EL ÚLTIMO DÍA DE LA FIESTA MAYOR
El último día de la Fiesta Mayor celebrada en un pequeño pueblo, a media noche, un anciano se movía entre la gente, con el paso renqueante de una mala imitación de un cojo.
Sobre el suelo, en un espacio libre de bailadores depositó una gran maleta, en tanto que, en los ojos de los observadores más cercanos a ella, aumentaba la sorpresa y la perplejidad.
¿ Quién es ?- preguntó alguien – incapaz de identificar a aquel personaje escondido bajo tan estrafalario disfraz. ¿ De qué va ? ¿ Y la maleta, qué cosa contiene.?
El renqueante viejo, vestido totalmente de negro, tocado con un deshilachado sombrero de lana, con intención de unirse al ritmo festivo, rompió el corro de bailadores. Inmediatamente, a su lado se arremolinó el gentío, con la curiosidad malsana que habita en cada persona, por descubrir la para unos grotesca y para los más, festiva identidad. A la vez, un grupo de niños sorprendidos y temerosos, también rodearon al supuesto abuelo, para añadirse al cerco alborotador de su ruidosa comparsa.
El griterío se extendió a lo largo y ancho de toda la plaza. Los tenderetes, puestos de venta de helados, y la churrería se vaciaron , ausentes de clientela huida sin remisión hacia el centro de la atiborrada plaza.
Junto al escenario, una pareja de bigardos encaramados sobre un montón de cajas de cerveza vacías cercano a las tablas, sobre las cuales la charanga emitía sus estridentes notas, conocedores de la identidad del raro personaje, sonreían y gesticulaban en el mismo instante de gritar ¡ cojo! ¡cojo! ¡cojo!.
El viejo danzaba alrededor de la valija, para defenderla de los críos. Esta actitud por no permanecer excesivamente alejado, despertó aún más, el interés de todos los presentes, acrecentando la intriga por el misterioso contenido encerrado en ella. ¡ Qué contenía ¡ - seguían preguntándose.-
El grupo de niños, acuciados por la creciente euforia contagiada por los mayores, llegaron a patear el misterioso contenido del extraño equipaje, y este después de oscilar de manera inusual, inevitablemente, terminó por reposar sobre un costado. La acción no por inesperada, molestó al propietario, hasta el punto de perseguirlos a través del gentío, provocando un tumulto caótico en todo el recinto ferial. ¡Cojo! ¡cojo! ¡ cojo!, retumbaron de nuevo las voces de los tres bigardos.
Gritos y alaridos subieron de tono. Luego, algo más tarde, se diluyó el oleaje humano, para permanecer acallado en un súbito silencio. Como invitación a continuar la fiesta la charanga, se oyó más fuerte.
El corro, al grito de cojo, cojo, se unió de nuevo al ritmo dulzón . Momentos después, las parejas se enlazaron de nuevoel en el gozoso estiramiento de la danza. Tras el desangelado gesticular del longevo, infantes y adultos, junto a algún que otro impedido ungido de optimismo, formaron en largas y ondulantes colas. ¡ Cojo ¡ ¡cojo! ¡cojo ¡ resonó en el festivo ambiente.
El espectáculo siguió sin decaer, hasta bien entrada la madrugada. Pero antes de esa hora, en el momento más álgido seguramente, el desconocido vejestorio, que no era tan viejo, detuvo el baile. Fijó la mirada en sus compañeros, encaramados todavía sobre el montón de las cajas, los tres poltrones acrecentados en altura, por sobre las cabezas de los danzantes. Inclinadas las testas hacia delante, en un gesto acordado, tan presencial como rotundo y afirmativo. La cola de bailadores también se detuvo, de improviso, sin atropellar exageradamente al del vestido negro.
El citado, una vez repuesto del empujón, aplanó el maletón mientras que, en su cercanía, se apiñaba la gente con un desmedido interés. Un segundo de vacilación intencionada del hombre arrodillado, una mirada de abajo hacia arriba, permitiendo a los ojos de los otros fijar sus pupilas sobre las suyas propias, fue motivo suficiente para incitar a los más próximos a una tensión e intriga incontenibles. La música, ignorada por los presentes, dejó de sonar. Seguidamente con gesto acelerado, el hombruno, proyectó hacia arriba todo el contenido del maltrecho bolsón.
Una docena de ratas saltando enloquecidas, erizaron los cabellos de grandes y chicos, cercanos y alejados, para producir en el ánimo de cada uno, un temor tan negro como el cúmulo de adjetivos negros de este improvisado relato, bien verídico, según el narrador.
Gritos y alaridos se dejaron oír interminablemente. Parece que, unas pocas ratas, consiguieron huir mientras que otras, no menos numerosas, resultaron aplastadas por el gentío.
El narrador supone que, las ratas, debieron atemorizar más a las féminas que a los varones; si bien algunos resultaron mordidos por las más grandes.
No era este el final que, este cuentero, que no cuentista, deseaba para este escrito pero, no debemos olvidar que muchas veces las circunstancias, como ya sabemos, se vuelven imprevisibles...
RobertBoresLuís
PdeA. 14-10-1998
|