios racimos bien maduros y volvimos al auto, Aldo ya no estaba, había dado la vuelta y se había ido a casa. ¡Nos dejó!, dijimos al unísono con mi primo… ¡maldito!, ¡lo va a pagar!...

Venganza sobre venganza… y como descendientes de italianos por parte de Abuelo, padre o madre, teníamos que hacerle algo peor. Cuando ya estaba “olvidado” el hecho del Ford, con Johnny lo invitamos al dique a bañarnos y pescar mojarritas, cargamos un medio mundo y en la mariposa con el Tigre, salimos a la siesta con un sol que partía la tierra. Cuando llegamos al dique Philips, nos sacamos la ropa y la dejamos en la Mariposa y nos metimos al canal, cuando Aldo estaba tirado tomando sol en la orilla del canal, subrepticiamente fuimos corriendo hasta la mariposa y nos fuimos a todo escape; no sabemos cuando se dio cuenta Aldo, pero tuvo que caminar los seis kilómetros que habían hasta casa.

Después de eso Aldo propuso fumar la “pipa de la Paz”, y con un tronco de caña construyó tres pipas. Él normalmente fumaba en pipa, así que trajo tabaco y las encendió a las tres juntas…, nos dijo: ¡Para que enciendan… tienen que aspirar con fuerza!… ¡sino se apaga!... Estábamos prendiendo cada uno su pipa cuando al darle un chupón me tragué una bocanada de humo y empecé a toser desesperadamente, dale chupa me decía Aldo y Johnny también tosía por chupar la pipa con fuerza. La última venganza se había consumado Aldo “empató” las maldades y nos prometimos no hacernos más daño; pero nada termina cuando se juntan los bromistas, al otro día estábamos planeando las nuevas maldades que le haríamos al Tío Aldo.

Almafuerte
No te des por vencido:

No te des por vencido
ni aún vencido,
no te sientas esclavo,
ni aún esclavo;
trémulo de pavor,
piénsate bravo
y arremete feroz
ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido,
que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Procede como Dios que nunca llora,
o como Lucifer que nunca reza,
o como el robledal cuya grandeza,
necesita del agua y no la implora...

¡Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!

Omar Khayyam

Si vino y bellezas hay, pide vino y bellezas,
siéntate junto al agua que el verde prado riega,
deja diablos y hurís al musulmán que crea,
mañana puedes morir si es que mañana llega

Juana de Ibarbourou
Como la primavera:

Como un ala negra tendí mis cabellos
sobre tus rodillas.
Cerrando los ojos su olor aspiraste
diciéndome luego:
-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?
¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?
¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras
porque acaso en ellas exprimiste un zumo
retinto y espeso de moras silvestres?
¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!
Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.
¿Qué perfume usas? Y riendo le dije:
-¡Ninguno, ninguno!
Te amo y soy joven, huelo a primavera.
Este olor que sientes es de carne firme,
de mejillas claras y de sangre nueva.
¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo
las mismas fragancias de la primavera!

Rubén Darío
Cuando llegues a amar:

Cuando llegues a amar, si no has amado,
sabrás que en este mundo
es el dolor más grande y más profundo
ser a un tiempo feliz y desgraciado.
Corolario: el amor es un abismo
de luz y sombra, poesía y prosa,
y en donde se hace la más cara cosa
que es reír y llorar a un tiempo mismo.

Lo peor, lo más terrible,
es que vivir sin él es imposible.

Jorge Eduardo
Campamentos - Rivadavia - Mendoza












LA REINA DE LA NIEVE, LA QUINTRALA.
Fue la primera reina de la nieve, con apenas catorce años, ambos teníamos la misma edad y concurríamos a la misma escuela .Ella siempre caminaba muy rápido, casi corría.
Su aspecto era muy llamativo:Cabello largo, negro, ojos negros muy grandes y tez blanca, muy alta, con su cuerpo esbelto pero bien formado, era lo que se dice seria, casi antipática ; los muchachos de la escuela le pusieron de sobrenombre "La Quintrala" por un personaje de una película de Hugo Del Carril, estrenada en 1955.
El personaje representaba a Doña Catalina De Los Ríos y Lisperguer, el afiche de promoción de la película tenía una figura femenina que en los rasgos podía semejar a Mirta que de ella se trata, la reina de la nieve, era una mujer con un látigo en la mano y estaba representada por la actriz Ana María Lynch, de gran belleza.
Mirta despreciaba que la relacionaran con La Quintrala, y aunque no encarnaba ni por asomo la figura de ella, por su apodo sufrió, hasta que pudo superarlo.
Ella era amiga de una muy amiga mía, que nos presentó y a partir de entonces aunque éramos muy jóvenes nos relacionamos , nos veíamos todos los días en la escuela, hasta que empecé a visitarla los fines de semana-La pasaba a buscar por su casa y salíamos a caminar por las calles muy cubiertas de árboles -.
Tanto ella como Yo no habíamos estado de novios, así que nuestro comportamiento era genuinamente ingenuo, hasta que un día nos dimos el primer beso, a la sombra de los árboles una tarde de primavera. Obviamente no la he olvidado, aunque le dijeran La Quintrala, era la personita más dulce y sincera que conocí hasta entonces.
Mi relación con ella duró cuarto y quinto año, hasta que me fui a estudiar a otra provincia.

Teníamos 15 años cuando Yo la dejé, sin comprender el daño que le hice, ella al terminar el secundario ingresó pupila a una congregación de monjas, afortunadamente para mi, comprendió que debía realizar otra vida y salió a los dos años de internada, posteriormente se casó y tuvo hijos, para finalmente dedicarse a la literatura. Se por Susana la amiga de ambos que fue feliz con su familia.

De los muchos besos
Que te di
Ya no los recuerdo
Solo deseo
Que a mi
Me tengas en el olvido
Fue cuando partí
Y estuve
Lejos de ti
Que te dejé
Haciéndote sufrir,
Solo anhelo
Que tu amor
Haya partido
Hacia el cielo.




(Jorge Eduardo)/RIVADAVIA-SAN MARTIN-MENDOZA

















PELICULA/

IMAGEN DE ANA MARIA LYNCH: LA QUINTRALA





PELICULA

"LA QUINTRALA"
Dirección: Hugo del Carril
País: Argentina
Año: 1955

Interpretación: Antonio Vilar, Ana María Lynch, Francisco de Paula, Milagros de la Vega, y otros.

Duración: 99 min.

Sinopsis argumental:
Benjamín Vicuña: La Quintrala fue “azotadora de esclavos, envenenadora de su padre, opulenta e irresponsable Mesalina, cuyos amantes pasaban del lecho de la lascivia a sótanos de muerte; la que volvió la espalda e hizo enclavar los ojos al Señor de Mayo, la Lucrecia Borgia y la Margarita de Borgoña de la era colonial”.
_________________________________________________
FOTOS DE "LA QUINTRALA"


















HISTORIAS DE LA QUINTRALA
Ronald Henríquez M

Sementales de La Quintrala penan en viejo restorán
EL local está construido sobre una antigua caballeriza de la malvada heredera del valle de La Ligua. Gritan como si la hacendada los estuviera…
(Semental: caballo macho padrillo)
________________________________________


ÁNIMAS LÚDICAS: El restorán tiene túneles bloqueados con concreto que comunican con la Iglesia Las Agustinas, ubicada frente al local. El templo conserva el Cristo de Mayo, al que La Quintrala expulsó de su casa porque no le gustaba su cara.
(Foto: Marcelo Segura M)

Tener amantes y seducirlos en lugares estratégicos es historia antigua para algunas féminas. La Quintrala, en el siglo XVII, llevaba a los sementales a una de sus caballerizas, donde les daba en fiesta, hasta calmar su apetito sexual.
Según los libros de historia, Catalina de Los Ríos y Lisperguer asesinó a más de 40 personas en sus intensos 61 años de vida. Muchas de las malogradas víctimas fueron esclavos e indígenas que "La Quintrala" eliminaba al mejor estilo de una viuda negra.
Gemidos
El bodeguero Marcelo Sánchez (42) labura hace 20 años en el restorán La Plaza de las Agustinas y contó que el lugar fue construido sobre la caballeriza de la rica heredera de los valles de La Ligua y Longotoma.
El local, con más de 50 años de trayectoria, se llamaba antes El Pollo Dorado y está en Estado 215, en pleno Chago.
Según Sánchez, el sitio está repleto de ánimas que cada cierto tiempo apagan las luces, mueven las copas, gimen como si La Quintrala los azotara y se toman los restos de chichón.
"Los entendidos dicen que acá La Quintrala mataba a los sirvientes con los que tenía intimidad. Por eso que hay almas que todavía no descansan y están presentes", dijo.
Debido a su pega el bodeguero debe almacenar productos hasta bien entrada la noche, por lo que ha sido testigo ene veces del fenómeno paranormal. "Son espíritus que mueven cosas o hacen ruidos. Son bien juguetones y a veces se siente que caminan, corren o hacen sonar un manojo de llaves", agregó.
La portera Rosita Aguilera (45) contó que una vez "sentí una mano que me empujaba la cabeza hacia abajo... y no había nadie. Me dio escalofríos. Casi me muero del espanto".
Sangre
La sicóloga y clarividente Carmen Cancino indicó que al estudiar el sitio escuchó gemidos de dolor y llantos. "También bajan y suben escaleras. Esto además fue lavandería, por eso se escucha agua. La grasa en la cocina se vuelve rojiza como si fuera sangre", sostuvo.






Jorge Eduardo
Campamentos – Rivadavia –San Martín -Mendoza.


AQUÍ TERMINA EL CUENTO CON EL RELATO DE FUMANCHU, YA QUE A LOS 15 AÑOS SE FUE A ESTUDIAR A SAN JUAN Y ALLI NADIE CONOCIA SU APODO Y NUNCA MAS LO LLAMARON FUMANCHU








Texto agregado el 04-05-2008, y leído por 1481 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]