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Desde que estoy de este lado sé que no fue una visión. Ni una pesadilla; a lo mejor un hermoso sueño pero no una pesadilla. Recuerdo todo bien. Siento todo otra vez al recordarlo. La felicidad que sentí.

Estaba demasiado borracho encerrado en algún cuarto. No recuerdo de quién era la casa; ni siquiera sé como llegué a esa fiesta. Sólo sé que lo único que hice fue encerrarme en el primer cuarto vacío que encontré. Había metido conmigo unos cigarros y una botella de licor de caña. Los ojos me ardían y el sudor quemaba mi frente. Todo era sincronizado: un toque al cigarro, un sorbo a la botella, sentir como el alcohol bajaba quemante por mi garganta, el mareo, el ardor en el estómago y luego sacar el humo. A veces sonreía estúpidamente y recordaba cosas de mi vida (sin vida).

Fue en un rato inesperado cuando la vi entrar. Era pálida. Hermosa, cara de niña.

- ¿Vienes por mí?- pregunté emocionado.
- ¿Sabes quién soy?
- ¡Claro!, hace tiempo que te espero.

Mientras ella paseaba por el cuarto yo encendía otro cigarro. Luego el respectivo sorbo de miel de fuego. El ardor y el mareo.

- Siempre te he buscado. Te he llamado. ¿Por qué nunca venías?- le dije.
- A mí no se me busca ni se me llama. Yo busco. Yo llamo. Yo decido a quién, cómo, cuándo y dónde.

Miré en sus ojos y vi una gran paz. Los temblores en mi cuerpo comenzaban. Era necesario un sorbo más.

- Yo también te conozco. Los conocí a todos antes de que murieran- dijo.
- ¿Morir? Yo nunca he muerto.
- Claro que sí. Todos mueren al nacer.

Toque al cigarro, ardor y una gran confusión.

- Cuando nacemos es para vivir. Después llegas tú y nos matas. Nos mueres- contesté balbuceando.
- No. Todos estuvieron vivos siempre. Pero luego nacen aquí y se mueren. Yo vengo para que vuelvan a vivir.
- O sea que volvemos a nacer?
- No. Sólo se nace aquí, una vez, para que estén muertos. Yo vengo a regresarles la vida que siempre han extrañado. La paz que muertos han buscado siempre.

El último sorbo me ardió más que los anteriores. Mi boca y el humo del cigarro copulaban de nuevo.

- Nos tenemos que ir- ordenó.

Traté de ponerme en pie. Me costó mucho trabajo pero lo logré. Extendí los brazos y se fue acercando hacia mí.

- Ya sé porque nunca vienes a los que te llamamos- dije con el cigarro entre los dientes y mi cuerpo en el ardor.
- ¿Por qué?- preguntó.
- No te llamamos por tu nombre.

Me consumí en su abrazo. Me dejé llevar. Y la llamé. La grité.

- ¡¡¡VIDAAAAAAAA!!!

Ahora estoy bien. A veces alguien me habla del otro lado pero me niego a abrir los ojos.

Texto agregado el 18-04-2004, y leído por 191 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-04-2004 Muy bueno, es interesante y una visión muy original yoria
 
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