Estabas a mi espera, como en los viejos tiempos, para pasar juntos las horas, más allá del dolor de cabeza y la falta de sueño, tus invitaciones no me dejaban ignorarte, tus colores me hipnotizaban hasta adorarte, y de nuevo te encontré.

Buenos ratos, reuniones prolongadas como dos bueno amigos, aún bajo la lluvia. Te tocaba, como si la respuesta estuviese entre tus líneas, en esos cuadros perfectos llenos de posibilidades infinitas, todo en ti era perfecto pero te dejé. Un poco en el olvido, otro tanto sin querer en la memoria pasajera.

Estar tranquilos sin uso del reloj, era la receta perfecta para separarnos del bullicio. Me acariciaba el cabello intentando adivinar tu próximo movimiento, y mientras Thot se hacía el racional, Kinji se aventuraba sin medir las consecuencias de su arrojo, así era estar solos los tres.

El silencio rondaba cerca de nosotros, y entre los libros que leí para entenderte, fuimos subiendo poco a poco de nivel cada contacto, cada ataque y retirada, cada avance sin tiempos que perder. Intercambios críticos de una y otra piezas devaluadas hasta coronarnos finalmente para todo decidir.

Lo reconozco, fue un error abandonarte, o permitirte partir. Te extrañé como viejo forastero conocido, y esta tarde al encontrarnos nuevamente recordé cómo surgía la magia de cada partida, hermoso juego de ajedrez.