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COMPAÑEROS

Nombre completo: Ninguna Jazmín, Yanina, Ludmila o Joana. Pudo ser una Mónica musical, cierta María del Carmen firme, aunque mejor quedaría una Beatriz decidida y apenas dulce. Apellido breve de esos que viven a la sombra de una personalidad imposible de confundir en un listado de aquella época, con letra manuscrita y azul.
Sexo: Quién puede negar que semejante sonrisa cargada de esperanzas no guardara una mujer en ese cuerpo delgado y nervioso de cigarrillos apurados en el baño del colegio Nacional en el que cursaba cuarto año. A pesar de las uñas comidas, el escaso maquillaje y el pelo corto que vio en las fotos del Mayo francés, tenía el andar filoso de algunas flacas.
Edad: De un día para otro, a la velocidad imperceptible con que crecen las flores se abrió al idealismo en las lecturas, primero robadas a los hermanos que estudiaban en Exactas, después al padre, cuya vocación poética no impidió recibirse de abogado, y por último a la madre que prefería novelas de amor del siglo diecinueve. Un día se sumó a las discusiones de las sobremesas, especialmente los domingos. Los hermanos peronistas y el padre socialista se agarraban por los libros de Irazusta y José María Rosa. Ella empezó a mencionar con miedo a Hernández Arregui , más con memoria apasionada que por conocimiento en diagonal de las causas de la crisis argentina.
Lugar de nacimiento: Siempre fue el barrio al que no tuvo tiempo de convencer que ya no era la misma nena que veían pasar hasta hace tan poco con la bolsa del pan y los sifones azules hacia el almacén de Eduardo. Los del Falcon supieron muy bien que la puerta verde de esa casa de frente angosto era la suya, después que la levantaron en la plaza. Entraron a patadas y se llevaron todo lo que pudieron en medio del pánico de padres y hermanos
Profesión: Decir estudiante era tan poco y sería tal privilegio para la sociedad que estaba pariendo en semejantes sueños, pero atravesar todos los días por ese portón despintado, con el guardapolvo doblado en cuatro en la carpeta con la foto del Che en blanco y negro, era un lánguido acodarse sobre el banco esperando que toque el timbre para ir a las reuniones del grupo, a ensuciarse las manos con aerosol rabioso contra López Rega y los fachos del General
Estado civil: Ella no hubiera aceptado estar enamorada. Esa palabra era indigna de la Maga de Cortazar y de última sería ofender su rebeldía de muslos firmes, su alma lista para los sacrificios que el momento nos pidiera. La palabra compañera era una canción al fuego de la rueda nocturna y con esas cosas no se jode.
Señas particulares: Además del lunar en el hombro doblando la espalda, los eternos vaqueros gastados y el tapado azul bien corto, se la recuerda siempre en ese banco, leyendo con las piernas a lo buda, el pucho quemándole la boca. O mirándolo a él, dicen quienes estuvieron más cerca el día que la levantaron justo de ahí, tan fácil. Lo miraba porque era más grande, más sólido. Hacia arriba los ojos grandes, como se sigue algo luminoso en el cielo del futuro.
Nombre Completo, Sexo, Edad, Lugar de Nacimiento, Profesión, Estado Civil, Señas particulares. Te pedían los datos con voz de gatillo, te hacían sentir en una ruleta rusa permanente. Y eso que eran de los nuestros, de los que te preparaban los documentos falsos para esquivar los controles diarios. Decían que así te endurecían, que era preferible sudar por un rato de ensayo que caer en la volteada. Y te hacían cambiar de lugar cada semana, a veces cada tres días. En cualquier momento llegaba un flaco, una compañera y te decía Pajarito, volá, te esperan en La Plata. O por ahí, che Pájaro, mejor te pirás a Quequén, allá está enferma tu tía. Y vos captabas la idea sin más. Era obedecer o quedarse a la intemperie.
Yo entré a la militancia por unos entrerrianos que vivían en la misma pensión. Eran peronistas de base, de los que estaban con la Patria Socialista, salían a pintar paredes, tiraban panfletos, esas cosas. Un día me dijeron si los acompañaba, otra vez me pidieron que los ayudara y al final me encontré con la brocha en una mano y el tarro de pintura en la otra. Hasta que aquella tarde nos sorprendieron los fachos de López Rega. A uno de los pibes lo liquidaron ahí nomás, de lejos. Le saqué el fierro de la cintura ni bien cayó y los cagué a tiros. Bajé a dos y el tercero se fue mal de una pierna. Lo seguí siete cuadras y cuando se cansó le metí un plomo en la cabeza.
Se ve que les gustó a los de más arriba y me mandaron llamar. No sé cómo aparecí charlando con un morocho de Jujuy: el Tuerca. Según dicen tenía llegada con los capos. No sé. En adelante los laburos me los dio su gente o a veces el mismo quía. Estaba en Villa Constitución y aparecían. Paseaba por Mar del Plata y me invitaban un café. Hasta en Ushuaia llegó a contactarme un gordo que templaba de frío debajo de un gamulán rotoso.
De mujeres, nada permanente. Eran las órdenes. Algunas zurditas, buenas encamadas, tal vez sacarle datos. Pero guarda con las de nuestro lado, cuanto menos te conozcan mejor. Y yo era respetuoso de las disposiciones.
Claro, los encargos eran fuleros y no había que dejar rastros. Se trataba de mantener nuestra seguridad, evitar que agarraran a cualquiera, lo torturaran y nos vendiera. O vigilar a los que se asustaban, querían bajarse, tenían demasiados escrúpulos. Generalmente esos no entendían los planes superiores, no pensaban que a veces hay que dejar algo en el camino para después avanzar.
Si habré charlado con tipos y minas que estaban confundidos. Parecían novios engañados, te venían con palabras raras, te querían envolver con lágrimas. La mayoría de las veces bastaba un cachetazo. A veces se necesitaba torcerle el brazo mirándolos fijos. La mayoría seguía sin complicaciones. ¿Para qué protestaban y cuestionaban las tácticas de los que estaban pensando por todos nosotros? Desde abajo no se ve bien el terreno entero.
Aquella vez, ni bien llegué al lugar donde me dijeron, me puse a buscar las referencias para encontrar a la piba. Le decían Flecha. Y la descripción me la dibujó como muy llamativa, muy linda. Era así. La encontré caminando para la plaza grande. Caminé atrás de su cuerpito unos quince minutos. Vaqueros gastados, tapado azul bien corto, llegó la orilla de un banco, se sentó confiada y empezó a leer con las piernas a lo buda, un pucho quemándole la boca. Se ve que la habían citado, pero no le dijeron que era conmigo. Sentí pena. Apreté las cachas del revolver en el bolsillo del sacón y me acerqué hasta que nos separaba solamente la calle alrededor de la plaza.
Cuando iba a cruzar, apareció el Falcon. Conocí al que manejaba. Era un milico del Chaco, que alguna vez comió asado conmigo sin saber quién era. Justo se dio vuelta y me vio. Creo que me preguntó con los ojos o me sludó, no sé. Por las dudas señalé a la piba con la cabeza. Entonces frenaron, las puertas parecieron alas y no le dieron tiempo a nada. Se la comieron en un bocado. Alcancé a verle la mirada diciéndome que rajara, que no me descubrieran. Me aplasté contra la pared, los vi irse. Volví para la estación de trenes con un gusto amargo. Nunca me gustó dejar de cumplir los encargos.

Texto agregado el 30-04-2008, y leído por 193 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-05-2008 Que buena descripción... y poco a poco el relato se va convirtiendo mas "frio" por asi decirlo... muy bueno :) DCovali
30-04-2008 aterrador!!! divinaluna
 
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