uno como tantos, sí, así era mi vida hasta que conversando con un jovencito salido de un Bar, me dijo que su vida estaba solucionada. su rostro era claro e infundía tranquilidad. una parte de mí pensaba que estaba lleno de sueños e ideas, o habría injerido algún producto alucinógeno, algo así sentí... sin embargo, algo dentro de mí se sentía bien, como nunca antes. ¿cómo lo haces?, le pregunté. era extraño porque yo contaba con mas de cincuenta años, tenía una vida regular, llena de mediocridades y asuntos personales que no vienen al caso escribir. lo bueno fue que tuve ganas de escucharlo porque nunca había escuchado a nadie, siempre juzgaba antes de escuchar, pero, esta vez, escuché todo cuanto me dijo el jovencito... nada, me dijo, sólo paseaba por las calles y escuché de un lugar en donde todos los problemas se solucionaban. fui y vi a un grupo inmenso de personas de todos los estratos sociales entrando a una casona totalmente iluminada, como una fiesta en donde la música no tenía inicio ni final, como el baile de los mudos planetas... entré y toda la gente escuchaba a un hombre de ojos dulces, amables... es Dios, pensé, pero no, tan solo era un hombre, nada mas... pero, había algo en su voz que tocó mi alma, de tal forma que olvidé todos mis problemas, todos, totalmente todos, y cuando escuché decirnos: dame tus problemas que yo te daré un amor que nunca morirá... no supe qué hacer pero lo sentí como si fueran las palabras que toda mi vida hubiera esperado escuchar...

el muchacho siguió hablando y yo seguí escuchando, fue tan bello que el tiempo pasó como si fuera un aliento... nos despedimos pero antes le pedí la dirección de dicha persona. me la dio y al día siguiente fui a buscarle.

efectivamente era una casona, pero como era de día, todo parecía estar calmo. toqué la puerta y esta se abrió apenas la toqué. entré y cuando entré vi a jóvenes subiendo y bajando escaleras de la casa. me miraron y me sonrieron... fueron bellas y amigables sonrisas, tanto que después de tanto tiempo, volví a sonreír. llamé a uno de los chicos y me pedí si estaba el maestro, porque así me dijo el jovencito del Bar que se llamaba el hombre de ojos dulces. está en su cuarto, respondió, ¿desea que lo llame?. sí, le dije. no esperé mucho porque el mismo jovenzuelo era el mismísimo maestro... me habló como si fuera un niño, al mismo tiempo sentí como si no tuviera edad, y cuando hablaba, sentía algo así como alegría... le escuché por mucho rato y cuando supe que debía irme le dije si podía volverle a ver y escuchar. dijo que sí. salí de aquella casa con ese sentimiento de niño, de un ser lleno de contento gracias a un sentimiento, como si ese jovencito que era el maestro hubiera tocado las cuerdas de mi corazón, y aún sintiera aquella vibración mientras volvía a mi casa, vacía, como siempre, pero cuando uno está lleno, todo está igual...

volví al día siguiente, y allí estaba la casa, pero cuando toqué la puerta, nadie salió. volví a tocarla, igual... pregunté a los vecinos y todos me dijeron que la casa estaba vacía desde el día de ayer. ¿no saben hacia dónde ha ido?, pregunté. nadie lo sabía. iba sentirme triste pero, tenía una bella esperanza... sabía que había una casa, una persona, un artista que podía tocar las cuerdas de mi corazón, y así, escuchar la canción de mi vida...

han pasado los años y no los he vuelto a escuchar, hasta el día de hoy en que, a través de un diario han salido la foto de aquel maestro tan joven que ya no es tan joven... he ido a verle, corriendo, y cuando he llegado a su casa, esta, se abrió, como si me estuviera esperando... mientras entraba, las voces de aquellos seres sonrientes llenaban mi alma que, nuevamente, volvía a sonreír... y mientras me acercaba hacia el maestro, mi corazón empezaba a saltar de alegría... pues, sabía que, nunca mas me iría de aquella casa donde se disuelven todas las respuestas...


san isidro, mayo del 2008