Me tocas sin permiso, sólo con tu mirada buscas la aprobación en la mía, pero cierro los ojos, quiero que lo hagas sin mi consentimiento, sentirme atada a ti por un instante sin decirnos nada, que tomes mi cuerpo como si estuviese dormida y no fuera consciente de cómo tus dedos encuentran mis rincones favoritos, como tus labios saben descubrir mis gemidos, y encuentras en mis susurros todo lo que deseas oír.
De pronto tu boca me regala un beso largo y delicado, ardiente y desmesurado. Me tomas por la cintura como si fuese mi cuerpo dos mitades frágiles, y me acercas a tu cuerpo con una cierta brusquedad que acelera mi pulso y me hace devolverte el beso con más fuerza. Nuestras lenguas se encuentran, y a la vez se esconden, haciendo que nos busquemos insaciablemente.
De lejos sigo escuchando a la gente gritando como locos al ritmo de una música que ha perdido el equilibrio, todos saltan entre la multitud, el sudor, la euforia, mientras nosotros hemos decidido escondernos en este rincón… casi más romántico de lo que sería habitual para mí, con una luna que por su grandeza pareciera observarnos, y una arena que juega a hacer cosquillas en nuestros pies descalzos. Reímos cómplices al sentirnos completamente solos, completamente juntos.
Tus labios besan mi cuello con furia, mientras tus manos han encontrado un trozo más de desnudez en mi cuerpo. Me derrites con tus besos, tus mordiscos, tus insinuantes gestos. Sigo sin poder abrir los ojos, siento como todo gira a mi alrededor; no quiero caer más allá de donde puedan recogerme tus brazos, pero siento como mi cuerpo cada vez se debilita más y me fundo entre las caricias que me regalas.
Mi respiración se acelera, y me acerco a tu oído, para que puedas escuchar lo que provocas en mí. Por un instante me separas, y colocando una mano en mi espalda, me obligas a tumbarme en la arena.
Quedo tendida, excitada y ansiosa por sentir de nuevo tus manos y tu boca recorriéndome entera, pero me haces esperar un poco más. Te entretienes con los botones de mi pantalón, lo haces lento porque sabes que me mortifica pero a la vez me provoca.
Siento como la noche nos cobija, como el mar nos requiebra; no puedo ser consciente de nada más, sólo quiero entregarme a esta locura, no me importa que nada tenga sentido, no lo necesito.
De pronto mi cuerpo reacciona no sólo a tus caricias, sino al aire fresco que nos envuelve. Parece haberte causado gracia, porque te acercas con picardía a mis senos, y ahí pasas un buen rato, embriagado lamiendo y succionándolos…
Estamos desnudos al temblor de un suspiro, tu cuerpo rozándose con el mío, sintiendo como nuestros pechos quieren explotar, sintiendo como se nos escapa el tiempo, sin poderlo llenar cuanto quisiéramos de más caricias, de más besos, de más gemidos. Mis manos se aferran a tus hombros, te acerco más a mí, quiero que no quede un espacio sin cubrir, que no se llene de tu aroma a deseo.
Con tus dedos entrelazados en los míos, tus labios presionando los míos, y nuestros vientres palpitantes, presiento como cada segundo eres más mío, penetrando en mi infinita ansiedad. Te susurro que no te detengas, que me siento la persona más plena en ese instante, aunque en realidad ya mi cuerpo haya pasado a ser una pompa de jabón, rodeada de irrealidad, a punto de romperse y transformarse en centellas que quedarán flotando por el aire hasta finalmente depositarse en el suelo, y convertirse en arena, en aquel lugar donde, por un momento, sólo fuimos magia.
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