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a la manera y con licencia de nuestro querido Antón Chéjov




Gricha se levantó cuando todavía era de noche. Su madre dormía, y ya el abuelo se había incorporado en la cama tosiendo continuamente. El niño caminó hasta la cocina con la manta sobre los hombros, encendió el samovar y preparó el té, que tomó en silencio con el abuelo Konstantín, ya envuelto en su amplio zamarrón. Salieron. Afuera, la madrugada era bastante fría; el tiempo ya avanzaba hacia el otoño. Pero el aire todavía olía a madreselvas. Gricha dejó encendida la estufa para mamushka. Cuando ella despertara ya estarían a mitad de camino para la feria. Con sus escasos aparejos, ataron la yegua al carro, cargado desde la noche anterior, y partieron hacia el pueblo de C***, distante a unas ocho verstas de la dacha. Gricha pensaba en los posibles resultados de la venta de los productos de granja que llevaban en el carromato, amontonados allí atrás, y se volvía para observar en detalle las coles verdemar, los últimos y algo pálidos tomates, las turgentes cebollas, el encarnado o el esmeralda de los ajíes, el aloque de los zapallos y el rubio dorado de los melones, de sólo mencionar algunos, y gozaba por anticipado sobre su venta. Hacía cálculos mentales sobre las kopeikas, o hasta los rublos que obtendrían del cargamento, que significaba varias semanas de trabajo. Examinaba con cierta admiración la apostura del abuelo Konstantín quien, con un cigarrillo en la boca, canturreaba una añeja canción rusa mientras hostigaba con las riendas las hundidas ancas de la yegua. Ésta avanzaba con el mismo paso que llevaba desde la salida, y no era probable que lo fuera a cambiar hasta que emprendieran por la tarde el regreso.
El resultado de la venta en la feria fue sorprendentemente bueno. En menos de tres horas pudieron despachar todo lo que llevaban, pues sus frutos habían rebasado en calidad a los que habían aproximado al pueblo los quinteros de la vecindad.
-Podríamos haber exigido algo más por lo nuestro- rezongaba Gricha, dirigiéndose al abuelo, que contaba el dinero sobre el asiento del coche, mientras mojaba los dedos con saliva.
-Así está bien...¡Qué diablos! Tú si que nunca te conformas con nada, niño. ¡Válgame Dios!
-No, abuelo, es que mamá tiene que comprar la cama, y cobijas para el invierno, y procurarse de leña para la estufa, y alimento para la yegua y para la vaca, y grano para los patos y las gallinas...- y la lista parecía interminable, cuando el abuelo Konstantín elevó la mirada entrecerrando los ojos, y lo miró como tratando de adivinar adónde iba el pensamiento de ese endiablado chiquillo. Hizo ruido con la nariz, escupió a un costado y luego largó una carcajada.
-¡Vamos, hijo, bien pensado! ¿eh? Muchas cosas tienes en tu pequeña cabeza- y luego de guardar el dinero en el bolsillo del pantalón, comenzó a fustigar a la yegua, que sorpresivamente abandonó el cuadrado de pasto donde mordía con paciencia equina, y arrancó con nuevo brío hacia la casa. El camino, muy desparejo, zarandeaba el carro, pero el abuelo lo mantenía en las rodadas con pericia.
A poco andar, cruzáronse frente a la taberna de Nicolás Ilich, y el viejo Konstantín dirigió disimuladamente a la yegua hacia la entrada.
-A dónde vamos, abuelo? ¿Qué haces? –rezongó Gricha, desconfiando.
-¡Pero, niño, déjame en paz!, ¿quieres? ¡no seas tan terco! Voy a bajar un ratito aquí, que tengo que saludar a un amigo y hacerle un pedido a Nicolás Ilich- y ya saltaba del carro con agilidad sorprendente para la edad, recomendándole al nieto desde abajo:- ¡Espérame aquí, que no me tardo!
Como a la hora, el niño despertó recostado en el asiento del carro, que se había alejado unos metros de la entrada de la taberna, arrastrado por la yegua que no perdía tiempo y mordisqueaba en todos los pedacitos verdes que iba encontrando a su paso. Gricha recogió las riendas y regresó. Y ya de mal humor, descendió apresurado en busca del abuelo. Al entrar, varios parroquianos lo observaron con sorpresa y sonrisas sarcásticas, señalándolo con la barbilla y mirándose entre sí.
-¡Mira, Nicolás Ilich, qué cliente tan crecido ha venido a visitarte! ¡Invítale con una copa de vodka! Ja, ja, ja.
Pero el niño decidió ignorar las chanzas y caminó derecho al viejo Konstantín, y antes de que éste se diera cuenta, ya lo estaba sacando a empujones de la taberna, no sin antes pagarle a Nicolás Ilich la cuenta por la bebida consumida, a lo que hubo que sumar un reclamo por un viejo registro no saldado.
-Vaya, vaya, sí que eres molesto, chicuelo tonto- rezongaba el abuelo mientras ascendía al carro, no sin cierta dificultad-. Y ahora, ¡dame las malditas riendas, que al carro lo conduzco yo!
Gricha, cabizbajo, entregó las riendas luego de enfocar el carro camino a casa, y frunciendo la boca y apretándose las manos contra el estómago, que empezaba a protestar pues no recibía nada desde la mañana, comenzó a reflexionar sobre las sensibles mermas en las ganancias, y no podía evitar mirarlo de reojo al viejo con odio contenido. Al rato, con el constante zarandeo del carro, volvió a dormirse sobre el asiento.
Despertóse solo nuevamente. La yegua continuaba comiendo a un costado del camino, y el abuelo...”Habrá bajado para vomitar, el anciano borracho”, pensó Gricha, cuando divisó la entrada de una casa, cuyo aspecto no engañaba. Era otro despacho de bebidas. Entro, y cumplió con la misma rutina anterior. Luego de pagarle al patrón, se llevó a empujones al abuelo, que casi no podía mantenerse en pie.
-¡Sal de aquí, muchacho! ¡Déjame beber en paz, que otra cosa no tengo en esta maldita tierra!- protestaba otra vez el viejo Konstantín, buscando complicidad a los costados entre los otros parroquianos. Algún eco encontró, pues desde una mesa se pudo oír:
-Eso, ¡Vete, niño molesto, y deja a la gente grande hacer sus cosas!
-Sí, no te metas en lo que no te importa, muchacho.¡Qué insolencia! ¡Hay que ver!
El carro continuó su rumbo, ahora ya sin interrupciones. El Viejo Konstantín Makárich dormitaba, luego de vomitar varias veces, y Gricha conducía el carro con la mirada fija en las orejas de la yegua, que partían en dos al camino. Llevaba los dientes muy apretados. En su bolsillo, el par de rublos y las escasas kopeikas que habían quedado eran demasiado poco para aliviar el pesar que ahora le oprimía el corazón. “¡Qué le voy a decir a mamushka!” meditaba el niño. “Aunque ella ya lo conoce, me lo encargó especialmente: ¡Que no pare en ninguna taberna, Gricha! Y yo, como un niño flojo y estúpido, me he dormido y se acabó. Adiós planes ahora”, y alguna lágrima apuntó en sus ojos brillosos. En un momento dado la ira lo inundó y tentado estuvo de empujar al viejo a un costado del camino, cuando recordó la triste vida del mujic, golpeado por las desgracias, una tras otra: A la muerte de la abuela Pasha el año anterior, de pulmonía, se había sumado hacía un par de meses la prisión del tio Projor, condenado a trabajos forzados por robar piezas del ferrocarril“. Al fin y al cabo, quedamos nosotros tres solos, nosotros tres nomás”, y mientras dirigía la yegua hacia el camino de la entrada, con la otra mano sacudía el hombro del abuelo:
-¡Hey, abuelo, despierta, que ya estamos llegando!- y al verlo revolverse para luego incorporarse, miró directamente a esos ojos enrojecidos por el alcohol. El aliento del viejo Konstantín olía a vodka hasta los confines del mundo. El chico hizo una mueca de asco, pero lo tomó de la mano y le propuso:
-Nos robaron al salir del pueblo, ¿cierto, abuelito? Solamente salvé este poco dinero, ¿verdad? ¡Qué lástima!, ¿no? Con lo que habíamos esperado...-Y al ver que el viejo lloraba, el niño le sacudió el hombro cariñosamente: - ¡Vamos, que todavía tenemos otras cosas para vender en la próxima feria!
Al llegar a la puerta de la casa, la madre de Gricha salió a recibirlos, secándose las manos en el delantal
¡Ahí viene mamushka, así que baje y vaya a lavarse, que está hecho una lástima!- recomendó el niño, al tiempo que conducía al carro hacia el cobertizo para desatar la yegua. “Nosotros tres solos, nada más” pensaba, y al soltar el animal en el corral, sintió sobre el hombro todo el peso de la mano de su madre. Sin decirle nada, metió la mano en el bolsillo, sacó el dinero y se lo entregó. La zhena miró lo que tenía en la palma de su mano, cerró el puño y preguntó:
-¿Nada más que esto, Gricha? ¿Sólo esto?- En su rostro prematuramente arrugado y envejecido, había aparecido el gesto amargo que el niño conocía muy bien. Como Gricha no podía encerrar más angustia adentro del pecho, suspiró y agachó la cabeza para iniciar una explicación; luego se encogió de hombros mientras en su cara se pintaba un gesto resignado. Pero no lloraría.
Adentro, la tos húmeda y persistente del abuelo hacía temblar los empañados vidrios de las ventanas
El niño se quitó los zapatos embarrados y entró en la casa detrás de su madre.
Pensó entonces que no sería cosa mala probar con el bueno de Aliagin, quien se había ofrecido para llevarlo consigo como aprendiz de zapatero a la gran ciudad.

Texto agregado el 18-04-2004, y leído por 483 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-04-2004 hay un cierto cambio en este texto; pero resulta buena la pieza; tiene pintas de hacernos pasar mas buenos ratos el personaje, que asi sea. Saludos. Nomecreona
26-04-2004 Valió la pena dedicarle unos minutos a esta lectura. Me enfrentó a realidades que a veces en el ir y venir de los días, dejámos de observarlas, a pesar de que están cada día más cerca de nuestros ojos. Es un buen texto, magistralmente escrito, mi imaginación recorrió los lugares que de la antigua Rusia, tuve la suerte de conocer. Un abrazo. meci
22-04-2004 Un cuento ruso, al estilo clasico chejovinao... Saludos, JOE joeblisouto
21-04-2004 Has aportado un texto de gran calidad ¿qué decir si mis antecesores han dejado constancia de ello? Sólo felicitarte y darte las gracias, porque he vivido tu narración. Un abrazo y te dejo mis estrellas. Borarje
21-04-2004 Yo quisiera que este cuento "a la manera de..." señalara un giro definitivo en su estilo, es un narrar tan cautivante, tan lleno de todo lo que un lector espera de un texto. Aquí desde el principio hay pintura de ambiente, descripción de personajes, alusiones olfativas y visivas , hay introspección hay sentimiento y hay mi agradecimiento por traerme hasta aquí. NINIVE
20-04-2004 Alberto si, que , me he enfadado. No t{u, sino con la solicitud de un estudiante que no econtraba material de fiebre reumatica, despues me encabrono el abuelo, los amigos, el alcohol, despues me hiciste pensar en los campesinos que en los pueblos los encuentras tirados y la mujer esperandolos para comprar algo para la prole. luego hecho volar la imaginación y veo un naturalismo descarnado. No puedo dejar de pensar en lo que hs escrito... la verdad duele.. bien colega un abrazo... ruben sendero
20-04-2004 Chejov decía que la medicina era su esposa y la literatura su amante. Creo que comparte con el genial ruso, mucho más que la profesión y la pasión por escribir. Tiene el garbo, el gracil discurrir de la pluma y no porque Nosotros tres esté escrito a la manera de...sino porque comparte ese trato afable con lector. Es un trabajo tan bello este, con la suavidad de la seda en un ligero pañuelo de cuello. Ese niño tan adulto, esa mujer de mediana edad abrumada por la carga de ese sólo tres, que casi es un tres menos, y ese abuelo dificil y entrañable, son delicados, sutiles, armónicos. Es tan agradable leerle doc. gracias por compartirlo hache
 
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