Me metí sin querer a la plaza de Toros, no supe cuando fue solo salte un reja y allí estaba, estaba completamente solo y el cielo tenia esa tarde un color como púrpura, como de limón aplastado. camine por las tribunas, sentí el olor de la saliva, el olor de las pestañas, esas que se caen sin querer y se revientan al estrellarse con el suelo. me llegó el olor de las narices y de los cordones de los zapatos, todo combinado, como en una sopa y me dio de frente. Después de recuperarme de aquel aturdimiento caminé, bajé los escalones, vi la arena e imagine el emocionante espectáculo, aquel animal, brioso lanzando exhalaciones como insultos, mirando con esos ojos de bruto, sudando, babeando, tal vez, sintiendo dolor, ira y aturdimiento y con esa nariz olfateando el sudor, su propia sangre, las pestañas reventadas y los cordones del torero.
Sin querer baje, y ahora estaba en el centro de todo el coliseo, mire el cielo y me dieron ganas de llorar, me senté allí donde estaba, tome un poco de arena con mis manos, y me dije a mi mismo, esto, esto no es nada, después como si mi cabeza se reventara con una cuchara gigante y mis ojos se derramaran y rodaran hacia el olvido ese que esta metido entre la arena, sentí como si un animal respirara en mi espalda, en mi nuca, sentí esas cosquillas que usted siente cuando le dan un beso que le gusta mucho, o cuando lo tocan en ciertas partes que para usted son sacras o pecadoras, sentí como esa sensación que se tiene cuando se llega a cierto punto de la canción y se siente un corrientazo que empieza en las vértebras lumbares y se extiende a toda la espalda.
Con miedo me di la vuelta y me encontré de frente con el Toro, gigantesco monumental y cansado, respirándome en los labios, babeándome el pantalón. Busque en mi bolsillo saqué un pañuelo y le limpie el hocico mientras le iba diciendo: Amigo esta usted bien, le acariciaba una única oreja que tenia, y el me miraba con esos ojos, con esos ojos como si hubieran llorado por décadas. me puse en pie, acaricié su lomo mientras lanzaba resoplidos, seguro cantando una opera, un ultima opereta y yo le limpiaba sus heridas con mi pañuelo mientras le decía: Amigo no se preocupe y le acariciaba el lomo y el como si nada babeaba y sudaba y a veces cuando lo pienso detenidamente creo que también lloraba.
Me tendí en la arena mirando boca arriba y le dije: Mire, el cielo parece como si lo hubieran toreado y al final le hubieran metido la espada por donde más le duele, mírelo tan rojo, tan rojo. El toro solo respondía con bufidos, con resoplidos y con lágrimas, poco a poco se fue acostando, no se como lo hizo, primero una pata luego la otra, quería morir acostado, yo lo había preparado, tenía el pañuelo lleno de su sangre y su olor en mi cuello. Amigo no se preocupe, créame, si yo muriera aquí estaría feliz, nada más mire el cielo, mire las nubes, parecen una pintura, mírenos, un toro moribundo, un hombre medio loco acostado en un coliseo, un coliseo vació oliendo a pestañas viajeras y el cielo penetrado, todo como un cuadro, hasta yo pienso que soy una mancha de pintura.
El toro murió lanzando un grito doloroso, cruel y triste, yo, yo me acurruque y llore hasta que la noche cayo y el amanecer de nuevo vino, yo lloré por todos hasta que mi saliva se empezó a enfriar, yo lloré mientras aquella monumental montaña de hueso y carne desaparecía de mi lado y se convertía poco a poco en un olor mas, vaciándose, vaciándose hasta el fondo.
En cuanto a mi, solo sé que mañana será el mismo día de siempre, el mismo espectáculo, la misma sonrisa falsa, el aroma de los caballos y los toros, la espada bien penetrante, las orejas cortadas, la gente con esos ojos tan horribles, tan deseosos, y yo de pie, con la espada en alto, con un gesto teatral clavándola hasta el fondo, mas debajo de la nuca, justo , que atraviese toda su carne y que muera en un instante mirando el cielo, si, siempre es así, solo espero que un día las cosas sean al revés y que a mi me eleven en el aire y ese olor de pestañas y de lagrimas siempre permanezca como queriendo quedarse, como describiendo lapidas y así el toro me va a decir: Amigo preocúpese por que este día no es un día para morir y usted si morirá este día, nada más mire el suelo tan feo, nada más mire esta gente tan fea que lo mira horrorizada mientras se desangra entre la arena, nada más mire como todos se le acercan y lo tocan y no lo dejan en paz, lo confunden, y usted no puede ver su cielo, ni mi cielo, ni el cielo reflejado en las pupilas. Así es que la espada esta vez dio muerte, y el vencido yació allí, en el tumulto, con el pañuelo en su mano y una mueca de asco en su rostro.
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